El Padre y el Hijo
La parte central del evangelio de Jesucristo y de su poder salvador es el entendimiento correcto del Padre y del Hijo.
Mis amados hermanos y hermanas, estoy agradecido por dirigirles la palabra esta tarde durante esta inspiradora conferencia general.
Al hablar de un tema que considero de lo más sagrado, deseo primero reconocer con gratitud la devoción de tantos cristianos a lo largo de la historia, incluyendo la de mis antepasados protestantes franceses y católicos irlandeses. Debido a su fe y a su adoración a Dios, muchos de ellos sacrificaron posición, pertenencias e incluso su vida en defensa de su Dios y su fe1.
Como Santos de los Últimos Días y como cristianos, nosotros también tenemos una fe firme y profunda en Dios el Eterno Padre y en Su Hijo Jesucristo. La devoción a Dios continúa siendo una cuestión sagrada entre cada uno de nosotros y nuestro Hacedor.
Nuestra búsqueda de la vida eterna no es otra cosa que nuestra lucha por entender quién es Dios y por regresar a vivir con Él. El Salvador oró a Su Padre: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”2.
Incluso a la luz de esta declaración de nuestro Salvador mismo, la opinión predominante en cuanto a la naturaleza del Padre y del Hijo a través de los siglos, y de gran parte de la humanidad, es claramente incompatible con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.
Con respeto declaramos que la parte central del evangelio de Jesucristo y de su poder salvador es el entendimiento correcto del Padre y del Hijo3.
La importancia de este principio tan fundamental del evangelio de Jesucristo se confirma en la Primera Visión del profeta José Smith en 1820. El Profeta escribió: “Vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!”4.
Esta experiencia que tuvo el joven José, seguida de muchas otras visiones y revelaciones, demuestra que Dios en verdad existe; que el Padre y Su Hijo Jesucristo son dos seres separados y distintos; que el hombre ha sido creado a la imagen de Dios; que nuestro Padre Celestial es literalmente el Padre de Jesucristo; que Dios continúa revelándose a los hombres; que Dios siempre está cerca y se interesa por nosotros; y que Él contesta nuestras oraciones.
Aunque las apariciones similares del Padre y del Hijo son relativamente infrecuentes en la Escritura sagrada, el hecho extraordinario de la Primera Visión es que concuerda tan bien con otros acontecimientos registrados en las Sagradas Escrituras.
En el Nuevo Testamento, por ejemplo, leemos sobre el testimonio final de Esteban durante su martirio; él dijo: “¡He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios!”5.
Durante una poderosa visión en la Isla de Patmos, el apóstol Juan ve al “Señor Dios Todopoderoso”6 así como al Cordero de Dios, quien “con [Su] sangre nos [ha] redimido”7.
En el Libro de Mormón, la doctrina del Padre y del Hijo se establece como testimonio majestuoso junto a la Santa Biblia. El Libro de Mormón registra la visita del Salvador a los nefitas, en la que la voz del Padre, en presencia de unos 2.500 nefitas, presenta al Cristo resucitado: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd”8.
En los cuatro Evangelios, Cristo hace referencia a Su Padre Celestial 160 veces, mientras que durante su breve ministerio de tres días entre los nefitas, tal como está registrado en el Libro de Mormón, menciona a Su Padre 122 veces.
Por ejemplo, en Mateo, Jesús dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”9.
En Juan, Él testifica: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”10.
Y en Lucas, Él exclama: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”11.
Cada vez que nuestro Señor se refiere a Su Padre Celestial, lo hace con la máxima reverencia y sumisión.
Al decir esto, espero que no haya ningún malentendido. Jesucristo es el gran Jehová, el Dios de Israel, el Mesías prometido y, debido a Su infinita expiación, Él es nuestro Salvador y el Redentor del mundo. De Él, el apóstol Pablo declaró: “Entonces vendrá el fin, cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre, cuando [Cristo] haya abolido todo imperio, y toda autoridad y todo poder”12.
En la víspera de la expiación del Salvador, Él ofreció Su gran oración intercesora al Padre, y rogó:
“Mas no ruego solamente por éstos [en otras palabras, Sus apóstoles], sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos;
“para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
“Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”13.
El Padre y el Hijo son seres claramente separados, pero están perfectamente unidos y son uno en poder y en propósito. Su unidad no está reservada para Ellos solamente, sino que desean esa misma unidad para todos los que, con devoción, sigan y obedezcan Sus mandamientos.
¿Cómo puede familiarizarse con el Padre y el Hijo el que con fervor busca a Dios? Nuestro Salvador prometió: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo… os enseñará todas las cosas”14.
En el Libro de Mormón, al hablar de la doctrina de Cristo, Nefi declaró que el Espíritu Santo “da testimonio del Padre y del Hijo”15.
Es verdad que cualquier persona, independientemente de sus creencias religiosas, puede sentir a veces el poder o la influencia del Espíritu Santo, de acuerdo con la voluntad del Señor. Sin embargo, la plena medida, o el don del Espíritu Santo sólo llega después de que la persona ha recibido, con un “corazón quebrantado y un espíritu contrito”16, la ordenanza del bautismo y el don del Espíritu Santo17 por la imposición de manos. Éstas y otras ordenanzas sagradas sólo se pueden efectuar bajo la dirección y el poder del sacerdocio de Dios. En cuanto a esto, se nos enseña:
“Y este sacerdocio mayor administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios.
“Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad”18.
Bajo esa luz, la doctrina del Padre y del Hijo es la doctrina de la familia eterna. Todos los seres humanos han existido previamente como hijos procreados en espíritu de Padres Celestiales19, siendo Cristo el Primogénito del Padre en esta familia celestial20.
Así es con todos nosotros; somos los hijos de nuestro Padre Celestial.
Con visión profética, el presidente Ezra Taft Benson dijo: “Nada nos sorprenderá más cuando pasemos el velo hacia el otro lado, que comprender cuán bien conocemos a nuestro Padre [Celestial] y cuán familiar nos es Su rostro”21.
He aprendido que no es posible transmitir en el lenguaje del hombre aquellas cosas que sólo se dan a conocer por el Espíritu Santo y el poder de Dios. Es en ese espíritu que expreso mi solemne testimonio de la realidad, cercanía y misericordia de nuestro Padre Eterno y de Su santo Hijo Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.