La contribución de Martin Harris
Para 1827, Martin Harris había logrado establecer una vida cómoda para sí mismo en Palmyra, Nueva York1. Durante los catorce años anteriores, había adquirido 130 hectáreas de tierras de cultivo, haciéndolas productivas mediante su laboriosidad e ideas progresistas, y edificó una hermosa casa2. Se casó con Lucy Harris en 1808 y el matrimonio tuvo cinco hijos, tres de los cuales vivieron hasta la edad adulta. El talento y la prosperidad de Martin no habían pasado desapercibidos entre sus vecinos, quienes lo consideraban un “granjero industrioso, trabajador, sagaz en sus decisiones comerciales, frugal en sus hábitos y… un hombre próspero en el mundo”3.
Ahora, a los 45 años de edad y disfrutando los frutos de su trabajo y del respeto de sus compañeros, Martin incluso consideró contratar a alguien para que le cuidara la granja durante varios meses y así poder viajar un poco, pero en cuanto empezó a contemplar esa excursión, recibió la visita de Lucy Mack Smith, quien le llevó noticias intrigantes.
Martin Harris conocía la mayor parte de la historia: Un ángel había visitado a José Smith y le había revelado la existencia de un registro de planchas antiguas de metal que estaban enterradas en una colina cercana a su hogar. Durante tres años, José había observado y esperado.
Ahora, Lucy Smith había ido a decirle a Martin que el hijo de ella, al fin, había obtenido las planchas de manos del ángel y que pretendía traducirlas. José y su familia no estaban en condiciones de costear la publicación de la traducción, pero Martin Harris sí podía. Lucy Mack Smith le preguntó a Martin si podría visitar a José. Él estuvo de acuerdo, y su esposa, Lucy Harris, insistió en que ella también iría.
José Smith probablemente consideraba a Martin Harris como un amigo. Anteriormente le había confiado sus visitas angélicas y la existencia de las planchas. Martin aparentemente correspondía su amistad; había contratado a José Smith como jornalero en su granja y lo consideraba un trabajador digno de confianza.
No obstante, Martin aparentemente abrigaba ciertas dudas. Más tarde le dijo a alguien que lo entrevistó que cuando oyó por primera vez la historia de las planchas, él supuso que José y sus amigos buscadores de dinero simplemente habían encontrado una vieja olla de latón. No obstante, Martin era un hombre religioso; algunos incluso lo consideraban supersticioso por sus puntos de vista, y lo llamaban despectivamente “fanático visionario”4. Sin embargo, esa actitud receptiva en presencia de lo sobrenatural en su vida diaria fue lo que le permitió por lo menos tomar en consideración las afirmaciones de José. Lucy Harris de inmediato cumplió su promesa de visitar a José, e incluso se ofreció a ayudar a financiar la traducción de las planchas. No obstante, Martin permaneció al margen, tal vez porque necesitaba un poco de tiempo para pensar en ello.
Durante el otoño y a principios del invierno, los vecinos hostiles hicieron varios intentos para robarle las planchas a José. En esa situación precaria, él decidió mudarse con su esposa, Emma, a la casa de sus suegros en Harmony, Pensilvania. Fuera cual fuera la causa de sus dudas anteriores, Martin concluyó que debía ayudar a José. Se reunió con él en una taberna en Palmyra, le dio $50 dólares en plata y le dijo: “Te doy esto para hacer la obra del Señor”5. Cuando José insistió en que eso se considerara un préstamo, Martin reafirmó su deseo de contribuir libremente a la causa.
Mientras tanto, Lucy Harris había empezado a dudar de la historia de José, posiblemente debido a su insistencia en mantener las planchas fuera de la vista de los demás. Esa sospecha la llevó a molestarse por el creciente interés de Martin y su colaboración con José. La relación de Martin con su esposa ya era tensa de por sí, pero su apoyo a José Smith motivó que aumentara la discordia entre ellos.
“No puedo leer un libro sellado”
Poco tiempo después de que la familia Smith llegara a Harmony, Martin los visitó y expresó su deseo de ayudar a José. Le propuso viajar a la ciudad de Nueva York con la transcripción de algunos de los caracteres de las planchas para mostrarlas a los eruditos. Tal vez deseara obtener una reafirmación de que las planchas eran auténticas o pensara que una atestación les ayudaría a obtener dinero prestado para publicar la traducción. De todas maneras, insistió que el Señor lo había inspirado a hacer el viaje.
En aquel momento, ni José ni Martin sabían mucho sobre el idioma de las planchas; sabían tan solo lo que el ángel Moroni le había dicho a José: que era un antiguo registro de las Américas. Por lo tanto, en vez de buscar a un erudito con conocimiento del idioma egipcio (José más tarde aprendió que el idioma de las planchas se llamaba “egipcio reformado”), Martin visitó a varios eruditos con interés en antigüedades, especialmente antigüedades de las Américas6.
Partió en febrero de 1828, y en el camino a la ciudad de Nueva York, se detuvo en Albany para visitar a Luther Bradish, un amigo de la familia y antiguo residente de Palmyra que había viajado extensamente a lo largo del Cercano Oriente y Egipto. Martin buscó su opinión acerca de a quién acudir con respecto a la traducción y luego siguió hacia Nueva York para visitar a Samuel L. Mitchill, lingüista y uno de los eruditos más destacados sobre la antigua cultura americana. Después de examinar los caracteres, Mitchill evidentemente envió a Martin con Charles Anthon, un joven profesor de gramática y lingüística de la Universidad de Columbia. Anthon había estado recopilando historias de los indios americanos y discursos para su publicación y estaba deseoso de inspeccionar el documento que Martin le había llevado.
Martin afirmó que Anthon declaró que los caracteres eran auténticos hasta que se enteró la forma en que José Smith los había adquirido. Le sugirió a Martin que le llevara las planchas; este se negó, y Anthon contestó, parafraseando un versículo de Isaías: “No puedo leer un libro sellado”. Aunque más tarde Anthon negó los detalles del relato de la reunión con Martin, lo que sí sabemos es lo siguiente: Martin salió de sus visitas con los eruditos especializados en el oriente más convencido que nunca de que José Smith fue llamado por Dios y de que las planchas y los caracteres eran antiguos. Él y José consideraron la visita a Anthon como el cumplimiento de la profecía de Isaías (también mencionada en el propio Libro de Mormón): “…palabras de libro sellado, el cual darán al que sabe leer y le dirán: Lee ahora esto, y él dirá: No puedo, porque está sellado”7.
“Para silenciar la boca de los necios”
Durante la primavera y principios del verano de 1828, Martin actuó como escribiente mientras el joven vidente dictaba la traducción. Aunque el proceso debe de haberle parecido milagroso, Martin todavía era muy cauto para evitar el engaño. Una vez reemplazó la piedra vidente de José por otra piedra para ver si José notaba la diferencia. Cuando José no pudo seguir traduciendo, Martin confesó su artimaña y le devolvió la piedra vidente. Cuando José le preguntó por qué lo había hecho, Martin le explicó que quería “silenciar la boca de los necios, que le habían dicho que el Profeta había aprendido esas frases y simplemente las estaba repitiendo”8.
Aunque Martin llegó a creer muy sinceramente, su esposa se había vuelto amargamente hostil. A Lucy Harris le preocupaba, de manera bastante comprensible, que Martin asumiera un gran riesgo económico para ayudar a publicar el libro, que sus iguales se burlaran de la participación de su esposo en lo que ellos consideraban un ardid fraudulento, y el hecho de que Martin no hubiese tomado en cuenta los sentimientos de ella en sus decisiones. También se molestó porque José rechazó cada uno de los intentos que ella hizo para ver las planchas, y hostigaba a Martin incesantemente para que le mostrara alguna prueba de la capacidad de José para traducir.
Para aliviar la inquietud de Lucy, Martin le pidió a José que consultara “al Señor por medio del Urim y Tumim” si podía “llevar los escritos a casa y mostrarlos”9 a su esposa y a otras personas. José quería complacer a Martin, ya que él le había mostrado su amistad “cuando parecía no haber ningún amigo terrenal para socorrerle o mostrarle simpatía”10.
José preguntó a insistencia de su amigo. “La respuesta”, José dijo, “fue que no lo hiciera. [Martin] no quedó satisfecho con eso y me pidió que preguntara de nuevo. Así lo hice, y la respuesta fue igual a la anterior. Pero él siguió insatisfecho e insistió para que preguntara de nuevo. Después de rogármelo mucho, volví a preguntar al Señor, y se nos otorgó permiso bajo ciertas condiciones”11. Martin debía mostrar las páginas traducidas solamente a su esposa, sus padres, su hermano y su cuñada.
Entusiasmado, Martin Harris volvió a casa con las páginas del manuscrito y se las mostró a su esposa. Sin embargo, no manejó el preciado manuscrito con el cuidado prescrito y pronto se perdió. Cómo sucedió exactamente es un asunto de especulación. Un rumor comúnmente repetido era que Lucy tomó las páginas de la mesa de Martin y las quemó, aunque ella negó toda responsabilidad por su pérdida. Algunas personas, entre ellas José Smith, sospecharon una conspiración por parte de Lucy Harris, o tal vez de otras personas.
Martin hizo todo lo posible por encontrar el manuscrito, temiendo ante la idea de confesar a José lo que había sucedido. Incluso “rompió camas y almohadas”, pero fue en vano. Cuando José llegó a casa de sus padres después de varias semanas, ansioso de tener noticias, Martin caminó con pesadez cinco kilómetros hasta la casa de los Smith, en Manchester, para darle la noticia. Al acercarse, andaba “con un paso lento y medido hacia la casa, con los ojos fijos en el suelo en actitud meditabunda. Al llegar a la puerta, no la abrió, sino que se subió a la valla y permaneció sentado allí algún tiempo con el sombrero tapándole los ojos”12.
Finalmente entró, y con escaso apetito para tomar la cena que le habían preparado, pronto “se apretó las manos sobre las sienes y exclamó con un tono de angustia profunda: ‘¡Oh, he perdido mi alma!’”13. José entendió inmediatamente lo que había sucedido. Le exigió que regresara y buscara otra vez el manuscrito, pero Martin insistió en que sería en vano seguir buscando.
Exhausto y desalentado, José volvió a Harmony y, tras caminar una corta distancia desde su casa, oró para rogar misericordia. Se le apareció el ángel y otra vez le entregó a José el Urim y Tumim, o los intérpretes, que José había recibido inicialmente junto con las planchas, pero que había perdido por haber “importunado al Señor al pedirle que Martin pudiera llevarse los escritos”14. Utilizando el Urim y Tumim, José Smith recibió la primera de sus revelaciones cuyo texto se ha preservado.
La revelación actualmente conocida como Doctrina y Convenios 3 reprendía a José: “Con cuánta frecuencia has transgredido las leyes de Dios, y has seguido las persuasiones de los hombres. Pues he aquí, no debiste haber temido al hombre más que a Dios”. Sin embargo, transmitía esperanza: “… recuerda que Dios es misericordioso. arrepiéntete, pues, de lo que has hecho contrario al mandamiento que te di, y todavía eres escogido, y eres llamado de nuevo a la obra”15.
“… le concederé que mire”
Durante meses, Martin Harris permaneció en su casa de Palmyra, atormentado por la pérdida del manuscrito. También le afligió descubrir que su esposa y otras personas procuraban desacreditar a José Smith y convencer a los demás de que era un impostor que simplemente buscaba el dinero de Martin. Con el deseo de obtener la reconciliación y darle noticias de esas perturbadoras tentativas, visitó a José Smith en Harmony en marzo de 1829.
A Martin le alivió saber que José había obtenido el perdón y que se disponía a reanudar la traducción. Martin le pidió a José una vez más el privilegio de ver las planchas. Él deseaba un firme testimonio de que “José posee las cosas que ha testificado que posee”, tal vez para ahogar sus dudas persistentes y ayudarlo a persuadir a Lucy. José recibió una revelación para Martin, que en la actualidad se encuentra en Doctrina y Convenios 5. En ella, el Señor reveló que se llamaría a tres testigos para ver las planchas y dar testimonio de ellas. Luego, para satisfacción de Martin Harris, el Señor le prometió que “si se postra ante mí, y se humilla con ferviente oración y fe, con sinceridad de corazón, entonces le concederé que mire las cosas que desea ver”. La revelación también indicó que la autenticidad del libro la corroboraría su mensaje, más bien que las planchas, y que muchos no creerían incluso si a José Smith le fuera posible “mostrarles todas estas cosas”16.
La obra de la traducción se reanudó con determinación el 5 de abril de 1829, cuando el recién llegado Oliver Cowdery asumió la función de escribiente. José y Oliver comenzaron donde José y Martin se habían quedado, cerca del comienzo del libro de Mosíah. Sin embargo, en mayo, al acercarse al final del Libro de Mormón que tenemos ahora, se preguntaban si debían retraducir la porción perdida. Para abordar esa pregunta, el Señor le dio a José Smith otra revelación, la cual se encuentra ahora en Doctrina y Convenios 10. La revelación confirmaba los temores de José en cuanto a una conspiración: “Y he aquí, Satanás ha incitado sus corazones a cambiar las palabras que has hecho escribir”. Sin embargo, el Señor tranquilizó a José diciéndole que contaba con una solución prevista con mucha antelación. A José se le mandó no volver a traducir la parte perdida, sino sustituirla con una traducción de “las planchas de Nefi”, las cuales cubrían un periodo similar. Por consiguiente, el Señor frustraría los planes de los conspiradores y daría cumplimiento a las oraciones de los antiguos registradores nefitas que deseaban que esos escritos “llegaran a este pueblo”17.
“Mis ojos han visto”
Cuando la traducción llegaba a su fin, Martin, junto con Oliver Cowdery y David Whitmer, suplicaron a José el privilegio de ser los testigos prometidos de las planchas. José preguntó de nuevo y recibió la revelación que ahora se encuentra en Doctrina y Convenios 17, en la cual se prometía a cada uno de ellos que verían las planchas, si “[confiaban] en mi palabra” con “íntegro propósito de corazón”18.
Martin Harris sin duda estaba eufórico de que se le permitiera ver las planchas, pero en junio de 1829, cuando los tres hombres trataron de orar y llegar a ver las planchas de mano del ángel, al principio no lo consiguieron. Martin temía que “su presencia era la causa de no recibir lo que deseábamos”. Se retiró, y poco tiempo después se apareció el ángel y mostró las planchas a Whitmer y a Cowdery. José buscó a Martin y lo encontró a cierta distancia; había estado orando por sí mismo, y José se unió a él. Poco después, recibió la manifestación que había buscado tanto tiempo. Después de ser testigo de las planchas, gritó: “¡Es suficiente, es suficiente! ¡Mis ojos han visto, mis ojos han visto!”19.
“No codiciar tus propios bienes”
Fortalecido por esa experiencia milagrosa que reafirmó su fe, Martin renovó su esfuerzo a fin de proporcionar apoyo económico para la publicación del Libro de Mormón. José Smith había hablado con varias imprentas en Palmyra y Rochester, Nueva York. Tenía la esperanza de convencer a Egbert B. Grandin, de Palmyra, que imprimiera el libro, y Martin asumió las negociaciones. El precio de Grandin era de 3.000 dólares para la impresión inusualmente voluminosa de cinco mil ejemplares, pero él no compraría los caracteres de las letras ni comenzaría el trabajo hasta que José o Martin hubieran “prometido asegurar el pago de la impresión”20. Martin tendría que dar como fianza esencialmente toda la propiedad que le pertenecía por derecho legal.
Ese momento decisivo pondría a prueba la intensidad de la fe que Martin Harris tenía en José Smith y su fe en el Libro de Mormón. En busca de guía, habló con José, quien recibió otra revelación. Hoy se conoce como Doctrina y Convenios 19, y la revelación contiene la siguiente amonestación para Martin: “… te mando no codiciar tus propios bienes, sino dar liberalmente de ellos para imprimir el Libro de Mormón”21. El 25 de agosto de 1829, hipotecó su propiedad a Grandin como pago por la publicación. Sus vecinos se asombraron de que su amigo sensato “abandonara el cultivo de una de las mejores granjas del vecindario”22 para respaldar la publicación.
Al principio, Martin esperaba recuperar su granja hipotecada vendiendo ejemplares del Libro de Mormón. En enero, José Smith firmó un convenio con Martin en el que le concedía “el mismo privilegio” 23 para vender ejemplares del Libro de Mormón hasta que hubiera recuperado plenamente el costo de la impresión. Él comenzó a vender el libro tan pronto como estuvo disponible, en marzo de 1830. Desafortunadamente, las ventas no se produjeron como él había esperado.
Se afirma que José Smith vio a un angustiado Martin Harris a fines de marzo de 1830 cerca de Palmyra. De acuerdo con Joseph Knight, Martin llevaba varios ejemplares del Libro de Mormón. Él dijo: “Los libros no se venden, porque nadie los quiere”, y le dijo a José: “Quiero un mandamiento”. La respuesta de José Smith remitió a Martin a la revelación anterior: “Cumple lo que ya tienes”. “Pero necesito un mandamiento”, repitió Martin24.
No recibió ningún otro mandamiento25; sin embargo, en conformidad con la revelación anterior, con el tiempo Martin vendió una parte suficiente de su propiedad como para pagar su deuda. Al hacerlo, confirmó su posición como el pilar financiero más importante del Libro de Mormón y, por lo tanto, de la Iglesia en sus primeros tiempos. Ninguno de los colaboradores más jóvenes y más pobres de José Smith podría haber aportado esa contribución crucial.