Una escuela y una investidura
D. y C. 88, 90, 95, 109, 110
En la primavera de 1834, en una reunión para todos los poseedores del sacerdocio en Kirtland, Ohio, José Smith compartió la visión que había tenido en cuanto al destino de la Iglesia. Aquello era más de lo que cualquiera de los que se encontraban allí podía imaginar; él dijo: “… concerniente al destino de esta Iglesia y este reino, ustedes no saben más de lo que sabe un bebé en brazos de su madre”. Entonces profetizó: “Esta noche sólo ven aquí a un puñado de hombres con el sacerdocio, pero esta Iglesia se extenderá por América del Norte y del Sur, cubrirá todo el mundo”1.
Para los hombres que se hallaban en la sala, aquella debió ser una idea emocionante, aunque sobrecogedora. Ya habían logrado mucho en el campo misional, bautizando miembros de la Iglesia en partes de los Estados Unidos y Canadá; pero, al pensar en llevar el Evangelio a toda la tierra, seguramente sintieron sus propias limitaciones. ¿Qué tendría que suceder para que un puñado de miembros de la Iglesia se extendiera hasta convertirse en una Iglesia mundial? ¿Cómo harían los élderes de la Iglesia para llevar a cabo los planes del Señor?
Una promesa de ayuda divina
En el Nuevo Testamento, Jesús prometió a Sus apóstoles la ayuda de los cielos a medida que salieran a “[predicar] el evangelio a toda criatura”. Les mandó que “[se quedaran] en la ciudad de Jerusalén hasta que [fueran] investidos con poder de lo alto”2. De manera similar, el Señor había prometido a los Santos en 1831 que, después de congregarse en Ohio, ellos serían “investidos con poder de lo alto”, y entonces enviados a extender el mensaje del Evangelio3. Años más tarde, esta investidura se llegó a entender como una serie de ceremonias específicas que se llevaron a cabo en el Templo de Nauvoo y en templos posteriores, pero en la década de 1830 se entendía como una manifestación espiritual similar a la que tuvo lugar el día de Pentecostés, una investidura espiritual o el otorgamiento de milagroso poder sobre aquellos que fueran a predicar el Evangelio4.
En una revelación recibida a finales de diciembre de 1832 y principios de enero de 1833, actualmente Doctrina y Convenios 88, el Señor profundizó en lo que los élderes deberían hacer para “[estar] preparados en todas las cosas, cuando de nuevo os envíe” a dar testimonio y a advertir a los pueblos de la tierra5. La revelación mandaba a los miembros de la Iglesia que se organizaran y “[se enseñaran] el uno al otro” y edificaran “una casa de Dios”. Haciéndose eco del mandamiento de Jesús en el Nuevo Testamento, la revelación decía a los élderes que permaneciesen en Kirtland, donde habían de ser instruidos y fortalecidos en la Escuela “… para que [fueran] perfeccionados en [su] ministerio de ir entre los gentiles por última vez”6.
Aprender en la Escuela de los Profetas
Actuando de conformidad con la revelación, los Santos comenzaron a trabajar para “establecer la escuela de los profetas” en Kirtland7. El concepto de una escuela de profetas no era exclusivo de los Santos de los Últimos Días. En los siglos XVII y XVIII, Harvard y Yale eran seminarios para la formación del clero, y en ocasiones se hacía referencia a ambos como escuelas de profetas. Posteriormente, los movimientos reformistas relacionados con el Segundo Gran Despertar —un extendido movimiento de resurgimiento religioso que tuvo lugar en los Estados Unidos a principios del siglo XIX— establecieron escuelas pastorales privadas bajo el mismo nombre8.
Los primeros Santos de los Últimos Días no tenían ni los recursos ni la formación académica que tenía la mayoría de los fundadores de escuelas, pero siguieron adelante con fe. Al no tener una Casa del Señor donde reunirse, la Escuela de los Profetas se organizó oficialmente el 22 y 23 de enero de 1833 en un pequeño cuarto en el piso superior de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland. Aunque tanto hombres como mujeres asistieron a la reunión del día 22 de enero, la escuela en sí estaba reservada para los hombres ordenados al sacerdocio. Aquellos que asistieron a la primera reunión recibieron “la divina manifestación del Santo Espíritu”, incluso el hablar en lenguas9.
A diferencia de una escuela convencional, con semestres y horarios fijos y un espacio concreto, la Escuela de los Profetas era intermitente y cambiaba de lugar. En comunidades agrícolas como Kirtland, los meses de invierno ofrecían más tiempo para actividades como la enseñanza. La primera sesión duró unos tres meses y concluyó en el mes de abril10. Las sesiones posteriores, que recibieron diversos nombres como la “escuela de los profetas”, la “escuela de mis apóstoles”, y “escuela de élderes”, se llevaron a cabo ese verano en Misuri, y nuevamente en Kirtland en el otoño de 1834 y el invierno de 1835–1836, en la oficina de la imprenta de la Iglesia o en la planta superior del inacabado Templo de Kirtland11.
En la revelación de diciembre de 1832 se habían dado instrucciones concretas para el curso de estudio de la Escuela, que había de incluir tanto temas religiosos como seculares. Los alumnos debían llegar a ser bien versados “en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio”, y también debían aprender sobre la tierra misma —lo que había sobre ella, en ella y debajo de ella—. Debían aprender historia y los últimos acontecimientos, con una perspectiva de futuro mediante revelación profética. Tenían que aprender sobre países extranjeros. Los que instruían en la Escuela de los Profetas debían ser tanto un maestro oficialmente designado como por los mismos participantes, aprendiendo los unos de los otros, teniendo cada uno un turno de palabra “para que… todos [fueran] edificados”12.
Una revelación del 8 de marzo de 1833, actualmente Doctrina y Convenios 90, daba a la recién nombrada Primera Presidencia de la Iglesia las “llaves” para administrar la Escuela de los Profetas, y parece que José Smith tomaba la iniciativa en los temas espirituales, ayudado por Sidney Rigdon. La Escuela de los Profetas fue el marco en el que se impartieron las siete lecciones teológicas actualmente conocidas como Lectures on Faith (Discursos sobre la fe). Estas lecciones se incluyeron en las primeras ediciones de Doctrina y Convenios; constituían la primera parte del libro, denominada “Doctrina”, mientras que la segunda parte era “Convenios”, o revelaciones. Lectures on Faith perduran como una importante contribución teológica de principios de la década de 183013.
El estudio de idiomas era una parte importante de la enseñanza más tradicional, comenzando con la gramática inglesa. En su mayor parte, los élderes que asistían no eran muy instruidos, y podían decir con José Smith que, como hijos de padres pobres, “apenas se les había enseñado a leer y a escribir, y las reglas básicas de la aritmética”14. Aunque se había quedado huérfano siendo niño y había recibido muy poca educación formal, Orson Hyde tenía un don para aprender, y fue nombrado como maestro15. En varias ocasiones José Smith llegó a casa por la noche y reunió a su familia entorno a él para enseñarles las mismas lecciones de gramática que había aprendido ese día en la Escuela de los Profetas16. En 1836, un profesor judío de una universidad cercana impartió un curso de hebreo al que asistieron muchos de los alumnos de la Escuela de los Profetas.
Llegar a ser limpios y unidos
La Escuela de los Profetas hizo posible que los primeros santos lograran una educación a la que previamente no habían tenido acceso, pero también perseguía fines que iban más allá de aprender hechos y conceptos. La primera generación de Santos de los Últimos Días creció en una cultura en la que se valoraba mucho la reputación personal, y donde era habitual e incluso se alentaba a las personas a reaccionar con contundencia ante ofensas, ya fueran reales o intuidas. La orden revelada de la Escuela de los Profetas fue creada, en parte, para ayudar a los miembros a superar esos puntos débiles de su cultura. Las prácticas rituales subrayaban la necesidad de llegar a ser limpios y unidos.
Para llegar a ser “limpios de la sangre de esta generación” y distinguirse del resto del mundo, los élderes participaban en lavamientos rituales17. Después de que cada hombre se lavase la cara, las manos y los pies, José Smith lavaba los pies de cada uno, siguiendo el ejemplo dado por Jesús en Juan 13:4–17 y las instrucciones que se encuentran en Doctrina y Convenios 88:138–141. José Smith lavaba los pies de cada miembro nuevo de la Escuela, y repetía la ceremonia en otras reuniones de la Escuela de los Profetas18. Los posteriores lavamientos y unciones, incluso el lavamiento de pies, formaron parte de los preparativos para la asamblea solemne que tuvo lugar en el recién dedicado Templo de Kirtland, y estos lavamientos fueron una importante característica de la asamblea solemne en sí.
En la Escuela de los Profetas también jugaba un importante papel una preocupación más cotidiana como era la higiene. Un participante recuerda que, antes de cada día de clase, “nos lavábamos y nos poníamos ropa limpia”19. Y las quejas de Emma en cuanto a la suciedad que dejaban los miembros de la Escuela cuando masticaban tabaco condujo a la revelación conocida como la Palabra de Sabiduría20.
Además de ser un símbolo de purificación, el lavamiento de los pies también pretendía ayudar a unir a los élderes. Las revelaciones los instaban una y otra vez a “[amarse] los unos a los otros” y a “[cesar de criticarse] el uno al otro”, advirtiendo que “si no sois uno, no sois míos”21. José Smith enseñó que la unidad era un requisito previo para ser investido, y que era parte de la definición de Sion22. La armonía entre los líderes de la Iglesia en Ohio y Misuri era algo en lo que José Smith se esforzaba continuamente, y él enseñó que, además de la purificación espiritual, el lavamiento de los pies “tenía por objeto unir nuestros corazones, para que seamos uno en sentimiento y espíritu”23.
El saludo prescrito al entrar en la Escuela también tenía por objeto promover la armonía, aun en una cultura de contención. El presidente o maestro debía entrar primero y saludar a cada participante alzando sus manos hacia el cielo y diciendo: “¿Eres hermano, o sois hermanos? Os saludo en el nombre del Señor Jesucristo, en señal o memoria del convenio sempiterno, convenio en el cual os recibo en confraternidad, con una determinación que es fija, inalterable e inmutable, de ser vuestro amigo y hermano por la gracia de Dios en los lazos de amor, de andar conforme a todos los mandamientos de Dios, irreprensible, con acción de gracias, para siempre jamás. Amén”. El alumno que iba a entrar a la Escuela repetía el convenio o decía simplemente “Amén”.
Los participantes en la Escuela de los Profetas también tomaban juntos la Santa Cena, pero en porciones que quizás se asemejaban más a la Última Cena que al bocado de pan y el sorbo de agua a los que están acostumbrados los Santos de los Últimos Días en la actualidad. Tal como recordaba Zebedee Coltrin, “se servía el pan caliente para poder partirlo bien, y se partía en piezas del tamaño de un puño, y cada persona tomaba un vaso de vino, y se sentaba, y comía el pan, y bebía el vino”24.
Esforzarse por alcanzar las promesas
A pesar de estas ordenanzas unificadoras, la armonía resultaba esquiva. La primera sesión se clausuró en abril de 1833, coincidiendo con varios llamamientos misionales, y una revelación del mes de junio (D. y C. 95) puso de manifiesto que el curso acabó con una nota disonante: “surgieron contenciones en la escuela de los profetas”, dijo el Señor, “lo cual me acongojó mucho”. La misma revelación reprendía a los santos por no haber comenzado todavía a trabajar en la Casa del Señor, y reiteraba que aquel era el lugar para la “escuela de mis apóstoles”. Esta revelación prometía que la tan esperada “investidura” vendría en una “asamblea solemne” dentro de las paredes del nuevo templo.
A partir de 1834, los líderes de la Iglesia tanto de Misuri como de Ohio se reunieron en Kirtland para asistir a la Escuela y prepararse de otro modo para la asamblea solemne en la que recibirían la investidura. Sin embargo, los dos grupos de líderes habían tenido problemas a la hora de relacionarse el uno con el otro, y ese periodo estuvo caracterizado por la falta de unidad. En torno a esa misma época, Orson Hyde le envió a José Smith una dura carta sobre una disputa con otro apóstol: el hermano de José, William Smith25. Hyde se negó a asistir a la Escuela hasta que se resolviera el asunto. Aunque las preocupaciones de Hyde se resolvieron pronto, otras disputas siguieron afectando al grupo. “El adversario está utilizando toda su astucia”, dijo José Smith, “para evitar que los santos sean investidos, causando divisiones entre los Doce, así como entre los Setenta, y riñas y envidias entre los élderes”26.
Afortunadamente, el invierno de 1835–1836 trajo consigo un esperado periodo de reconciliaciones y armonía en la Iglesia. José Smith y su hermano William restablecieron una relación dañada, la cual había llegado ocasionalmente a las manos27. Un importante desacuerdo entre la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce acabó con una emotiva reconciliación y un convenio que recordaba al saludo de la Escuela de los Profetas28. En cuanto a la reunión que tuvo lugar poco tiempo después, en la que hablaron los líderes de la Iglesia reconciliados, el diario de José Smith registra: “El Señor derramó Su Espíritu sobre nosotros, y los hermanos comenzaron a confesar sus faltas los unos a los otros, y pronto los de la congregación se llenaron de lágrimas. Algunas emociones eran demasiado intensas para poderlas expresar; el don de lenguas también vino a nosotros como un viento recio que sopla, y mi alma se llenó de la gloria de Dios”29. Así unidos, y con tal manifestación de la aprobación de Dios, se estaban preparando para recibir la investidura prometida.
Manifestaciones espirituales
En varios momentos a lo largo del curso de la Escuela de los Profetas se dieron manifestaciones espirituales milagrosas a medida que los élderes se esforzaban por vivir conforme a la visión que Dios tenía de ellos y se preparaban para la investidura30. José Smith dijo que tales manifestaciones eran “un preludio de los gozos que Dios derramará” en la asamblea solemne31.
Cuando el Templo de Kirtland estuvo listo por fin para su dedicación en marzo de 1836, José Smith buscó guía a la hora de preparar una oración para la colosal ocasión. La oración, dada por revelación y actualmente publicada como Doctrina y Convenios 109, trataba muchos de los temas que habían ocupado la Escuela de los Profetas durante la larga preparación para la investidura de poder. Hablaba de aprendizaje, de pureza espiritual, de organización y unidad, y de la obra misional.
En la tan esperada asamblea solemne en el templo, muchas personas tuvieron poderosas experiencias espirituales, las cuales afirmaron que fueron una investidura de poder. José Smith escribió: “El Salvador se apareció a algunos, mientras que ángeles ministraron a otros, y ciertamente fue un Pentecostés y una investidura que se recordará por mucho tiempo, porque el sonido se extenderá a todo el mundo desde este lugar, y los acontecimientos de este día se transmitirán sobre las páginas de la historia sagrada a todas las generaciones, como el día de Pentecostés”. Otras manifestaciones y visiones acompañaron la dedicación del Templo de Kirtland esa misma semana32.
El domingo 3 de abril de 1836, mientras oraban en el púlpito del templo, José Smith y Oliver Cowdery recibieron la visita de Jesucristo y muchos mensajeros angelicales. Cristo los declaró limpios, aceptó la casa que habían construido para Él y confirmó “la investidura con que mis siervos ya han sido investidos”. Inmediatamente después, recibieron del propio Moisés “las llaves del recogimiento de Israel de las cuatro partes de la tierra”, así como otras llaves de parte de otros antiguos profetas33. A sus ojos, las promesas se habían cumplido, y los élderes no necesitaban permanecer en Kirtland por más tiempo.
A todas las naciones
A lo largo de los meses que siguieron, varios misioneros salieron de Kirtland para predicar el Evangelio. En 1837 Orson Hyde y Heber C. Kimball fueron a Inglaterra. Esta misión, y misiones subsiguientes en las Islas Británicas, llevaron a miles de personas a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y cambiaron el curso de su historia. En 1844 José Smith declaró: “Los misioneros de esta Iglesia han ido a las Indias Orientales, a Australia, Alemania, Constantinopla, Egipto, Palestina, las Islas del Pacífico, y actualmente se están preparando para abrir las puertas a los extensos dominios de Rusia”34. Estos esfuerzos misionales, realizados en gran parte por aquellos que habían sido instruidos en la Escuela de los Profetas e investidos con poder en el Templo de Kirtland, marcaron los comienzos del Evangelio restaurado que iba a llenar todo el mundo.