2019
5 Doblegado hasta la tumba
Diciembre de 2019


“Doblegado hasta la tumba”, capítulo 5 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 5: “Doblegado hasta la tumba”

Capítulo 5

Doblegado hasta la tumba

una gran formación rocosa

En el verano de 1847, Jane Manning James viajaba al oeste con su esposo, Isaac, y sus dos hijos, Sylvester y Silas, en una gran caravana de unos 1500 santos. Los apóstoles Parley Pratt y John Taylor dirigían la caravana con la ayuda de varios capitanes que supervisaban compañías de entre 150 y 200 santos. Parley y John habían organizado la caravana al final de la primavera luego de decidir modificar el plan de migración original del Cuórum de los Doce.

La caravana había partido de Winter Quarters a mediados de junio, cerca de dos meses después de la partida de la compañía de avanzada1. Aunque apenas tenía veintitantos años de edad, Jane estaba acostumbrada a las largas caminatas a campo traviesa. En 1843, luego que les hubieron negado pasajes en una barcaza de canal, probablemente por el color de su piel, ella y un pequeño grupo de Santos de los Últimos Días de raza negra caminaron unos 1300 kilómetros desde el oeste del estado de Nueva York hasta Nauvoo. Tiempo después, Jane e Isaac caminaron por las praderas fangosas de Iowa junto con el Campamento de Israel. Durante la mayor parte del trayecto, Jane había estado embarazada; su hijo Silas nació mientras marchaban2.

El viaje por tierra era pocas veces emocionante. Los días eran largos y fatigantes. Por lo general, el paisaje de las praderas era aburrido, a menos que vieran una formación rocosa inusual o una manada de búfalos. En una ocasión, mientras se desplazaban por el curso del río North Platte, la compañía de Jane fue sorprendida por una manada de búfalos que embistió contra ellos. La compañía juntó los carromatos y el ganado mientras los hombres gritaban y hacían sonar los látigos a la estampida. Justo antes de atropellar a la compañía, la manada se dividió por el medio, y unos búfalos viraron a la derecha mientras que los otros viraban a la izquierda. Al final, nadie resultó herido3.

Jane, Isaac y sus hijos eran los únicos santos de raza negra en su compañía, la cual estaba compuesta por unas 190 personas. Sin embargo, había varios santos de raza negra que vivían en barrios y ramas de la Iglesia. Elijah Able, era un Setenta que había servido en una misión en el estado de Nueva York y Canadá, y asistía a una rama del medio oeste junto con su esposa, Mary Ann. Otro hombre, Walker Lewis, a quien Brigham Young describió como “uno de los mejores élderes de la Iglesia”, asistía con su familia a una rama en la costa este de Estados Unidos4.

Muchos miembros de la Iglesia se oponían a la esclavitud y José Smith se había postulado como candidato a presidente de los Estados Unidos en una plataforma que incluía un plan para dar fin a esa práctica. Los esfuerzos misionales de la Iglesia, sin embargo, habían producido algunos bautismos de personas que eran dueñas de esclavos, así como de personas que eran esclavas. Entre los santos que habían sido esclavos se hallaban tres integrantes de la compañía de avanzada: Green Flake, Hark Lay y Oscar Crosby5.

En 1833, el Señor había declarado que “… no es justo que un hombre sea esclavo de otro”. Pero luego de que los santos fueron expulsados del condado de Jackson, Misuri, en parte debido a que algunos de ellos se oponían a la esclavitud y mostraban simpatía hacia los negros libres, los líderes de la Iglesia habían aconsejado a los misioneros que no generaran tensiones entre las personas esclavas y las dueñas de esclavos. Para ese entonces, la esclavitud era un asunto sobre el que había un intenso debate en los Estados Unidos y por muchos años había sido factor de división en las iglesias así como en el país6.

Como Jane había vivido toda su vida en el norte de Estados Unidos, donde la esclavitud era ilegal, ella nunca había sido esclava. Había trabajado en las casas de José Smith y Brigham Young y sabía que los santos generalmente aceptaban a personas negras en la Iglesia7. Sin embargo, al igual que otros grupos de cristianos de la época, muchos de los santos blancos consideraban a las personas negras como inferiores, creyendo que el color de su piel era producto de la maldición que Dios puso sobre Caín y Cam8. Algunos incluso habían comenzado a enseñar el concepto falso de que la piel negra era evidencia de acciones impías en la vida premortal9.

Brigham Young compartía algunos de esos puntos de vista, pero antes de salir de Winter Quarters, también le había dicho a un santo de raza mestiza que todas las personas eran iguales ante Dios. “De una sangre hizo Dios a toda carne”, le había dicho. “No nos importa el color”10.

Establecer Sion más allá de las Montañas Rocosas garantizaba a los santos la oportunidad de crear una nueva sociedad donde Jane, su familia y otros como ellos pudieran ser bienvenidos como conciudadanos al igual que como santos11. Pero los prejuicios estaban muy arraigados y parecía poco probable que eso cambiara en el futuro cercano.


El 26 de agosto, Wilford Woodruff cabalgó entre hileras de maíz y papas hasta el pie de monte desde el cual se divisaba el valle del Lago Salado. Desde allí podía ver el comienzo de un gran asentamiento. En un mes, él y la compañía de avanzada habían comenzado a construir un robusto fuerte, habían plantado acres de cultivos y habían trazado planes para el nuevo lugar de recogimiento. En el centro del asentamiento, en el sitio donde Brigham había clavado su bastón en la tierra, había una parcela cuadrada que ellos ahora llamaban la “manzana del templo”12.

Los primeros días de Wilford en el valle habían sido llenos de prodigios: una manada de antílopes pastaba en el margen occidental del valle; rebaños de cabras monteses jugueteaban por las colinas. Wilford y otros pioneros habían descubierto fuentes termales sulfurosas cerca de Ensign Peak; en el Gran Lago Salado, los hombres flotaban y rodaban como troncos en las cálidas y salinas aguas, intentando en vano hundirse bajo la superficie13.

Cuatro días después de su llegada al valle, Wilford había estado cabalgando solo, alejándose varios kilómetros del campamento, cuando vio a unos veinte indígenas en un risco delante de él. Al ir al oeste, los santos sabían que se encontrarían con tribus nativas en la ruta y en la Gran Cuenca. Sin embargo, habían esperado hallar el valle del Lago Salado mayormente desocupado. La realidad era que los shoshones, los ute y algunas otras tribus iban con frecuencia al valle a cazar y recoger alimentos.

Con cautela, Wilford se dio vuelta con su caballo y se dirigió al campamento trotando a paso lento. Uno de los indígenas galopó hacia él y cuando ya solo lo separaban unos 100 metros, Wilford detuvo su caballo, se dio vuelta hacia el jinete e intentó comunicarse en un lenguaje de señas improvisado. El hombre era amistoso y Wilford entendió que era de los ute, que quería paz y quería comerciar con los santos. Desde ese día, los santos establecieron contactos adicionales con los indígenas, incluso con los shoshones del norte14.

Ahora que solo faltaban algunas semanas para la estación fría, Wilford, Brigham, Heber Kimball y algunos de los miembros de la compañía de avanzada planeaban regresar a Winter Quarters para llevar a sus familias al oeste en la primavera. “Cómo desearía que no tuviéramos que regresar”, había dicho Heber. “Esto es un paraíso para mí. Es uno de los lugares más encantadores que jamás he visto”15.

No todos estaban de acuerdo con él en cuanto al valle. A pesar de sus corrientes de agua y sus campos con pastos, el nuevo asentamiento era más seco y desolado que cualquier otro lugar donde los santos se habían congregado. Desde el momento que llegaron, Sam Brannan le estuvo rogando a Brigham para que continuaran viaje hacia los verdes parajes y los fértiles suelos de la costa de California16.

“Me voy a detener aquí mismo”, le dijo Brigham a Sam, “voy a edificar una ciudad aquí. Voy a edificar un templo aquí”. Él sabía que el Señor deseaba que los santos se establecieran en el valle del Lago Salado, alejados de otros asentamientos en el oeste de Estados Unidos, donde seguramente otros emigrantes pronto establecerían su residencia. Brigham nombró a Sam para que presidiera la Iglesia en California, sin embargo, y lo envió de regreso a la bahía de San Francisco con una carta para los santos17.

“Si ustedes deciden permanecer donde están, están en libertad de hacerlo”, señaló Brigham en su carta. No obstante, los invitó a unirse a los santos en las montañas. “Deseamos hacer de esto una fortaleza, un punto de confluencia, un centro de recogimiento más inmediato que cualquier otro”, les dijo. Por otro lado, California iba a ser una estación de paso para los santos que se dirigieran al valle18.

Por su parte, Wilford nunca había visto un lugar mejor para una ciudad que el valle del Lago Salado y estaba deseando que llegaran más santos. Él y los Doce habían pasado todo el invierno planeando una emigración ordenada, una que proporcionara una vía para que todos los santos pudieran llegar hasta el valle, sin importar su posición o riqueza. Ahora había llegado el momento para implementar el plan para el beneficio de Sion19.


Cuando Addison Pratt partió de Tahití en marzo de 1847, él había esperado encontrar a su familia en California junto con el resto de los santos, pero al no haber sabido nada de ellos, ni de ninguno de la Iglesia en el último año, él no sabía si en verdad iban a estar allí. “Pensar que ahora estoy de camino a encontrarme con ellos es muy agradable”, escribió en su diario. “Pero lo siguiente que pienso es: ¿Y dónde están ellos? ¿O adónde debo ir a encontrarlos?”20.

Addison llegó a la bahía de San Francisco en junio. Allí halló a los santos del buque Brooklyn esperando el regreso de Sam Brannan y la llegada del cuerpo principal de la Iglesia. Pensando en que Louisa y sus hijas venían de camino hacia la costa, Addison se ofreció de voluntario para ir al asentamiento de los santos, New Hope, junto con otros cuatro hombres para cosechar el trigo para la Iglesia.

El grupo partió poco tiempo después en una barcaza. New Hope quedaba a casi 200 kilómetros a orillas de un río tributario del río San Joaquín. Durante varios días, los hombres navegaron por aguas poco profundas y pantanosas y entre juncales que crecían alto en las riberas del río. El terreno se hizo más firme conforme se acercaban al asentamiento e hicieron el resto del trayecto a pie por verdes prados.

El sito de New Hope era hermoso, pero un río de las cercanías se había desbordado hacía poco tiempo y había arrasado parte del trigo de los santos, dejando charcos de agua estancada. Por la noche, cuando Addison se acostaba a dormir, enjambres de mosquitos asolaban el campamento. Addison y sus compañeros intentaban espantarlos o ahuyentarlos con humo, pero no daba resultado. Y para empeorar la situación, los coyotes aullaban y los búhos ululaban hasta que amanecía, privando a los fatigados colonos de paz y descanso21.

La cosecha del trigo comenzó a la mañana siguiente, pero luego de haber pasado la noche en vela, Addison estaba agotado, y al mediodía se acostó a dormir la siesta a la sombra de un árbol. Eso se volvió una costumbre toda vez que los mosquitos y los ruidos de los animales salvajes lo mantenían despierto noche tras noche. Cuando acabó la cosecha, Addison se sintió feliz de marcharse.

“De no haber sido por los mosquitos”, escribió en su diario, “yo lo hubiera pasado bien allí”22.

De vuelta en la bahía de San Francisco, Addison comenzó a preparar una vivienda para su familia. Para ese entonces, algunos integrantes del Batallón Mormón habían llegado a California y habían recibido un relevo honorable de su servicio militar. Sam Brannan también había vuelto a la bahía y seguía convencido de que Brigham era insensato al querer asentarse en el valle del Lago Salado. “Cuando lo haya intentado en serio”, dijo a algunos de los exintegrantes del Batallón Mormón, “se dará cuenta de que yo tenía razón y de que él estaba equivocado”.

De todos modos, Sam compartió la carta de Brigham con los santos en California, y muchos de los que habían venido en el Brooklyn o que habían marchado con el Batallón Mormón decidieron emigrar hacia el valle del Lago Salado en la primavera. Sam también tenía una carta para Addison de parte de Louisa. Ella aún se hallaba en Winter Quarters, pero también planeaba llegar al valle para la primavera para establecerse con el cuerpo de los santos.

Los planes de Addison cambiaron de inmediato. Al llegar la primavera, él marcharía hacia el este con los santos y se reuniría con su familia23.


Brigham Young aún se sentía enfermo a finales de agosto cuando él y la compañía de regreso partió del valle del Lago Salado para volver a Winter Quarters. Los siguientes tres días, la pequeña compañía se desplazó rápidamente por entre polvorientos cañones y superando los empinados pasos de las Montañas Rocosas24. Cuando hubieron cruzado al otro lado, Brigham se alegró al enterarse de que la gran caravana de santos de Parley Pratt y John Taylor se hallaba a pocos cientos de kilómetros de distancia.

Sin embargo, el gozo de Brigham se desvaneció al enterarse de que la caravana constaba de cuatrocientos carromatos más de lo que él esperaba. Los Doce habían pasado todo el invierno organizando a los santos en compañías, de acuerdo con la voluntad del Señor que se les había revelado. Ahora, parecía que Parley y John no habían acatado esa revelación y habían actuado por su cuenta25.

Pocos días después, Brigham y la compañía de regreso se encontraron con la caravana. Parley se hallaba en una de las compañías de vanguardia, por lo que Brigham convocó rápidamente un consejo con los líderes de la Iglesia para preguntarle por qué él y John habían desobedecido las instrucciones del Cuórum26.

“Si he hecho algo indebido, estoy dispuesto a enmendarlo”, dijo Parley al consejo. Pero insistió en que él y John habían actuado en el marco de su autoridad como Apóstoles. Centenares de santos habían fallecido ese año en Winter Quarters y otros asentamientos a lo largo del río Misuri, y muchas familias habían estado desesperadas por partir de ahí antes de que llegara otra estación que produjera muertes. Siendo que algunos de los santos en las compañías que los Doce habían organizado aún no estaban listos para partir, él y John habían optado por conformar nuevas compañías para incorporar a aquellos que sí estaban listos27.

“Nuestras compañías estaban perfectamente organizadas”, refutó Brigham, “y si ellos no podían avanzar, era nuestra responsabilidad ayudarles”. La palabra y la voluntad del Señor había dado instrucciones de que cada compañía “ayude a llevar a los pobres” y a las familias de los hombres que servían en el Batallón Mormón. Sin embargo, Parley y John habían dejado atrás a muchas de esas personas28.

Brigham tampoco estaba de acuerdo con que dos Apóstoles pudiesen revocar la decisión del Cuórum. “Si el Cuórum de los Doce hace una cosa, dos de ellos no tienen poder para descartarlo”, dijo él. “Cuando pusimos la máquina en marcha, no era asunto de ustedes meter la mano en los engranajes para detener las ruedas”29.

“He hecho lo mejor que he podido”, dijo Parley. “Si usted dice que podría haberlo hecho mejor, y merezco reproche por ello y si dice que lo he hecho mal, entonces, lo he hecho mal. Soy culpable del error y lo lamento”.

“Yo lo perdono”, contestó Brigham, y agregó: “Y si yo no hiciera algo bien, deseo que cada hombre viva de tal manera en la luz de la gloria que pueda corregirme cuando me equivoque. Me siento doblegado hasta la tumba por la carga de este gran pueblo”30.

El cansancio de Brigham era evidente en su rostro y aspecto demacrados. “Me considero un hombre débil y poca cosa. He sido llamado por la providencia de Dios a presidir”, dijo. “Deseo que usted vaya derecho al Reino Celestial conmigo”.

“Deseo saber si los hermanos están satisfechos conmigo”, dijo Parley.

“Dios lo bendiga por siempre jamás”, dijo Brigham. “Ya no piense más en ello”31.


Drusilla Hendricks y su familia estaban acampados más hacia el final de la caravana, cuando llegaron Brigham y su grupo. Aun cuando la mayoría de las familias del Batallón Mormón todavía se hallaban en Winter Quarters, los Hendrick y algunos más habían reunido suficientes medios como para marchar al oeste. Ya había pasado más de un año desde que Drusilla vio partir a su hijo, William, con el batallón y ella estaba ansiosa por reencontrarse con él en el valle, o antes32.

La compañía de Drusilla ya se había encontrado por la ruta con varios soldados del batallón que regresaban. Cuando vieron a los soldados, las caras de muchos santos se iluminaron con esperanza, ansiosos por ver a sus seres queridos. Tristemente, William no se hallaba entre ellos.

Un mes más tarde, vieron a otros exintegrantes del batallón. Esos hombres cautivaban a los santos con descripciones de la Gran Cuenca y les daban a probar la sal que habían traído consigo desde el Gran Lago Salado. Mas William tampoco se hallaba en este grupo33.

Durante las siguientes semanas, Drusilla y su familia anduvieron por sendas de montaña, atravesaron ríos y corrientes, ascendieron colinas empinadas y se desplazaron por cañones. Sus manos, sus cabellos y sus rostros estaban recubiertos de polvo y suciedad. Sus ropas, raídas y andrajosas por la larga travesía, ofrecían poca protección del sol, de la lluvia y del polvo. Cuando llegaron al valle a principios de octubre, algunos en su compañía estaban demasiado enfermos o exhaustos para celebrar34.

Había pasado más de una semana desde su llegada al valle, sin que Drusilla y su familia tuvieran noticias de William. Cuando el batallón llegó a las costas californianas, algunos de sus integrantes se quedaron a trabajar allí para ganar algo de dinero, mientras que otros partieron al este, hacia el valle del Lago Salado o hacia Winter Quarters. Por lo que sabía Drusilla, William podría estar en cualquier lugar entre el océano Pacífico y el río Misuri35.

El invierno se estaba aproximando; Drusilla y su familia casi no tenían ropa de abrigo, les quedaban muy pocos alimentos y no tenían cómo construir una casa. Su situación parecía ser muy crítica, pero ella confiaba en Dios, de que todo saldría bien. Una noche, Drusilla soñó con el templo que los santos edificarían en el valle, tal como Wilford Woodruff lo había soñado unos meses atrás. José Smith estaba de pie encima de él y tenía exactamente el mismo aspecto que él tenía en vida. Drusilla llamó a su esposo e hijos y les dijo: “Ahí está José”. El Profeta habló con ellos y dos palomas descendieron volando hacia la familia.

Al despertar de su sueño, Drusilla pensó que las palomas representaban al Espíritu del Señor y eran una señal de aprobación divina de las decisiones que ella y su familia habían tomado. Ella creía que sus sacrificios no habían pasado desapercibidos.

Más tarde, ese mismo día, llegó al valle un grupo de exintegrantes del batallón fatigados por la marcha. Esta vez, William estaba entre ellos36.


Mientras la familia Hendricks se reencontraba en el valle del Lago Salado, los hombres de la compañía de regreso de Brigham aún recorrían la ruta hacia el este. Habían estado desplazándose con rapidez y ahora se hallaban exhaustos y se les acababan las reservas de alimentos. Sus caballos se habían debilitado y empezaban a desfallecer. Por las mañanas, algunos animales necesitaban ayuda para ponerse de pie37.

En medio de esas dificultades, Brigham seguía intranquilo acerca de su reunión con Parley38. Aunque él había perdonado a su compañero en el apostolado y le había pedido que olvidara el asunto, su desacuerdo revelaba la necesidad de aclaración, y posiblemente de cambios, en la forma en que la Iglesia estaba siendo dirigida y organizada.

En los días de José, una Primera Presidencia había presidido la Iglesia. Sin embargo, después de la muerte del Profeta se había disuelto la Primera Presidencia, quedando los Doce en su lugar para presidir. De acuerdo con la revelación, los Doce Apóstoles formaban un Cuórum igual en autoridad a la Primera Presidencia, pero ellos también tenían el sagrado deber de servir como Consejo Viajante y llevar el Evangelio al mundo39. Como Cuórum, ¿podrían ellos cumplir debidamente con este mandato mientras llevaban las cargas de la Primera Presidencia?

Brigham había considerado en algunas ocasiones reorganizar la Primera Presidencia, sin embargo, no parecía llegar el momento propicio. Desde que salió del valle del Lago Salado, habían surgido en su mente preguntas acerca del futuro del liderazgo de la Iglesia40. Meditó sobre el asunto con calma de camino a Winter Quarters y cada vez más sentía cómo el Espíritu lo instaba a actuar.

Un día, mientras descansaban a orillas de un río, se volvió a Wilford Woodruff y le preguntó si la Iglesia debía llamar a miembros de los Doce para conformar una nueva Primera Presidencia.

Wilford lo pensó. Modificar el Cuórum de los Doce —un Cuórum establecido por revelación— era un asunto delicado.

“Se requeriría una revelación para cambiar el orden de ese Cuórum”, observó Wilford. “Sea lo que sea que el Señor te inspire a hacer sobre este tema, yo estoy contigo”41.