Retratos de fe
Josephine Scere
Pensilvania, EE. UU.
La dedicación del Templo de Filadelfia, Pensilvania, en 2016, le ha dado a Josephine la oportunidad de asistir cada semana. En el templo encuentra la fortaleza y la cura espiritual para hacer frente a las pruebas de la vida.
Leslie Nilsson, fotógrafo
Desde que nací he vivido en circunstancias muy difíciles. Mi madre era una inmigrante de Liberia, éramos pobres y de niña fui víctima de maltrato cuando mi madre me dejó al cuidado de personas en quienes creía que podía confiar. Eso ha hecho que ciertas cosas sean muy difíciles en mi vida.
Cuando las pruebas comienzan antes de la edad de responsabilidad, considero que es posible desarrollar una relación especialmente profunda con el Salvador. Esa relación fue la bendición más dulce para mí, por lo que resultaría a imposible que le diera la espalda.
Lo que me ha mantenido tan decidida a vivir el Evangelio son mis pruebas.
La cultura africana inculca el amor por el Señor desde una edad temprana. Recuerdo a mi abuela enseñarme el Padrenuestro cuando tenía cuatro años. Ella dejó arraigado en mí lo importante que es tener una relación personal con el Salvador; fue algo muy tangible para mí.
El Evangelio llegó a mi vida en un momento oportuno. Yo tenía 14 años, cuando llegó de manos de un matrimonio misionero, Glenn y JoAnne Haws, quienes vivían de conformidad con cada una de las palabra que me enseñaban. Ellos me acogieron bajo sus alas.
Mi madre llegó a ser miembro en 1995, durante la guerra civil de Liberia. Perdió a algunos de sus hermanos en la guerra y, luego, el padre de mi hermano menor, con quien mi madre tenía una relación en ese momento, murió aquí en los Estados Unidos. Fue un tiempo muy difícil para ella, por lo que se inactivó.
Mi madre nunca nos dijo que era miembro de la Iglesia; solo recuerdo haber visto Escrituras adicionales sobre el escritorio con lámpara. Cuando el élder y la hermana Haws vinieron a hermanarla y enseñarle, le dijeron: “¿No desea que su hija sepa lo que usted sabe?”. Me bauticé el 21 de mayo de 2000.
La vida es difícil, seas Santo de los Últimos Días o no. Mi fortaleza proviene de la relación que tengo con mi Salvador y con mi hijo, Enoch. El guardar los convenios que hice en el templo también me da fortaleza.
El templo que hay aquí en Filadelfia ha cambiado la imagen de esta ciudad. Estuve en el templo casi todos los días durante el programa de puertas abiertas. Las personas se detenían y se quedaban mirando el templo boquiabiertas. Una noche estaba trabajando como vigilante de seguridad y una mujer se detuvo y me preguntó: “¿Qué es este edificio?”.
Le respondí: “Este es un edificio al que miembros fieles de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días pueden venir y hacer convenios con el Señor”.
Bajó la mirada y dijo: “Se me pone la piel de gallina”.
En ese momento me di cuenta de golpe. Esa mujer era una residente normal de Filadelfia. Ella no sabía lo que estaba sucediendo, pero podía sentir el Espíritu con la misma intensidad porque el Evangelio es verdadero.
La verdad es la verdad, pase lo que pase. No hay necesidad de discutir al respecto; no hay necesidad de probarlo. Simplemente lo es. Es real; y es real para todos. Es real para los que viven en Salt Lake City, Utah, y es real para los que viven en los barrios bajos de Filadelfia. Considero que es eso lo que debe motivarnos.