Persevera en tu camino
Pongan a Dios en primer plano, no importa las pruebas a las que se enfrenten. Amen a Dios; tengan fe en Cristo y entréguense a Él en todas las cosas.
El 11 de marzo de 2011, me encontraba en una plataforma en la estación de trenes de Shinagawa, Tokio, para visitar la Misión Japón Kobe. Aproximadamente a las 2:46 de la tarde, hubo un terremoto masivo con una magnitud de 9.0. No me pude mantener de pie debido al intenso zarandeo y me aferré al barandal de unas escaleras. Las luces de los cielorrasos cercanos empezaron a caer al suelo. Todo Tokio estaba en estado de pánico.
Afortunadamente, no resulté herido, y cuatro horas más tarde sentí alivio al enterarme de que toda mi familia estaba a salvo.
Por televisión transmitían escenas aterradoras e impactantes. Un gigantesco maremoto azotó la región de la Misión Sendai, arrasando todo a su paso: autos, casas, fábricas y campos. Estaba atónito ante las trágicas imágenes y lloré y supliqué con fervor que la protección y la ayuda de nuestro Padre Celestial estuvieran con toda la gente que vivía en esa región a la que amo tanto.
Más tarde, se confirmó que todos los misioneros y los miembros de la Iglesia estaban a salvo. No obstante, afectó a muchos miembros que perdieron a sus familiares, sus casas y posesiones. Perecieron cerca de veinte mil personas, las comunidades quedaron destrozadas y muchas personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares como resultado de un accidente de la planta de energía nuclear.
Desastres como estos están haciendo estragos en muchas partes del mundo hoy día, causando la pérdida de muchas vidas. Se nos advierte que ocurrirán desastres, guerras e innumerables dificultades en el mundo.
Cuando de pronto nos sobrevienen pruebas como estas, quizás nos preguntemos: “¿Por qué me suceden estas cosas?” o “¿Por qué tengo que sufrir?”.
Por mucho tiempo después de que me convertí al Evangelio, no tenía una clara respuesta a la pregunta: “¿Por qué se me dan pruebas?”. Comprendía la parte del Plan de Salvación que dice que seremos probados; no obstante, en lo referente a esa pregunta, en realidad no poseía una convicción que fuese lo suficientemente poderosa para darle una respuesta apropiada. Pero llegó un momento de mi vida en que yo también pasé por una gran prueba.
Cuando tenía treinta años, visitaba la Misión Nagoya como parte de mi trabajo. Después de la reunión, el presidente de misión hizo amablemente los arreglos para que los élderes me llevaran al aeropuerto. Sin embargo, al llegar a la bocacalle al final de una empinada colina, un enorme camión salió disparado por detrás de nosotros a gran velocidad, estrellándose en la parte trasera de nuestro auto y lanzándolo más de veintiún metros hacia adelante. Lo terrible de todo esto es que no llevaba conductor; la parte de atrás de nuestro auto se comprimió a la mitad de su tamaño original. Afortunadamente, los élderes y yo sobrevivimos.
Sin embargo, al día siguiente, empecé a experimentar dolor en el cuello y los hombros y a tener un terrible dolor de cabeza. A partir de ese día, no podía dormir y tuve que vivir todos los días con dolor tanto físico como mental. Le pedí a Dios que por favor me sanara del dolor, pero esos síntomas persistieron más o menos diez años.
Durante ese tiempo, empezaron a acudir a mi mente sentimientos de duda, y me preguntaba: “¿Por qué tengo que sufrir tanto dolor?”. No obstante, a pesar de que la clase de sanación que buscaba no se me concedió, me esforcé por ser fiel en guardar los mandamientos de Dios. Seguí orando a fin de que pudiese resolver las dudas que tenía con respecto a mis pruebas.
Hubo un tiempo en que tuve dificultades con algunos asuntos personales y me inquieté porque no sabía cómo afrontar esa nueva prueba. Oré para recibir una respuesta, pero no la recibí de inmediato; de manera que fui a hablar con un líder de la Iglesia en quien confiaba.
Mientras conversábamos, con amor en su voz, dijo: “Hermano Aoyagi, ¿no es el propósito de estar en esta tierra el experimentar esta prueba? ¿No es aceptar todas las pruebas de esta vida por lo que son y después dejar el resto al Señor? ¿No cree que ese problema se resolverá cuando seamos resucitados?”.
Cuando oí esas palabras, sentí fuertemente el Espíritu del Señor. Había oído esa doctrina infinidad de veces, pero los ojos de mi entendimiento no se habían abierto al grado que lo fueron en esa ocasión. Comprendí que esa era la respuesta que le había estado suplicando al Señor en mis oraciones. Pude comprender claramente el Plan de Salvación de nuestro Padre Celestial y volver a entender ese importante principio.
En Abraham, el Señor Dios declaró: “… y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”1.
El principio es que el Dios que creó los cielos y la tierra conoce el gran diseño de esta tierra, que Él tiene dominio sobre todas las cosas en los cielos y en la tierra, y que a fin de llevar a cabo el Plan de Salvación, Él nos da muchas experiencias diferentes, incluso algunas pruebas, mientras estamos en esta tierra.
El Señor le dijo lo siguiente a José Smith:
“… entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien …
“Por tanto, persevera en tu camino… porque Dios estará contigo para siempre jamás”2.
Las pruebas de esta tierra, incluso las enfermedades y la muerte, son parte del Plan de Salvación y son experiencias inevitables. Es necesario que “perseveremos en [nuestro] camino” y aceptemos nuestras pruebas con fe.
Sin embargo, el propósito de nuestra vida no es simplemente soportar las pruebas. Nuestro Padre Celestial envió a Su Amado Hijo, Jesucristo, como nuestro Salvador y Redentor a fin de que pudiésemos superar las pruebas que afrontamos en esta tierra; en otras palabras, Él hace que nuestras cosas débiles sean fuertes3. Él expía nuestros pecados y nuestras imperfecciones, y hace posible que obtengamos la inmortalidad y la vida eterna.
El presidente Henry B. Eyring declaró: “La prueba que nos da un Dios amoroso no es ver si somos capaces de sobrellevar la dificultad, sino si la sobrellevamos bien. Superamos la prueba cuando demostramos que le recordamos a Él y los mandamientos que nos ha dado”4.
“Persevera en tu camino” es una decisión clave en tiempos de prueba. Vuelvan su corazón a Dios, especialmente cuando afronten pruebas; obedezcan humildemente los mandamientos de Dios; demuestren fe para reconciliar sus deseos con la voluntad de Dios.
Consideremos ahora el impacto del choque en Nagoya. Podría haber muerto en ese accidente; sin embargo, mediante la gracia del Señor, milagrosamente sobreviví; y sé que mis sufrimientos fueron para mi aprendizaje y mi crecimiento5. Mi Padre Celestial me educó para templar mi impaciencia, desarrollar compasión y para consolar a los que sufren. Cuando me di cuenta de eso, el corazón se me llenó con sentimientos de agradecimiento hacia mi Padre Celestial por esa prueba.
Pongan a Dios en primer plano, no importa las pruebas a las que se enfrenten. Amen a Dios; tengan fe en Cristo y entréguense a Él en todas las cosas. Moroni le hace a tales personas la siguiente promesa: “… y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo”6.
Testifico con sinceridad que Dios el Padre y Su Amado Hijo, Jesucristo, viven y que las promesas para aquellos que “perseveran en [su] camino” y lo aman se cumplirán, aun en medio de las pruebas; en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.