Hosanna al Más Alto Dios
La entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y los acontecimientos de esa semana sirven de ejemplo de doctrina que podemos poner en práctica hoy en nuestra vida.
Como ya se ha dicho, hoy nos sumamos a cristianos de todo el mundo para honrar a Jesucristo en este Domingo de Ramos. Hace casi dos mil años, el Domingo de Ramos marcó el inicio de la última semana del ministerio terrenal de Jesucristo; fue la semana más importante de la historia de la humanidad.
Lo que comenzó con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en la que fue aclamado como el Mesías prometido, culminó con Su crucifixión y resurrección1. Por designio divino, Su sacrificio expiatorio dio fin a Su ministerio terrenal, haciendo posible que vivamos con nuestro Padre Celestial por la eternidad.
En las Escrituras se nos dice que aquella semana comenzó con multitudes aguardando a las puertas de la ciudad para ver a “Jesús, el profeta, de Nazaret de Galilea”2. Las personas “tomaron ramas de palmeras y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!”3.
Este relato bíblico tan antiguo me recuerda cuando estuve en Takoradi, Ghana, por una asignación de la Iglesia. Curiosamente, estuve allí un Domingo de Ramos.
Fui allí a dividir la Estaca Takoradi, Ghana, para crear la Estaca Mpintsin, Ghana. Actualmente hay más de cien mil miembros de la Iglesia en Ghana4. (Extendemos una cordial bienvenida a Su Majestad, el rey Nii Tackie Teiko Tsuru II de Acra, Ghana, quien se encuentra hoy con nosotros). Al reunirme con esos santos sentí su profundo amor y devoción por el Señor. Les expresé mi gran amor por ellos y que el Presidente de la Iglesia los amaba. Les leí las palabras del Salvador registradas por Juan: “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”5. La llamaron “La conferencia del amor”6.
Mientras contemplaba las filas de esos queridos hermanos y hermanas y sus familias en la capilla, pude ver en sus rostros el brillo del testimonio y la fe en Jesucristo. Sentí su deseo de ser contados como parte de Su vasta Iglesia; y cuando el coro cantó, cantaron como ángeles.
Al igual que en aquel Domingo de Ramos de la antigüedad, estos eran discípulos de Jesucristo que se habían congregado para rendirle tributo, como hicieran los que estuvieron a las puertas de Jerusalén con palmas en las manos y exclamaron: “¡Hosanna […]! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”7.
Había también unos feligreses en una parroquia cercana, que estaban honrando el Domingo de Ramos. Mientras hablaba desde el púlpito, me fijé a través de la ventana que se los veía caminar gozosos agitando las palmas que llevaban, tal como se ve en esta foto. Fue algo que jamás podré olvidar: aquel día todos adoramos al Rey de reyes.
El presidente Russell M. Nelson nos ha aconsejado que hagamos del Domingo de Ramos un día “en verdad sant[o], al recordar, no solo las palmas que se agitaron para honrar la entrada de Jesús en Jerusalén, sino las palmas de Sus manos”. Luego, el presidente Nelson se refirió a Isaías, quien habló de cómo el Salvador prometió: “Yo no me olvidaré de ti”, con estas palabras: ‘He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada’”8.
El Señor sabe por Sí mismo que la vida terrenal es difícil. Sus heridas nos recuerdan que Él “ha descendido debajo de todo”9 para poder socorrernos cuando padecemos y para ser nuestro ejemplo en el mandato de “persevera[r] en [nuestro] camino”10, el cual es Su camino, de modo que “Dios [esté con nosotros] para siempre jamás”11.
El Domingo de Ramos no fue solo un evento, otra página de la historia con una fecha, una hora y un lugar. La entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y los hechos de aquella semana sirven de ejemplo de doctrina que podemos poner en práctica hoy en nuestra vida.
Consideremos parte de la doctrina eterna que se entrelaza en la conclusión de Su ministerio en Jerusalén.
Primero, la profecía. Por ejemplo, Zacarías, el profeta del Antiguo Testamento, profetizó la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, y hasta describió que iría sentado sobre un pollino12. Mientras se preparaba para entrar en la ciudad, Jesús predijo Su resurrección con estas palabras:
“He aquí, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte;
“y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, y le azoten y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará”13.
Segundo, la compañía del Espíritu Santo. José Smith enseñó: “Nadie puede saber que Jesús es el Cristo, sino por el Espíritu Santo”14. El Salvador prometió a Sus discípulos15 en la Última Cena16, en el aposento alto17: “No os dejaré huérfanos”18. Ellos no estarían solos al llevar adelante las verdades del Evangelio, sino que tendrían el supremo don del Espíritu Santo para guiarlos. “La paz os dejo, mi paz os doy”, prometió Él, “yo no os la doy como el mundo la da”19. Tenemos esa misma certeza en el don del Espíritu Santo: “… para que siempre [podamos] tener su Espíritu [con nosotros]”20 y “por el poder del Espíritu Santo [podamos] conocer la verdad de todas las cosas”21.
Tercero, el discipulado. El verdadero discipulado consiste en un compromiso inquebrantable, en obediencia a las leyes eternas y, por encima de todo, en el amor a Dios, no dudando nada. La multitud que rindió tributo con palmas lo aclamó como el Mesías; y en efecto, Él lo era. Vinieron atraídos por Él, por Sus milagros y Sus enseñanzas, pero para muchos de ellos la adulación no duró. Algunos de los que previamente habían clamado “Hosanna”22 no tardaron en volverse y exclamar: “Crucifícale”23.
Cuarto, la expiación de Jesucristo24. En Sus últimos días, tras el Domingo de Ramos, Él efectuó Su extraordinaria expiación, desde la agonía en Getsemaní, pasando por la farsa de Su juicio y Su tortura en la cruz, hasta Su entierro en una tumba prestada. Pero eso no fue todo: Con la majestuosidad de Su llamamiento como Redentor de todos los hijos del Padre Celestial, tres días después salió de la tumba, resucitado25, tal como Él lo había profetizado.
¿Estamos continuamente agradecidos por la incomparable expiación de Jesucristo? ¿Sentimos su poder purificador en este instante? Ese es el motivo por el que Jesucristo, Autor y Consumador de nuestra salvación, fue a Jerusalén: para salvarnos a todos. ¿Resuenan en ustedes estas palabras de Alma?: “… si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?”26. Puedo aseverar que aquel Domingo de Ramos, el coro de Takoradi cantó “la canción del amor que redime”.
Aquella fatídica última semana de Su ministerio terrenal, Jesucristo pronunció la parábola de las diez vírgenes27. Él estaba enseñando acerca de Su regreso a quienes estuvieran preparados para recibirlo, no con palmas en las manos, sino con la luz del Evangelio en su interior. Él empleó la imagen de las lámparas encendidas, con una provisión de aceite adicional para alimentar la llama, a fin de describir la disposición de vivir a Su manera, recibir Sus verdades y compartir Su luz.
Ya conocen la historia. Las diez vírgenes representan a los miembros de la Iglesia y el novio representa a Jesucristo.
Las diez vírgenes tomaron las lámparas y “salieron a recibir al novio”28. Cinco eran prudentes, pues tenían aceite en las lámparas y un poco más de reserva, y cinco eran insensatas, sin aceite en las lámparas y sin reserva alguna. Cuando llegó el aviso: “He aquí el novio viene; salid a recibirle”29, las cinco que eran “prudentes y ha[bían] recibido la verdad, y ha[bían] tomado al Espíritu Santo por guía”30, estaban listas para “su rey y su legislador”31, para que “su gloria est[uviera] sobre ell[a]s”32. Las otras cinco trataban frenéticamente de encontrar aceite, pero era demasiado tarde. La comitiva siguió adelante sin ellas. Cuando llamaron a la puerta y suplicaron poder entrar, el Señor respondió “no os conozco”33.
¿Cómo nos sentiríamos si Él nos dijera: “¡No los conozco!”?
Nosotros, al igual que las diez vírgenes, tenemos lámparas, pero ¿tenemos aceite? Temo que haya quienes apenas se las arreglan con una escasa cantidad de aceite, demasiado atareados con las presiones del mundo como para prepararse debidamente. El aceite se obtiene al creer y poner en práctica las profecías y las palabras de los profetas vivientes, en especial las del presidente Nelson, sus consejeros y los Doce Apóstoles. El aceite llena nuestra alma cuando oímos y sentimos el Espíritu Santo y actuamos según esa guía divina. El aceite se derrama en nuestro corazón cuando nuestras decisiones indican que amamos al Señor y que amamos lo que Él ama. El aceite se recibe al arrepentirse y procurar la sanación de la expiación de Jesucristo.
Si algunos de ustedes están intentando completar lo que algunos llaman una “lista de cosas que hacer antes de morir”, pues ya está: llenen su lista con aceite en la forma del agua viva de Jesucristo34, la cual es una representación de Su vida y Sus enseñanzas. Por el contrario, marcar en la lista que se completó la visita a un lugar lejano, o a un evento espectacular, jamás les llenará ni satisfará el alma; el vivir la doctrina que impartió Jesucristo sí lo hará. Antes mencioné unos ejemplos: reciban las profecías y las enseñanzas proféticas, actúen según las impresiones del Espíritu Santo, lleguen a ser verdaderos discípulos y procuren el poder sanador de la expiación del Señor. Esta lista de cosas que hacer antes de morir los llevará a un lugar donde sí quieren ir: de regreso a su Padre Celestial.
Aquel Domingo de Ramos en Takoradi fue una experiencia muy especial para mí, porque la viví con una congregación de hermanos y hermanas fieles. Así ha sido también en continentes e islas por todo el mundo. Mi corazón y mi alma, al igual que los de ustedes, anhelan clamar: “Hosanna al Más Alto Dios”35.
Si bien hoy no nos hallamos a las puertas de Jerusalén con palmas en las manos, el tiempo vendrá en que, como se profetizó en Apocalipsis, vendrá “una gran multitud, la cual ninguno podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que esta[rá] delante del trono y en presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos”36.
Les dejo mi bendición como apóstol de Jesucristo para que se esfuercen diligentemente a fin de vivir en rectitud y estar entre aquellos que, con palmas en las manos, anunciarán al Hijo de Dios, nuestro gran Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amén.