El Señor Jesucristo nos enseña a ministrar
Con la ayuda de nuestro Salvador, podemos amar a Sus preciadas ovejas y ministrarlas como Él lo haría.
El Señor Jesucristo dijo:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas […];
“así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas”1.
En la versión griega de este pasaje de las Escrituras, la palabra bueno también significa “hermoso, magnífico”. Hoy deseo hablar del Buen Pastor, el Hermoso Pastor, el Magnífico Pastor, a saber: Jesucristo.
En el Nuevo Testamento, se lo llama el “gran pastor”2, el “Príncipe de los pastores”3 y “el Pastor y Obispo de [n]uestras almas”4.
En el Antiguo Testamento, Isaías escribió: “Como pastor apacentará su rebaño”5.
En el Libro de Mormón, se lo llama “el buen pastor”6 y el “gran y verdadero pastor”7.
En Doctrina y Convenios, Él declara: “Por tanto, estoy en medio de vosotros, y soy el buen pastor”8.
En nuestros días, el presidente Russell M. Nelson ha declarado: “El Buen Pastor cuida amorosamente a todas las ovejas de Su rebaño y nosotros somos en realidad pastores bajo Su dirección. Es nuestro el privilegio de ser portadores de Su amor y de añadir nuestro propio amor a los amigos y a los vecinos —alimentarlos, atenderlos y nutrirlos— como el Salvador desea que lo hagamos”9.
Más recientemente, el presidente Nelson ha dicho: “Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor será siempre un esfuerzo organizado y dirigido a ministrar a los hijos de Dios individualmente y a sus familias. Puesto que esta es Su Iglesia, nosotros, como Sus siervos, hemos de ministrar a la persona en particular, tal como Él lo hizo. Ministraremos en Su nombre, con Su poder y autoridad, y con Su amorosa bondad”10.
Cuando los fariseos y los escribas murmuraban contra el Señor, “diciendo: Este a los pecadores recibe y con ellos come”11, Él respondió presentando tres hermosos relatos que hemos llegado a conocer como la parábola de la oveja perdida, la parábola de la moneda perdida y la parábola del hijo pródigo.
Es interesante notar que cuando Lucas, el autor de ese evangelio, presenta los tres relatos, utiliza la palabra parábola en singular, no en plural12. Al parecer, el Señor está enseñando una lección única con tres relatos; relatos que presentan números diferentes: cien ovejas, diez monedas y dos hijos.
Sin embargo, el número fundamental de cada uno de estos relatos es el número uno. Una lección que podemos aprender de este número es que ustedes podrían ser, bajo la dirección del Señor, un pastor de cien élderes y futuros élderes en su cuórum de élderes, o una asesora de diez mujeres jóvenes o un maestro de dos niños de la Primaria, pero siempre, siempre ministrándoles, cuidándolos y amándolos uno por uno, individualmente. Ustedes nunca dicen: “Qué oveja tan insensata” o, “después de todo, en realidad no necesito esa moneda”, o “qué rebelde es ese hijo”. Si ustedes y yo tenemos en nosotros “el amor puro de Cristo”13, al igual que el hombre del relato de la oveja perdida, “deja[remos] las noventa y nueve […] [e iremos] tras la que se […] perdió, hasta [hasta, hasta] que la hall[emos]”14. O bien, como la mujer del relato de la moneda perdida, “enc[enderemos] una lámpara, y barre[remos] la casa y busca[remos] con diligencia [con diligencia] hasta [hasta, hasta] hallarla”15. Si tenemos en nosotros “el amor puro de Cristo”, seguiremos el ejemplo del padre en el relato del hijo pródigo, quien cuando el hijo “aún estaba lejos, lo vio […] y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y le besó”16.
¿Podemos percibir la urgencia en el corazón del hombre que perdió solamente una oveja? ¿O la urgencia en el corazón de la mujer que perdió solamente una moneda? ¿O el amor y la compasión inefables en el corazón del padre del hijo pródigo?
Mi esposa, María Isabel, y yo servimos en Centroamérica y residíamos en la Ciudad de Guatemala. Allí tuve la oportunidad de conocer a Julia, una fiel miembro de la Iglesia. Sentí la impresión de preguntarle acerca de su familia. Su madre murió de cáncer en 2011. Su padre había sido un líder fiel en la estaca, prestando servicio como obispo y como consejero del presidente de estaca durante varios años; él había sido un verdadero pastor bajo la dirección del Señor. Julia me habló de los esfuerzos incansables de su padre por visitar, ministrar y servir. Ciertamente él se regocijaba al alimentar y cuidar a las preciadas ovejas del Señor. Él se volvió a casar y se mantuvo activo en la Iglesia.
Unos años después, se divorció y nuevamente tuvo que asistir solo a la iglesia. Se sentía fuera de lugar y también sentía que algunas personas lo criticaban debido a su divorcio, y dejó de asistir a la iglesia cuando su corazón se llenó de un espíritu negativo.
Julia hablaba muy bien de aquel maravilloso pastor bajo la dirección del Señor, que era un hombre trabajador, amoroso y compasivo. Recuerdo vívidamente que experimenté una sensación de urgencia mientras ella lo describía. Yo solamente deseaba hacer algo por ese hombre, un hombre que había hecho tanto por tantas personas a lo largo de esos años.
Ella me dio el número de teléfono celular de su padre y comencé a llamarlo, con la esperanza de tener la oportunidad de conocerlo en persona. Después de varias semanas y muchas llamadas telefónicas sin éxito, un día finalmente contestó al teléfono.
Le dije que había conocido a Julia, su hija, y que me impresionaba la forma en que él había servido, ministrado y amado a las preciadas ovejas del Señor durante tantos años. Él no esperaba un comentario como ese. Le dije que realmente quería conversar con él frente a frente, cara a cara. Me preguntó cuál era mi intención al proponer una reunión así y le respondí: “Realmente quiero conocer al padre de una dama tan maravillosa”. Luego, durante unos segundos, hubo silencio en el teléfono; unos pocos segundos que me parecieron una eternidad. Él dijo simplemente: “¿Cuándo y dónde?”.
El día que lo conocí, lo invité a compartir conmigo algunas de sus experiencias al visitar, ministrar y servir a las preciadas ovejas del Señor. Mientras contaba algunos relatos conmovedores, me di cuenta de que el tono de su voz cambió y que volvió el mismo espíritu que él había sentido tantas veces como pastor bajo la dirección del Señor. Ahora él tenía los ojos llenos de lágrimas y yo sabía que ese era el momento oportuno para mí, pero me di cuenta de que no sabía qué decir. Oré en mi mente: “Padre, ayúdame”.
De repente, me oí decir: “Hermano Florián, como siervo del Señor, le pido disculpas porque no estuvimos a su lado. Perdónenos, por favor. Denos otra oportunidad de demostrarle que lo amamos, que lo necesitamos, que usted es importante para nosotros”.
El domingo siguiente, él regresó. Tuvo una larga conversación con su obispo y permaneció activo. Unos meses después falleció, pero había regresado. Él había regresado. Testifico que, con la ayuda de nuestro Salvador, podemos amar a Sus preciadas ovejas y ministrarlas como Él lo haría. Y de ese modo, allí, en la Ciudad de Guatemala, el Señor Jesucristo llevó de vuelta a Su rebaño a una preciada oveja más y me enseñó una lección sobre la ministración que no puedo olvidar. En el nombre del Buen Pastor, el Hermoso Pastor, el Magnífico Pastor, a saber: el Señor Jesucristo. Amén.