El boleto rojo
La autora vive en Utah, EE. UU.
¡Oh, oh! Daniel estaba perdiendo otro boleto
“Cuando soy bueno y atento, y ayudo a alguien más, me siento muy feliz” (“Un ayudante feliz”, Children’s Songbook, pág. 197
Mateo miró el problema de matemáticas en el pizarrón y lo anotó rápidamente en su cuaderno. Las matemáticas era su materia favorita y realmente quería prestar atención, pero apenas podía escuchar lo que la Sra. Santos estaba diciendo porque su amigo Daniel estaba hablando.
“¡Shh! Daniel, no puedo escuchar!”, susurró Mateo, pero Daniel seguía hablando. Finalmente, la Sra. Santos lo oyó.
“Daniel, lo estás interrumpiendo de nuevo”, dijo la señora Santos. “Ya has tenido una advertencia. Ahora necesitas darme un boleto”.
Daniel lentamente buscó en su escritorio y le entregó un boleto rojo. Con los hombros caídos, bajó la mirada. La Sra. Santos daba boletos a los alumnos que se comportaban bien y que seguían las instrucciones. Los alumnos escribían sus nombres en los boletos y los ponían en un frasco cada día, pero si te portabas mal, tenías que devolverle un boleto. Todos los viernes, la Sra. Santos sacaba un boleto del frasco, y el ganador podía elegir un premio del cofre del tesoro de la clase. Daniel tenía que devolver muchos boletos por hablar, por lo que su nombre no lo escogían con mucha frecuencia. Mateo se sintió mal porque Daniel estaba perdiendo otro boleto.
En el recreo, Mateo salió corriendo al campo para jugar al fútbol y vio a Daniel, solo, por los columpios. Se dio cuenta de que Daniel estaba llorando. Mateo quería ayudarlo a sentirse mejor.
“¿Quieres jugar al fútbol?”, preguntó Mateo.
Daniel no dijo nada. Mateo trató de seguir hablándole, pero Daniel se dio vuelta y se fue.
“Bueno, estaré en la cancha de fútbol si cambias de opinión”.
Mateo fue a jugar con sus otros amigos, pero siguió pensando en Daniel. Mateo iba a cumplir ocho años y pronto se iba a bautizar; quería ser como Jesús y ser un buen amigo. ¿Había algo que pudiera hacer para ayudar a Daniel a no meterse en problemas?
Al día siguiente, la clase estaba leyendo una historia en grupos pequeños, pero en lugar de leer, Daniel estaba lanzando su libro al aire.
Mateo trató de detenerlo. “Daniel, tenemos que leer el libro, no jugar con él”.
Daniel volvió a arrojar el libro. La Sra. Santos vio que casi llegaba al techo, se acercó a Daniel y tendió la mano para pedirle un boleto. Daniel metió la mano en su escritorio. El pánico se dibujó en su rostro mientras seguía buscando.
“¡Ay, no! ¡Debe haberse quedado sin boletos!”, pensó Mateo. El no tener boletos significaba que Daniel tendría que quedarse sin recreo. La mente de Mateo empezó a pensar con rapidez. ¿Qué podía hacer? Entonces tuvo una buena idea.
“Daniel”, dijo la señora santos, “si no tienes un boleto para mí, entonces-”.
Mateo respiró profundamente. “¿Puedo pagar por él, Sra. Santos?”, preguntó.
La clase quedó en silencio. Nadie había preguntado eso antes. Mateo no estaba seguro de lo que ella iba a decir.
La Sra. Santos parecía sorprendida, entonces sonrió. “Eres un amigo muy bueno. Sí, puedes pagar por el boleto de Daniel”. Mateo entregó a la Sra. Santos uno de sus boletos.
“Gracias, Mateo”, dijo Daniel.
“¡De nada!”, dijo Mateo. “¿Quieres que leamos juntos ahora?”.
Daniel asintió y recogió su libro.
Mientras Daniel empezó a leer, Mateo se sintió feliz y con algo cálido por dentro. Esa buena idea había venido del Espíritu Santo. Mateo sabía que Jesús quería que él ayudara a Daniel, porque Él lo ama. ¡Y Mateo también sintió el amor de Jesús!