Esperando el amanecer
Julia Wagner, Ohio, EE. UU.
Las sombras envolvían la habitación mientras yo yacía despierta escuchando la respiración de mi esposo, tratando de determinar si estaba dormido. Habían transcurrido apenas dos días desde que nuestra hija de 12 años había fallecido por motivo de un repentino y traumático accidente. Volví a cerrar los ojos sin lograr conciliar el sueño. Mi corazón anhelaba estar con mi hija. Todo el conocimiento del Plan de Salvación no lograba aliviar el dolor de extrañarla.
Cuando comenzó a amanecer, súbitamente sentí un intenso deseo. El sol iba a salir muy pronto y en mi mente podía ver el cielo tiñéndose de una suave luz rosada. A nuestra hija le encantaba el color rosado. Un amanecer color rosa sería justo lo que necesitaba para sentirme otra vez cerca de ella.
“Vayamos a ver la salida del sol”, le susurré a mi soñoliento esposo.
Nos paramos frente a la casa, mirando hacia el este, y esperamos… y esperamos. Aunque el cielo se estaba aclarando, el sol no se abría paso a través de las nubes en el horizonte.
Recliné la cabeza en el hombro de mi esposo y suspiré, tratando de fingir que no me importaba; sin embargo, yo quería más; necesitaba más. Ciertamente el Padre Celestial podía haberme concedido este deseo después de haberse llevado a nuestra dulce hija a Su hogar con Él.
Cuando mi esposo se dio la vuelta para entrar en la casa, mirando detrás de nosotros hacia el oeste, dijo: “¡Mira!”.
Me di la vuelta. Detrás de nosotros, las nubes estaban teñidas de un delicado color rosáceo, envueltas en una luz dorada. Me quedé sin aliento y me brotaron las lágrimas. ¡Era mucho más bello de lo que podía haber imaginado! Sentí como si fuese un abrazo de nuestra hija. Supe que el Padre Celestial estaba al tanto de mi corazón afligido y me estaba enviando una promesa de paz para el futuro, un tierno recordatorio de que las familias son eternas y de los hermosos momentos aún por venir.
A menudo he pensado en ese hermoso momento y en la nueva perspectiva que me brindó. ¿Quién mira al oeste para ver la salida del sol? Sin embargo, allí era donde me esperaba el milagro. ¿Cuántas bendiciones y milagros me pierdo porque provienen de lugares inesperados? ¿Cuántas veces me centro en lo que pienso que debe ser y paso por alto la gloria de lo que es?
Habíamos orado sin cesar por un milagro que fue negado, pero al mirar a mi alrededor con mi nueva perspectiva, vi el milagro de cuatro vidas que se mejoraron por la donación de los órganos de nuestra hija, el milagro del amor en la familia y la unidad del barrio, y el milagro del servicio. He sentido profunda aflicción, pero también he sentido que una poderosa esperanza llena mi alma en cada amanecer rosáceo, en cada ocaso teñido de rosa y en cada flor rosada que se cruzaba en mi camino.
Ahora, cuando sale el sol, miro al este y luego me vuelvo para ver al oeste. Sonrío al darme cuenta de que siempre hay milagros y bendiciones por descubrir, y que el sol siempre saldrá por encima de nuestras aflicciones, si se lo permitimos.