Mensaje de la Presidencia del Área
Mi Señor, mi Amigo
El inicio de un nuevo año siempre nos lleva a revestirnos de esperanza y entusiasmo.
El año nuevo se presenta ante nosotros como una hoja en blanco en la cual escribimos nuestros deseos, metas y promesas de renovación.
¿Cuáles son nuestros objetivos para el año que se inicia? ¿Cómo lograremos alcanzar esas metas? Sin duda las palabras del Salvador en su respuesta al intérprete de la ley pueden darnos luz respecto hacia dónde mirar y cómo actuar para tener un año exitoso, a la manera del Señor.
La pregunta: “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?”.
La respuesta: “Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.
“Este es el primero y grande mandamiento.
“Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39).
Si nuestros planes tienen esto en mente, el guardar todos los mandamientos de Dios, lo cual es una expresión de sublime amor hacia Él, entonces las metas que fijemos en diferentes áreas de desarrollo estarán enfocadas en nuestro principal objetivo que es llegar a ser como Cristo.
Quizás la siguiente historia pueda orientarnos hacia dicho objetivo.
Barbados es una encantadora isla perteneciente a las Antillas Menores. En sus playas hermosas, así como en otras de las islas del Caribe, hay zonas de protección para las tortugas marinas.
Estando en una gira de misión tuvimos la oportunidad de visitar la isla. Una mañana, Norma y yo fuimos a caminar por la playa que se encuentra frente al hotel donde nos alojábamos. Al hacerlo vimos a una de las misioneras mayores que estaba trabajando al lado de la vereda que separa la playa de la ruta.
Al acercarnos le preguntamos qué estaba haciendo. Nos contestó que “una tortuga grande había desovado en esa parte de la playa. La tortuga había encontrado un buen lugar para depositar los huevos. Los cubrió y luego se fue”.
El desafío sería para las pequeñas tortugas que, al nacer, buscarían el océano y una vereda peatonal, que recientemente había sido construida y que había dejado un declive, sería un escollo imposible de sortear en su camino al océano. Por otro lado, durante la noche las tortuguitas confundirían las luces de los vehículos y de la ciudad con estrellas y al ir hacia ellas morirían ya sea por los vehículos o por inanición yendo en lugar opuesto al océano.
Inspirados por la misionera, nos pusimos a buscar tortuguitas. Algunas estaban atrapadas entre las plantas, otras habían muerto y otras luchaban por subir por la calzada que las separaba de la playa y el océano. Rescatamos a cuantas pudimos. Algunas personas que estaban pasando por el lugar nos dijeron que lo que estábamos haciendo era una pérdida de tiempo.
Posteriormente, en una actividad de servicio, las misioneras nivelaron esa vereda a fin de que en el futuro las tortugas que nacieran pudieran encontrar su camino hacia la vida.
Personalmente sentí un gozo inefable al poder sostener entre mis manos una tortuguita y ponerla en su camino hacia el mar.
Si el rescatar a un animal indefenso nos trae gozo, ¿cuánto más cuando buscamos la forma de ayudar en el rescate de uno de nuestros hermanos?
Cuánta similitud con el viaje de esta vida. El escollo de la vereda: los obstáculos de la vida; las luces de los autos: las distracciones a nuestro alrededor; la gente que decía que era una pérdida de tiempo: aquellos que se concentran en sí mismos no encuentran tiempo para ayudar a otros.
En la vida premortal, tuvimos una experiencia similar. El plan fue presentado y nos alegramos por esa gran oportunidad. Era el camino a la playa. El adversario apareció como las luces de los autos, con distracciones para desviarnos del plan.
Hoy en día es similar, hay una guerra activa y peligrosa. Está llena de obstáculos, de distracciones y mensajes dobles. ¿Cómo sobrevivir a todo esto y avanzar?
El refrán dice: “Si quieres andar rápido, viaja solo; si quieres llegar lejos, viaja acompañado”.
En este viaje, todos estamos unidos por la decisión inicial: Salir del Padre para luego poder volver a Él.
¿Como lo podemos lograr?
Hay palabras asociadas a este viaje tales como: amor, amistad, rescate, compartir, visitar e invitar.
En nuestra experiencia personal, una de las formas es a través de la familia de la Iglesia.
Es evidente que el alimento para darnos fuerza en nuestra lucha hacia el océano es un testimonio personal, el cual se debe obtener y mantener mediante la oración, el estudio de las Escrituras, las ordenanzas y el perseverar cada día.
Pero luego de esto, aun con este testimonio, la jornada está salpicada de obstáculos; algunos fáciles de sortear, otros más complejos y a veces otros que no son fáciles de identificar. Estrellas hacia el océano, hacia la vida o luces hacia la muerte.
No estamos solos en esta jornada.
Tenemos compañeros de viaje: la familia, los miembros de la Iglesia y los amigos.
El Señor nos llama Sus amigos (véase Juan 15:15). Amigos. Os llamaré amigos.
Esta amistad es incondicional, pero las bendiciones de lo que esta amistad puede brindar no lo son; están condicionadas a la obediencia a los mandamientos.
La palabra amistad está relacionada con el primer y segundo mandamiento: Amar a Dios y amar al prójimo (véase Mateo 22:36–40).
La palabra amistad proviene del latín amicĭtas, y que, por su parte, procede del verbo amāre, que significa “amar”.
La amistad está asociada a valores fundamentales como el amor, la lealtad, la solidaridad, la incondicionalidad, la sinceridad y el compromiso, y se cultiva con el trato asiduo y el interés recíproco a lo largo del tiempo.
El Señor nos ha llamado “amigos” y nos ha invitado a ser Sus amigos. Qué frase tan cálida que llena el corazón con paz y esperanza, y que disipa el temor y la soledad.
Yo quiero siempre ser merecedor de ser llamado Su amigo.
En la Iglesia deberíamos estar rodeados de amigos que nos ayuden en nuestro viaje a casa.
¿Me pregunto, “¿somos esos amigos?”.
Cómo sería todo si los miembros de la Iglesia pudiéramos decir cada mañana al comenzar el día: “¿A quién de mis ‘amigos’ serviré hoy? ¿Cómo aplicaré hoy las palabras ‘cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis’ (Mateo 25:40)?”.
Es parte de los atributos de Cristo.
El verdadero seguidor no vive o se esfuerza por vivir los atributos de Cristo solo el domingo. Estos deben ser una vestidura interna y externa que lo acompañan diariamente y así podremos ser amigos y amigos del Salvador.
En una evaluación personal podríamos preguntarnos:
¿Tratamos con amor y amistad a los nuevos conversos? ¿Hacemos lo propio con aquellos que son de una raza diferente? ¿Lo hacemos con aquellos que opinan en forma diferente debido a sus ideas, o a su origen, o a su género? ¿Trato a los niños con discapacidad en forma amorosa y comprensiva como el Señor lo haría? ¿Trato a los que piden limosna o que están a la vera del camino como mis amigos, sin juzgar?
A fin de desarrollar esta amistad tal como el Señor lo enseñó, tal vez podamos:
-
Visitar a un hermano menos activo en el Evangelio, conocerlo mejor, extender nuestra mano (Mosíah 2:17) e invitarlo a participar de las reuniones dominicales.
-
Compartir el Evangelio con amigos y familiares. Enviar un mensaje del Evangelio, invitarlo a una reunión de la Iglesia, a un servicio bautismal, a un devocional o a una actividad de servicio.
Dejo de ser amigo del Señor cuando trato a los otros con indiferencia, con palabras ríspidas, o con el silencio. Esposos, esposas, pueden decir “él o ella es mi amigo/amiga”, y por lo tanto mi forma de actuar está basada en el amor y comprensión.
Él es nuestro Amigo, nunca nos desamparará y por campos verdes nos hace transitar.
Miremos a nuestro alrededor, a nuestra familia, a los miembros de nuestro barrio en la Iglesia, ¿quién falta hoy?
¿Quién necesita hoy escuchar: Mi amigo, no estás solo, aquí estoy?
Jóvenes, usen su energía e influencia para decir “Tú tienes un amigo en mí como el Señor es mi amigo”. Que esta práctica sea una preparación para el tiempo en que servirán una misión.
La invitación para este año para niños, jóvenes y adultos es:
-
Visite a un hermano menos activo en el Evangelio; conózcalo mejor, y extienda su mano (Mosíah 2:17), e invítelo a participar de la Santa Cena y de las reuniones dominicales. Oportunamente acompáñelo al templo.
-
Comparta el Evangelio con su amigos y familiares y aun con los que no conoce bien. Envíe un mensaje de texto, invítelo a una reunión de la Iglesia, a un servicio bautismal, a un devocional, o a una actividad de servicio. La invitación de “Venir y ver” “Venir y ayudar” y “Venir y permanecer” forman parte de este gran mandamiento de amar y compartir.
Que podamos ser la mano que cura la herida, que podamos ser amigos del Señor y seguirle, que podamos ser Sus amigos fieles y que Él pueda decirnos: Mi hijo, mi amigo, “sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25:23).