“Permanec[e] en mí, y yo en ti; por tanto, anda conmigo”
La promesa del Salvador de permanecer en nosotros es verdadera y está al alcance de todo miembro de Su Iglesia restaurada que guarde sus convenios.
Enoc, un profeta de la antigüedad, a quien se describe en el Antiguo Testamento, en Doctrina y Convenios y en la Perla de Gran Precio1, desempeñó un papel decisivo en el establecimiento de la ciudad de Sion.
El relato de las Escrituras del llamamiento de Enoc a servir indica que él “oyó una voz del cielo que decía: Enoc, hijo mío, profetiza a los de este pueblo y diles: Arrepentíos […], pues se han endurecido sus corazones, y sus oídos se han entorpecido, y sus ojos no pueden ver lejos”2.
“Y cuando Enoc oyó estas palabras, se humilló a tierra […] y habló ante [el Señor], diciendo: ¿Por qué he hallado gracia ante tu vista, si no soy más que un jovenzuelo, y toda la gente me desprecia, por cuanto soy tardo en el habla; por qué soy tu siervo?”3.
Observen que en el momento en que Enoc fue llamado a servir, cobró plena consciencia de sus carencias y limitaciones, y sospecho que todos nosotros, en algún momento en nuestro servicio en la Iglesia, nos hemos sentido como Enoc. No obstante, considero que la respuesta del Señor a la implorante pregunta de Enoc es instructiva y se aplica a cada uno de nosotros hoy en día.
“Y el Señor dijo a Enoc: Ve y haz lo que te he mandado, y ningún hombre te herirá. Abre tu boca y se llenará, y yo te daré poder para expresarte […].
“He aquí, mi Espíritu reposa sobre ti; por consiguiente, justificaré todas tus palabras; y las montañas huirán de tu presencia, y los ríos se desviarán de su cauce; y tú permanecerás en mí, y yo en ti; por tanto, anda conmigo”4.
A la larga, Enoc llegó a ser un gran profeta y un instrumento en las manos de Dios para llevar a cabo una gran obra, ¡pero no comenzó su ministerio de esa manera! Por el contrario, su capacidad se magnificó con el tiempo, conforme aprendió a permanecer en el Hijo de Dios y a andar con Él.
Ruego fervientemente la ayuda del Espíritu Santo mientras consideramos juntos el consejo que el Señor dio a Enoc y lo que puede significar para ustedes y para mí hoy en día.
Permanecerás en Mí
El Señor Jesucristo nos extiende la invitación a cada uno de nosotros a permanecer en Él5; pero ¿cómo aprendemos en realidad a permanecer en Él y cómo lo logramos?
La palabra permanecer significa mantenerse fijo o estable y perdurar sin ceder. El élder Jeffrey R. Holland explicó que “permanecer”, como acción, significa “‘quedarse, pero quedarse para siempre’. Tal es el llamado del mensaje del Evangelio para [todos en el] mundo. Vengan, pero vengan para quedarse; vengan con convicción y perseverancia; vengan y quédense permanentemente, por el bien de ustedes mismos y por el bien de todas las generaciones que los seguirán”6. Así que permanecemos en Cristo cuando somos firmes e inmutables en nuestra devoción al Redentor y Sus santos propósitos, en los buenos momentos y en los malos7.
Comenzamos a permanecer en el Señor cuando ejercemos nuestro albedrío moral para tomar sobre nosotros Su yugo8 mediante los convenios y las ordenanzas del Evangelio restaurado. La conexión por convenio que tenemos con nuestro Padre Celestial y con Su Hijo resucitado y viviente es la fuente divina de perspectiva, esperanza, poder, paz y gozo duraderos; es también el fundamento, sólido como una roca9, sobre el cual debemos edificar nuestra vida.
Permanecemos en Él al esforzarnos continuamente por fortalecer nuestro lazo por convenio con el Padre y el Hijo. Por ejemplo, el orar sinceramente al Padre Eterno en el nombre de Su Hijo Amado hace más profunda y fuerte nuestra conexión por convenio con Ellos.
Permanecemos en Él cuando verdaderamente nos deleitamos en las palabras de Cristo. Como hijos del convenio, la doctrina del Salvador nos acerca más a Él10 y nos dirá todas las cosas que debemos hacer11.
Permanecemos en Él cuando nos preparamos fervientemente para participar en la ordenanza de la Santa Cena, repasando las promesas que hicimos por convenio y reflexionando sobre ellas, y arrepintiéndonos sinceramente. El participar dignamente de la Santa Cena es un testimonio a Dios de que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y a esforzarnos por “recordarle siempre”12, después del breve período necesario para participar de esa ordenanza sagrada.
Y permanecemos en Él cuando servimos a Dios al servir a Sus hijos y al ministrar a nuestros hermanos y hermanas13.
El Salvador dijo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”14.
He descrito brevemente varias de las muchas maneras en que podemos permanecer en el Salvador. Ahora invito a cada uno de nosotros, como Sus discípulos, a pedir, buscar, llamar y averiguar por nosotros mismos, por el poder del Espíritu Santo, otras maneras significativas en que podemos hacer de Cristo el centro de nuestra vida en todo lo que hacemos.
Y Yo en ti
La promesa del Salvador a Sus seguidores tiene dos partes: si permanecemos en Él, Él permanecerá en nosotros. Pero ¿es realmente posible que Cristo permanezca en ustedes y en mí, individual y personalmente? ¡La respuesta a esta pregunta es un rotundo sí!
En el Libro de Mormón, aprendemos sobre la ocasión en que Alma enseñó y testificó a los pobres, cuyas aflicciones los habían obligado a ser humildes. En su instrucción, comparó la palabra a una semilla que se debe plantar y nutrir, y describió “la palabra” como la vida, la misión y el sacrificio expiatorio de Jesucristo.
Alma dijo: “… empezad a creer en el Hijo de Dios, que vendrá para redimir a los de su pueblo, y que padecerá y morirá para expiar los pecados de ellos; y que se levantará de entre los muertos, lo cual efectuará la resurrección, a fin de que todos los hombres comparezcan ante él, para ser juzgados en el día postrero, sí, el día del juicio, según sus obras”15.
Dada esta descripción de “la palabra” por parte de Alma, piensen en la conexión inspirada que él establece a continuación.
“Y ahora bien […], quisiera que plantaseis esta palabra en vuestros corazones, y al empezar a hincharse, nutridla con vuestra fe. Y he aquí, llegará a ser un árbol que crecerá en vosotros para vida sempiterna. Y entonces Dios os conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo. Y todo esto lo podéis hacer si queréis”16.
La semilla que debemos esforzarnos por plantar en nuestro corazón es la palabra, a saber, la vida, la misión y la doctrina de Jesucristo. Y conforme la palabra sea cultivada con fe, puede llegar a ser un árbol que brotará en nosotros para vida sempiterna17.
¿Cuál era el simbolismo del árbol en la visión de Lehi? El árbol puede considerarse una representación de Jesucristo18.
Mis queridos hermanos y hermanas, ¿se encuentra la Palabra en nosotros? ¿Están escritas las verdades del evangelio del Salvador en las tablas de carne de nuestro corazón19? ¿Estamos viniendo a Él, y estamos llegando a ser gradualmente más semejantes a Él? ¿Está el árbol de Cristo creciendo en nosotros? ¿Nos estamos esforzando por llegar a ser “nueva[s] criatura[s]”20 en Él?21.
Quizás este milagroso potencial inspiró a Alma a preguntar: “… ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este potente cambio en vuestros corazones?”22.
Siempre debemos recordar la instrucción del Señor a Enoc: “… tú permanecerás en mí, y yo en ti”23. Y testifico que la promesa del Salvador de permanecer en nosotros es verdadera y que está al alcance de todo miembro de Su Iglesia restaurada que guarde sus convenios.
Por tanto, anda conmigo
El apóstol Pablo exhortó así a los creyentes que habían recibido al Señor: “… andad en él”24.
El andar en el Salvador y con Él pone de relieve dos aspectos vitales del discipulado: (1) obedecer los mandamientos de Dios y (2) recordar y honrar los convenios sagrados que nos conectan al Padre y al Hijo.
Juan declaró:
“Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido: si guardamos sus mandamientos.
“El que dice: Yo le he conocido, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él;
“pero el que guarda su palabra, en él el amor de Dios verdaderamente se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.
“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”25.
Jesús nos llama a cada uno de nosotros diciendo: “Ven, sígueme”26 y “anda conmigo”27.
Testifico que cuando seguimos adelante con fe y caminamos en la mansedumbre del Espíritu del Señor28, somos bendecidos con poder, guía, protección y paz.
Testimonio y promesa
Alma describe una amorosa súplica del Señor a toda alma viviente:
“He aquí, él invita a todos los hombres, pues a todos ellos se extienden los brazos de misericordia, y él dice: Arrepentíos, y os recibiré.
“… Venid a mí, y participaréis del fruto del árbol de la vida; sí, comeréis y beberéis libremente del pan y de las aguas de la vida”29.
Recalco el alcance universal de la súplica del Salvador. Él anhela bendecir con Su gracia y misericordia a cada persona que vive ahora, que ha vivido o que aún vivirá en la tierra.
Algunos miembros de la Iglesia aceptan como verdaderos la doctrina, los principios y los testimonios que se proclaman repetidamente desde este púlpito del Centro de Conferencias y en las congregaciones locales en todo el mundo. Sin embargo, puede que les cueste creer que esas verdades eternas se aplican específicamente a su vida y sus circunstancias. Creen con sinceridad y sirven con diligencia, pero su conexión por convenio con el Padre y con Su Hijo Redentor todavía no ha llegado a ser una realidad viviente y transformadora en su vida.
Prometo que por el poder del Espíritu Santo pueden saber y sentir que las verdades del Evangelio que he tratado de describirles son para ustedes; son para ustedes individual y personalmente.
Gozoso testifico que Jesucristo es nuestro amoroso y viviente Salvador y Redentor. Si permanecemos en Él, Él permanecerá en nosotros30; y al andar en Él y con Él, seremos bendecidos para producir mucho fruto. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.