Asombro me da
Mi testimonio de Jesucristo se ha edificado gracias a muchas experiencias especiales en las que he llegado a conocer Su gran amor por cada uno de nosotros.
Mis queridos hermanos y hermanas, estoy muy agradecido a la Primera Presidencia por invitarme a compartir mi humilde testimonio este día de reposo. La letra de uno de los himnos favoritos de la Iglesia describe mis sentimientos en estos momentos:
Asombro me da el amor que me da Jesús.
Confuso estoy por Su gracia y por Su luz…
Me cuesta entender que quisiera Jesús bajar
del trono divino para mi alma rescatar;
que Él extendiera perdón a tal pecador
y me redimiera y diera Su gran amor…
Cuán asombroso es lo que dio por mí1.
Hace unos días, tuve el gran privilegio de reunirme con la Primera Presidencia y recibir este llamamiento de nuestro querido profeta, el presidente Thomas S. Monson. Quiero dar testimonio a todos ustedes de la fortaleza y el amor que el presidente Monson mostró cuando me dijo: “Este llamamiento viene del Señor Jesucristo”.
Estoy abrumado y conmovido hasta lo más profundo de mi ser al considerar la importancia y trascendencia de esas palabras que dijo tan tiernamente nuestro amado profeta. Presidente Monson, presidente Eyring, presidente Uchtdorf, los amo y serviré al Señor y a ustedes con todo mi corazón, alma, mente y fuerza.
Oh, cuánto he amado al presidente Boyd K. Packer y a los élderes L. Tom Perry y Richard G. Scott. Los echo mucho de menos. Soy muy bendecido por haber recibido capacitación y enseñanza a los pies de estos queridos Hermanos. Ni en lo más mínimo puedo estar a la altura de ellos; sin embargo, me siento honrado de poder apoyarme en sus hombros y continuar en el ministerio del Señor.
Cuando pienso en aquellos que me han ayudado a hacer de mí la persona que soy, primero pienso en mi dulce y abnegada compañera eterna, Melanie. A lo largo de los años, ella ha ayudado a moldearme, como el barro del alfarero, para ser un discípulo de Cristo más pulido. Su amor y apoyo, y el de nuestros cinco hijos, sus cónyuges y nuestros veinticuatro nietos, me sostiene. A mi querida familia, los amo.
Al igual que Nefi de antaño, nací de buenos padres en el Evangelio, y ellos, a su vez, de buenos padres hasta seis generaciones atrás. Mis primeros antepasados que se unieron a la Iglesia eran de Inglaterra y Dinamarca. Esos primeros pioneros lo dieron todo por el evangelio de Jesucristo y para dejar un legado que su posteridad pudiera seguir. Estoy muy agradecido de tener una familia multigeneracional Santo de los Últimos Días, y sé que esta es una digna meta que todos debemos esforzarnos por lograr.
Muchos otros han aportado a la preparación de mi vida para este nuevo llamamiento. Entre ellos están mis amigos de la infancia y familia, mis primeros líderes, maestros y mentores de toda la vida. Debo incluir a los de mi misión a los Estados del Este cuando era joven, y a nuestros queridos misioneros de la Misión Nueva York Nueva York Norte. A los muchos que han influido en mi vida y la han moldeado, les estoy muy agradecido.
He atesorado el servir con mis Hermanos de los Setenta. Durante quince años he estado en uno de los más grandes cuórums y hermandades de la Iglesia donde reina el amor. Muchas gracias, mis queridos compañeros de servicio. Ahora espero con anhelo pertenecer a un nuevo cuórum. Presidente Russell M. Nelson, mi amor es profundo por usted y por cada miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles.
La hermana Rasband y yo hemos tenido la bendición de visitar a miembros en muchas asignaciones, en congregaciones y misiones por todo el mundo. ¡Amamos a los Santos de los Últimos Días de todas partes! La fe de ustedes ha aumentado nuestra fe; su testimonio ha añadido al nuestro.
Si pudiera dejar un pequeño mensaje con ustedes hoy, sería este: el Señor ha dicho: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”2. Confío en que no existe elección, pecado o error que ustedes o cualquier otra persona pueda cometer que cambie Su amor por ustedes o por ellos. Eso no significa que Él disculpe o exima la conducta pecaminosa —estoy seguro de que no lo hace—, pero lo que sí significa es que hemos de ofrecer ayuda a nuestro prójimo con amor para invitar, persuadir, servir y rescatar. Jesucristo miró más allá de la gente y su etnicidad, clase social y circunstancia para enseñarles esta profunda verdad.
Me han preguntado muchas veces cuándo recibí mi testimonio.
No puedo recordar no haber creído en el Padre Celestial y en Jesucristo. Los he amado desde que aprendí acerca de Ellos en el regazo de mi ángel madre al leer las Escrituras y los relatos del Evangelio. Esa temprana creencia ahora ha crecido hasta convertirse en el conocimiento y testimonio acerca de un amoroso Padre Celestial, quien oye y contesta nuestras oraciones. Mi testimonio de Jesucristo se ha edificado gracias a muchas experiencias especiales en las que he llegado a conocer Su gran amor por cada uno de nosotros.
Estoy agradecido por la expiación de nuestro Salvador y deseo, al igual que Alma, gritarlo con la trompeta de Dios3. Sé que José Smith es el Profeta de Dios de la Restauración y que el Libro de Mormón es la palabra de Dios. Sé que el presidente Thomas S. Monson es el verdadero siervo y profeta de Dios sobre la tierra hoy en día.
Al seguir a nuestro profeta, ruego que tengamos caridad hacia los demás en el corazón, que lleguemos a ser un testigo viviente y que en verdad “asombro [nos dé] el amor que [nos] da Jesús”. Oh, que sea “asombroso lo que dio por [ustedes y] por mí”; en el nombre de Jesucristo. Amén.