Obtuve mi fe un paso a la vez
Obtener un testimonio toma tiempo; a menudo requiere que las experiencias pequeñas se agrupen.
Uno de los momentos decisivos de mi vida tuvo lugar cuando tenía diez años y pasé dos semanas aprendiendo doctrina católica en la Misión Católica Romana Loreto, a aproximadamente 32 km de mi hogar rural en Silobela, Zimbabwe. Mediante esas primeras lecciones e impresiones, he llegado a conocer y a amar al Salvador Jesucristo y a admirar al Señor.
Cuando estaba en la capilla católica, vi pinturas de escenas de la vida del Salvador en las paredes: escenas del nacimiento de Jesucristo, enseñando en el templo, orando en el Jardín de Getsemaní, cargando la cruz al Calvario, siendo crucificado en Gólgota y escenas de Su resurrección. Ver esos clavos y espinas me hizo sentir muy triste y, para cuando llegué a la pintura de la Crucifixión, mis ojos estaban llenos de lágrimas. Cada vez lloraba y decía: “Realmente fue mucho lo que padeció, solo por mí”.
Durante la ceremonia de confirmación, uno de los sacerdotes me miró a los ojos y dijo: “Tú eres la luz del mundo” (véase Mateo 5:14). Luego, señalando una vela encendida, citó las palabras del Salvador: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
A medida que aprendía más sobre Jesús, comencé a desear prestar servicio a los demás. Por ejemplo, teníamos que ir por agua a 8 km de nuestra aldea. A menudo, las mujeres de la aldea, incluso mi madre, cargaban un contenedor de 20 litros de agua en la cabeza. Después de mi experiencia en el seminario católico, con frecuencia empujaba un contenedor de 200 litros de agua para ayudar a mi madre, y también ayudaba a otras dos viudas que eran nuestras vecinas. Recordaba el buen sentimiento que tenía cada vez que ayudaba a los demás.
Esas experiencias contribuyeron a que desarrollara mi fe en el Padre Celestial y en Jesucristo, e indirectamente me prepararon para aceptar el evangelio de Jesucristo cuando tenía 22 años.
Recibir el Libro de Mormón
Me crie en un tiempo de cambio en mi país. La minoría blanca, dirigida por Ian Smith, declaró la independencia de mi país de Gran Bretaña en 1965, lo cual dio lugar a sanciones de las Naciones Unidas y provocó años de guerra civil, que continuó hasta 1980, el año en que Zimbabwe obtuvo la independencia. Cuando terminé mis estudios, me trasladé a una ciudad para trabajar y no asistí a ninguna iglesia por varios años.
Un día estaba jugando con los hijos de mi jefe, de nueve y siete años de edad, y me dijeron: “¿Sabías que nuestro padre es el presidente de rama de nuestra Iglesia?”. Me explicaron lo que era un presidente de rama y, sin pensar, dije: “Su padre no irá al cielo”. Me di cuenta de que había cometido un gran error y pensé desesperadamente en lo que podría decirles que les hiciera olvidar mi comentario. Al final del día, cuando vieron a su padre, corrieron hacia él y repitieron lo que yo había dicho. Pensé que iba a perder mi trabajo.
Anteriormente, mi jefe me había mostrado una chaqueta de cuando estuvo en el ejército que mostraba que había matado; fue por eso que dije lo que dije. Él, muy tranquilamente, me preguntó por qué había dicho eso. Le dije: “Jefe, recuerde que usted me dijo que había matado en la guerra. En la Biblia dice: ‘No matarás’”.
Me preguntó a qué iglesia asistía y le dije que solía asistir a la Iglesia católica, pero que no había asistido durante siete años. Compartió experiencias del Antiguo Testamento conmigo sobre guerras y hostilidades, y luego me dio un ejemplar del Libro de Mormón. Me alegré mucho de no haber perdido el trabajo.
Me dio el Libro de Mormón en 1981, pero no lo leí ni lo abrí por dos años. Un domingo, estaba aburrido cuando mis amigos estaban fuera de la ciudad, así que tomé el libro y fui a una estación de trenes cercana y leí. Cuando leí ese día, pude sentir la motivación de hacer lo bueno, pero lo que realmente me conmovió más adelante en la lectura fue 3 Nefi 11. Leí sobre los nefitas que sobrevivieron, quienes habían pasado por guerra y disturbios, y luego el Salvador Jesucristo se les apareció.
Mi país había pasado por su propia guerra durante quince años. Algunas de las personas con las que había crecido en mi aldea habían ido a la guerra y no habían regresado. Otros quedaron lisiados por el resto de su vida.
De modo que, al estar leyendo sobre los nefitas, sentí como si el Salvador Jesucristo me estuviera tendiendo la mano cuando dijo: “Levantaos y venid a mí, para que […] palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14).
Sentí como si Él me estuviera tendiendo la mano, invitándome a venir a Él, y me di cuenta de que era algo que yo podía hacer. Aquello cambió todo.
Cómo obtuve mi testimonio
Me tomó varios meses adquirir el valor para ir a la Iglesia. Sabía dónde se encontraba, pero no había misioneros en nuestra pequeña rama. En febrero de 1984, entré a la capilla de Kwekwe, pero tenía deseos de salir. No estaba seguro si pertenecía allí y me senté atrás, listo para salir corriendo. Después de los ejercicios de apertura, el presidente de rama, Mike Allen, dio su testimonio sobre el Salvador Jesucristo y el Libro de Mormón, y me sentí identificado. La siguiente persona también dio su testimonio del Salvador y del Libro de Mormón, al igual que la tercera. Me sentí eufórico. No tuve el valor de ir al púlpito, así que me puse de pié donde estaba sentado y dije: “Amo a Jesús; estoy leyendo el Libro de Mormón”, y me senté. Ese fue el principio de mi testimonio.
Esos testimonios fueron la forma en que el Señor me tendió la mano, porque me ayudaron a sentir que allí era donde pertenecía; sentí que ellos eran mis hermanos y hermanas. Durante los siguientes días, en mis oraciones pedí por ellos y pedí aceptación. Conocí a miembros que fueron muy amables y que me ayudaron.
Sucedieron muchas cosas ese día cuando entré al salón sacramental; me pregunto qué habría ocurrido si esos miembros no hubieran dado su testimonio. Nunca se sabe si hay alguien que está teniendo dificultades. Cuando se ponen de pie y dicen lo que sienten, quizá sea exactamente lo que alguien necesite escuchar.
Expresen su testimonio a menudo; cuando lo hacen, se fortalecen a sí mismos y a los que les rodean. Defiendan lo que saben. Al seguir los consejos del Libro de Mormón, se acercarán más al Salvador.
Acérquense al Salvador
El tiempo que pasé en la Misión Católica Romana Loreto me inició en el camino para llegar a ser discípulo del Salvador Jesucristo. Desde entonces he aprendido que ser discípulo es un proceso y que necesitamos seguir adelante a pesar de nuestras debilidades y limitaciones. Cuando aceptemos la invitación: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), progresaremos hacia la vida eterna “línea sobre línea, precepto tras precepto” (véase Doctrina y Convenios 98:12).
Sabemos que el camino no siempre será fácil y que tendremos algunas dificultades y penas durante el proceso, pero mirar hacia el Señor es la única manera de hallar paz en la vida.
La expiación del Salvador Jesucristo lo es todo para mí. Sé que el Salvador nos está tendiendo la mano; necesitamos levantar la vista, seguirle y tender la mano para levantar a los demás, a medida que Él nos tiende la mano y nos levanta.