Voces de los Santos de los Últimos Días
Un regalo familiar para el Salvador
Según se acercaba diciembre, me afanaba haciendo preparativos previos al ajetreo típico de las Navidades. Durante cuatro años, las festividades navideñas se habían llevado a cabo en nuestra casa, pero ese año me sentía abrumada. Cuando hablé con mi esposo sobre todo lo que tenía que hacer —comprar regalos, preparar alimentos, y hacer muchas otras cosas— decidimos cancelar la fiesta navideña y hacer algo diferente esa Navidad. Deseábamos hacer algo que pudiéramos darle como regalo al Salvador.
Durante el mes de diciembre, tuvimos noches de hogar sobre la vida de Jesucristo, fuimos al templo y planificamos proyectos de servicio para la familia. Mi esposo era el obispo en ese tiempo y decidimos que el día de Navidad iríamos a cantar a todas las viudas del barrio. Como familia, comenzamos a practicar varios himnos que íbamos a cantar. A mis hijos les encantaba cantar “Jesús en pesebre” (Himnos, nro. 125).
En Nochebuena, elaboramos tarjetas con mensajes navideños especiales y preparamos golosinas para llevar a nuestras visitas. Me complació ver a nuestra familia tan unida y feliz de servir a los demás con tanto amor. Pude sentir el espíritu de la Navidad.
El día de Navidad, nuestros hijos estaban ansiosos por hacer las visitas. Con cada casa que visitábamos, nos sentíamos más felices, y parecía que los himnos mejoraban cada vez que cantábamos. Cuando llegamos a la última casa, parecía que no había nadie. Esperamos unos minutos y los niños empezaron a ponerse inquietos. Pasado un rato, una viuda anciana salió a recibirnos con ropa de domingo y su pelo bien arreglado. Cuando nos vio, se le llenaron los ojos de lágrimas. A mí también me embargó la emoción y casi no podía cantar.
Cuando regresábamos a casa, nuestra pequeña de cinco años nos dijo que no quería regresar a casa y que quería seguir cantando. Antes de poder responderle, mi hijo de nueve años dijo: “¡Tendremos que repetir esto el año que viene!”.
Para nuestra familia esa fue una Navidad inolvidable porque animamos e inspiramos a otros y demostramos nuestro amor por Jesucristo. Al reflexionar sobre los acontecimientos del día, sentí el amor del Señor y recordé Sus palabras: “… en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40).