La meta más dulce
David tenía muchas ganas de ir al Templo de Dubái algún día.
David puso un poco de pegamento sobre un terrón de azúcar y luego lo colocó con mucho cuidado en su lugar.
“¡Increíble!”, dijo su mamá. “Tu templo de terrones de azúcar es asombroso”.
“¡Gracias!”, dijo David. “Es el Templo de Dubái. Deseo que termine la construcción del templo de verdad”.
David estaba muy animado desde que el presidente Nelson anunció un nuevo templo en el país donde él vivía. En Emiratos Árabes Unidos se encontraban algunos de los edificios más altos del mundo, pero todavía no había un templo. Este sería el primer templo de todo el Medio Oriente.
David pegó el último terrón de azúcar en su templo. “¡Listo!”, dijo. “¡Terminé!”.
La mamá se inclinó para verlo mejor. “¡Buen trabajo! ¿Dónde deberíamos ponerlo?”.
David pensó un poco. “¿Qué tal en mi cuarto? Junto a mis trenes”. A David le encantaban los trenes, quería ser ingeniero de ferrocarril algún día.
“Buena idea”, contestó la mamá.
Con mucho cuidado, David llevó el templo de terrones de azúcar a su habitación y lo puso al lado de sus maquetas de trenes. Estaba deseoso de mostrárselo a sus hermanas y a su papá.
Al día siguiente, Ana, la tía de David, fue a visitarlos. Hablaron de las cosas que David más anhelaba y, entonces, se le ocurrió algo.
“¿Quieres saber qué es lo que más anhelo?”, preguntó David.
“¡Por supuesto!”, dijo la tía Ana.
“¡La iglesia a la que asiste mi familia está construyendo un templo en Dubái!”.
La tía Ana sonrió. “Eso parece muy especial”.
“¡Lo es!”, dijo David. “En este momento, no hay ningún templo de nuestra iglesia cerca, así que vamos a un templo en Suiza o Alemania. Me alegra que vayamos a tener uno más cerca. Me he puesto la meta de prepararme para ir allí”.
“¡Qué emocionante!”, dijo la tía Ana. “¿Qué estás haciendo para prepararte?”.
“Oro y leo las Escrituras”, dijo David. “Y trato de seguir a Jesucristo; entonces estaré listo para ir al templo”.
“Eso es maravilloso”, dijo la tía Ana. “Estoy segura de que trabajarás arduamente para alcanzar tus metas”.
“¡Lo haré!”, asintió David con alegría. Lo hizo sentirse muy bien el compartir algo tan importante para él.
Esa noche, David preguntó si podía trasladar su templo de azúcar a la cocina.
“Quiero tenerlo donde podamos verlo todo el tiempo. Quiero recordar que debo seguir preparándome para ir al templo”.
“Es una idea excelente”, dijo el papá. “Creo que ver tu templo todos los días me ayudaría a mí también”.
El papá ayudó a David a trasladar el templo de terrones de azúcar a la cocina.
“Se ve bien”, dijo Kaitlynn, la hermana de David.
“Cuando el verdadero Templo de Dubái se termine, ¿puedo invitar a mis amigos a que vayan a verlo?”, preguntó David.
La mamá asintió. “Es una gran idea”.
“¿Y a la tía Ana?”.
“Por supuesto”, dijo su papá.
David sonrió. ¡Él ya estaba muy agradecido por el Templo de Dubái!