2023
La familia eterna y el plan de felicidad
Agosto de 2023


Mensaje de la Presidencia de Área

La familia eterna y el plan de felicidad

Los anuncios de la televisión de la Iglesia sobre la importancia de la familia

Cuando era un niño, entre los años 1976 al 1980 me llamaba mucho la atención los anuncios presentados en la televisión local de Puerto Rico de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En mi casa nadie era miembro de la Iglesia. Notaba que todos los anuncios eran positivos y resaltaban siempre la importancia de la familia. Me gustaba mucho los anuncios porque en cada uno de ellos había un mensaje para mí y mi familia.

No fue hasta aproximadamente 25 años más tarde que un amigo nos invitó a mi esposa y a mí a visitar su Iglesia. Mi amigo era una persona ejemplar y le di mi palabra de que asistiría. Al llegar a la misma, leí un rotulo en la entrada que decía, “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. Inmediatamente le dije a mi esposa, “esta es la Iglesia de los mensajes positivos y de la familia”. Nos preguntamos: ¿qué nos espera adentro de la Iglesia? El Padre Celestial tenía un plan para nosotros. Todo fue de forma cordial y nos trataron como si fuéramos parte de la Iglesia y de la familia. Los misioneros nos enseñaron, tuvimos una confirmación que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era la iglesia verdadera en la Tierra y nos bautizamos.

Lo que aprendimos sobre la familia celestial

Tan pronto nos bautizamos, nos enviaron a tomar unas clases para los miembros nuevos. La maestra nos entregó un manual titulado Principios del Evangelio. En unos de los capítulos nos enseñaba acerca de nuestra familia celestial. Indicaba que “Dios es nuestro Padre Celestial. Todo hombre y mujer es literalmente hijo o hija de Dios. ‘El hombre y la mujer, como espíritu, fue engendrado por Padres Celestiales, nació de ellos y se crio hasta la madurez en las mansiones eternas del Padre antes de venir a la Tierra en un cuerpo temporal (físico)’.

“Toda persona nacida en la Tierra es nuestro hermano y hermana. Debido a que somos hijos espirituales de Dios, hemos heredado el potencial de desarrollar las cualidades divinas que Él posee. Mediante la expiación de Jesucristo, podemos llegar a ser como nuestro Padre Celestial y recibir una plenitud de gozo”1.

Esta enseñanza marco mi vida al conocer de dónde vengo y hacia dónde tengo el potencial de ir con mi familia si me esfuerzo en esta vida siguiendo las enseñanzas y mandamientos de Jesucristo. En la Biblia, en Hebreos 12:9, leemos: “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban y los reverenciábamos, ¿porque no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?”.

El plan para el progreso

El Padre Celestial y Jesucristo decretaron un plan para el progreso antes de que este mundo fuese formado (véase Doctrina y Convenios 132:11–26). Es en esta vida donde debemos prepararnos para volver a recibir las bendiciones que se prometen a quienes guardan los mandamientos de Dios.

La familia puede ser eterna

El Padre Celestial nos envió a la tierra para formar parte de una familia. Después que nuestro Padre Celestial unió a Adán y a Eva en matrimonio, les mando que tuvieran hijos (véase Genesis 1:28). El reveló que uno de los propósitos del matrimonio es proporcionar cuerpos terrenales para Sus hijos espirituales. Somos coparticipes con nuestro Padre Celestial de esta obra. Cuando obedecemos este mandamiento, ayudamos a nuestro Padre Celestial a llevar a cabo su plan.

Me encanta el himno “Las familias puedes ser eternas” (véase Himnos núm. 195). Nos enseña que eternas pueden ser las familias por el divino plan. Nos debemos esforzar por ser dignos antes Dios para hacer convenios en el templo del Señor. Para disfrutar de esta bendición, debemos contraer matrimonio en el templo. Cuando las parejas se casan fuera del templo, el matrimonio termina cuando uno de los cónyuges muere. Cuando nos casamos en el templo por medio de la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, por un sellador del templo, nos casamos por esta vida y por la eternidad. Si guardamos los convenios que hemos efectuado con el Señor, nuestra familia permanecerá unida para siempre como marido, mujer e hijos, y la muerte no podrá separarnos.

Cuando fui recién llamado como Setenta de Área del Caribe, participe en Puerto Rico en una entrevista radial con diferentes lideres eclesiásticos de diversas religiones. Entre ellos se encontraba una líder que poseía un grado Doctoral en teología. Me pregunto por qué nosotros, los “mormones”, refiriéndose a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, creemos que en el cielo vamos a estar casados. Indicó que nuestra creencia de familias eternas era incorrecta ya que en la Santa Biblia en el libro de Mateo 22:30 indicaba que, “Porque en la resurrección, no se casan ni son dados en matrimonio, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo.”

Le contesté de manera clara, sencilla y con amor. Le expliqué que en ese momento Jesucristo le estaba contestando a personas que ni siquiera creían en la resurrección, y menos de todas las verdades salvadoras, como se indica en la Santa Biblia y en el Libro de Mormón, otro Testamento de Jesucristo. Aquellos que viven según la manera del mundo, si no se arrepienten y vienen a la verdad, no serán merecedores de obtener la plenitud de la recompensa en el más allá. Le expliqué que en la misma Santa Biblia el Señor, a través del Apóstol Pablo, nos enseña en Efesios 3:14–15 que hay familias en los cielos y en la tierra, “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,

“de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”.

Sin dudas algunas hay familias en los cielos.

Testifico que nuestro Padre Celestial y Jesucristo nos aman. Ellos desean que seamos coherederos de todas las cosas. Es en esta vida donde nos debemos esforzar para llegar a tener una familia eterna. Él nos tiene un lugar preparado para nosotros para vivir junto a Él y nuestras familias por tiempo y eternidad.

Referencia

  1. Principios del Evangelio [2009], pág. 9.