¿Qué más me falta?
Si somos humildes y nos dejamos enseñar, el Espíritu Santo nos inducirá a mejorar y nos guiará a casa, pero debemos pedir al Señor instrucciones a lo largo del camino.
Comencé a investigar la Iglesia cuando era un joven adulto. Al principio me sentí atraído hacia el Evangelio por el ejemplo de mis amigos Santos de los Últimos Días, pero con el tiempo me atrajo su doctrina singular. Cuando supe que los hombres y mujeres fieles podían seguir progresando y finalmente llegar a ser como nuestros Padres Celestiales, quedé francamente asombrado. Me encantó la idea y sentí que era verdadera.
Poco después de mi bautismo, me encontraba estudiando el Sermón del Monte y me di cuenta de que Jesús enseñó esa misma verdad sobre el progreso eterno en la Biblia. Él dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”1.
Hace más de cuarenta años que soy miembro de la Iglesia, y cada vez que leo ese versículo de las Escrituras recuerdo cuál es nuestro propósito aquí en la tierra. Vinimos para aprender y mejorar hasta llegar a ser gradualmente santificados y perfeccionados en Cristo.
El recorrido del discipulado no es uno fácil. Se lo ha llamado “el curso de la superación constante”2. Al viajar por el sendero estrecho y angosto, el Espíritu nos invita continuamente a ser mejores y a ascender más alto. El Espíritu Santo es el compañero de viaje ideal. Si somos humildes y enseñables, Él nos tomará de la mano y nos guiará a casa.
No obstante, a lo largo del camino necesitamos pedir instrucciones al Señor. Tenemos que hacer algunas preguntas difíciles, como: “¿Qué debo cambiar?”, “¿Cómo puedo mejorar?”, “¿Qué debilidad debo fortalecer?”.
Consideremos el relato del joven rico, en el Nuevo Testamento. Era un joven recto que ya cumplía los Diez Mandamientos; pero él deseaba ser mejor. Su meta era la vida eterna.
Cuando se encontró con el Salvador, preguntó: “¿Qué más me falta?”3.
Inmediatamente Jesús respondió dando un consejo que iba específicamente dirigido al joven rico: “Le dijo Jesús: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y da a los pobres … y ven, sígueme”4.
El joven quedó atónito; nunca había considerado tal sacrificio. Él era lo suficientemente humilde para preguntar al Señor, pero no lo suficientemente fiel para seguir el consejo divino que recibió. Nosotros debemos estar dispuestos a actuar cuando recibimos una respuesta.
El presidente Harold B. Lee enseñó: “Todo el que desee alcanzar la perfección debe preguntarse [en] alguna ocasión: ‘¿Qué más me falta?’”5.
Conocí a una fiel madre que se humilló y preguntó: “¿Qué es lo que me impide progresar?”. En su caso, la respuesta del Espíritu llegó de inmediato: “Deja de quejarte”. Esta respuesta la sorprendió. Nunca se había considerado una persona quejumbrosa; sin embargo, el mensaje del Espíritu Santo fue muy claro. En los días y semanas que siguieron tomó conciencia de su hábito de quejarse. Agradecida por la invitación a superarse, tomó la determinación de contar sus bendiciones en lugar de sus desafíos. A los pocos días sintió la cálida aprobación del Espíritu.
Un humilde joven, que parecía no poder encontrar a la joven adecuada, acudió al Señor en busca de ayuda: “¿Qué es lo que me impide ser el hombre adecuado?”, preguntó. Esta respuesta llegó a su mente y a su corazón: “Purifica tu manera de hablar”. En ese momento, se dio cuenta de que algunas expresiones groseras eran parte de su vocabulario, y se comprometió a cambiar.
Una hermana soltera valientemente preguntó: “¿Qué debo cambiar?”, y el Espíritu le susurró: “No interrumpas a las personas cuando estén hablando”. El Espíritu Santo en verdad brinda consejos personalizados; es un compañero absolutamente honesto y nos dirá cosas que nadie más sabe o tiene el valor de decir.
Un exmisionero se hallaba estresado debido a que tenía una vida muy ocupada. Trataba de encontrar tiempo para el trabajo, los estudios, la familia y un llamamiento en la Iglesia, y pidió consejo al Señor: “¿Cómo puedo sentirme en paz con todo lo que tengo que hacer?”. La respuesta no fue lo que esperaba; recibió la impresión de que debía observar con más cuidado el día de reposo y santificarlo. Decidió dedicar el domingo al servicio del Señor, dejar a un lado sus cursos universitarios ese día y, en su lugar, estudiar el Evangelio. Ese pequeño ajuste trajo la paz y el equilibrio que estaba buscando.
Hace años leí en una revista de la Iglesia la historia de una joven que vivía lejos de casa y asistía a la universidad. Iba atrasada en sus clases, su vida social no era lo que había esperado y en general era infeliz. Finalmente, un día, se arrodilló y clamó: “¿Qué puedo hacer para mejorar mi vida?”. El Espíritu Santo susurró: “Levántate y limpia tu cuarto”. Esa impresión la sorprendió, pero fue exactamente el punto de partida que ella necesitaba. Después de dedicar un tiempo a organizar y ordenar sus cosas, sintió que el Espíritu llenaba su cuarto y alegraba su corazón.
El Espíritu Santo no nos dice que mejoremos todo a la vez. Si lo hiciera, nos desanimaríamos y nos daríamos por vencidos. El Espíritu trabaja con nosotros a nuestro propio ritmo, un paso a la vez o, como el Señor enseñó: “… línea por línea, precepto por precepto … y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos … pues a quien reciba, le daré más”6. Por ejemplo, si el Espíritu Santo les ha instado a dar las “gracias” con más frecuencia, y ustedes responden a esa invitación, entonces tal vez Él sienta que es hora de que ustedes avancen hacia un desafío mayor, como aprender a decir: “Lo siento, fue culpa mía”.
El momento perfecto para preguntar “¿Qué más me falta?” es cuando tomamos la Santa Cena. El apóstol Pablo enseñó que ese es el momento de examinarnos a nosotros mismos7. En ese ambiente de reverencia, al dirigir nuestros pensamientos hacia el cielo, el Señor nos puede decir suavemente lo siguiente en lo que debemos trabajar.
Al igual que ustedes, a lo largo de los años he recibido muchos mensajes del Espíritu que me mostraban cómo podía mejorar. Permítanme compartir algunos ejemplos personales de mensajes que tomé muy seriamente. Esas impresiones incluyeron:
-
No alces la voz.
-
Organízate; haz una lista diaria de tareas.
-
Cuida mejor tu cuerpo comiendo más frutas y verduras.
-
Asiste al templo con más frecuencia.
-
Dedica tiempo a meditar antes de orar.
-
Pide consejo a tu esposa.
-
Y ten paciencia al manejar, no te excedas del límite de velocidad. (Aún sigo trabajando en esta).
El sacrificio expiatorio del Salvador es lo que hace posible la perfección y la santificación. Nunca podríamos hacerlo solos, pero la gracia de Dios es suficiente para ayudarnos. Tal como observó el élder David A. Bednar una vez: “La mayoría de nosotros entiende claramente que la Expiación es para los pecadores; sin embargo, no estoy seguro de que sepamos y comprendamos que la Expiación también es para los santos, para los buenos hombres y mujeres que son obedientes, dignos y dedicados, y que están esforzándose por llegar a ser mejores”8.
Me gustaría sugerirles que en breve realicen un ejercicio espiritual, tal vez incluso esta misma noche al hacer sus oraciones. Con humildad, pregunten al Señor lo siguiente: “¿Qué es lo que me está impidiendo progresar?”. En otras palabras: “¿Qué más me falta?”. Luego esperen en silencio una respuesta. Si son sinceros, la respuesta pronto será clara; será revelación dirigida solo a ustedes.
Quizás el Espíritu les indique que deben perdonar a alguien; o tal vez reciban el mensaje de ser más selectivos en cuanto a las películas que ven, o la música que escuchan. Ustedes podrían recibir la impresión de ser más honestos en sus negocios, o más generosos en sus ofrendas de ayuno. Las posibilidades son infinitas.
El Espíritu puede mostrarnos nuestras debilidades, pero también nuestras fortalezas. A veces debemos preguntar lo que estamos haciendo bien para que el Señor pueda elevarnos y alentarnos. Al leer nuestra bendición patriarcal, se nos recuerda que nuestro Padre Celestial conoce nuestro potencial divino. Él se regocija cada vez que avanzamos un paso. Para Él, la dirección en la que vamos es mucho más importante que nuestra velocidad.
Hermanos y hermanas, sean constantes, pero nunca se desanimen. No alcanzaremos la perfección hasta más allá de la tumba, pero aquí, en la vida terrenal, podemos poner los cimientos. “Hoy debemos ser mejores de lo que fuimos ayer y mañana mejores de lo que somos hoy”9.
Si el crecimiento espiritual no es una prioridad en nuestra vida, si no estamos en el curso de la superación constante, nos perderemos experiencias importantes que Dios desea darnos.
Hace años leí estas palabras del presidente Spencer W. Kimball, las cuales me causaron un perdurable impacto. Él dijo: “Sé que dondequiera que haya un corazón humilde y sincero, un deseo de ser recto, abandono del pecado y obediencia a los mandamientos de Dios, el Señor derrama más y más luz hasta que finalmente se tiene poder de traspasar el velo celestial … Una persona de esa rectitud tiene la invalorable promesa de que un día verá la faz del Señor y sabrá que Él es”10.
Ruego que esa pueda ser algún día nuestra experiencia final a medida que permitimos que el Espíritu Santo nos guíe a casa. En el nombre de Jesucristo. Amén.