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La familia es la parte central del Plan de Salvación
Introducción
En el mundo preterrenal, ustedes formaban parte de la familia de nuestro Padre Celestial. Ahora, son integrantes de otra familia, una familia mortal. Gracias al Plan de Salvación de nuestro Padre Celestial, es posible que ustedes lleguen a ser como Él. También es posible afianzar a sus familias mortales en un vínculo eterno que les permite estar juntos como familia después de la muerte. Este capítulo se centra en la importancia de las personas y las familias y el potencial que tienen dentro del Plan de Salvación. Al estudiar este capítulo, ustedes obtendrán una comprensión más profunda de la importancia eterna de la familia y su papel en el Plan de Salvación de nuestro Padre Celestial. Este conocimiento les ayudará a sentar las bases para realizar la historia familiar y resistir los esfuerzos que el mundo hace por minimizar la importancia de la familia y no tener en cuenta el valor individual.
Comentario
“…el valor de las almas es grande a la vista de Dios” [1.1]
La expiación de Jesucristo nos ayuda a entender nuestro valor a la vista de Dios. [1.1.1]
El élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó cómo el valor de cada persona se entiende mejor mediante la expiación de Jesucristo:
“…creo que si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios. Creo que el propósito eterno de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos generalmente se logra mediante las cosas pequeñas y sencillas que hacemos unos por otros. La palabra “uno” es una parte importante de la palabra expiación en inglés.Si toda la humanidad comprendiera esto, no habría nadie de quien no nos preocupáramos, sin importar edad, raza, género, religión o nivel social o económico…
“Si en verdad entendiésemos la Expiación y el valor eterno de toda alma, iríamos en busca del joven, de la jovencita y de todo hijo descarriado de Dios; les ayudaríamos a saber del amor que Cristo tiene por ellos; haríamos todo lo que estuviese a nuestro alcance por ayudarlos a prepararse para recibir las ordenanzas salvadoras del Evangelio…
“Hermanos y hermanas, nunca jamás subestimen el valor de una persona”, (“La Expiación y el valor de un alma”, Liahona, mayo de 2004, págs. 86–87).
“…el valor de las almas es grande a la vista de Dios”. [1.1.2]
El presidente Thomas S. Monsonrelató una experiencia de cuando se le recordó el valor de un alma:
“Paul C. Child, siendo él miembro del Comité de Bienestar del Sacerdocio, y yo asistimos juntos a una conferencia de estaca. En la sesión para líderes del sacerdocio, cuando le tocó discursar, tomó las Escrituras entre las manos y bajó del estrado para caminar entre la congregación… Citó partes de Doctrina y Convenios, incluso la sección 18 que habla del valor de un alma y de que debemos trabajar todos nuestros días para llevar almas al Señor. Entonces se volvió hacia el presidente de un quórum de élderes y le preguntó: ‘¿Cuál es el valor de un alma?’.
“El atónito presidente de quórum titubeó mientras formulaba su respuesta. Yo oraba en mi corazón que pudiera contestar, y finalmente respondió: ‘El valor de un alma es su capacidad para llegar a ser como Dios’.
“El hermano Child cerró sus Escrituras, caminó solemne y silenciosamente por el pasillo hasta el estrado, y al pasar a mi lado, me dijo: ‘Una respuesta muy profunda’” (“Nuestra sagrada responsabilidad del sacerdocio”, Liahona, mayo de 2006, pág. 56).
No perdemos valor a la vista de Dios. [1.1.3]
El pecado, el desaliento, una vista de nuestras propias debilidades y una multitud de otros factores a veces pueden llevarnos a cuestionar nuestro valor a la vista de Dios. El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, utilizó una analogía sencilla para enseñar que las pruebas y los desafíos de esta vida no causan que perdamos valor a la vista de nuestro Padre Celestial:
“Sabemos por las revelaciones modernas que ‘el valor de las almas es grande a la vista de Dios’ (D. y C. 18:10). No podemos calcular el valor de otra alma así como no podemos medir la extensión del universo. Toda persona que conocemos es de suma importancia para nuestro Padre Celestial. Una vez que lo entendamos, podemos comenzar a comprender cómo debemos tratar a nuestros semejantes.
“Una mujer que había pasado años de pruebas y dolor dijo a través de las lágrimas: ‘He llegado a comprender que soy como un viejo billete de 20 dólares: arrugada, hecha trizas, sucia, maltratada y cicatrizada; pero sigo siendo un billete de 20 dólares. Tengo valor. Aunque parezca que no valgo nada, y aunque me hayan golpeado y maltratado, todavía tengo un valor íntegro de 20 dólares’” (“Ustedes son Mis manos”, Liahona, mayo de 2010, pág. 69).
Antes de nacer, vivíamos en el mundo premortal [1.2]
Nos preparamos para la vida en la tierra. [1.2.1]
El élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce Apóstoles, resumió las condiciones y los acontecimientos clave de nuestra vida preterrenal:
“Sabemos muy poco sobre lo que ocurrió en ese primer estado, pero sí sabemos que vivimos allí como espíritus, hijos de nuestro Padre Celestial, y que progresamos al punto de prepararnos para tener la oportunidad de albergar a nuestro espíritu en un cuerpo terrenal. Nosotros también sabemos que nuestro Padre celebró un gran concilio para explicarnos el propósito de esta vida. Tuvimos la oportunidad de aceptar o rechazar el plan de salvación, el cual no se nos obligó a aceptarlo. La esencia del plan de salvación consiste en que el hombre tendría la oportunidad de trabajar en la tierra por su propia salvación, con la ayuda de Dios. Se escogió a un líder que nos enseñaría cómo seguir el plan y nos redimiría del pecado y de la muerte. El Señor le explicó a Moisés: ‘Pero, he aquí, mi Hijo Amado, que fue mi Amado y mi Escogido desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre’ (Moisés 4:2).
“Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, se convirtió en el líder defensor del plan preparado por el Padre, y nosotros aceptamos el plan y las condiciones. Al tomar esa decisión nos ganamos el derecho a venir a la tierra y entrar a nuestro segundo estado” (“El plan de salvación”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 70).
La vida premortal le da sentido a la mortalidad. [1.2.2]
Muchas personas en la tierra están confundidas en cuanto a los propósitos de la vida porque no tienen el conocimiento espiritual esencial. El presidente Boyd K. Packer, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo el conocimiento de nuestra vida premortal aclara nuestras perspectivas sobre la mortalidad y el propósito de la vida:
“No hay forma de que la vida tenga sentido si no existe el conocimiento de la doctrina de una vida preterrenal.
“La idea de que el nacimiento es el comienzo es totalmente ilógica. No hay manera de explicar el propósito de la vida a quien crea tal cosa.
“El pensar que la vida termina con la muerte física es totalmente ridículo, y no hay manera de hacer frente a la vida si se cree así.
“Cuando llegamos a comprender la doctrina de la vida preterrenal, entonces se arman las piezas del rompecabezas y puede verse el propósito. Entonces llegamos a comprender que los niños no son monitos, ni tampoco lo son sus padres, ni lo fueron los padres de éstos en los comienzos de la generación.
“Somos hijos de Dios, creados a su imagen.
“Nuestra relación de hijos a padre para con Dios, es clara;
“el propósito de la creación de esta tierra es claro;
“la prueba que constituye la vida mortal es clara.
“La necesidad de un Redentor es clara” (“El misterio de la vida”, Liahona, enero de 1984, pág. 26).
En la vida premortal vivíamos como hijos espirituales de padres celestiales [1.3]
Somos hijos espirituales de padres celestiales. [1.3.1]
El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que comenzamos nuestra existencia como hijos de padres celestiales: “El evangelio nos enseña que somos los hijos espirituales de nuestros Padres Celestiales. Antes de nuestro nacimiento aquí tuvimos ‘una personalidad espiritual y premortal, como hijos de nuestro Padre Eterno’ (Primera Presidencia, Improvement Era, marzo de 1912, pág. 417; véase también Jeremías 1:5)” (“El gran plan de salvación”, Liahona, enero de 1994, pág. 84).
El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, añadió estos detalles sobre nuestra familia premortal: “Adoramos al gran Dios que creó el universo. Él es nuestro Padre en los cielos. Llegamos a existir gracias a Él; nosotros somos Sus hijos espirituales. Vivíamos con Él en una vida premortal en una relación familiar. Lo conocíamos íntimamente y al mismo nivel como conocemos a nuestros padres mortales en esta esfera de la existencia” (How to Worship, Brigham Young University Speeches of the Year, 20 de julio de 1971, pág. 2).
La familia es eterna. [1.3.2]
El élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó que nuestra comprensión de la doctrina de la familia comienza con el conocimiento de que vivimos con la familia de nuestro Padre Celestial en la vida premortal:
“La doctrina de la familia tuvo su principio con nuestros Padres Celestiales; nuestra aspiración más elevada es llegar a ser como Ellos. El apóstol Pablo explicó que Dios es el padre de nuestro espíritu (véase Hebreos 12:9). En la proclamación, leemos esto: ‘En la vida premortal, los hijos y las hijas espirituales de Dios lo conocieron y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por el cual obtendrían un cuerpo físico y ganarían experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir su destino divino como herederos de la vida eterna…’
“Desde el principio mismo, Dios estableció a la familia y la hizo eterna”, (“La familia eterna”, Liahona, enero de 1997, pág. 72).
Ustedes esperaron con ilusión el nacer dentro de una familia. [1.3.3]
El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló de nuestra expectativa y alegría ante la perspectiva de nacer dentro de una familia en la mortalidad: “Pensaste nacer en el seno de un hogar donde tus padres te amarían, nutrirían, fortalecerían y te enseñarían la verdad. Sabías que con el tiempo tendrías la oportunidad de formar tu propia familia eterna, como esposo o esposa, como padre o madre. ¡Cuánto debes haberte alegrado por esa posibilidad!” (“Primero lo más importante”, Liahona, julio de 2011, pág. 6).
La mortalidad es un tiempo para ser probados y prepararnos para comparecer ante Dios [1.4]
Es necesario recibir un cuerpo físico. [1.4.1]
En el mundo premortal, sabíamos que era necesario recibir un cuerpo físico y pasar por la experiencia de la mortalidad con el fin de progresar para llegar a ser como nuestro Padre Celestial. El élder Dallin H. Oaks explicó: “Ya habíamos progresado todo lo que era posible sin un cuerpo físico y sin tener la experiencia terrenal. A fin de lograr la plenitud de gozo, teníamos que probar que estábamos dispuestos a obedecer los mandamientos de Dios en circunstancias en las que no tuviéramos memoria alguna de lo que pasó antes de que naciéramos aquí en la tierra” (“El gran plan de salvación”, Liahona, enero de 1994, pág. 84 ).
Esperamos ansiosamente la mortalidad. [1.4.2]
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) explicó que en el mundo premortal cada uno de nosotros estábamos dispuestos a venir a la tierra para ser probados: “Antes de nacer ya sabíamos que íbamos a venir a la tierra para tener un cuerpo y adquirir experiencia, y que tendríamos goces y pesares, bienestar y dolor, comodidades y dificultades, salud y enfermedad, éxitos y desengaños; y también sabíamos que después de un período de vida, íbamos a morir. Aceptamos todas esas posibilidades alegremente, ansiosos de recibir tanto lo favorable como lo desfavorable. Además, aceptamos anhelosamente la oportunidad de venir a la tierra, aun cuando no estuviéramos aquí más que un día o un año; tal vez no nos preocupara mucho la idea de morir, ya fuera de enfermedad, accidente o vejez. Estábamos dispuestos a tomar la vida como viniera y como la organizáramos y la dirigiéramos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 22).
La vida mortal está llena de desafíos. [1.4.3]
El élder Richard G. Scott enseñó que nosotros estábamos entusiasmados por la oportunidad de venir a la tierra:
“No puedes recordar uno de los momentos más emocionantes de tu vida cuando te sentiste lleno de expectativa, entusiasmo y gratitud. Esa experiencia ocurrió en la vida preterrenal, cuando se te informó que finalmente había llegado el momento de dejar el mundo espiritual para morar en la tierra con un cuerpo mortal.
“Sabías que por medio de la experiencia personal podrías aprender las lecciones que te darían felicidad en la tierra, lecciones que, al final, te guiarían a la exaltación y a la vida eterna como ser celestial y glorificado en la presencia de tu Santo Padre y de Su Hijo Amado.
“Entendías que habría desafíos, pues vivirías en un entorno de influencias buenas y malas. Y aun así, decidiste a toda costa que volverías victorioso, sin importarte el esfuerzo, el sufrimiento y las pruebas.
“Se te había reservado para venir cuando la plenitud del Evangelio estuviera sobre la tierra. Llegaste cuando Su Iglesia y la autoridad del sacerdocio estaban aquí para efectuar las ordenanzas sagradas del templo” (“Primero lo más importante”, Liahona, julio de 2001, pág. 6).
Las familias son parte central del plan del Padre Celestial en nuestra vida mortal [1.5]
El Plan de Salvación fue creado para las familias. [1.5.1]
La hermana Julie B. Beck, quien sirvió como presidenta general de la Sociedad de Socorro, enseñó que la familia es una parte intencional del plan de Dios desde el principio:
“En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos una teología de la familia que se basa en la Creación, la Caída y la Expiación. La Creación de la tierra proporcionó un lugar en donde las familias pudieran vivir. Dios creó a un hombre y a una mujer, que eran las dos mitades imprescindibles de una familia. Fue parte del plan de nuestro Padre Celestial que Adán y Eva se sellaran y formaran una familia eterna.
“La Caída proporcionó un camino para que la familia creciera. Adán y Eva eran líderes de familia que escogieron tener una experiencia mortal. La Caída les posibilitó tener hijos e hijas.
“La Expiación permite que las familias se sellen por la eternidad; permite que las familias tengan crecimiento eterno y logren la perfección. El plan de felicidad, llamado también el Plan de Salvación, fue un plan creado para las familias” (“Enseñar la doctrina de la familia”, Liahona, marzo de 2011, pág. 32).
Por medio de las relaciones familiares se aprenden lecciones importantes. [1.5.2]
Aunque las verdades doctrinales se pueden aprender en muchos entornos, el presidente Boyd K. Packer enseñó que él aprendió verdades importantes al ser integrante de una familia:
“Yo he estudiado mucho las Escrituras y he enseñado de ellas. He leído ampliamente sobre lo que han dicho los profetas y los apóstoles. Esas cosas han ejercido una profunda influencia en mí como hombre y como padre.
“Pero la mayoría de las cosas que sé sobre lo que nuestro Padre Celestial siente por nosotros, Sus hijos, las he aprendido de lo que siento por mi esposa, por mis hijos y por los hijos de ellos. Todo eso lo aprendí en el hogar; lo aprendí de mis padres y de mis suegros, de mi amada esposa y de mis hijos. Puedo, por tanto, dar testimonio de nuestro amoroso Padre Celestial y de nuestro Señor y Redentor” (“Los padres en Sión”, Liahona, enero de 1999, pág. 27).
La mayor felicidad proviene de la familia. [1.5.3]
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enfatizó el carácter central de la familia señalando que nuestra mayor felicidad y alegría viene de la familia: “Dios creó la familia y fue Su intención que de ella brotaran la más grande felicidad, los aspectos más satisfactorios de la vida, el gozo más profundo, como resultado de nuestra unión, nuestro amor y nuestra atención unos para con otros como padres, madres e hijos” (“Lo que Dios ha unido”, Liahona, julio de 1991, pág. 80).
La estructura de la familia viene de Dios. [1.5.4]
Las buenas familias son los modelos ideales. Independientemente de cuál sea su entorno familiar, ustedes tienen la oportunidad y la posibilidad de prepararse para un futuro que incluirá una familia centrada en el Evangelio. El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, ofreció el siguiente consejo a las personas que provienen de familias no ideales:
“Espero que puedan entender por qué hablamos del modelo o patrón, del ideal en el matrimonio y la familia cuando bien sabemos que no todos viven en esa circunstancia. Lo hacemos precisamente porque muchos no tienen ese ideal, o quizás ni siquiera lo han visto, y porque hay fuerzas culturales que nos alejan continuamente de él; por eso hablamos de lo que nuestro Padre Celestial desea para nosotros, Sus hijos, en Su plan eterno.
“Las diferencias de estados civiles y situaciones familiares suponen ajustes individuales; pero todos podemos estar de acuerdo con el modelo tal y como viene de Dios; y podemos esforzarnos por cumplirlo lo mejor que podamos” (“Modelos generales y vidas específicas”, Reunión Mundial de Capacitación de Líderes, 9 de febrero de 2008, pág. 3).
La muerte física no es el fin de nuestra existencia [1.6]
La muerte es parte del plan de nuestro Padre Celestial. [1.6.1]
La Iglesia ha publicado en Internet esta explicación concisa sobre la vida después de la muerte: “Desde una perspectiva terrenal, se puede pensar que la muerte física es el fin, pero en realidad es el principio, un paso a seguir en el plan de nuestro Padre Celestial. Al morir, su espíritu abandonará su cuerpo e irá al mundo de los espíritus, el cual es un lugar de aprendizaje y preparación. En el mundo de los espíritus, los recuerdos que tenga de esta vida permanecerán con usted.
“La muerte no cambiará su personalidad ni su deseo por lo que es bueno o malo. Si elige seguir a Cristo durante su vida en la tierra, estará en paz en el mundo de los espíritus. Aquellos que no opten por seguir a Jesucristo y no se arrepientan serán desdichados.
“Nuestro Padre Celestial sabía que muchos de Sus hijos nunca tendrían la oportunidad de aprender acerca de Jesucristo durante esta vida y que otros preferirían no seguirlo. Debido a que Él ama a Sus hijos, Dios proporcionó la forma para que quienes están en el mundo de los espíritus aprendan acerca de Su plan, tengan fe en Jesucristo y se arrepientan. Aquellos que acepten y sigan a Jesucristo tendrán paz y descanso.
“En algún momento después de la muerte, el espíritu y el cuerpo serán reunidos, para nunca volver a separarse. A esa reunión se le llama resurrección, la cual fue hecha posible gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo. Usted permanecerá en el mundo de los espíritus hasta que sea resucitado” (“Life after Death”, http://old.mormon.org/mormonorg/eng/basic-beliefs/heavenly-father-s-plan-of-happiness/life-after-death; véase también El Plan de Salvación, panfleto, 2005, págs. 10–12).
En el plan de nuestro Padre Celestial, el propósito de las familias es que sean eternas [1.7]
El plan de felicidad permite que las familias sean eternas. [1.7.1]
La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles declaró la doctrina de la naturaleza eterna de la familia: “El plan divino de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos permiten que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente. (“La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129).
Ningún sacrificio es demasiado grande para tener una familia eterna. [1.7.2]
El élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló del gran gozo que las familias eternas proporcionan:
“¿Es toda nuestra compasión y todo nuestro amor del uno por el otro sólo temporal, que se perderán al momento de morir? ¡No! ¿Puede perdurar la vida familiar más allá de este período de probación terrenal? ¡Sí! Dios ha revelado la naturaleza eterna del matrimonio celestial y a la familia como la fuente de nuestro mayor gozo.
“Hermanos y hermanas, las posesiones materiales y los honores del mundo no perduran; pero sí su unión como esposa, esposo y familia. El único periodo de duración de la vida familiar que satisface las añoranzas más sublimes del alma humana es para siempre. Ningún sacrificio es demasiado grande para tener las bendiciones de un matrimonio eterno. Para hacernos acreedores de ellas, únicamente tenemos que negarnos a nosotros mismos de toda iniquidad y honrar las ordenanzas del templo. Si llevamos a cabo los sagrados convenios del templo y los guardamos, manifestamos nuestro amor por Dios, por nuestro cónyuge, y nuestra verdadera preocupación por nuestra posteridad, incluso los que aún no han nacido. Nuestra familia es el foco de nuestra obra y gozo más grandes en esta vida; y también lo será en la eternidad” (“Ponga en orden su casa”, Liahona, enero de 2002, pág. 82).
Los convenios sagrados permiten que las familias sean eternas. [1.7.3]
El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, enseñó que el hacer y cumplir con los convenios es esencial para que las familias continúen en la próxima vida: “Creemos en que las familias pueden continuar en la vida venidera si han guardado los convenios especiales, realizados en uno de los sagrados templos, por la autoridad de Dios. Creemos que nuestros antepasados también pueden unirse eternamente a su familia cuando realizamos estos convenios a su favor en los templos; si ellos lo desean, pueden aceptar dichos convenios en el mundo de los espíritus”, (“El prodigio que son ustedes”, Liahona, noviembre de 2003, pág. 54).
Es posible lograr una familia eterna. [1.7.4]
El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, testificó que con la ayuda de nuestro Padre Celestial, cada uno de nosotros puede alcanzar nuestro máximo potencial en Su Plan de Salvación:
“Vida eterna significa llegar a ser como el Padre y vivir para siempre en familia con felicidad y gozo; por tanto, sabemos que lo que Él quiere para nosotros requerirá ayuda más allá de nuestro propio poder. Y si nos sentimos incapaces de hacerlo, ese sentimiento facilitará el que nos arrepintamos y estemos preparados para depender de la ayuda del Señor… Quienquiera que seamos y por más difíciles que sean nuestras circunstancias, podemos saber que lo que nuestro Padre requiere de nosotros a fin de habilitarnos para recibir las bendiciones de la vida eterna no quedará fuera de nuestra capacidad para lograrlo…
“Podemos imaginarnos cómo éramos, por más tiempo del que podemos suponer, hijos e hijas que se relacionan en nuestro hogar celestial con Padres que nos conocían y nos amaban… Pero ahora que estamos aquí podemos imaginarnos que estamos de nuevo en casa con nuestros Padres Celestiales, después de la muerte, en ese lugar maravilloso, ya no tan sólo como hijos e hijas, sino también como esposos y esposas, padres y madres, abuelos y abuelas, nietos y nietas, unidos para siempre en familias amorosas.(“La familia”, Liahona, octubre de 1998, págs. 14–16).