Seremos probados y tentados, pero recibiremos ayuda
Podemos ayudarnos unos a otros como hijos de nuestro Padre Celestial en nuestras pruebas y tentaciones.
Durante el curso de la vida somos probados y tentados. También tenemos la oportunidad de ejercer el albedrío y de ayudarnos unos a otros. Estas verdades son parte del maravilloso y perfecto plan de nuestro Padre Celestial.
El presidente John Taylor dijo: “Oí al Profeta José decir, hablando en una oportunidad a los Doce: ‘Tendrán que pasar por toda clase de pruebas. Y es indispensable que sean probados, como lo fue para Abraham y otros hombres de Dios, y (agregó) Dios los buscará y los tomará y retorcerá las fibras mismas de su corazón’”1.
Una vez que hemos llegado a la edad de responsabilidad, las pruebas y tentaciones son universales. Algunas veces pueden convertirse en pesadas cargas, pero nos dan fortaleza y crecimiento cuando las sobrellevamos con éxito.
Afortunadamente, esas cargas no tenemos por qué soportarlas solos. Alma enseñó: “… y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”2. Estas palabras indican que tenemos la responsabilidad de ayudarnos los unos a los otros. Esa responsabilidad proviene de un llamamiento en la Iglesia, de una asignación, o de una amistad o como parte de nuestro divino deber como padres, cónyuges o miembros de la familia, o simplemente por ser parte de la familia de Dios.
Permítanme mostrar cuatro formas de cómo podemos aligerar nuestras cargas mientras nos ayudamos unos a otros:
1. El Salvador dijo: “… y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos”3. Por ejemplo se nos pide ir al templo de acuerdo a nuestras posibilidades. El asistir al templo requiere sacrificio de tiempo y recursos, especialmente para aquellos que deben viajar una distancia larga. Sin embargo ese sacrificio podría ser considerado la primera milla.
Empezamos a recorrer la segunda milla cuando entendemos las palabras: “encontrar, llevar, enseñar”4; cuando investigamos y preparamos los nombres de nuestros antepasados para realizar sus ordenanzas; cuando ayudamos en indexación; cuando servimos como obreros en el templo; y cuando estamos atentos a las necesidades de nuestro prójimo y le ayudamos a tener experiencias significativas en el templo.
Una estaca de las que yo supervisaba como Setenta de Área participó en una excursión numerosa al templo. El templo es pequeño y hubo miembros que a pesar de hacer el largo viaje de doce horas se quedaron sin entrar, pues se sobrepasó la capacidad del día del templo.
Días después visité esa estaca y le pedí al presidente que me permitiera entrevistar a algunos de esos miembros, que ese día, se quedaron sin entrar. Al entrevistar a un hermano, él dijo: “Élder, no se preocupe, yo estuve en la casa del Señor, me senté en una banca en el jardín y medité en las ordenanzas. Tuve la oportunidad de entrar, pero cedí el lugar a un hermano que entró al templo por primera vez para sellarse con su esposa, para que ellos tuvieran la oportunidad de asistir a dos sesiones. El Señor me conoce, me ha bendecido y estamos bien”.
2. Sonrían. Esta pequeña acción puede ayudar a aquellos que están abrumados o con cargas. Durante la reunión de sacerdocio de la pasada conferencia general en abril, yo estaba sentado en el estrado, como una de las cinco nuevas autoridades generales. Estábamos sentados en el lugar donde las hermanas de las organizaciones auxiliares están hoy sentadas. Yo estaba muy nervioso y abrumado con mi nuevo llamamiento.
Cuando nos paramos para cantar el himno intermedio, sentí la fuerte impresión de que alguien me estaba mirando. Pensé para mí mismo: “Hay más de 20,000 personas en este edificio y la mayoría de ellas está viendo hacia este lugar, por supuesto alguien te está mirando”.
Mientras continuamos cantando, sentí de nuevo la fuerte impresión de que alguien me estaba mirando. Miré hacia la fila del Cuórum de los Doce y vi que el presidente Russell M. Nelson estaba completamente volteado en su asiento y dirigía su mirada hacia donde nosotros estábamos. Nuestras miradas se cruzaron y entonces me dio una gran sonrisa. Esa sonrisa trajo paz a mi abrumado corazón.
Después de Su resurrección, el Señor Jesucristo visitó a Sus otras ovejas. Él llamó y ordenó a doce discípulos, y con esa autoridad ellos ministraron a las personas. El mismo Señor Jesucristo estuvo en medio de ellos. El Señor les pidió que se arrodillaran y oraran. No estoy seguro si los discípulos recién llamados y ordenados estaban abrumados con su llamamiento, pero la Escritura dice: “Y ocurrió que Jesús los bendijo mientras le dirigían sus oraciones; y la sonrisa de su faz fue sobre ellos, y los iluminó la luz de su semblante”5. Durante la pasada conferencia general una sonrisa aligeró mis cargas en una manera inmediata y extraordinaria.
3. Expresen sentimientos de compasión a otros. Si son poseedores del sacerdocio, por favor usen su poder en beneficio de los hijos de Dios, bendiciéndolos. Expresen palabras de consuelo y alivio a las personas que están sufriendo o experimentando aflicciones.
4. La piedra de coronación del plan de nuestro Padre Celestial es la expiación del Señor Jesucristo. Al menos una vez por semana deberíamos meditar como lo hizo el presidente Joseph F. Smith en “… el grande y maravilloso amor manifestado por el Padre y el Hijo en la venida del Redentor al mundo”6. El invitar a otras personas a asistir a la Iglesia y dignamente participar de la Santa Cena resultará en que más hijos de nuestro Padre Celestial reflexionen en la Expiación; y si no somos dignos, podemos arrepentirnos. Recordemos que el Hijo del Altísimo descendió debajo de todo y tomó sobre Sí nuestras faltas, pecados, transgresiones, enfermedades, dolores, aflicciones y soledades. La Escritura nos enseña que Cristo “… ascendió a lo alto, como también descendió debajo de todo, por lo que comprendió todas las cosas”7.
No importa cuál sea nuestra desesperante situación, sea una enfermedad, una soledad prolongada, o sea cualquier acción del adversario tentándonos y probándonos; el Buen Pastor está ahí, nos llama por nuestro nombre y nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”8.
Me gustaría resumir los cuatro puntos:
Primero: Caminar la segunda milla.
Segundo: Sonreír, su sonrisa ayudará a otras personas.
Tercero: Expresar compasión.
Cuarto: Invitar a otras personas a venir a la Iglesia.
Doy mi testimonio del Salvador, Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Él vive. Sé que Él apoya con todo Su ser y Su poder el plan de Su Padre. Yo sé que el presidente Thomas S. Monson es un profeta viviente. Él tiene todas las llaves para realizar con éxito el plan de Dios en la tierra. Yo sé que podemos ayudarnos unos a otros como hijos de nuestro Padre Celestial en nuestras pruebas y tentaciones. En el nombre de Jesucristo. Amén.