“Practicar la virtud […] constantemente”, Liahona, octubre de 2023.
“Practicar la virtud […] constantemente”
A continuación, se presentan seis ideas clave a recordar conforme desarrollamos atributos semejantes a los de Cristo al esforzarnos por llegar a ser como Él.
El mayor y más inspirador sermón que dio el Salvador fue Su vida sin pecado; el sermón de toda una vida. Con dicho sermón llegó esta inspiradora invitación: “… ¿qué clase de hombres [y mujeres] habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).
“Debéis practicar la virtud […] constantemente” (Doctrina y Convenios 46:33)
La virtud es “integridad y excelencia moral”1. Practicar la virtud constantemente requiere un esfuerzo constante al seguir una inspirada lista de acciones. Los verbos ser y hacer van juntos y de la mano en cuanto a lo doctrinal. Ser sin hacer —tal como sucede con la fe sin las obras o con la caridad sin ministrar— “es muert[o] en sí mism[o]” (Santiago 2:17). Del mismo modo, hacer sin ser describe al que “con los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí” (Marcos 7:6). El Salvador condena el hacer sin ser como hipocresía (véanse Mateo 23:23; Marcos 7:6).
Las personas a menudo hacen listas de acciones pendientes o a realizar y añaden una marca de verificación tras terminar alguna tarea en particular de la lista. Sin embargo, no es posible marcar como realizadas las acciones relativas a ser. Por ejemplo, ¿en qué momento se puede tachar de la lista la crianza de los hijos? Nunca se termina de ser madre o padre; es un esfuerzo de por vida.
Practicamos cada virtud (el ser) mediante una lista inspirada de las acciones que correspondan. Si quiero llegar a ser más amoroso, ¿qué acciones relativas a ministrar puedo hacer hoy que me ayuden a ser más amoroso? Si quiero llegar a ser más paciente, ¿qué puedo hacer hoy para mejorar?
Cuando nos encontramos en alguna encrucijada moral en la vida, a menudo nos preguntamos: ¿Qué haría Jesús? Cuando hacemos lo que Él haría, estamos practicando la virtud y llegando a ser semejantes a Él. Si andamos “haciendo bienes” (Hechos 10:38), como Él lo hizo, con cada buena acción adicional, aumentamos en amor y compasión, y estas se convierten en parte de nuestra naturaleza.
El efecto luciérnaga
La maravilla de las luciérnagas se ve solo por la noche. Ese pequeño y encantador prodigio de la naturaleza no se ve durante el día. Se necesita un fondo oscuro para que la luz de la luciérnaga se haga visible; es el contraste lo que revela su luz.
Las luciérnagas y las estrellas son ejemplos de la naturaleza de cómo se necesita la oscuridad para revelar la luz que, de otro modo, está oculta a plena vista. Debido a que la luz de Cristo siempre está presente, muchos miembros de la Iglesia no reconocen las manifestaciones diarias que los inspiran a practicar la virtud.
El testimonio de los atributos semejantes a los de Cristo se obtiene en gran parte contrastando elementos opuestos, o “pr[obando] lo amargo para saber apreciar lo bueno” (Moisés 6:55). Si Adán y Eva no hubieran caído, no habrían sentido “gozo, porque no conocían la miseria” (2 Nefi 2:23). El presidente Brigham Young enseñó: “Todos los hechos son probados y manifestados por su opuesto”2.
Los niños aprenden al contrastar elementos opuestos: sí / no, arriba / abajo, encima / debajo, grande / pequeño, caliente / frío, rápido / lento, etc. Es el contraste lo que da una comprensión más clara. Del mismo modo, para entender alguna virtud en particular se requiere estudiar su elemento opuesto.
Por ejemplo, todos queremos ser sanos, pero la gratitud por la salud y el deseo de mantenerla a menudo solo llegan después de haber sufrido lo contrario de la salud: enfermedades, dolencias o lesiones. Incluso el Salvador “por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8).
En ocasiones, la virtud se describe mejor en términos de sus opuestos, tales como “sin hipocresía” y “sin malicia” (Doctrina y Convenios 121:42), “no se irrita fácilmente” (Moroni 7:45), etc.
La práctica de la virtud no es tan solo un esfuerzo de por vida por desarrollar atributos semejantes a los de Cristo; también es un esfuerzo por “rechaza[r] [uno mismo] la impiedad y los deseos mundanos” (Tito 2:12; véanse también Traducción de José Smith, Mateo 16:26 [en Mateo 16:24, nota c al pie de página]; Moroni 10:32). Al esforzarnos por desarrollar alguna virtud semejante a las de Cristo en particular, dicha virtud crece a medida que eliminamos su opuesto: nos “despoj[amos] del hombre natural” al hacernos “santo[s] por la expiación de Cristo” (Mosíah 3:19).
Aplicar el efecto luciérnaga a un grupo determinado de atributos revela la verdad, el poder y el testimonio de cada uno de ellos:
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Amoroso versus aborrecible, hostil, antipático
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Honrado versus deshonesto, engañoso, hipócrita
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Clemente versus vengativo, resentido, amargado
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Bondadoso versus malo, enojado, descortés
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Paciente versus irascible, impulsivo, intolerante
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Manso versus arrogante, engreído, altivo
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Pacificador versus contencioso, propenso a dividir, provocador
El contraste nos ayuda a ver la fortaleza de nuestro testimonio de cada virtud y a ver cuántas experiencias espirituales tenemos cada día con nuestra conciencia. El contraste nos manifiesta la luz de Cristo a plena vista.
En exceso, toda virtud se convierte en una debilidad
En exceso, los apetitos se corrompen y deben “[controlarse] con juicio, no en exceso” (Doctrina y Convenios 59:20). Las pasiones pueden llegar a ser compulsivas; por tanto, “refren[en] todas [sus] pasiones” (Alma 38:12). Los deseos pueden tornarse erráticos e incurrir en el fanatismo, por consiguiente, sean “moderados en todas las cosas” (1 Corintios 9:25; Alma 7:23; 38:10; Doctrina y Convenios 12:8).
Para ilustrarlo mejor, estas son algunas virtudes llevadas al extremo:
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La valentía en exceso se convierte en prepotencia (véase Alma 38:12).
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La diligencia se convierte en agotamiento o en correr más aprisa de lo que somos capaces (véase Mosíah 4:27).
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La sinceridad en exceso se convierte en descortesía y falta de tacto. Aquello puede excusarse en los niños, pero no en los adultos que carezcan de las virtudes de ser considerados, amables y comprensivos.
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La frugalidad en exceso se convierte en egoísmo, tacañería y avaricia.
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La tolerancia en exceso se convierte en liberalismo permisivo y negligente.
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El amor en exceso se convierte en algo complaciente, sofocante, paralizante, permisivo.
Toda virtud necesita una virtud o virtudes que las complemente, un contrapeso y equilibrio divinos, para evitar que se torne excesiva. Así como la balanza de la justicia simboliza la necesidad de equilibrio entre la justicia y la misericordia, todas las virtudes necesitan tener un sabio equilibrio con sus virtudes complementarias.
El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) compartió este concepto acerca del Salvador: “Durante Su vida mortal vivió todas las virtudes y mantuvo un equilibrio perfecto en todas ellas”3.
Cuando las personas perciben que su vida está desequilibrada o se comportan de manera fanática o extrema, sería prudente considerar qué virtudes faltan y se necesitan a fin de restaurar el equilibrio en su vida. De lo contrario, alguna virtud en particular puede corromperse y alguna fortaleza determinada “pued[e] convertirse en nuestra perdición”, como ha enseñado el presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia4.
Una virtud sin su virtud que la complemente es una verdad a medias
Una verdad a medias es engañosa, porque solo es parcialmente cierta, o puede ser totalmente cierta, pero solo una parte de toda la verdad. Algunos ejemplos de virtudes con verdades a medias:
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El albedrío sin la responsabilidad es lo que Korihor enseñó: “… todo hombre conquistaba según su fuerza; y no era ningún crimen el que un hombre hiciese cosa cualquiera” (Alma 30:17).
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La fe sin obras y la misericordia sin justicia son ejemplos de lo que Nehor enseñó: “… que todo el género humano se salvaría […]; porque el Señor había creado a todos los hombres, y también los había redimido a todos; y al fin todos los hombres tendrían vida eterna” (Alma 1:4).
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La justicia sin la misericordia está representada conmovedoramente en la obra maestra de Víctor Hugo, Los miserables, en el personaje de Javert. La justicia es una virtud solo cuando se modera con la misericordia; de lo contrario, se convierte en injusticia, su opuesto.
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El amor y la compasión sin autosuficiencia se evidencian en la vida de Helen Keller5. Sus padres tenían pocas expectativas o ninguna en cuanto a su hija ciega y sorda. Fue Anne Sullivan, una maestra de ciegos y sordos, quien presentó la virtud que complementa a la autosuficiencia y ayudó a Helen a desarrollar su verdadero potencial.
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La tolerancia sin la verdad y el amor sin la ley devalúan, arriesgan y corrompen las normas del Señor y resultan en apostasía por autoengaño (véase 4 Nefi 1:27).
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Por el contrario, la ley sin el amor y la verdad sin la tolerancia fueron personificadas por los fariseos, y dieron lugar a la apostasía por el orgullo.
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Ser rectos sin ser inclusivos (véase Lucas 15:1–7) puede conducir a la arrogancia moral, a los prejuicios y a la hipocresía.
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La fe y la esperanza sin paciencia (el Señor “os bendice inmediatamente” [Mosíah 2:24], pero “él prueba su paciencia” [Mosíah 23:21]) pueden conducir a dudar de nosotros mismos y a la pérdida de la fe.
Toda virtud es una verdad a medias, a menos que cuente con el contrapeso de su(s) virtud(es) complementaria(s) necesaria(s) para el equilibrio doctrinal.
El poder y la autoridad de la palabra “y”
Como el “padre de la contención” (3 Nefi 11:29), Satanás astutamente incita a la ira al confrontar virtudes unas contra otras mediante la idea de la contraposición, tal como, por ejemplo, la justicia versus la misericordia. Pero el Señor “aconseja […] con justicia y con gran misericordia” (Jacob 4:10; cursiva agregada). Esas dos virtudes no son opuestas, sino complementarias. Para lograr un equilibrio perfecto, en lo doctrinal, es más preciso y más sabio decir:
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Justicia y misericordia (en contraposición a justicia versus injusticia)
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Albedrío y responsabilidad
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Fe y obras
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Religión / guardar los convenios (exterior) y espiritual / discipulado (interior)
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Uniformidad y flexibilidad
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Unidad y diversidad
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Letra de la ley y espíritu de la ley
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Reverencia / solemnidad y gozo / sociabilidad
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Valentía y mansedumbre
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Valor y discreción
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Disciplina y bondad
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Justicia para todos y sin concesiones
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Mansedumbre y firmeza
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“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres” (Mateo 5:16) y no “aspir[en] tanto a los honores de los hombres” (Doctrina y Convenios 121:35)
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Y así sucesivamente
La caridad: la virtud universal
La esencia de los dos grandes mandamientos —amar a Dios y amar a nuestro prójimo— es la virtud de la caridad. “De estos dos mandamientos”, dijo Jesús, “dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40). El élder James E. Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, llamó a la caridad el “primero y grande mandamiento que todo lo comprende”, y observó que es mayor que todos “por motivo de la sencilla y matemática verdad de que el todo es mayor que cualquiera de sus partes”6.
“Y si hay algún otro mandamiento, en estas palabras se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimento de la ley es el amor” (Romanos 13:9–10). El amor es la virtud que lleva a la humanidad de la ley de Moisés a la ley del Evangelio.
Debido a la naturaleza inclusiva de la caridad, se podría decir que todas las demás virtudes son sus virtudes que la componen, porque “es sufrida”, “es benigna”, “no tiene envidia” y “no se envanece” (véanse 1 Corintios 13:4–8; Moroni 7:45).
Consideren este ejemplo: Cuando una madre le da una cuchara a su pequeñito, estamos ante un perspicaz caso práctico de caridad, es decir, de amor semejante al de Cristo. Piensen en las muchas virtudes que hay en esa situación: confianza, amor, esperanza, autosuficiencia, tolerancia (por lo que se ensuciará y por la rebeldía), benignidad, bondad, paciencia, calma, firmeza, persuasión, etc. La madre “no se irrita […], todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. [La] caridad [de ella] nunca deja de ser” (1 Corintios 13:5, 7–8).
¡Cuán agradecidos estamos por el amoroso Padre Celestial, cuya caridad es paciente y longánima con el caos que hacemos en nuestra vida!
¿Es de sorprender, entonces, por qué los pasajes de las Escrituras identifican la caridad como lo “mayor” (1 Corintios 13:13; Moroni 7:46), como “un camino aún más excelente” (1 Corintios 12:31) y “sobre tod[as]” las cosas (1 Pedro 4:8)? En esencia, la invitación a “pedi[r] al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor” (Moroni 7:48) es una invitación a rogar por todas las virtudes y a esforzarse por lograr un equilibrio perfecto entre ellas. Sin equilibrio, incluso la caridad se puede llevar al extremo, como en el caso de los padres de Helen Keller, amorosos, pero permisivos e indulgentes.
Las virtudes son dones del Espíritu
En el capítulo 6 de Predicad Mi Evangelio, “¿Cómo desarrollo atributos semejantes a los de Cristo?”, se enseña a los misioneros que “los atributos semejantes a los de Cristo son dones de Dios que usted recibe a medida que emplea su albedrío con rectitud. Pida a su Padre Celestial que lo bendiga con esos atributos; usted no puede desarrollarlos sin la ayuda de Él”7.
Practicar las virtudes con éxito requiere el equilibrio entre la fe en Jesucristo y la oración, y que “hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance” (Doctrina y Convenios 123:17).
Moroni nos enseñó que nuestra esperanza de llegar a ser como Jesucristo se centra en Él: “… venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad; y si […] amáis a Dios con todo vuestro poder, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo” (Moroni 10:32).
Que el sermón del Señor de toda una vida llegue a ser nuestro ruego y nuestra búsqueda. Al “practicar la virtud […] constantemente” (Doctrina y Convenios 46:33; cursiva agregada), “la virtud engalan[ará] [nuestros] pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo” (Doctrina y Convenios 121:45; cursiva agregada).