Ser aceptados por el Señor
El buscar y recibir la aceptación del Señor nos llevará al conocimiento de que somos escogidos y bendecidos por Él.
Cuando era niño, recuerdo que mi padre a veces me llevaba a trabajar en algunos proyectos. Teníamos una pequeña huerta a unos kilómetros de donde vivíamos y siempre había muchísimo que hacer para prepararla en cada estación. Trabajábamos en la glorieta de la huerta, o construíamos o reparábamos vallas. Recuerdo que siempre llevábamos a cabo este trabajo en medio de un frío glacial, una fuerte nevada o lluvia torrencial, pero me encantaba. Mi padre me enseñaba cómo hacer las cosas con paciencia y aceptación.
Un día me pidió que apretara un tornillo y me advirtió: “Recuerda que si aprietas demasiado el tornillo, se romperá”. Con orgullo, yo quise mostrarle lo que podía hacer. Atornillé con todas mis fuerzas y, por supuesto, rompí el tornillo. Él hizo un comentario divertido y comenzamos otra vez. Incluso cuando “cometía errores”, siempre sentí su amor y confianza en mí. Él falleció hace más de 10 años, pero aún oigo mentalmente su voz, siento su amor, disfruto de su aliento y siento su aceptación.
El sentimiento de ser aceptados por alguien a quien amamos es una necesidad humana básica. Ser aceptados por buenas personas nos motiva y aumenta nuestro sentido de valía personal y seguridad en nosotros mismos. Aquellos que no hallan aceptación de las fuentes deseadas suelen buscarla en otros lugares y quizá recurran a personas a quienes no les interesa su bienestar. Tal vez se relacionen con falsos amigos y hagan cosas cuestionables para tratar de recibir el reconocimiento que están buscando. Quizá busquen la aceptación llevando una marca de ropa en particular para tener un sentido de pertenencia o un estatus. Para algunos, el empeño por lograr un cargo o puesto prominente también puede ser una manera de buscar aceptación. Quizá definan su valor en función de un cargo que obtengan o un estatus que alcancen.
Incluso en la Iglesia no siempre estamos exentos de esta manera de pensar. La búsqueda de la aceptación de las fuentes equivocadas o por razones incorrectas nos coloca en una senda peligrosa, una senda que probablemente nos llevará a descarriarnos y aun a la destrucción. En vez de sentirnos amados y seguros de nosotros mismos, con el tiempo llegaremos a sentirnos abandonados e inferiores.
Alma aconsejó a su hijo Helamán: “Asegúrate de acudir a Dios para que vivas”1. La fuente suprema de fortalecimiento y aceptación duradera es nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo. Ellos nos conocen y nos aman; no nos aceptan según nuestro cargo o puesto; no miran nuestro estatus, sino que miran nuestro corazón; nos aceptan por quienes somos y lo que estamos procurando ser. El buscar y recibir la aceptación de ellos siempre nos elevará y nos dará motivación.
Voy a compartir un modelo sencillo que, si se aplica, ayudará a cada uno de nosotros a hallar la aceptación suprema. El Señor proporcionó este modelo mediante el profeta José Smith: “De cierto os digo, que todos los que de entre ellos saben que su corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí”2.
Este modelo consiste en tres pasos sencillos:
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Saber que nuestro corazón es sincero y está quebrantado.
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Saber que nuestro espíritu es contrito.
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Estar dispuestos a cumplir nuestros convenios con sacrificio, según lo mande el Señor.
En primer lugar, debemos saber que nuestro corazón es sincero y está quebrantado. ¿Cómo podemos saberlo? Para empezar, debemos reflexionar sinceramente sobre nosotros mismos. El corazón es el centro de nuestros sentimientos y, al examinarlo, nos analizamos a nosotros mismos. Lo que no sabe ninguna de las personas que nos rodean, nosotros ciertamente lo sabemos. Conocemos nuestras motivaciones y deseos. Al dedicarnos a la reflexión franca y sincera, no tratamos de buscar justificaciones ni nos engañamos a nosotros mismos.
También existe una manera de juzgar si nuestro corazón está quebrantado. Un corazón quebrantado es un corazón tierno, abierto y receptivo. Cuando escucho decir al Salvador: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”3, lo oigo llamar a la puerta de mi corazón. Si abro esa puerta, soy más receptivo a las invitaciones del Espíritu y acepto más la voluntad de Dios.
A medida que meditamos sinceramente y con espíritu de oración hasta qué punto nuestro corazón es sincero y está quebrantado, el Espíritu Santo nos enseñará. Recibiremos una dulce confirmación o una tierna corrección para invitarnos a actuar.
En segundo lugar, tenemos que saber que nuestro espíritu es contrito. El diccionario Larousse define la palabra contrito como “arrepentido, abatido y triste por haber cometido una falta”4. Si tenemos un espíritu contrito, reconocemos nuestros pecados y defectos; se nos pueden enseñar “todas las cosas concernientes a la rectitud”5; sentimos la tristeza que es según Dios y estamos dispuestos a arrepentirnos. Un espíritu contrito está dispuesto a escuchar “al influjo del Santo Espíritu”6.
Un espíritu contrito se manifiesta por nuestro deseo y determinación de actuar. Estamos dispuestos a humillarnos ante Dios, dispuestos a arrepentirnos, dispuestos a aprender y dispuestos a cambiar. Estamos dispuestos a rogar: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”7.
El tercer paso para ser aceptados por el Señor es tomar una decisión consciente de observar nuestros convenios por medio del sacrificio, “sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare”8. Con demasiada frecuencia pensamos que la palabra sacrificio se refiere a algo grandioso o que nos cueste hacer. En ciertas situaciones puede que esto sea verdad, pero más que nada se refiere a vivir día a día como un verdadero discípulo de Cristo.
Una manera en que observamos nuestros convenios mediante el sacrificio es al participar dignamente de la Santa Cena cada semana. Nos preparamos conscientemente para la sagrada ordenanza y renovamos y confirmamos nuestras sagradas promesas al Señor. De esta manera, sentimos Su aceptación y recibimos Su confirmación de que se reconocen nuestros esfuerzos y de que nuestros pecados son perdonados mediante la expiación de Jesucristo. Durante esta ordenanza, el Señor nos promete que, en la medida en que estemos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Su Hijo y recordarle siempre y guardar Sus mandamientos, tendremos siempre Su Espíritu con nosotros. El tener el Espíritu Santo como compañero constante es el mejor indicador de que somos aceptados por Dios.
Otras maneras de observar nuestros convenios mediante el sacrificio son tan sencillas como el aceptar un llamamiento en la Iglesia y servir fielmente en él, o seguir la invitación de nuestro profeta Thomas S. Monson de tender la mano a los que se encuentran al lado del camino y necesitan que se los rescate espiritualmente. Observamos nuestros convenios mediante el sacrificio al prestar servicio discreto en nuestro vecindario o comunidad o al encontrar los nombres de nuestros antepasados y efectuar la obra del templo por ellos. Observamos nuestros convenios mediante el sacrificio al simplemente procurar la rectitud, ser receptivos y escuchar los susurros del Espíritu en nuestra vida cotidiana. A veces, el observar nuestros convenios no significa nada más que mantenernos firmes y fieles cuando las tormentas de la vida azotan por todas partes a nuestro alrededor.
Después de explicar el modelo de cómo ser aceptados por Él, el Señor utiliza una maravillosa ilustración para demostrar la forma en que nos beneficiamos como personas y familias al buscar Su aceptación. Él dijo: “Porque yo, el Señor, los haré producir como un árbol muy fructífero plantado en buena tierra, junto a un arroyo de aguas puras, que produce mucho fruto precioso”9.
Al estar personalmente en sintonía con el Espíritu del Señor y sentir Su aceptación, seremos bendecidos más allá de nuestro entendimiento y produciremos mucho fruto de rectitud. Nos encontraremos entre aquellos a quienes Él ha dicho: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”10.
El buscar y recibir la aceptación del Señor nos llevará al conocimiento de que somos escogidos y bendecidos por Él; obtendremos una mayor confianza en que Él nos dirigirá y guiará para bien. Sus tiernas misericordias llegarán a ser evidentes en nuestro corazón, en nuestra vida y en nuestra familia.
Con todo mi corazón los invito a buscar la aceptación del Señor y disfrutar de Sus bendiciones prometidas. A medida que sigamos el sencillo modelo que el Señor ha mostrado, llegaremos a saber que somos aceptados por Él, independientemente de nuestro cargo, estatus o limitaciones mortales. Su amorosa aceptación nos dará motivación, aumentará nuestra fe y nos ayudará a afrontar todo lo que se nos presente en la vida. A pesar de nuestras dificultades, saldremos airosos, prosperaremos11 y nos sentiremos en paz12. Nos hallaremos entre aquellos a quienes el Señor dijo:
“No temáis, pequeñitos, porque sois míos, y yo he vencido al mundo, y vosotros sois de aquellos que mi Padre me ha dado;
“y ninguno de los que el Padre me ha dado se perderá”13.
En el nombre de Jesucristo. Amén.