El ser padres: Nuestro destino eterno
Que cada uno disfrute de la plenitud de las bendiciones del Padre en esta vida y del cumplimiento de Su obra y Su gloria al llegar a ser padres de nuestras familias por la eternidad.
Cuando era joven, mi padre me enseñó una lección importante. El presintió que yo estaba demasiado apegado a las cosas temporales; cuando tenía dinero, lo gastaba enseguida, y casi siempre en mí mismo.
Una tarde, me llevó a comprar zapatos. En el segundo piso de la tienda, me dijo que mirara por la ventana.
“¿Qué ves?” me preguntó.
“Edificios, el cielo, gente”, respondí.
“¿Cuántos?”.
“¡Muchos!”.
Entonces sacó una moneda del bolsillo; mientras me la daba me preguntó: “¿Qué es esto?”.
Lo supe de inmediato: “¡Un dólar de plata!”.
Utilizando su conocimiento de química, dijo: “Si fundes ese dólar de plata y lo mezclas con los ingredientes correctos, tendrás nitrato de plata. Si cubrieras esta ventana con nitrato de plata, ¿qué verías?”.
Yo no tenía ni idea, así que me llevó frente a un espejo y me preguntó: “¿Ahora qué ves?”.
“Me veo a mí mismo”.
“No”, respondió, “lo que ves es la plata que refleja tu imagen. Si te centras en la plata, todo lo que verás es a ti mismo, y como un velo, te impedirá ver claramente el destino eterno que el Padre Celestial tiene preparado especialmente para ti”.
“Larry”, él continuó, “‘no [busques] las cosas de este mundo, mas [busca] primeramente… el reino de Dios, y establecer Su justicia, y todas estas cosas [te] serán añadidas’” (Traducción de José Smith, Mateo 6:33, [nota a al pie de página]).
Me dijo que guardara el dólar y no lo perdiera. Cada vez que lo mirara, debía pensar en el destino eterno que el Padre Celestial tiene para mí.
Yo amaba a mi padre y la forma en que enseñaba; quería ser como él. Él plantó en mi corazón el deseo de ser un buen padre, y mi mayor esperanza es estar viviendo a la altura de su ejemplo.
Nuestro amado profeta, el Presidente Thomas S. Monson ha dicho con frecuencia que nuestras decisiones determinan nuestro destino y tienen consecuencias eternas (véase “Las decisiones determinan nuestro destino” [Charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia, 6 de noviembre de 2005, pág. 2], lds.org/broadcasts).
¿No debemos entonces, adquirir una visión clara de nuestro destino eterno, particularmente el que nuestro Padre Celestial desea que obtengamos: el ser padres por la eternidad? Permitamos que nuestro destino eterno sea el factor determinante de todas nuestras decisiones. Sin importar lo difíciles que sean esas decisiones, el Padre nos sostendrá.
Reconocí el poder de esa visión cuando participé con mis hijos de doce y trece años en una competencia 50/20. Una competencia 50/20 consiste en caminar cincuenta millas, u ochenta kilómetros, en menos de veinte horas. Empezamos a las nueve de la noche, caminamos toda la noche y la mayor parte del día siguiente. Fueron diecinueve horas agonizantes, pero lo logramos.
Al regresar a casa, literalmente nos arrastramos hacia adentro, donde una maravillosa esposa y madre había preparado una cena exquisita que ni siquiera la tocamos. Mi hijo menor se desplomó en el sillón totalmente exhausto mientras el mayor se arrastró escaleras abajo, a su cuarto.
Después de descansar un poco, fui a ver a mi hijo menor para asegurarme de que todavía estuviera vivo.
“¿Estás bien?”, le pregunté.
“Papá, esa fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida y no quiero volver a hacerlo jamás”.
Por supuesto, no tenía intención de decirle que yo tampoco lo volvería a hacer; en vez de ello le dije lo orgulloso que estaba de que hubiera logrado algo tan difícil; sabía que eso lo prepararía para otras cosas difíciles que afrontaría en el futuro. Con eso en mente, le dije: “Hijo, te prometo algo; cuando vayas a la misión, nunca tendrás que caminar cincuenta millas en un día”.
“¡Qué bien papá! Entonces iré”.
Esas sencillas palabras colmaron mi alma de gratitud y felicidad.
Después, fui abajo a ver a mi hijo mayor. Me acosté a su lado y lo toqué: “¿Estás bien hijo?”.
“Papá, esa fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida; nunca, pero nunca más, lo volveré a hacer”. Cerró los ojos y los volvió a abrir; y dijo: “A menos que mi hijo quiera que yo lo haga”.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al expresarle cuán agradecido estaba por él. Le dije que sabía que iba a ser un padre mucho mejor que yo. Mi corazón rebosaba de alegría al ver que, a su joven y tierna edad, él ya reconocía que uno de sus deberes más sagrados en el sacerdocio era el de ser padre. Él no temía tener que cumplir con esa función ni llevar ese título, el título que Dios mismo desea que usemos cuando hablamos con Él. Supe que tenía la responsabilidad de nutrir las semillas de la paternidad que brotaban en su interior.
Estas palabras del Salvador cobraron una importancia más profunda para mí como padre:
“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que [Él] hace, esto también lo hace el Hijo de igual manera” (Juan 5:19).
“…nada hago por mí mismo, sino… como el Padre me enseñó” (Juan 8:28).
Me encanta ser esposo y padre, y estar casado con una hija escogida de padres celestiales, a quien amo; esa una de las partes más gratificantes de la vida. Esa noche, mi esperanza era que mis cinco hijos y su hermana siempre vieran en mí el gozo que proviene del matrimonio eterno, de ser padre y de tener una familia.
Padres, estoy seguro de que han escuchado el dicho: “Predica el Evangelio todo el tiempo y, si fuese necesario, utiliza las palabras” (atribuido a Francisco de Asís). Todos los días enseñan a sus hijos lo que significa ser padre; están estableciendo el fundamento para la siguiente generación. Sus hijos aprenderán a ser esposos y padres al observar la manera en que ustedes cumplan con esas funciones. Por ejemplo:
¿Saben ellos lo mucho que aman y atesoran a su madre y cuánto aprecian ser el padre de ellos?
Ellos aprenderán cómo deben tratar a su futura esposa e hijos al observar el trato que ustedes dan a cada uno de ellos de la forma en que lo haría el Padre Celestial.
Por medio de su ejemplo, ellos pueden aprender a respetar, honrar y a proteger a las mujeres.
En su hogar, pueden aprender a presidir su familia con amor y rectitud; pueden aprender a proveer de las cosas necesarias de la vida y la protección para su familia, tanto temporal como espiritualmente (véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129).
Hermanos, con toda la energía de mi alma, les pido que consideren esta pregunta: ¿Sus hijos los ven esforzarse por hacer lo que el Padre Celestial quisiera que ellos hagan?
Ruego que la respuesta sea sí. Si la respuesta es no, no es demasiado tarde para cambiar, pero deben comenzar hoy; y les testifico que nuestro Padre Celestial los ayudará.
Ahora, jóvenes, a quienes quiero tanto, ustedes saben que se están preparando para recibir el Sacerdocio de Melquisedec, para recibir las ordenanzas sagradas del templo y para cumplir con su deber y obligación de servir en una misión de tiempo completo, y luego, sin esperar demasiado, casarse en el templo con una hija de Dios y formar una familia. Entonces, deberán dirigir a su familia en las cosas espirituales según los guíe el Espíritu Santo (véanse D. y C. 20:44; 46:2; 107:12).
He preguntado a muchos jóvenes alrededor del mundo: “¿Por qué estás aquí?”.
Hasta el momento, ninguno ha respondido: “Para aprender a ser un padre a fin de estar preparado y ser digno de recibir todo lo que el Padre tiene”.
Analicemos sus deberes del Sacerdocio Aarónico según se describen en la sección 20 de Doctrina y Convenios. Presten atención a lo que ustedes sientan a medida que aplico esos deberes al servicio que prestan en su familia.
“…invitar a [toda su familia] a venir a Cristo” (versículo 59).
“…velar siempre por [ellos], y estar con ellos y fortalecerlos” (versículo 53).
“…predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar” a los integrantes de su familia (versículo 46).
“…exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares” (versículo 47).
“…cuidar de que no haya iniquidad en [su familia], ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias” (versículo 54).
“…ver que [su familia se reúna] con frecuencia” (versículo 55).
Ayudar a su padre en sus deberes como patriarca; apoyar a su madre con la fortaleza del sacerdocio cuando su padre no esté presente (véanse los versículos 52, 56).
Cuando se les pida, “ordenar a otros presbíteros, maestros y diáconos” de su familia (versículo 48).
¿No les suena esto como el trabajo y la función de un padre?
El cumplir con los deberes del Sacerdocio Aarónico los prepara, a ustedes, los jóvenes, para ser padres. El librito Mi Deber a Dios puede ayudarlos a aprender cómo hacer planes específicos para cumplir con sus deberes; puede servir como guía y ayuda a medida que procuran saber la voluntad del Padre Celestial y establecen metas para cumplir con ella.
El Padre Celestial los ha traído en esta época en particular para una obra especial y un propósito eterno; Él quiere que ustedes reconozcan ese propósito con claridad y lo comprendan. Él es su Padre y siempre pueden dirigirse a Él para obtener guía.
Sé que nuestro Padre Celestial se interesa por cada uno de nosotros en forma personal y tiene un plan personal para cada uno a fin de que logremos nuestro destino eterno. Él ha enviado a Su Hijo Unigénito, Jesucristo, para ayudarnos a superar nuestras imperfecciones por medio de la Expiación; nos ha bendecido con el Espíritu Santo para que sea un testigo, compañero y guía hacia nuestro destino eterno si confiamos en Él. Que cada uno disfrute de la plenitud de las bendiciones del Padre en esta vida y del cumplimiento de Su obra y Su gloria al llegar a ser padres de nuestras familias por la eternidad (véase Moisés 1:39). En el nombre de Jesucristo. Amén.