Sí, ¡podemos ganar y ganaremos!
Debemos asirnos aún más fuertemente a nuestro testimonio del evangelio de Jesucristo; entonces ganaremos las batallas diarias contra el mal.
Queridos hermanos, me siento humilde por el privilegio de dirigirles la palabra a ustedes, los poseedores del sacerdocio de Dios de toda la Iglesia.
El presidente Thomas S. Monson ha dicho:
“A veces, el mundo puede ser un lugar atemorizante en el cual vivir. La estructura moral de la sociedad parece estar desmoronándose a una rapidez alarmante. Nadie, ya sea joven, anciano, o de mediana edad, se libra de estar expuesto a aquellas cosas que tienen el potencial de arrastrarnos hacia abajo y destruirnos.
“Estamos librando una guerra con el pecado… pero no debemos desanimarnos; es una guerra que podemos ganar y que ganaremos. Nuestro Padre Celestial nos ha dado las herramientas que necesitamos para lograrlo”1.
Todos nosotros, jóvenes y adultos, afrontamos a diario la guerra a la que se refirió el presidente Monson. El enemigo y sus ángeles tratan de distraernos. Su finalidad es impulsar a que nos apartemos de los convenios que hemos hecho con el Señor y perdamos de vista nuestra herencia eterna. Ellos conocen bien el plan que nuestro Padre Celestial tiene para Sus hijos, ya que estuvieron con nosotros en el Gran Concilio de los Cielos cuando fue presentado. Tratan de aprovecharse de nuestras debilidades y flaquezas, y nos engañan con “vapores de tinieblas… que ciegan los ojos y endurecen el corazón de los hijos de los hombres, y los conducen hacia caminos anchos, de modo que perecen y se pierden”2.
A pesar de la oposición que afrontamos, el presidente Monson ha enseñado que podemos ganar esta guerra y que la ganaremos. El Señor confía en nuestra capacidad y determinación para hacerlo.
Las Escrituras contienen innumerables ejemplos de aquellos que ganaron sus guerras aun bajo circunstancias sumamente hostiles. Uno de ellos es el capitán Moroni en el Libro de Mormón. Ese extraordinario joven tuvo el valor de defender la verdad en una época en la que había muchas disensiones y guerras, lo cual amenazaba con destruir a toda la nación nefita. Aunque llevaba a cabo sus responsabilidades con eficiencia, Moroni siguió siendo humilde. Junto con otros atributos, eso hizo que fuera un instrumento extraordinario en las manos de Dios en ese entonces. El libro de Alma explica que, si todos los hombres hubieran sido como Moroni, “los poderes mismos del infierno se habrían sacudido para siempre; [y] el diablo jamás tendría poder sobre el corazón de los hijos de los hombres”3. Todos los atributos de Moroni provenían de su gran fe en Dios y en el Señor Jesucristo4, y de su firme determinación de seguir la voz de Dios y de Sus profetas5.
En sentido figurado, todos debemos convertirnos en un capitán Moroni moderno a fin de ganar la guerra contra el mal. Conozco a un fiel joven diácono que se convirtió en un capitán Moroni moderno. Debido a que ha procurado seguir el consejo de sus padres y líderes de la Iglesia, su fe y determinación se ha puesto a prueba todos los días, a pesar de ser tan joven. Me contó que un día lo tomó por sorpresa una situación difícil e incómoda: sus amigos estaban mirando imágenes pornográficas en sus teléfonos. En ese preciso momento, ese joven tuvo que decidir qué era más importante: su popularidad o su rectitud. En los instantes que siguieron, se armó de valor y dijo a sus amigos que lo que estaban haciendo no era correcto. Más aun, les dijo que debían dejar de hacer lo que hacían o de lo contrario se convertirían en esclavos de ello. La mayoría de sus compañeros se burlaron de su consejo diciéndole que era parte de la vida y que no tenía nada de malo. No obstante, hubo uno de ellos que escuchó el consejo del joven y decidió dejar de hacer lo que estaba haciendo.
El ejemplo de ese diácono tuvo una influencia positiva en al menos uno de sus compañeros. Seguramente él y su amigo fueron objeto de burlas y persecución debido a su decisión. Por otra parte, siguieron la amonestación que Alma hizo a su pueblo cuando dijo: “Salid de entre los inicuos, y conservaos aparte, y no toquéis sus cosas inmundas”6.
El folleto Para la Fortaleza de la Juventud contiene el siguiente consejo aprobado por la Primera Presidencia para los jóvenes de la Iglesia: “Tú eres responsable por las decisiones que tomes. Dios te tiene presente y te ayudará a tomar buenas decisiones, aun cuando tu familia y amigos utilicen su albedrío en forma equivocada. Debes tener la valentía moral de permanecer firme en tu obediencia a la voluntad de Dios, aun cuando tengas que permanecer solo. Al hacerlo, darás el ejemplo que otras personas pueden seguir”7.
La guerra entre el bien y el mal continuará a lo largo de nuestra vida ya que el propósito del adversario es que todas las personas sean miserables como él. Satanás y sus ángeles intentarán confundir nuestros pensamientos y controlarnos al tentarnos para que pequemos. Si lo logran, corromperán todo lo que es bueno. No obstante, es importante comprender que ellos tendrán poder sobre nosotros sólo si lo permitimos.
En las Escrituras también hay varios ejemplos de personas que otorgaron ese permiso al adversario y terminaron confundidas y hasta fueron destruidas, como Nehor, Korihor y Sherem. Debemos estar alerta de ese peligro. No podemos dejarnos confundir por mensajes populares que el mundo acepta con facilidad y que contradicen la doctrina y los principios verdaderos del evangelio de Jesucristo. Muchos de esos mensajes mundanos no son nada más que un intento que la sociedad hace para justificar el pecado. Debemos recordar que, al final, compareceremos ante Cristo “para ser juzgados por [nuestras] obras, ya fueren buenas o malas”8. Cada vez que se nos presenten esos mensajes mundanos, se requerirá de gran valor y un firme conocimiento del plan de nuestro Padre Celestial para escoger el bien.
Todos podemos recibir fuerza para escoger el bien si buscamos al Señor y depositamos toda nuestra confianza y fe en Él; pero, como se enseña en las Escrituras, debemos tener “un corazón sincero” y “verdadera intención”; entonces, el Señor, en Su infinita misericordia, “[nos] manifestará la verdad… por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”9.
El conocimiento adquirido por el Espíritu Santo no es más que nuestro testimonio, el cual aumenta nuestra fe y determinación de seguir las enseñanzas del Evangelio restaurado en estos últimos días, a pesar de los mensajes populares que escuchemos del mundo. Nuestro testimonio debe ser el escudo que nos protegerá de los ardientes dardos del adversario en su intento por atacarnos10; nos guiará a salvo a través de las tinieblas y la confusión que existen en el mundo hoy11.
Ese principio lo aprendí cuando serví como misionero en mi juventud. Mi compañero y yo servíamos en una rama de la Iglesia, muy pequeña y distante. Intentamos hablar con cada una de las personas de la ciudad; ellas nos recibían muy bien, pero les gustaba discutir en cuanto a las Escrituras y nos pedían evidencias concretas respecto a la veracidad de lo que enseñábamos.
Recuerdo que cada vez que mi compañero y yo intentábamos demostrar algo, el Espíritu de Dios nos abandonaba y nos sentíamos totalmente perdidos y confundidos. Sentimos que debíamos alinear con más firmeza nuestros testimonios con las verdades del Evangelio que enseñábamos. Desde ese momento en adelante, recuerdo que, cuando testificábamos con todo el corazón, el cuarto se llenaba de un poder apacible de confirmación que provenía del Espíritu Santo y que no dejaba lugar para la confusión ni a la discusión. Aprendí que no existe ninguna fuerza del mal que sea capaz de confundir, engañar o socavar el poder del testimonio sincero de un discípulo verdadero de Jesucristo.
Como el mismo Salvador enseñó, el adversario desea zarandearnos como a trigo y que perdamos la capacidad de ser una buena influencia en el mundo12.
Mis queridos hermanos, debido a la ola de confusión y de dudas que se extiende hoy por todo el mundo, debemos asirnos aun más fuertemente a nuestro testimonio del evangelio de Jesucristo; entonces nuestra capacidad para defender la verdad y la justicia aumentará en gran manera, ganaremos las batallas diarias contra el mal, y, en vez de caer en las batallas de la vida, persuadiremos a otras personas a que sigan las normas del Maestro.
Invito a todos a que busquen resguardo en las enseñanzas de las Escrituras. El capitán Moroni alineó su fe en Dios y su testimonio de la verdad con el conocimiento y la sabiduría que se hallan en las Escrituras. De ese modo, tuvo confianza en que recibiría las bendiciones del Señor y en que obtendría muchas victorias, lo cual en realidad sucedió.
Invito a todos a resguardarse en las palabras sabias de nuestros profetas actuales. El presidente Thomas S. Monson dijo: “Nosotros, los que hemos sido ordenados al sacerdocio de Dios, podemos marcar la diferencia. Cuando mantenemos nuestra pureza personal y honramos nuestro sacerdocio, nos convertimos en ejemplos rectos que los demás pueden seguir… [y ayudamos a] iluminar un mundo cada vez más oscuro”13.
Invito a todos a confiar en los méritos y en el poder de la expiación de Jesucristo. Por medio de Su sacrificio expiatorio, podemos armarnos de valor para ganar todas las guerras de nuestra época, incluso en medio de nuestras dificultades, desafíos y tentaciones. Confiemos en Su amor y Su poder para salvarnos. Jesucristo mismo dijo:
“Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”14.
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”15.
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo”16.
Testifico de estas verdades en el nombre sagrado de Jesucristo. Amén.