2017
Cómo responder con valor cristiano
Agosto de 2017


Respuestas de los líderes de la Iglesia

Cómo responder con valor cristiano

Tomado de un discurso de la conferencia general de octubre de 2008.

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Una de las grandes pruebas de la vida terrenal se presenta cuando nuestras creencias se ponen en tela de juicio o se critican. En esos momentos quizás queramos responder en forma agresiva y levantar los puños, pero cuando respondemos a nuestros acusadores como lo hizo el Salvador, no solo somos más como Cristo, sino que también invitamos a los demás a sentir Su amor y a seguirlo.

Como verdaderos discípulos, nuestra preocupación principal debe ser el bienestar de los demás, no la justificación personal. Las preguntas y las críticas nos dan la oportunidad de tender la mano a los demás y demostrarles que ellos son importantes para el Padre Celestial y para nosotros. Nuestro objetivo debe ser ayudarlos a comprender la verdad, no defender nuestro amor propio ni ganar puntos en un debate teológico. Nuestro testimonio sincero es la respuesta más poderosa que podamos dar a nuestros acusadores, y ese testimonio solo puede nacer del amor y de la mansedumbre. Deberíamos ser como Edward Partridge, de quien el Señor dijo: “… su corazón es puro delante de mí, porque es semejante a Natanael de la antigüedad, en quien no hay engaño” (D. y C. 41:11). El no tener engaño significa tener la inocencia de un niño, ser lento en ofenderse y presto para perdonar.

A todos los que desean saber cómo responder a los acusadores, les digo: los amamos. Sin importar su raza, creencia, religión o inclinación política, si seguimos a Cristo y demostramos Su valor, debemos amarlos. No pensamos que somos mejores que ellos; más bien, con nuestro amor deseamos mostrarles un camino mejor: el camino de Jesucristo. Su camino conduce a la puerta del bautismo, al sendero estrecho y angosto de una vida recta, y al templo de Dios. Él es “el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Solo por medio de Él podemos nosotros y todos nuestros hermanos y hermanas heredar el don más grandioso que podamos recibir: la vida eterna y la felicidad eterna. Ayudar a los demás y ser un ejemplo para ellos no es una tarea para débiles; es para los fuertes. Es una tarea para ustedes y para mí, los Santos de los Últimos Días que pagan el precio del discipulado al responder a nuestros acusadores con valor cristiano.