“El diezmo de mi pueblo”
Tras un año de grandes desafíos en Kirtland, Ohio, José Smith llegó a Far West, Misuri, a principios de 1838, listo para comenzar de nuevo. Poco después de su llegada recibió una revelación en la que se requería edificar Far West como una ciudad santa, con un templo en su centro1. En la misma revelación, el Señor prohibía que la Primera Presidencia pidiera un préstamo para alcanzar ese fin. Habían pedido un préstamo para financiar la Casa del Señor en Kirtland, Ohio, y aunque las bendiciones hacían que cada centavo valiera la pena, aún estaban luchando por saldar esas deudas2. ¿Cómo harían los santos para recaudar los medios necesarios para construir otra ciudad con un templo?
Esta pregunta no era nueva para la joven Iglesia; para hacer frente a algunos de los mismos asuntos, el Señor dio la ley de consagración en Kirtland, en 18313. En ella, el Señor mandaba a los santos que ofrecieran libremente al obispo aquello con lo que Él les había bendecido, el cual consagraría luego una mayordomía para ellos en nombre del Señor. Como mayordomos, los santos serían “[abastecidos] ampliamente” con lo que necesitaran, y se esperaba que devolvieran cualquier excedente al obispo de la Iglesia para “suministrarse a los pobres y a los necesitados”, comprar tierras y edificar Sion4.
Las revelaciones del Señor sobre la consagración hacían hincapié en las doctrinas del albedrío personal, la mayordomía y la responsabilidad. José enseñó estos principios a los obispos y ellos, a su vez, volvieron a hacer hincapié en la naturaleza voluntaria de las ofrendas y en las bendiciones condicionales asociadas a ellas5.
A lo largo de casi toda la década de 1830 hubo dos obispos: Edward Partridge prestó servicio a los santos en Misuri —o Sion, el centro de la Iglesia— mientras que Newel K. Whitney prestó servicio a los santos en la única estaca que había en ese momento en Kirtland, Ohio. José y los obispos trataron de ayudar a los santos a obedecer la ley, pero santos reacios y vecinos hostiles dificultaron esos esfuerzos. Su ministerio fue doblemente desafiante en 1837, porque la Iglesia había acumulado muchas deudas y los Estados Unidos cayeron en una larga crisis económica.
En esa época, los santos entendían el diezmo como cualquier cantidad de bienes o dinero que libremente se consagraban. En septiembre de 1837, el obispo Whitney y sus consejeros en el obispado de Kirtland declararon: “Es el inalterable propósito de nuestro Dios… que la gran obra de los últimos días se lleve a cabo con el diezmo de los santos”. Refiriéndose a la promesa de Malaquías 3:10, instaron a los santos a “[traer] sus diezmos al alfolí y, después de eso —no antes— podrían esperar una bendición tal que sobreabundaría”6.
Unos meses después, el obispado de Misuri propuso una norma similar pero más concreta: cada familia debía ofrecer un diezmo del dos por ciento de su valor anual después de pagar las deudas del hogar. Esto, escribió el obispado de Sion, “cumplirá hasta cierto punto la ley de consagración”7.
A principios de 1838, cuando José Smith se preparaba para trasladar a su familia de Kirtland a Far West, Thomas Marsh le escribió una carta desde Misuri en la que expresaba su sentimiento de que “los miembros de la Iglesia responderían gozosos a la ley de consagración tan pronto como sus líderes lo dijeran o les mostrasen cómo hacerlo”8.
En la época en que José Smith llegó a Far West, los santos acudían en masa a la nueva sede desde ramas de la Iglesia en Estados Unidos y Canadá. Se establecieron por toda la región, haciendo necesaria la creación de una nueva estaca. En julio de 1838, las perspectivas de establecer un bastión perdurable al norte de Misuri parecían prometedoras. Pero la abrumadora tarea de construir un templo era inminente. La Iglesia necesitaba recaudar los medios para construir la Casa del Señor pese a otras necesidades urgentes.
Con este desafío en mente, José reunió a varios líderes un domingo por la mañana, el 8 de julio de 1838. Parece que fue en esta reunión donde recibió tanto la revelación sobre el diezmo (que actualmente forma parte de los libros canónicos como Doctrina y Convenios 119) como la revelación sobre la manera de manejar los diezmos (actualmente Doctrina y Convenios 120)9.
José suplicó: “Oh, Señor, indica a tus siervos cuánto requieres de las propiedades de tu pueblo como diezmo”10. La oración aparece registrada en el diario del Profeta, seguida por la palabra “Respuesta”, y a continuación la revelación que actualmente se encuentra en Doctrina y Convenios 119. “Requiero que todos sus bienes sobrantes se pongan en manos del obispo de mi iglesia”, dijo el Señor11. Luego, en lo que actualmente es Doctrina y Convenios 119:2, el Señor estableció las razones por las que los santos debían pagar el diezmo12. Son las mismas razones que se establecieron previamente para obedecer la ley de consagración que se registra en lo que actualmente es Doctrina y Convenios 42: aliviar la pobreza, comprar tierras para los santos, construir un templo y edificar Sion, para que los que hagan convenios y los guarden puedan congregarse en un templo y ser salvos13.
“Y esto”, dice la revelación, “será el principio del diezmo de mi pueblo”. Esa mención de la palabra diezmo es la primera de tres (diezmo o diezmados) en la sección 119. Todas ellas se refieren a la ofrenda voluntaria que harían los santos de sus bienes sobrantes. “Y después de esto”, dice la revelación, “aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente”. La revelación no dice que sea una ley menor que haya de ser sustituida algún día, sino “una ley fija para siempre”, que se aplica a todos los santos en todo lugar14.
La revelación concluye con una alarmante advertencia: “Si mi pueblo no observa esta ley para guardarla santa, ni me santifica la tierra de Sion por esta ley, a fin de que en ella se guarden mis estatutos y juicios, para que sea la más santa, he aquí, de cierto os digo, no será para vosotros una tierra de Sion”15.
La revelación se les leyó a los santos de Far West en la reunión dominical que tuvo lugar ese día, y aquellos que vivían en regiones más lejanas la escucharon en sucesivas semanas16. El obispo Partridge, que estuvo presente en la reunión en que al parecer se recibió la revelación, escribió desde Misuri al obispo Whitney, en Ohio, y explicó cómo se había de cumplir: “Se requiere que los santos entreguen todos sus bienes sobrantes en manos del obispo de Sion y, después de este primer diezmo, deben pagar anualmente una décima parte de todo su interés”. El obispo Partridge entendió que “una décima parte de todo su interés” anualmente significaba el diez por ciento de lo que los santos ganarían en intereses si invirtieran sus ingresos de un año17.
Poco después de recibir la revelación que se encuentra en la sección 119, José encargó a Brigham Young que fuera entre los santos “y averiguara de qué bienes sobrantes disponían, con los cuales adelantar la edificación del templo que había comenzado en Far West”. Antes de partir, Brigham preguntó a José: “‘¿Quién juzgará lo que son bienes sobrantes?’, a lo que él respondió: ‘Que lo juzguen ellos mismos’”18.
A medida que se les enseñaba la voluntad del Señor, los santos se convertían en mayordomos responsables que podían elegir si pagarían o no sus diezmos por su propia y libre voluntad. “Día tras día, los santos han llegado a consagrar”, dice el diario del Profeta, “y a traer sus ofrendas al almacén del Señor”19. Pero no todos los santos ejercieron su albedrío para ser mayordomos sabios. Más adelante, Brigham Young se lamentó de que algunos santos fueron avaros en sus ofrendas20.
En ese momento, el Señor también dio a José la revelación que actualmente se encuentra en Doctrina y Convenios 120, “en la cual se hace saber la disposición de los bienes entregados como diezmo, como se indica en la revelación anterior”21. En ella se asignaba a la Primera Presidencia, al obispo de Sion y al sumo consejo de Sion para que decidieran cómo hacer uso de los diezmos, tomando sus decisiones, dijo el Señor, “por mi propia voz dirigida a ellos”22.
El diario de José Smith recoge que el recién revelado consejo se reunió pronto en Far West para “considerar la disposición de las propiedades públicas en manos del obispo, en Sion, ya que el pueblo de Sion ha comenzado a consagrar generosamente conforme a las revelaciones y los mandamientos”. El consejo acordó que los miembros de la Primera Presidencia debían usar los fondos que necesitaran, “y poner el resto en manos del obispo u obispos, conforme a los mandamientos y las revelaciones”23.
Cuando se reveló lo que hoy en día se conoce como Doctrina y Convenios 120, en 1838, Far West servía como sede de la Iglesia, y el obispo y el sumo consejo prestaban allí servicio con la Primera Presidencia. Posteriormente, el sumo consejo viajante, el Cuórum de los Doce Apóstoles, llegó a ser el sumo consejo general de la Iglesia y se nombró un Obispado Presidente; por consiguiente, en la actualidad el consejo está compuesto por la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce Apóstoles y el Obispado Presidente24.
Desgraciadamente, en el otoño de 1838 los santos fueron expulsados de Misuri, la edificación de Sion pareció quedar temporalmente en suspenso y el templo señalado apenas por unas pocas piedras. Expulsados de Misuri, los santos se volvieron a agrupar en Illinois, y a ellos se unieron miles de conversos de las Islas Británicas, los estados del Este y Canadá. Allí, José los guio como siempre había hecho —revelando el camino a seguir línea sobre línea— hasta que entendieron y pagaron, como diezmo, una décima parte de su aumento global, junto a otras ofrendas voluntarias de tiempo, talentos y bienes sobrantes25. Cuando los apóstoles invitaron a los santos a ofrecer todo lo que pudieran para la construcción de un templo en Nauvoo, muchos respondieron ofreciendo herramientas, tierras, muebles y dinero26. John y Sally Canfield consagraron todo lo que tenían, incluso a sí mismos y a sus dos hijos, “al Dios del cielo y por el bien de Su causa”. En una nota a Brigham Young, el hermano Canfield escribió: “Todo lo que poseo entrego libremente al Señor y en tus manos”27.
Allí en Nauvoo, luego en Utah, y posteriormente por todo el mundo, los Santos de los Último Días aprendieron que, si obedecían aunque solo fuera el mandato de ofrecer una décima parte de su aumento anual, la Iglesia podía pagar sus deudas y comenzar a cumplir las instrucciones del Señor de construir templos, aliviar la pobreza y edificar Sion. El dinero que se entregó se puede calcular; las bendiciones no.