Solo para versión digital: Voces de los Santos de los Últimos Días
Nuestro triángulo perfecto de esperanza y sanación
Se nos dieron pocas esperanzas de que nuestra bebé se desarrollara de manera normal, pero la fe, el ayuno y la oración, además de las bendiciones del sacerdocio, demostraron que los médicos estaban equivocados.
Estábamos todos emocionados por el nacimiento de Agatha en 2015; sería la primera nieta de mis padres. Todo iba bien hasta el día en que nació. Era una bebé grande, yo tuve complicaciones y el médico llegó tarde al hospital. Cuando finalmente llegó, tuvo que usar fórceps para extraerla. Para entonces, ella había experimentado asfixia neonatal.
Cuando me pusieron a Agatha sobre el pecho por un momento, pensé que era para que me despidiera de ella. Las enfermeras la trasladaron de inmediato a la unidad de cuidado intensivo neonatal. Más tarde, me enteré de que la puntuación de su prueba de Apgar, la que se usa para evaluar la condición general de un recién nacido, fue de solo 2. Se considera normal una puntuación de entre 7 y 10.
En las tomografías aparecía una mancha blanca grande en el cerebro de Agatha que revelaba un daño significativo debido a la falta de oxígeno. Los médicos nos dijeron que, si vivía, tendría serias discapacidades cognitivas y físicas y que probablemente tendría epilepsia.
Cuando mi familia se enteró de cuán grave se encontraba Agatha, a mis padres y a mis suegros se les dio permiso para entrar a la unidad de cuidado intensivo neonatal por separado para verla y decirle adiós. Mi padre y mi suegro, cada uno y sin que el otro se enterara, le dieron una bendición; también mi esposo le dio una bendición. Organizamos un ayuno familiar a favor de ella para ese domingo.
Agatha pasó once días en el hospital antes de que pudiéramos llevarla a casa. Durante varios meses, se le realizaron pruebas y procedimientos; no podía tragar, no tenía reflejos y experimentaba convulsiones. Me dijeron que nunca movería la cabeza, que no caminaría ni hablaría.
Durante el año siguiente, continuamos orando y ayunando por Agatha y la llevamos a un fisioterapeuta para que le enseñara a moverse. El lado izquierdo de su cuerpo se había visto especialmente afectado por la asfixia; podía mover la mano derecha, pero no la mano izquierda. Los médicos nos dijeron que su progreso sería lento, pero luego de algunas sesiones podía mover ambos lados del cuerpo por igual. El terapeuta dijo que era un milagro y, debido a que aprendió tan rápido, se preguntó por qué la habíamos llevado.
Cada pequeña mejoría nos daba alegría. Poco después, Agatha comenzó a mover la cabeza; luego, pudo sentarse. Cuando empezó a sonreír, supimos que nuestra fe y nuestras oraciones estaban siendo contestadas. Y cuando dijo “mamá” por primera vez, sentí un gozo enorme.
El milagro más grande lo presenciamos durante su examen anual. La imagen por resonancia magnética (IRM) reveló que ya no tenía la mancha blanca en el cerebro. Su médico no lo podía creer.
“Esta tomografía pareciera ser de otra niña”, dijo, al comparar la nueva imagen con la imagen original que se tomó cuando nació. Solicitó una segunda tomografía luego de preguntarse qué estaba pasando.
En la actualidad, Agatha no tiene discapacidades cognitivas ni físicas y ya no toma medicamentos para la epilepsia. En la escuela se le conoce como una niña aventajada en el aspecto intelectual.
Atribuimos la sanación de Agatha a lo que mi padre llama “un triángulo perfecto”: fe, ayuno y oración, y a las bendiciones del sacerdocio dadas por hombres rectos. Sabemos que el Señor nos ama, sabemos que tiene poder, y sabemos que nos da Su poder para ejercerlo aquí en la tierra. Estamos agradecidos de que sanó a Agatha.