Un ‘obispo de mi iglesia’
D. y C. 41, 42, 51, 54, 57
En otoño de 1830, cuatro muchachos de unos veinte años llegaron a la puerta de la tienda de sombreros de Edward Partridge en Painesville, Ohio. Al escuchar el extraordinario relato de una restauración de la autoridad y la revelación de Escrituras nuevas, Partridge los llamó impostores y les dijo que se marcharan. Pese a todo, después de que se fueran, Partridge envió a uno de sus empleados tras los hombres con el fin de comprar un ejemplar del libro que llevaban, llamado el Libro de Mormón.
Partridge y su esposa, Lydia, estaban buscando una iglesia que enseñara la simplicidad del Evangelio del Nuevo Testamento y diera pruebas de la autoridad divina para dirigir la iglesia. Al escuchar el mensaje de los misioneros, Lydia reconoció la verdad que conocía de las enseñanzas de la Biblia y se bautizó. Edward Partridge siguió sin convencerse pero, tras viajar a Nueva York para conocer al profeta José, él también se bautizó.
Más o menos al mismo tiempo, José Smith recibió una revelación en la que el Señor hizo la siguiente promesa a Edward Partridge: “…recibirás mi Espíritu, el Espíritu Santo, sí, el Consolador, que te enseñará las cosas apacibles del reino”. Con esta convicción, el Señor llamó a Partridge “a predicar mi evangelio como con voz de trompeta” (véase D. y C. 36: 1). Partridge se marchó a compartir su nueva fe con sus padres y hermanos en Massachusetts. Aunque sus familiares fueron, en su mayor parte, poco receptivos a su mensaje, Partridge cumplió su mandato de predicarles el Evangelio.
El 4 de febrero de 1831, inmediatamente después del regreso de Partridge a Ohio, José Smith recibió una revelación (actualmente Doctrina y Convenios 41) en la que se llamaba a Edward Partridge a servir como el primer obispo de la Iglesia, que llevaba diez meses organizada. El oficio de obispo fue uno de los primeros oficios del sacerdocio que se restauraron en esta dispensación y, al igual que el resto de oficios, se recibió una explicación de los deberes del obispo línea por línea. A diferencia de los obispos actuales, Partridge no sólo recibió la instrucción de ser “ordenado obispo de la iglesia”, sino también de dejar “su comercio para dedicar todo su tiempo al servicio de la iglesia” (véase D. y C. 41:9). Sin manual ni predecesores vivos, es posible que Partridge se preguntara cuál era exactamente el “servicio de la iglesia” que debía llevar a cabo. Afortunadamente, unos días más tarde, José recibió una revelación (denominada “la ley” por los primeros miembros de la Iglesia) que contenía más información sobre sus deberes como obispo.
En esa revelación (en la actualidad Doctrina y Convenios 42), el Señor mandó a los santos que le consagraran todas sus propiedades por medio del obispo y sus consejeros “mediante un convenio y un título que no pueden ser violados”. Entonces, la persona que realizaba la consagración recibiría una mayordomía del obispo “suficiente para él y su familia”. El obispo era el responsable de conservar las propiedades restantes en un almacén para “suministrarse a los pobres y a los necesitados”, para comprar terrenos y para edificar Sion (véase D. y C. 42:34–35).
Partridge se enfrentó a una de sus primeras tareas importantes como obispo con la llegada a Ohio de los santos a quienes se les había ordenado marcharse de Nueva York. Partridge se encargó de suministrarles los terrenos de sus heredades. Uno de los primeros miembros de la Iglesia, Leman Copley, se ofreció a permitir a los santos de Colesville, Nueva York, establecerse en su propiedad de trescientas siete hectáreas en Thompson, Ohio, a unos treinta kilómetros de Kirtland; y Partridge requería revelación más específica sobre la manera en que debía organizar a los santos de Colesville en la propiedad de Copley. Como respuesta, el Señor dio instrucciones a Partridge por medio de José Smith, revelación que actualmente se encuentra en Doctrina y Convenios 51. El Señor enseñó a Partridge que, a la hora de dividir la tierra para los santos de Colesville, debía “[señalar] su porción a este pueblo, a cada hombre igual, según su familia, conforme a sus circunstancias, carencias y necesidades” (véase D. y C. 51:3). Aunque Partridge todavía tenía propiedades en Painesville y no necesitaba terreno, en la revelación se le dijo que, a cambio de sacrificar su trabajo de jornada completa de sombrerero para servir como obispo, habría de retener una parte de los suministros del almacén para mantener a su familia (véase D. y C. 51:14).
Vivir la ley de consagración habría de considerarse un privilegio (véase D. y C. 51:15). Sin embargo, no todo el mundo lo veía de esa manera. Copley pronto rescindió su oferta y expulsó a los santos de Colesville de sus terrenos, y los dejó sin saber adónde ir. El 10 de junio, una revelación (actualmente Doctrina y Convenios 54) abordó su inquietud de forma sorprendente: debían trasladarse permanentemente a Misuri, que se encontraba a casi mil trescientos kilómetros de distancia (véase D. y C. 54:8).
Más o menos al mismo tiempo, José Smith, Edward Partridge y otras personas estaban preparándose también para viajar a Misuri, la esperada ubicación de la futura ciudad de Sion (véase D. y C. 52:24). Partridge se marchó, suponiendo que regresaría en unos meses. Pero cuando los élderes llegaron a Independence, Misuri, una ciudad fronteriza en la parte más occidental del estado, José Smith recibió una revelación (que actualmente se encuentra en Doctrina y Convenios 57) en la que se declaraba que Independence sería el centro de Sion en los postreros días. La revelación también contenía un mandato de gran envergadura: “…es prudente que los santos compren el terreno y también toda parcela hacia el oeste [de Misuri]… así como todo terreno que colinda con la llanura” (véase D. y C. 57:4–5). El Señor también indicó lo siguiente: “Y ocupe mi siervo Edward Partridge el puesto al cual lo he nombrado, y reparta entre los santos sus heredades tal como he mandado” (véase D. y C. 57:7). A continuación, el Señor llamó a varias personas para que permanecieran en Misuri y edificaran Sion. Contrario a sus planes, Partridge se encontraba entre las personas que debían “[establecerse] en la tierra de Sión… tan pronto como sea posible, junto con sus familias, para cumplir estas cosas tal como he hablado” (véase D. y C. 57:14; véase también D. y C. 58:24–25).
En una carta que escribió a Lydia unos días más tarde, Partridge le dio la noticia de que no iba a regresar a Ohio ese verano y, en lugar de ello, le pidió que ella y sus cinco hijas se reunieran con él en la frontera de Misuri. Además de no poder regresar a Ohio para ayudarlas a mudarse ese otoño, escribió lo siguiente: “El hermano Gilbert o yo debemos estar aquí para encargarnos de las ventas en diciembre; y como no sé si podrá volver para entonces, he considerado conveniente permanecer aquí por el momento, contrario a lo que esperaba”. También le advirtió que, una vez que ella se reuniera con él en Misuri, “…tendremos que sufrir aquí, por algún tiempo, muchas privaciones, a las que tú y yo hace años que no estamos acostumbrados”. Siguiendo las instrucciones de deliberar en consejo entre ellos y con el Señor (véase D. y C. 58:24), él dio sugerencias sobre cómo podrían realizar el viaje ella y las niñas, y le sugirió que hiciera lo que le considerara más conveniente. Lydia obedeció de buena gana la revelación de mudarse, empacó sus pertenencias y reunió a sus cinco hijas para viajar hacia el oeste, a un lugar que nunca había visto.
En Misuri, anticipando la llegada inminente de los santos de Colesville y muchos otros que llegarían después, Partridge siguió las instrucciones del Señor de prepararse para “…[repartir] entre los santos sus heredades” (véase D. y C. 57:7), empezando con la compra de terrenos a las dos semanas de su llegada a Misuri. Conforme Partridge iba organizando a los santos en sus terrenos, siguió las instrucciones que se le habían dado en mayo: “Y al señalarle a algún hombre su porción, [él] le expedirá una escritura que le asegurará su porción…” (véase D. y C. 51:4).
Como respuesta a esta revelación, Partridge imprimió escrituras de consagración que tenían dos partes. En la primera parte, registró detalladamente las propiedades y los bienes que un santo o una familia de santos “[depositaban] ante el obispo” (D. y C. 42:31). A cambio, Partridge registró atentamente la segunda parte de la escritura de las propiedades o los bienes cuya mayordomía correspondía a cada miembro; por lo general, los mismos que habían consagrado. Después, cada miembro era nombrado “administrador de sus propios bienes o de los que haya recibido por consagración” (D. y C. 42:32).
Partridge prestó servicio como representante del Señor ante muchos santos que decidieron vivir la ley de consagración y aceptar la invitación del Señor de poner en práctica los principios de la mayordomía, el albedrío y la responsabilidad. Pero, como ya se ha mencionado, no todos deseaban vivir esa ley. Algunas personas compraron terrenos por su cuenta. Otras, como sucedió con Copley y otro hombre llamado Bates, donaron propiedades o dinero para, posteriormente, cambiar de opinión y exigir su devolución. Partridge fue llamado a ayudar a elevar y alentar tanto a los santos reacios como a los receptivos. John Whitmer escribió que después de recibir la ley de consagración, “El obispo Edward Partridge visitó varias ramas de la Iglesia, en las que había algunas personas que no deseaban recibir la ley”.
Acerca de las dificultades del trato con los imperfectos santos, la hija de Partridge, Emily Dow Partridge, recordó posteriormente: “Cuando echo un vistazo al pasado y recuerdo la enorme responsabilidad que tenía mi padre como primer obispo (y su pobreza y privaciones, así como las dificultades que tuvo que soportar, las acusaciones de falsos hermanos, las críticas de los pobres y las persecuciones de nuestros enemigos), no me extraña su muerte prematura”. En la bendición patriarcal de Partridge ya se le avisaba: “Permanecerás en tu oficio hasta que te sientas fatigado y desees abandonarlo, para poder descansar durante un breve tiempo”.
Además de tener que enfrentarse a las debilidades humanas de los demás, Partridge también se enfrentó a la realidad de su propio estado caído. Cuando se enfrentó al desafío de edificar Sion con pocos recursos visibles, Partridge, aparentemente, dudó de que fuera posible lograr los objetivos planteados. Como respuesta, el Señor le hizo una advertencia: “…si no se arrepiente de sus pecados, que son la incredulidad y la dureza de corazón, cuídese, no sea que caiga” (véase D. y C. 58:15). En una carta que Partridge escribió a Lydia en agosto de 1831, revelaba su inseguridad personal con respecto a su llamamiento: “Sabes que ocupo un cargo importante”, escribió, “y que en ocasiones soy reprendido porque siento que voy a fallar. No digo que vaya a abandonar la causa, pero temo que mi posición es superior a lo que puedo hacer para la aceptación de mi Padre Celestial”. Y a continuación rogó a su esposa: “Ora por mí para que no falle”.
Dos años más tarde, en julio de 1833, un populacho de hombres airados entró en la casa de Partridge, donde se encontraba con su esposa y su hijo de tres semanas, que se llamaba Edward Partridge, hijo, como él. Lo arrastraron hasta la plaza central de Independence, donde lo golpearon y lo cubrieron de alquitrán y plumas. Sin sentir temor, tres días después, Partridge y cinco hombres más ofrecieron su vida como rescate por el resto de los santos, en su intento por evitar que se produjeran más actos violentos contra los santos. Su oferta fue rechazada y, en su lugar, los hombres fueron obligados a comprometerse a marcharse del condado de Jackson. Unas semanas después, Partridge escribió a sus amigos de Ohio: “Me siento dispuesto a ofrecerme y ofrecer mi vida por la causa de mi bendito Maestro”.
Las revelaciones que llamaron a Partridge a servir como obispo y que establecían sus deberes en ese oficio moldearon el resto de su vida. Continuó prestando servicio como obispo mientras los santos permanecieron en Misuri y también durante la época de Illinois. En la primavera de 1840, mientras construía una casa para su familia en Nauvoo, Partridge enfermó y murió el 27 de mayo de 1840, dejando a una esposa y cinco hijos que tenían entre seis y veinte años.
Cuando Partridge fue llamado como obispo, el Señor lo describió así: “Su corazón es puro delante de mí, porque es semejante a Natanael de la antigüedad, en quien no hay engaño” (véase D. y C. 41:11). David Pettigrew, uno de los primeros miembros de la Iglesia, describió a Partridge como “un caballero, que cumplía con el alto oficio que ocupaba, con gran dignidad, tal y como establece el Nuevo Testamento que debe ser un hombre con el oficio de obispo; de aspecto serio y pensativo, pero agradable y dispuesto, y su familia, al igual que él, muy dispuesta”. W. W. Phelps escribió acerca de Partridge que “pocos podrán llevar su manto con una dignidad tan sencilla. Era un hombre honrado y yo lo amaba”. Ocho meses después de la muerte de Partridge, el Señor reveló que el fiel primer obispo de la Iglesia restaurada estaba con Él (véase D. y C. 124:19).