2015
La familia es de Dios
Mayo de 2015


La familia es de Dios

Cada una de nosotras pertenece a la familia de Dios y es necesaria en ella.

¿Hay algo más hermoso y profundo que las verdades sencillas y puras del Evangelio que se enseñan en una canción de la Primaria? Todas ustedes, niñas de la Primaria aquí presentes esta noche, conocen la canción de la que voy a hablar; la aprendieron para el programa de la Primaria del año pasado.

En la letra de “La familia es de Dios”1, que se cantó previamente en esta reunión, se nos recuerda doctrina pura. No sólo aprendemos que la familia es ordenada por Dios, sino, además, que cada una de nosotras es parte de la familia de Dios.

En la primera frase de la canción se enseña: “Una familia tiene Dios. Nos incluyó a todos pues somos Sus hijos”. De la proclamación sobre la familia, aprendemos: “En el mundo premortal, hijos e hijas, procreados como espíritus, conocieron a Dios y lo adoraron como su Padre Eterno”. En ese mundo, aprendimos acerca de nuestra identidad eterna como mujeres. Supimos que cada una de nosotras era “[una amada]… hija [de] padres celestiales”2.

Nuestra trayectoria mortal en la Tierra no cambió esas verdades. Cada una de nosotras pertenece a la familia de Dios y es necesaria en ella. Cada familia en la Tierra es diferente; y si bien hacemos lo mejor que podemos por crear sólidas tradiciones familiares, el ser parte de la familia de Dios no depende de ninguna condición: estado civil, situación familiar, situación económica, posición social; ni siquiera del tipo de estatus que publicamos en las redes sociales.

Tenemos sentido de pertenencia. “Somos hijas de un Padre Celestial que nos ama y nosotras lo amamos a Él”3.

La segunda frase de la canción amplía la primera: “Una morada preparó para vivir felices en familia”.

En la vida preterrenal, supimos que necesitaríamos un período en la vida mortal. Aceptamos el “plan [del Padre Celestial] por medio del cual Sus hijos podrían obtener un cuerpo físico y ganar experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente lograr [nuestro] destino divino como [herederas] de la vida eterna”4.

El élder Richard G. Scott explicó que “en la vida premortal se nos enseñó que el propósito de venir aquí era para ser probados y tener oportunidad de crecer”5. Ese crecimiento viene de tantas formas como personas que lo experimentan. Nunca he tenido que pasar por un divorcio, ni por el dolor y la inseguridad que provienen del abandono, ni he tenido la responsabilidad asociada con ser madre soltera; no he experimentado la muerte de un hijo, la infertilidad, ni la atracción hacia personas del mismo sexo; no he tenido que soportar el abuso ni una enfermedad crónica ni la adicción; ésas no han sido mis oportunidades de crecimiento.

De modo que, ahora algunas de ustedes están pensando: “Hermana Stephens, ¡usted sencillamente no entiende!”. Yo les contesto que quizás tengan razón; no comprendo sus desafíos completamente, pero mediante mis pruebas y dificultades personales, las que han hecho que yo me pusiera de rodillas, he llegado a conocer bien a Aquél que sí entiende, Él, que es “experimentado en quebranto”6, que probó todas las cosas y entiende todo; y además, he vivido todas las pruebas terrenales que acabo de mencionar a través de la perspectiva de ser hija, madre, abuela, hermana, tía y amiga.

Nuestra oportunidad como hijas que guardan los convenios de Dios no es sólo la de aprender de nuestros propios desafíos; es la de unirnos en empatía y en compasión al apoyar a otros miembros de la familia de Dios en sus dificultades, conforme hemos hecho convenio de hacerlo.

Al hacerlo, también llegamos a entender y a confiar en que el Salvador conoce las dificultades del camino y nos puede guiar a lo largo de cualquier tristeza y decepción que debamos afrontar. Él es la verdadera caridad y Su amor “permanece para siempre”7 —en parte por medio de nosotras— al seguirlo a Él.

En calidad de hijas de Dios y discípulas de Jesucristo, entonces “[actuamos] de acuerdo con esa compasión que Dios ha puesto” en nuestro corazón]8. Nuestra esfera de influencia no se limita a los integrantes de nuestra propia familia.

Photo of Sister Yazzi and Sister Yellowhair

Hace poco tuve la oportunidad de visitar a la hermana Yazzie, de la Estaca Chinle, Arizona, en su casa. Cuando ella me recibió, la primera cosa que noté fue la variedad de cuadros con fotos de familiares y misioneros en las paredes y en las mesas, así que le pregunté: “Hermana Yazzie, ¿cuántos nietos tiene?”.

Sorprendida por la pregunta, ella se encogió de hombros. Confundida por su respuesta, miré a su hija, la hermana Yellowhair, que respondió: “Ella no sabe cuántos nietos tiene; no los contamos; todos los niños la llaman ‘abuela’; ella es la abuela de todos”.

La hermana Yazzie no limita su amor y su influencia a su familia biológica; ella entiende lo que significa ampliar su esfera de influencia conforme hace el bien, bendice, enseña y defiende a la familia de Dios; comprende que “siempre que una mujer fortalece la fe de un niño, contribuye a la fuerza de la familia, tanto en la actualidad como en el futuro”9.

La tercera frase de la canción explica el propósito de la vida terrenal: “El Padre preparó el sitio ideal para que nazca yo”. El Salvador enseñó: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos”10. En la proclamación sobre la familia se enseña que, en calidad de hijas procreadas como espíritu por padres celestiales, tenemos una naturaleza divina, una identidad y un propósito eternos. Dios desea que seamos uno; Dios necesita que seamos uno: hijas que guardan los convenios, unidas a pesar de las diferencias de nuestra vida individual11, y que desean aprender todo lo que se requiera para volver a Su presencia, selladas a Él como parte de Su familia eterna.

“Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente”12. Las ordenanzas que recibimos y los convenios que hacemos en el bautismo y en los santos templos conectan a la familia de Dios en los dos lados del velo, ligándonos a nuestro Padre mediante Su Hijo, quien oró: “para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros”13.

Conforme utilizamos nuestro tiempo en la mortalidad para estudiar y aplicar las enseñanzas del Salvador, llegamos a ser más como Él; llegamos a entender que Él es el camino, la única manera en que podemos superar los desafíos terrenales, ser sanadas y volver a nuestro hogar celestial.

La última frase de la canción vuelve adonde empezó: “Como muestra de Su amor, la familia es de Dios”. El plan del Padre para Sus hijos es un plan de amor; es un plan para unir a Sus hijos —a Su familia— con Él. El élder Russell M. Nelson enseñó: “El Padre Celestial no tiene sino sólo dos deseos para Sus hijos… la inmortalidad y la vida eterna, ‘que significa vivir con Él de regreso en nuestro hogar”14. Esos deseos pueden llevarse a cabo sólo si también compartimos el amor que el Padre Celestial tiene por Su familia al tender la mano y dar a conocer Su plan a otras personas.

Hace veinte años, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles tendieron la mano al mundo entero al emitir la proclamación sobre la familia. Desde entonces, los ataques a la familia han incrementado.

Si vamos a tener éxito en nuestras sagradas responsabilidades como hijas de Dios, debemos entender el significado eterno de enseñar las verdades sobre el plan de nuestro Padre Celestial para Su familia y nuestra responsabilidad individual de hacerlo. El presidente Howard W. Hunter explicó:

“…hay una gran necesidad de reunir a las mujeres de la Iglesia para que se unan a los hermanos y traten de oponerse a la corriente del mal que nos rodea, y de hacer avanzar la obra de nuestro Salvador…

“Las exhortamos a ministrar con su gran influencia para bien a fin de fortalecer a nuestras familias, a la Iglesia y a la comunidad”15.

Hermanas, tenemos sentido de pertenencia; se nos ama; se nos necesita; tenemos un propósito, una labor, un lugar y una función divinos en la Iglesia y reino de Dios, y en Su familia eterna. ¿Comprenden, en lo profundo del alma, que Su Padre Celestial las ama y desea que ustedes y sus seres queridos estén con Él? Así como “el Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo son perfectos… Sus esperanzas concernientes a [nosotras] son perfectas”16. Su plan para nosotras es perfecto y Sus promesas ciertas. De estas verdades testifico con agradecimiento. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notes

  1. Véase “La familia es de Dios”, en Las familias son eternas: Bosquejo del Tiempo para compartir 2014, 2013, págs. 28–29.

  2. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

  3. Lema de las Mujeres Jóvenes, en Mujeres Jóvenes, Progreso Personal, librito, 2009, pág. 3.

  4. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”.

  5. Richard G. Scott, “Haz del ejercicio de tu fe tu mayor prioridad”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 92.

  6. Isaías 53:3.

  7. Moroni 7:47.

  8. José Smith, en Hijas en Mi reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro, 2011, pág. 18.

  9. Hijas en Mi reino, pág. 176.

  10. Doctrina y Convenios 38:27.

  11. Véase de Patricia T. Holland, “‘One Thing Needful’: Becoming Women of Greater Faith in Christ”, Ensign, octubre de 1987, págs. 26–33.

  12. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”.

  13. Juan 17:21.

  14. R. Scott Lloyd, “God Wants His Children to Return to Him, Elder Nelson Teaches”, sección de Noticias de la Iglesia de lds.org, 28 de enero de 2014lds.org/church/news/god-wants-his-children-to-return-to-him-elder-nelson-teaches.

  15. Howard W. Hunter, en Hijas en Mi reino, pág. 175; véase también “A las mujeres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1993, págs. 106–108.

  16. M. Russell Ballard, “Let Us Think Straight” Devocional de la Universidad Brigham Young del 20 de agosto de 2013;speeches.byu.edu.