Voces de los miembros
Mi testimonio del Libro de Mormón
En 2019, el presidente Russell M. Nelson nos preguntó: “¿De qué manera mi vida sería diferente si se me quitara de repente el conocimiento que he obtenido del Libro de Mormón?” (presidente Russell M. Nelson, “Palabras de clausura”, noviembre de 2019).
Al estudiar en el Nuevo Testamento los registros del ministerio de Cristo, pienso en lo valioso de tener el conocimiento del Libro de Mormón, el cual nos amplía la base doctrinal de lo que sucedió durante el ministerio terrenal de Jesucristo hace más de dos mil años.
El Libro de Mormón nos enseña claramente el Plan de Salvación, la necesidad de una Expiación, de un Salvador para vencer los obstáculos impuestos por la Caída que nos alejan de Dios. Enseña profundamente sobre la Resurrección y qué sucede entre la muerte y la resurrección de las personas. Enseña la necesidad de la fe, del arrepentimiento, del bautismo, del rol fundamental del Espíritu Santo y de la necesidad de perseverar hasta el fin.
Explica con fundamento y claridad por qué no es necesario bautizar a los niños pequeños. Las enseñanzas de profetas como Nefi, Lehi, Jacob, el rey Benjamín, Alma, Mormón, Moroni y Éter son esenciales en mi vida. Llenan mi corazón de fe, de gozo y de esperanza.
El relato de la visita del Señor resucitado al resto de los nefitas justos, los sobrevivientes, es maravilloso.
Mi testimonio del Libro de Mormón fue sembrado durante mi niñez. Y fue creciendo a medida que lo estudiaba en la Escuela Dominical, en Seminario y luego al servir en una misión, donde tuve la oportunidad de testificar y compartir sobre sus enseñanzas y veracidad a personas maravillosas, ya sea en la calle, en alguna plaza o en sus casas.
Con el pasar de los años, fui llamada a enseñar sobre ese gran libro en las clases de Instituto, Seminario, Escuela Dominical y en la Primaria. Por todo ello he desarrollado un conocimiento firme sobre este volumen sagrado de Escrituras que llegó de manera milagrosa.
He recurrido a sus palabras para aprender, enseñar, compartir y ministrar.
Actualmente, a mis cincuenta años, me siento más unida que nunca a este libro sagrado, lo siento parte de mí, lo necesito para mantener mi buen ánimo y mi paz, aún en los tiempos más duros de mi vida.
Me volví a sus palabras de consuelo a mis diecinueve años ante el fallecimiento de mi hermano Federico. Lo hice otra vez para consolar a mis hijos tras la muerte de nuestra querida mascota. Busqué una vez más su paz y esperanza al enfrentarme a la separación física a causa del fallecimiento de mi hijo Aarón.
Muchas veces resultó una fuente de paz al buscar ánimo para ese hijo triste, desahuciado y desanimado. He hallado gozo y palabras de aliento en la doctrina pura de Cristo.
Hoy sé que si se me quitara de repente este conocimiento quedaría a la deriva, sin la magnífica luminosidad del Libro de Mormón. ¡Qué agradecida me siento, qué bendición suprema es el tenerlo en mi vida!