Nuestra adoración en Dubái
La autora vive en Utah, EE. UU.
Jamás, ni siquiera una vez, me sentí incómoda por ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en un país musulmán.
Mi familia y yo llegamos a Dubái, Emiratos Árabes Unidos, durante el otoño de 2013, y estábamos entusiasmados por asistir a la Iglesia. Nuestras experiencias al asistir a la Iglesia en diferentes lugares siempre han sido cómodamente predecibles. Nos encanta poder cruzar el umbral de la puerta por primera vez sabiendo lo que ocurrirá e instantáneamente ser parte de un grupo de personas que jamás hemos visto antes.
Nuestras expectativas se cumplieron al llegar a ser parte de aquel amoroso grupo de Santos de los Últimos Días extranjeros provenientes de muchos países y, durante el tiempo en el que estuvimos en Dubái, nuestra fe y nuestro compromiso aumentaron. Nunca olvidaré el tiempo que pasé en Dubái ni las personas maravillosas que conocí a consecuencia de poder asistir a la Iglesia y adorar como siempre he tenido la fortuna de adorar. Espero que los líderes de los Emiratos Árabes Unidos comprendan el gran don que nos han dado al permitirnos adorar.
Lo que resultó inesperado fue lo mucho que creció mi fe a consecuencia de vivir entre personas que no eran miembros de mi religión y de relacionarme con ellas. Jamás he vivido en un lugar en el que el carácter central de Dios en la vida de las personas fuera tan universal.
Expresar confianza en Dios
Me quedé deleitada y encantada al poder hablar sobre la influencia de Dios y de la religión en mi vida sin que otros desdeñaran lo que decía o se ofendieran por ello. Me sentía así debido a que la mayoría de las personas que conocí en Dubái hablaban como yo lo hacía, lo cual nos generaba una conexión inmediata al comunicarnos.
Al hallarme sentada junto a la piscina al lado de otra madre esperando que nuestros hijos terminaran sus prácticas de natación, conversamos sobre mis dificultades al atravesar algunas pruebas y en cuanto a cómo me sentía desanimada. Aquella madre musulmana me ofreció amables palabras de aliento, y compartió su certeza de que Dios velaba por nosotros y que nos ayudaría en nuestras dificultades; no su Dios ni mi Dios, sino nuestro Dios.
Un día, mi hija y yo íbamos de camino al metro [tren subterráneo] y una mujer emiratí amablemente se ofreció a llevarnos. Nos contó en cuanto a sus experiencias con su hijo, quien tenía problemas médicos que requerían que viajaran a los Estados Unidos para procurar tratamiento. En el transcurso de su relato, manifestaba fe y confianza en la voluntad de Dios y Su protección. Le dije que oraría por ella y por su familia, lo cual ella aceptó con comprensión y amor.
Comprendidos y aceptados
Reunirnos con otras familias del programa de escolarización en el hogar generaba un ambiente de gran seguridad y de cosas en común. En aquel grupo, había integrantes de casi todas las religiones. Cuando hablábamos sobre Dios, sobre la oración y sobre la adoración, cada persona se sentía comprendida y aceptada por todos. Incluso entre los cristianos hay muchas religiones diferentes. Cuando me reunía con otros cristianos que educaban en casa, era encantador ser plenamente aceptada, sin importar cuál fuera mi religión ni mis creencias religiosas específicas. Teníamos valores morales y costumbres en común gracias a nuestra devoción a Dios.
Mientras hablaba con una madre hindú a cuyos hijos enseñaba mi hija, expresó lo fundamental que eran para ella su religión y sus creencias, en tanto me contaba cómo pasaba el día en meditación y adoración.
Valores en común
Y por último, debo decir cuánto valoré vivir en un lugar donde se abrazaban los mismos valores que mi esposo y yo enseñamos a nuestros hijos. Les enseñamos a cuidar su salud al no beber alcohol ni consumir drogas; les enseñamos a mostrar valores morales y modestia en el vestir y en su apariencia. Una de nuestras cosas preferidas, que encontramos a los pocos días de llegar a Dubái, era el cartel en la entrada del centro comercial en el que se indicaban el modo de vestir y la conducta debidos. Mi familia y yo comentamos de inmediato que aquello parecía tomado del cuadernillo de normas Para la Fortaleza de la Juventud. ¡Nos encantó!
Jamás me sentí incómoda por ser una mujer creyente en Cristo y temerosa de Dios en Dubái. Por el contrario, me sentí alentada y fortalecida en mis creencias por aquellas personas con las que me relacionaba. No he experimentado eso de manera tan generalizada en ningún otro lugar donde haya vivido.
Cuando nuestra familia escuchó el anuncio del Templo de Dubái, Emiratos Árabes Unidos, en la Conferencia General de abril de 2020, nos quedamos boquiabiertos; nos quedamos mirándonos el uno al otro, con total asombro. Rebosábamos de gozo por el hecho de que llegara un templo a Medio Oriente. Me alegra el corazón por los muchos miembros de la Iglesia que viven en esa región. Estoy muy agradecida a los líderes de los Emiratos Árabes Unidos por permitir que esa Santa Casa se erija entre sus santas casas; sus bellas mezquitas que se hallan diseminadas por todo aquel paisaje. Esta es una época verdaderamente significativa e inolvidable.