Hasta que nos volvamos a ver
Ruego que el Señor los bendiga y los guarde, mis hermanos y hermanas. Que Sus promesas de paz estén con ustedes ahora y siempre.
Mis hermanos y hermanas, qué gloriosa conferencia hemos tenido. Sé que estarán de acuerdo conmigo en que los mensajes han sido inspiradores. Nuestro corazón ha sido conmovido, y nuestro testimonio de esta divina obra se ha fortalecido al sentir el Espíritu del Señor. Es mi deseo que podamos recordar siempre lo que hemos escuchado en estos dos días. Los insto a que estudien más a fondo los mensajes cuando se publiquen en la revista Liahona.
Expresamos nuestra gratitud a cada uno de los que nos han hablado, así como también a los que ofrecieron las oraciones. Además, la música nos ha elevado e inspirado. Apreciamos mucho a nuestro maravilloso Coro del Tabernáculo, y agradecemos a todas las demás personas que también nos proporcionaron la música.
Expresamos nuestra gratitud a las hermanas de la Presidencia y de la Mesa General de las Mujeres Jóvenes que fueron relevadas ayer. Su servicio ha sido excelente y su dedicación ha sido total.
Hemos sostenido, al levantar la mano, a hermanos y hermanas que han sido llamados a nuevas posiciones durante esta conferencia. Queremos que todos ellos sepan que estamos ansiosos de prestar servicio con ellos en esta causa del Maestro.
Hermanos y hermanas, somos una Iglesia mundial. Nuestros miembros se encuentran por todo el mundo. Les exhorto a ser buenos ciudadanos de la nación donde vivan y buenos vecinos en sus comunidades, extendiendo su mano a las personas de otras religiones, al igual que a los de la nuestra. Que seamos tolerantes, amables y amorosos con aquellos que no compartan nuestras creencias ni nuestras normas. El Salvador trajo a esta tierra un mensaje de amor y de buena voluntad para todos los hombres y mujeres. Deseo que siempre sigamos Su ejemplo.
Ruego que podamos estar al tanto de las necesidades de las personas que están a nuestro alrededor. Hay quienes, en especial entre los jóvenes, están trágicamente involucrados en drogas, inmoralidad, pornografía y demás. Hay también los que están solos, incluso los viudos y viudas, que desean compañía y se preocupan por los demás. Que siempre estemos listos para tenderles una mano de ayuda y un amoroso corazón.
Vivimos en un tiempo de la historia del mundo en que hay muchos desafíos difíciles, aunque también, grandes oportunidades y motivos para regocijarse. Hay también, por supuesto, esos momentos de decepciones, penas y hasta tragedias en nuestra vida. Sin embargo, si ponemos nuestra confianza en el Señor, Él nos ayudará en medio de las dificultades, sin importar cuáles sean. Como nos afirmó el salmista: “Por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la alegría”1.
Mis hermanos y hermanas, deseo que sepan cuán agradecido estoy por el evangelio de Jesucristo, restaurado en estos últimos días por medio del profeta José Smith, el cual es la clave de nuestra felicidad. Que podamos ser humildes y dedicados en la oración, teniendo fe de que nuestro Padre Celestial nos guiará y bendecirá nuestra vida.
Deseo compartirles mi testimonio de que Dios vive, que Él escucha las oraciones del corazón humilde. Su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, nos habla a cada uno de nosotros: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré… con él”2. Que podamos creer estas palabras y aprovechemos esa promesa.
Al concluir esta conferencia, invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de ustedes, que sus hogares puedan estar colmados de paz, armonía, cortesía y amor; y con el Espíritu del Señor. Que puedan ustedes nutrir y fortalecer su testimonio del Evangelio, y que todo eso sea una protección en contra de los bofetones de Satanás.
Hasta que nos volvamos a ver en seis meses; ruego que el Señor los bendiga y los guarde, mis hermanos y hermanas. Que Sus promesas de paz estén con ustedes ahora y siempre. Gracias por sus oraciones a mi favor y a favor de todas las Autoridades Generales. Estamos muy agradecidos por ustedes. En el nombre de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo, a quien servimos. Amén.