Somos las manos del Señor
El buscar a los pobres y ministrar a los que sufren es parte indispensable de lo que significa ser discípulo de Cristo.
Al principio de la Gran Depresión, seis presidentes de estaca del Valle del Lago Salado se unieron para luchar contra las tenebrosas nubes de la pobreza y el hambre que amenazaban agobiar a muchos miembros de la Iglesia1. Aunque la crisis económica había afectado a las personas en todas partes, en Utah había sido particularmente devastadora2.
En aquella época, los líderes de la Iglesia contaban con pocos recursos para ayudar a los necesitados; desde luego, podían utilizar las ofrendas de ayuno, pero la predominante pobreza era mucho mayor que cualquier otra cosa que hubieran experimentado. A principios del siglo XX, bajo la dirección del Obispado Presidente, se había fundado la Agencia de Empleos Deseret (Deseret Employment Bureau), pero la misma no estaba preparada adecuadamente para enfrentar tal escasez masiva.
Aquellos seis líderes del sacerdocio sabían que, si iban a ayudar a las personas de sus respectivas estacas, no podían postergarlo; debían ponerse en acción de inmediato. Lo primero que hicieron fue poner a trabajar a la gente: organizaron a los hombres y los llevaron a los campos para levantar cosechas. A cambio de su labor, los agradecidos granjeros les pagaban generosamente con alimentos; el excedente se llevaba a un almacén y se distribuía entre otras personas necesitadas. Al aumentar las donaciones, los santos empezaron a envasar alimentos para preservarlos. Eso fue el principio del programa de bienestar de nuestros días.
Después de ocho décadas, los líderes actuales de la Iglesia alrededor del mundo observan a sus congregaciones y tienen la misma determinación de ayudar a quienes tienen necesidades.
En la conferencia general de octubre de 2011, el presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “Con mucha frecuencia vemos las necesidades de los que nos rodean y esperamos a que alguien de lejos mágicamente las satisfaga. Quizás esperamos que expertos con conocimiento especializado resuelvan problemas específicos. Al hacerlo, privamos a nuestro semejante del servicio que podríamos darle, y nos privamos de la oportunidad de servir. Aunque no tiene nada de malo usar expertos, seamos realistas: nunca habrá suficientes para resolver todos los problemas. En lugar de eso, el Señor ha colocado Su sacerdocio y la organización de éste al umbral de nuestra puerta en cada nación donde la Iglesia está establecida”3.
Este llamado a los líderes locales y a los miembros de la Iglesia para ponerse en acción cuando los inspire el Espíritu Santo, como dijo el presidente Uchtdorf, ha llevado a muchas personas alrededor del mundo a encontrar soluciones por sí mismas4; han puesto manos a la obra y han resuelto recordar “en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos” (D. y C. 52:40).
Ecuador
Al observar a los miembros de su barrio de Guayaquil, Ecuador, el corazón del obispo Johnny Morante sintió un gran peso: eran muchas las familias que luchaban por obtener incluso los artículos de primera necesidad; él quería ayudarlos, así que consultó con los líderes del barrio y presentó el asunto al Señor.
Por ser escasas las oportunidades de empleo en aquella zona, se puso a trabajar con un grupo de once hermanas alentándolas a buscar la forma de establecer un pequeño negocio. Esas hermanas se dieron cuenta de que en su localidad hacían falta productos de limpieza de buena calidad que no fueran muy costosos; pensaron en producirlos y venderlos ellas mismas, pero, ¿cómo podían aprender a fabricarlos?
En ese entonces, el obispo Morante se enteró de que había una hermana de su barrio que no tenía trabajo pero había trabajado como química en farmacología. Cuando las once hermanas le preguntaron si estaba dispuesta a ayudarlas, ella se ofreció encantada para enseñarles a preparar productos de limpieza que fueran inocuos y de calidad.
Organizaron entonces un plan de negocio, dividieron la comunidad para que cada una de ellas se encargara de una sección, eligieron los productos que iban a fabricar y diseñaron los envases y las etiquetas.
A los pocos meses, habían establecido una clientela y obtenían suficientes ingresos para aliviar su pobreza y proveer de lo necesario para su familia.
Cuando los gerentes de una compañía farmacéutica local se enteraron de la iniciativa, quedaron intrigados con la hermana que era química y que estaba sin empleo; con el tiempo, la entrevistaron y la contrataron para dirigir la compañía de ellos.
Rusia
En el Barrio Rechnoy, de Moscú, Rusia, Galina Goncharova, que era la historiadora del barrio, se resbaló en el hielo y se fracturó ambos brazos. La llevaron al hospital y se los enyesaron, por lo que no podía comer sola ni vestirse ni peinarse, y ni siquiera podía contestar el teléfono.
Al enterarse de lo que le había pasado, los miembros de su barrio de inmediato respondieron: los poseedores del sacerdocio le dieron una bendición y trabajaron con las hermanas de la Sociedad de Socorro a fin de organizar un horario para que visitaran y ayudaran a esa buena hermana con sus necesidades.
Vladimir Nechiporov, el líder misional del barrio, dijo: “Recordamos un discurso de una conferencia general en el que se habló de una estatua de Cristo a la que le faltaban las manos5. Debajo de la estatua alguien había colocado una placa que decía: ‘Ustedes son Mis manos’. Durante las semanas en que nuestra buena hermana estuvo incapacitada, los miembros del Barrio Rechnoy nos sentimos identificados con aquel relato y, literalmente, nos convertimos en sus manos”.
Filipinas
En 2011, cuando la tormenta tropical Washi descendió sobre las Filipinas, el agua y el viento devastaron un área entera. Alrededor de 41.000 casas quedaron dañadas y más de 1.200 personas perdieron la vida.
Antes de la inundación, Max Saavedra, presidente de la Estaca Cagayán de Oro, Filipinas, había tenido la inspiración de formar un equipo de estaca para responder a las emergencias; organizó comités que cumplieran diversas asignaciones: desde la búsqueda y rescate y el proporcionar primeros auxilios, hasta el suministro de alimentos, agua y ropa.
Al retirarse las aguas a un nivel que les permitió movilizarse, los líderes y miembros de la Iglesia se pusieron en acción: se aseguraron de que cada uno de los miembros estuviera a salvo y evaluaron los daños; uno de ellos suministró balsas de goma para conducir a un lugar seguro a los que se encontraban aislados. Se abrieron los centros de reuniones para ofrecer refugio a todo el que necesitara alimentos, ropa, mantas y un lugar provisorio donde quedarse. El agua potable era una necesidad imperiosa, por lo que el presidente Saavedra se puso en contacto con un negocio local que tenía un camión de bomberos y transportaron agua potable a los lugares de evacuación establecidos en los centros de reuniones. Los miembros con experiencia médica profesional respondieron para atender a los heridos.
Una vez que se hubo encontrado a todos los miembros de la Iglesia, el presidente Saavedra y su equipo visitaron otros centros de evacuación de la ciudad para ofrecer su ayuda, proporcionando alimentos y otros suministros. Muchos de los miembros, aunque habían perdido su casa, prestaron servicio abnegado a otras personas inmediatamente después de la tempestad. Cuando la lluvia paró y el suelo se secó, los voluntarios de Manos Mormonas que Ayudan de tres estacas se pusieron a trabajar para distribuir suministros y ayudar con la limpieza.
Brasil
En la ciudad de Sete Lagoas, Brasil, hay un refugio para mujeres con discapacidades cuya vida se ha visto afectada por el abuso de drogas; todos los días luchan por sobrevivir. Tenían un pequeño horno que utilizaban para hacer unas treinta hogazas de pan por día, pero, aunque las mujeres habían recibido algo de ayuda de una agencia humanitaria local, apenas les alcanzaba para alimentarse. Cuando los líderes de la Estaca Sete Lagoas se enteraron de las necesidades que enfrentaban las mujeres, quisieron ayudarlas.
Fueron a visitarlas y hablaron de lo que necesitaban; ellas dijeron que si les fuera posible producir más pan, no sólo se alimentarían mejor, sino que tal vez podrían vender algunas hogazas y ganar algo del dinero que les hacía tanta falta.
Los líderes y los miembros de la estaca trabajaron junto con la policía militar y una escuela local para mejorar las condiciones de vida de esas mujeres. Con la contribución de una subvención humanitaria de la Iglesia y con voluntarios de la Iglesia y de la comunidad, se abrió una panadería nueva, lo que permitió a las mujeres producir trescientas hogazas de pan por día.
Con las ganancias de la panadería, las mujeres pudieron contratar a su primera empleada a sueldo: una de las mujeres del refugio.
La obra de bienestar
Al igual que aquellos líderes inspirados de hace varias décadas que vieron las necesidades que los rodeaban y se negaron a ignorarlas, en la actualidad los líderes y los miembros de la Iglesia de todo el mundo hacen lo mismo en sus propias localidades y a su manera.
Cuando el presidente Uchtdorf habló a la Iglesia sobre la importancia de cuidar de los demás, dijo: “La manera del Señor no es quedarse sentados al lado del arroyo esperando que el agua deje de correr para cruzar. Es unirnos, arremangarnos…, ponernos a trabajar y construir un puente o un barco para cruzar el agua de nuestros desafíos”6.
El buscar a los pobres y ministrar a los que sufren es parte indispensable de lo que significa ser discípulo de Cristo; es la obra que Jesucristo mismo llevó a cabo durante Su ministerio entre la gente de Su época. “Esta obra de proveer conforme a la manera del Señor no es sólo otro artículo en el catálogo de programas de la Iglesia”, comentó el presidente Uchtdorf. “No se puede desatender ni dejar de lado. Es fundamental en nuestra doctrina; es la esencia de nuestra religión”7.