2015
Dejad que resuene el sonido claro de la trompeta
Noviembre de 2015


Dejad que resuene el sonido claro de la trompeta

El mundo necesita discípulos de Cristo que puedan comunicar el mensaje de Evangelio con claridad y desde el corazón.

El verano pasado, mi esposa y yo nos quedamos con dos de nuestros nietos pequeños mientras sus padres participaban en una caminata pionera en su estaca. Nuestra hija quería asegurarse de que los niños practicaran el piano en su ausencia; ella sabía que unos días con los abuelos hacía que fuera más fácil olvidarse de practicar. Una tarde, decidí sentarme con Andrew, mi nieto de trece años, y escucharlo tocar.

A este joven lleno de energía le encanta el aire libre; tranquilamente podría pasar todo su tiempo cazando y pescando. Mientras él practicaba piano, percibí que preferiría estar pescando en un río cercano. Lo escuché tocar a golpes cada acorde de una conocida tonada; cada nota que tocaba tenía el mismo énfasis y el mismo ritmo, lo cual hacía que fuera difícil reconocer la melodía. Me senté junto a él en el banco y le expliqué la importancia de tocar solo un poco más fuerte la melodía y un poco más suave las notas que acompañan a la melodía. Hablamos del piano como algo más que un milagro mecánico; que podía ser una prolongación de su propia voz y de sus sentimientos, y que puede convertirse en un maravilloso instrumento para la comunicación. Tal como una persona habla y va suavemente de una palabra a otra, así debe fluir la melodía al pasar de una nota a otra.

Nos reímos juntos a medida que trataba una y otra vez. Su sonrisa marcó los hoyuelos de sus mejillas cuando la familiar melodía comenzó a surgir de lo que había sido un conjunto de sonidos descontrolados. El mensaje se volvió nítido: “Soy un hijo de Dios; Él me envió aquí”1. Le pregunté a Andrew si podía sentir la diferencia en el mensaje y él respondió: “Sí, abuelo, ¡puedo sentirla!”.

En su escrito a los corintios, el apóstol Pablo nos enseñó a comparar la comunicación con los instrumentos musicales:

“Ciertamente, las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o el arpa, si no dan con distinción los sonidos, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?

“Y si la trompeta da sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?”2.

Si alguna vez ha habido un momento cuando el mundo ha necesitado discípulos de Cristo que puedan comunicar el mensaje del Evangelio con claridad y desde el corazón, ese momento es ahora. Necesitamos el sonido claro de la trompeta.

Ciertamente, Cristo fue nuestro mejor ejemplo. Él siempre mostró valor para defender lo correcto. Sus palabras resuenan a lo largo de los siglos a medida que nos invita a acordarnos de amar a Dios y a nuestro prójimo, de guardar todos los mandamientos de Dios y de vivir como una luz al mundo. Él no tuvo miedo de hablar en contra de los poderes terrenales, ni de los gobernantes de Su tiempo, aun cuando se oponían a la misión que Su Padre Celestial le había confiado. Sus palabras no pretendían confundir, sino conmover el corazón de los hombres. Él supo con claridad cuál era la voluntad de Su Padre en todo lo que dijo e hizo.

También me encanta el ejemplo de Pedro, quien se enfrentó a los hombres del mundo con valor y claridad el día de Pentecostés. Ese día se habían congregado personas de muchos países que criticaban a los primeros santos porque los oían hablar en lenguas y pensaban que estaban ebrios. Pedro, estando lleno del Espíritu, se puso de pie y defendió a la Iglesia y a los miembros. Él testificó con estas palabras: “Varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras”3.

Entonces citó las Escrituras que contenían las profecías de Cristo y dio este sincero testimonio: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”4.

Muchos escucharon sus palabras y sintieron el Espíritu, y tres mil almas se unieron a la Iglesia primitiva. Esta es una poderosa evidencia de que una mujer u hombre dispuesto a dar testimonio, cuando el mundo parece ir en contra, puede marcar la diferencia.

Cuando nosotros, como miembros, tomamos la decisión de levantarnos y testificar con poder de la doctrina de Dios y de Su Iglesia, algo cambia en nuestro interior. Recibimos Su imagen en nuestros rostros y nos acercamos más a Su Espíritu. A su vez, Él irá delante de nosotros y estará “… a [nuestra] diestra y a [nuestra] siniestra, y [Su] Espíritu estará en [nuestro] corazón, y [Sus] ángeles [a nuestro] alrededor, para [sostenernos]”5.

Los verdaderos discípulos de Cristo no tratan de poner excusas a la doctrina cuando esta no se ajusta a los actuales conceptos del mundo. Pablo fue otro valiente discípulo, que osadamente proclamó: “… no me avergüenzo del evangelio de Cristo; porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”6. Los verdaderos discípulos representan al Señor cuando quizás no sea fácil hacerlo. Los verdaderos discípulos desean inspirar el corazón de los hombres, no solo impresionarlos.

A menudo no es fácil ni cómodo defender a Cristo. Estoy seguro de que ese fue el caso de Pablo cuando fue llamado ante el rey Agripa y se le pidió que se justificara a sí mismo y contara su historia. Sin vacilar, Pablo proclamó su creencia con tal poder, que aquel amenazador rey admitió que “por poco” fue persuadido a hacerse cristiano.

La respuesta de Pablo demostró su deseo de que las personas entendieran cabalmente lo que tenía que decir. Le dijo al rey Agripa que era su deseo que todos los que lo escucharan no solo fueran cristianos “por poco”, sino que “por mucho” llegaran a ser discípulos de Cristo7. Aquellos que hablan con claridad pueden hacer que eso suceda.

A lo largo de los muchos años que he estudiado el relato del sueño de Lehi en el Libro de Mormón8, siempre he pensado en el grande y espacioso edificio como un lugar donde no solo residen los más rebeldes. El edificio estaba lleno de personas que se burlaban y señalaban a los fieles que se aferraban a la barra de hierro, que representa la palabra de Dios, y se abrían paso hacia el árbol de la vida, que representa el amor de Dios. Algunos no pudieron soportar la presión de los que se burlaban, y se perdieron. Otros decidieron unirse a quienes se burlaban en el edificio. ¿No tenían valor para hablar con determinación contra las críticas y los mensajes del mundo?

Al observar cómo el mundo actual se aparta de Dios, pienso que este edificio crece en tamaño. Muchos se encuentran hoy errantes por los pasillos de ese grande y espacioso edificio, sin darse cuenta de que, en realidad, pasan a ser parte de su cultura. A menudo sucumben a las tentaciones y los mensajes, y finalmente los encontramos mofándose o simpatizando con los que critican y se burlan.

Durante años pensé que la multitud que se burlaba lo hacía sobre el modo en que los fieles viven su vida, pero las voces que provienen del edificio hoy en día han cambiado de tono y enfoque. Los que se burlan, con frecuencia tratan de acallar el sencillo mensaje del Evangelio atacando algún aspecto de la historia de la Iglesia o haciendo una crítica mordaz sobre un profeta u otro líder. También atacan la esencia misma de nuestra doctrina y las leyes de Dios, que fueron dadas desde la creación de la tierra. Nosotros, como discípulos de Jesucristo y miembros de Su Iglesia, nunca debemos soltar esa barra de hierro. Debemos dejar que desde nuestra alma resuene el sonido claro de la trompeta.

El mensaje sencillo es que Dios es nuestro amoroso Padre Celestial y Jesucristo es Su Hijo. El Evangelio se ha restaurado en estos últimos días por medio de profetas vivientes, y la evidencia de ello es el Libro de Mormón. El camino hacia la felicidad se encuentra mediante la unidad familiar básica como fue originalmente organizada y revelada por nuestro Padre Celestial. Esta es la conocida melodía del mensaje que muchos pueden reconocer porque la han escuchado en su vida preterrenal.

Es el momento para nosotros, como Santos de los Últimos Días, de levantarnos y de testificar. Es el momento para que las notas de la melodía del Evangelio suenen por encima del ruido del mundo. Uno mi testimonio al mensaje del Salvador y Redentor de este mundo. ¡Él vive! Su Evangelio se ha restaurado, y las bendiciones de felicidad y paz se pueden obtener en esta vida al vivir Sus mandamientos y caminar en Su senda. Este es mi testimonio; en el nombre de Jesucristo. Amén.