La ley
“Desde que llegamos aquí, hemos recibido las leyes del reino”, le escribió José Smith a Martin Harris en febrero de 1831, “y los discípulos de esta región las han recibido con mucho gusto”1.
José había estado en Ohio menos de un mes cuando escribió estas palabras a Martin Harris, quien se encontraba todavía en Palmyra, Nueva York. Antes de la mudanza de José de Nueva York, el Señor le dio el mandamiento de que reuniera a la Iglesia en Ohio y prometió: “…allí os daré mi ley”2 (véase D. y C. 38:32). Poco después de la llegada de José a Kirtland, él recibió la revelación prometida, que en los primeros manuscritos se titulaba “las Leyes de la Iglesia de Cristo”. Ahora forma parte de las Escrituras como Doctrina y Convenios 42:1–73.
La necesidad de revelación que tenía la Iglesia en aquella ocasión era apremiante. Cuando José llegó a Ohio, encontró que los santos de allí eran sinceros pero estaban confundidos con respecto a la enseñanza bíblica de que la multitud de los primeros cristianos “era de un corazón y un alma; y ninguno decía que era suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32).
Muchos de los conversos de la Iglesia en Ohio eran miembros de “la familia”, un grupo comunal que compartía el hogar y la granja de Lucy e Isaac Morley procurando ser verdaderos cristianos. Aunque sus intenciones estaban en consonancia con la descripción que el propio José había recibido recientemente de la Sion de Enoc, donde el pueblo había alcanzado el ideal de ser “uno en corazón y voluntad” y había eliminado completamente la pobreza (Moisés 7:18), el Profeta encontró que los conversos de Ohio seguían prácticas que mermaban el albedrío personal, la mayordomía y la responsabilidad, aunque se estaban “esforzando por hacer la voluntad de Dios, en la medida en que la conocían”3. Como consecuencia, los conversos estaban, según figura en la historia de José Smith, “dirigiéndose muy rápidamente a la destrucción en cuanto a las cosas temporales, porque pensaban al leer el pasaje que lo que pertenecía a un hermano pertenecía a todos los hermanos”4.
Muy poco después de que José llegara a Ohio, el Señor le reveló lo siguiente: “…por vuestra oración de fe recibiréis mi ley para que sepáis cómo gobernar mi iglesia…”5 (véase D. y C. 41:3). Unos días más tarde, José reunió a varios élderes y en “poderosa oración” le pidió al Señor que le revelara Su ley como se lo había prometido6.
‘Consagrarás… de tus bienes’
La revelación que José Smith recibió como respuesta confirmó el primer y grande mandamiento como la motivación para observar todos los demás, como la ley de consagración, lo cual sugiere que el amor por Dios es el motivo de esa práctica. Consagrar, según se enseñó a los primeros santos, significaba hacer sagradas sus propiedades al utilizarlas para la obra del Señor, como la compra de tierras para construir la Nueva Jerusalén y coronarla con un templo (véase D. y C. 42:35–36). La ley reveló que la consagración consistía, a partes iguales, en recibir y en dar, ya que el Señor prometió que cada santo fiel recibiría “suficiente para él y su familia” aquí y “salvación” en la vida venidera (véase D. y C. 33–35)7.
La ley aclaraba que la consagración no comprendía la propiedad común de los bienes. Más bien, esto requería el estar dispuestos a reconocer que el Señor es el propietario de todo, y que cada uno de los santos debe ser un industrioso “administrador de sus propios bienes8” y, en consecuencia, responsable ante el verdadero propietario: el Señor, quien requería que los santos ofrecieran libremente sus excedentes a su almacén para que se utilizaran para aliviar la pobreza y edificar Sion (véase D. y C. 42:32, 54).
La fe de los conversos de Ohio en las revelaciones de José los llevó a alinear sus prácticas con el plan revelado por el Señor. Como se expresaba en la historia de José, “el plan de ‘propiedad común’ que había existido en lo que se llamó ‘la familia’, cuyos miembros por lo general habían aceptado el Evangelio sempiterno, fue abandonado con gusto por la ley más perfecta del Señor”9.
A medida que pasaba el tiempo, el obispo Edward Partridge iba poniendo en práctica la ley lo mejor que podía, y los bien dispuestos santos firmaban escrituras para consagrar sus bienes a la Iglesia; pero la obediencia a la ley era voluntaria y algunos santos se negaron. Otros no habían sido enseñados y muchos se encontraban dispersados10. Algunos santos rebeldes incluso denunciaron la ley ante el tribunal, lo cual condujo a refinar su formulación y a cambiar la manera de llevarla a la práctica.
Otros de los primeros santos entendían que los principios eternos de la ley (el albedrío, la mayordomía y la responsabilidad ante Dios) podrían aplicarse en situaciones cambiantes, como cuando Leman Copley decidió no consagrar su granja de Thompson, Ohio, y envió a los santos allí reunidos a Misuri para vivir la ley; u otra vez, cuando un populacho los expulsó del condado de Jackson en 1833, lo que puso fin a la práctica del obispo de entregar y recibir escrituras de propiedades consagradas, pero no a la ley en sí. Al igual que la ley de consagración no dio comienzo en febrero de 1831, aunque se reveló en ese momento, tampoco terminó cuando algunos rechazaron obedecerla y otras personas se vieron frustradas en su intento. El presidente Gordon B. Hinckley enseñó que “la ley de sacrificio y la ley de consagración no se han abrogado y siguen vigentes”11.
Respuestas a diversas preguntas
Además de explicar la ley de consagración, la revelación contestó muchas de las preguntas de importancia para la Iglesia en ese momento. José y los élderes que se reunieron en febrero de 1831 para buscar revelación primero preguntaron si la Iglesia debía “congregarse en un solo lugar o continuar en establecimientos separados”. El Señor contestó con lo que es esencialmente los diez primeros versículos de la sección 42, pidiendo a los élderes que predicaran el Evangelio de dos en dos, declararan la palabra como los ángeles, invitaran a todos a arrepentirse y bautizaran a todas las personas que estuvieran dispuestas. Al congregar a los santos de todas las regiones en la Iglesia, los élderes prepararían el día en que el Señor revelaría la Nueva Jerusalén. Entonces seréis “congregados en uno”, dijo el Señor12.
El Señor respondió después a una pregunta que había inquietado al cristianismo durante siglos: Si la iglesia de Cristo era una institución dotada de autoridad y ordenada, o bien un derramamiento sin límites del Espíritu y sus dones. Algunas personas otorgaban una preponderancia extrema a los dones espirituales, y otras personas respondían con una reacción equivalente en el sentido opuesto, prescindiendo completamente de la espontaneidad del Espíritu para favorecer unas reglas rígidas. Ese dilema existía en la Iglesia primitiva en Ohio, y el Señor respondió a él con varias revelaciones, entre ellas Su ley. La ley no consideraba la Iglesia ni como estrictamente ordenada ni como libre de seguir el Espíritu. Más bien, requería que aquellos que se sabía que poseían la autoridad ordenaran predicadores para que enseñaran las Escrituras, y que las enseñaran por el poder del Espíritu Santo (véase D. y C. 42:11–17).
Otras partes de la ley reiteraban y comentaban los mandamientos que se revelaron a Moisés (véase D. y C. 42:18–28) y contenían promesas de que recibirían más revelación dependiendo de la fidelidad de los santos a lo que habían recibido, como compartir el Evangelio (véase D. y C. 42:60–69).
Los élderes se preguntaban: “¿Cómo deben los élderes cuidar a su familia mientras estén proclamando el arrepentimiento o sirviendo a la Iglesia de otro modo?”13. El Señor contestó con lo que se convirtió en los versículos 70–73, y lo desarrolló más en revelaciones posteriores, las cuales actualmente se encuentran en Doctrina y Convenios 72:11–14 y 75:24–28. El concepto se aclaró más en la edición de 1835 de Doctrina y Convenios.
Las versiones anteriores de la ley también incluyen respuestas breves a dos preguntas adicionales: Si la Iglesia debía tener relaciones comerciales (especialmente incurrir en deudas) con personas ajenas a la Iglesia, y lo que los santos deberían hacer para dar cabida a los que venían a congregarse desde el este. Las respuestas se han eliminado de las versiones posteriores del texto, tal vez porque D. y C. 64:27–30 contesta la primera pregunta, mientras que la respuesta a la segunda es tan específica para un lugar y un tiempo pasados que quizá se consideró no relevante para las generaciones futuras14.
‘Cómo obrar de conformidad con los puntos de mi ley’
Durante ese mismo mes (febrero de 1831), José recibió lo que llegó a ser Doctrina y Convenios 43, donde se le mandaba establecer un consejo con el siguiente fin: “que… os instruyáis y os edifiquéis unos a otros, para que sepáis cómo conduciros, y cómo dirigir mi iglesia, y cómo obrar de conformidad con los puntos de mi ley y mis mandamientos que he dado”15 (véase D. y C. 43:8–9). Con ese mandamiento en mente, José convocó una reunión de siete élderes de la Iglesia para determinar cómo actuar en casos disciplinarios relativos a la ley de castidad revelada en la ley (véase D. y C. 22–26) y cómo debía la Iglesia decretar la ley en situaciones que van desde el asesinato a la maldad. Estas normas adicionales se han agregado a las versiones publicadas de “la ley” y ahora conforman los versículos 74–93 de Doctrina y Convenios 42.
La ley y los “Artículos y Convenios” fundamentales de la Iglesia (ahora Doctrina y Convenios 20) organizaron en su enseñanza y práctica a la creciente Iglesia según una serie de reglas, y unificaron las diferentes congregaciones florecientes. Esto muestra cómo el Señor ha revelado, revela y seguirá revelando Su voluntad a los santos. Desde su aclaración de las partes de la ley dada a Moisés, especificando cómo los santos debían aplicarla en sus circunstancias en 1831, hasta la promesa de que recibirían más revelación a medida que se buscara y necesitara en el futuro, este documento vivo sigue sirviendo como ley de la Iglesia de Jesucristo.