“Firmes cimientos”, Para la Fortaleza de la Juventud, febrero de 2021, págs. 30–31
Firmes cimientos
Vale la pena
Ilustraciones por Michela Buttignol.
Tengo clase de seminario a las 6:00 de la mañana, antes de ir a la escuela. Me levanto muy temprano para tener tiempo para desayunar, hacer la oración familiar e ir caminando a la capilla; pero cuanto más asisto a seminario, más me convenzo de que levantarse temprano vale la pena.
Los maestros son geniales y siempre enseñan con el Espíritu. Son sabios y saben mucho del Evangelio, lo cual me animó a asistir y aprender más.
Ir a seminario cada mañana me ayudó a tener el valor suficiente para compartir el Evangelio con dos compañeros de clase, y me ayudó a explicar las Escrituras. Seminario también me ayudó a tener el valor para defender mis creencias. Una mañana estaba escuchando la radio y un hombre dijo que José Smith era un embustero. Me sentí muy frustrada a causa de ello, porque yo había obtenido un fuerte testimonio de José Smith en seminario, y sabía que lo que ese hombre estaba diciendo no era verdad.
Hablé de ello con mi maestro de seminario y él me sugirió que escribiera una carta a ese hombre y compartiera mi testimonio de José Smith. Escribí la carta y compartí mi testimonio sobre José Smith y la Iglesia. Eso me ayudó a sentirme más tranquila y no tan frustrada. Él nunca respondió, pero mientras escribía sentí una confirmación de mi testimonio. Me sentí muy agradecida por haber obtenido un testimonio tan fuerte del Profeta y del Evangelio en seminario.
Raquel B., Argentina
Servicio en la Escuela Dominical
Soy diácono. Mis padres me han enseñado que debo ser un ejemplo para mis amigos porque poseo el sacerdocio y represento al Padre Celestial y a Jesucristo. Eso me ayuda mucho a escoger lo correcto y a buscar oportunidades de prestar servicio a otras personas. Sé que, si hago cosas buenas, mis amigos verán lo que hago y puede que también quieran hacer cosas buenas.
Hace tiempo, después de una clase de Escuela Dominical, me encontraba en el pasillo cuando vi a una maestra que necesitaba ayuda con algunas sillas. Tenía que colocarlas afuera del edificio para una actividad. No me pidió ayuda, pero me di cuenta de que la necesitaba. Había muchas sillas, y ella estaba sola, de modo que saqué la mayoría de las sillas y las coloqué en su lugar.
Después, la maestra dijo: “Gracias por tu ayuda”. Para mí no fue gran cosa, ya que no me tomó mucho tiempo, pero ella se sintió muy agradecida, y eso me hizo sentir bien. Más tarde, la maestra le dijo a mi mamá lo que había hecho. Mi mamá dijo que había hecho algo bueno, y que debía seguir buscando oportunidades de prestar servicio a los demás, porque eso es lo que haría Cristo.
Me sentí feliz y agradecido por haber prestado servicio. Me hizo sentir bien e hizo que tuviera deseos de servir más a menudo.
Emiliano H., Texas, EE. UU.
La linterna de la gratitud
Cuando entré en la escuela secundaria fue como si todo se volviera mucho más difícil para mí. Tenía celos de los talentos de otras personas, de los que eran más populares que yo, de las oportunidades que tenían los demás y que yo no tenía. Siempre anhelaba y deseaba algo que no tenía.
Hablé sobre eso con mis padres y ellos me recordaron que el Padre Celestial ya me ha dado todo lo que necesito, pero que puede que no me dé cada una de las cosas que deseo. Mis padres me ayudaron a darme cuenta de que, cuando uno entiende que no le falta nada de lo que realmente necesita, puede hallar paz.
Recientemente leí un libro que compara la gratitud con una linterna. Si sales a la calle de noche en un lugar donde no hay luces, todo lo que verás será oscuridad; pero si sales con una linterna e iluminas lo que te rodea, puedes ver todo lo que hay allí.
La gratitud es como esa luz. Cuando brilla, ilumina todo lo que ya está allí, pero como ahora puedes verlo, lo valoras más.
Lo mejor de la linterna de la gratitud es que puedes usarla de día o de noche, independientemente de dónde estés o de cuáles sean tus circunstancias. Todo lo que tienes que hacer es encenderla.
Ethan B., Utah, EE. UU.