Mensaje de la Primera Presidencia
Hagan tiempo para el Salvador
Otra Navidad ha llegado y con ella el amanecer de un nuevo año. Parece que fuese ayer que celebrábamos el nacimiento del Salvador y tomábamos resoluciones.
Entre las determinaciones que tomamos para este año, ¿decidimos hacer tiempo en nuestra vida y lugar en nuestro corazón para el Salvador? No importa cuánto éxito hayamos tenido hasta ahora en cuanto a esa resolución, estoy seguro de que todos quisiéramos mejorar. Esta época de Navidad es el momento perfecto para evaluar y renovar nuestros esfuerzos.
En nuestras ajetreadas vidas, con tantas cosas a las que dedicar nuestra atención, es esencial que hagamos un esfuerzo consciente y comprometido para hacer que Cristo sea parte de nuestra vida y de nuestro hogar; y es fundamental que, al igual que los magos de Oriente, mantengamos la mira fija en Su estrella y “… [vengamos] a adorarle”1.
A través de las generaciones del tiempo, el mensaje de Jesús ha sido el mismo. A orillas del mar de Galilea, a Pedro y Andrés les dijo: “Venid en pos de mí”2; a Felipe le llegó el llamado: “Sígueme”3; al levita que estaba sentado al banco de los tributos públicos le indicó: “Sígueme”4; y a ustedes y a mí, si tan solo escuchamos, nos llegará esa misma invitación: “Seguidme”5.
Al seguir Sus pasos en la actualidad y emular Su ejemplo, tendremos oportunidades de bendecir la vida de otras personas. Jesús nos invita a dar de nosotros mismos: “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta”6.
¿Hay alguna persona a quien deberían prestar servicio esta Navidad? ¿Hay alguien que espera su visita?
Hace años, visité el hogar de una anciana viuda durante la época de Navidad; mientras estaba allí, sonó el timbre. Allí, en la puerta, se encontraba un prominente médico muy ocupado. No lo habían llamado; no obstante, sintió la impresión de visitar a una paciente que estaba sola.
Durante esta época del año, el corazón de los que están confinados implora y anhela una visita navideña. Una Navidad, mientras visitaba un asilo, me senté y hablé con cinco ancianas, la mayor de las cuales tenía ciento un años. Estaba ciega, pero reconoció mi voz.
“Obispo, ¡este año vino un poco tarde!”, dijo; “creí que ya no vendría”.
Pasamos un rato muy agradable. Sin embargo, un paciente miraba con nostalgia por la ventana y repetía una y otra vez: “Sé que mi hijo vendrá a verme hoy”. Me pregunté si lo haría, pues había habido otras Navidades en las que nunca llamó.
Este año todavía hay tiempo para extender una mano de ayuda, un corazón amoroso o un espíritu bien dispuesto; en otras palabras, para seguir el ejemplo que dio nuestro Salvador y prestar servicio como Él desea que lo hagamos. Al servirlo a Él, no perderemos nuestra oportunidad, como le pasó al mesonero de antaño7, de hacer tiempo en nuestra vida y lugar en nuestro corazón para Él.
¿Podemos comprender la gloriosa promesa que se encuentra en el mensaje que dio el ángel a los pastores que velaban en los campos?: “… os doy nuevas de gran gozo… que os ha nacido hoy… un Salvador, que es Cristo el Señor”8.
Que durante la Navidad, al intercambiar regalos, recordemos, apreciemos y recibamos el mayor de todos los dones, el don de nuestro Salvador y Redentor, para que tengamos vida eterna.
“Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva”9.
Ruego que lo sigamos, lo honremos y recibamos en nuestra vida los dones que Él tiene para nosotros, a fin de que podamos ser, en las palabras del padre Lehi, “… [envueltos] entre los brazos de su amor”10.