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Emily Richards tenía “algo que decir”
31 mayo – 6 junio
Emily Richards subió al estrecho púlpito en la reunión de la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer que se llevó a cabo en Washington, D.C., capital de los Estados Unidos. Sabía que esa era una de las experiencias más cruciales de su vida. Corría el año 1889, y el tema del sufragio de la mujer en Utah y el del matrimonio plural se debatían apasionadamente. Aunque Emily estaba nerviosa, sentía que estaba preparada para tomar la palabra a favor de su hogar, su género y su religión.
Una fuente relató: “Se temía que la dama de Utah no pudiera hacerse escuchar en todo el recinto, ya que otros oradores no lo habían logrado, pero para sorpresa y deleite de todos, los claros tonos de su voz penetraron hasta los recovecos más remotos del edificio, y su discurso fue un verdadero triunfo”1.
Si bien no hay un registro de lo que Emily dijo ese día, un periodista informó que ella habló durante una media hora. Dio “una presentación ordenada y culta” que presentó hechos e ideas que “desarm[aron] todo prejuicio”. El periodista continuó diciendo que las palabras de Emily tenían un “dulce espíritu” que ablandó muchos corazones ese día con respecto al territorio de Utah2.
Sin embargo, Emily no siempre fue una oradora talentosa. Ella recordaba que Eliza R. Snow, que entonces era la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, le había dado algunos consejos: “La primera vez que [la hermana Snow] me pidió que hablase en una reunión, no pude hacerlo, a lo que me dijo: ‘No te preocupes, pero cuando te vuelvan a pedir que tomes la palabra, inténtalo y ten algo que decir’”3.
Emily tomó en serio ese consejo y se aseguró de estar preparada para hablar cuando fuera necesario. Al igual que Emily Richards, debemos estar preparados en todo momento para “abrir [nuestra] boca” (Doctrina y Convenios 60:2) y proclamar la palabra de Dios.