1990–1999
“Una norma en todas las cosas”
Octubre 1990


“Una norma en todas las cosas”

A lo largo de los años, he pasado momentos difíciles en los aviones al pasar estos por turbulencias en el aire. Muchas veces, fuertes vientos, tempestades, espesas nubes, “caídas repentinas”, etcétera, me han producido momentos de inquietud, sobre todo en el momento de aterrizar. En una oportunidad, un experto piloto me tranquilizó después de un aterrizaje difícil al explicar el sistema o norma de aterrizaje: la trayectoria metódica del vuelo de un avión al aterrizar, instrumentos precisos, experiencia y confianza guían los aviones a salvo en el aire, al aterrizar y al despegar. “Si bien no podemos controlar la fuerza de los elementos, podemos seguir la norma o procedimiento de seguridad ya previsto”, dijo él.

Un día, al admirar yo un bello acolchado hecho a mano por una experta costurera, ella me dijo que había hecho muchos acolchados en su vida y supe que era muy conocida por su excelente trabajo. Cuando le pregunte: “¿Y hace usted algún acolchado sin tener el modelo?”, ella me dijo: “No, no podría saber el resultado final si no siguiera un modelo”.

De igual modo, ni siquiera podremos adivinar el resultado final de nuestra vida si no escogemos seguir el debido modelo o norma.

Debiéramos sentimos felices de que en esta época el Señor nos haya prometido: “Y además, os daré una norma en todas las cosas, para que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra engañando …” (D. y C. 52:14). Ese potente pasaje siempre me ha dado valentía, consuelo y orientación.

Una norma o pauta es una guía para copiar, un diseño, un plan, un diagrama o modelo que seguir para hacer cosas, un conjunto de rasgos característicos de una persona; también es la trayectoria metódica del vuelo de un avión al aterrizar.

El Evangelio de Jesucristo es la norma o modelo de Dios del recto vivir y de la vida eterna; posibilita el fijar metas y el saber lo que hay que hacer primero. Satanás y los que le siguen procuraran constantemente engañarnos para que sigamos las pautas o normas de ellos. Si queremos estar a salvo cada día, alcanzar la exaltación y la felicidad eterna, tenemos que guiarnos por la luz y la verdad del plan de nuestro Salvador. La salvación plena o absoluta gira alrededor de nuestro Salvador.

En una conversación que tuve con una drogadicta sobre las prioridades, sobre las normas de vida, las esperanzas, las metas y los fines, me dolió que esa bella joven me dijera: “Dios es amoroso y bondadoso. Pero quiero que me dejen en paz”. El díscolo y desobediente nunca será feliz mientras Satanás le tenga envuelto con la idea de que el practicar el pecado hace que este quede permanente. El don de Dios del libre albedrío nunca admitirá la tolerancia del pecado.

Dios es en verdad amoroso y bondadoso. Pero aunque parte de su plan es ayudarnos a usar nuestro libre albedrío, ese plan no tolera el pecado. Si abusamos de nuestra libertad de escoger y elegimos un estilo de vida contrario al plan de Dios, tenemos que vivir las consecuencias. La renuencia de seguir las normas o modelos verdaderos instituidos para nuestra felicidad causan a la persona, a los familiares y a los amigos, pesar y extrema calamidad. Nuestra libertad de escoger nuestro modo de proceder en la vida no nos libera de las consecuencias de nuestros actos. El amor de Dios por nosotros es constante y no disminuirá, pero no puede rescatarnos de los efectos dolorosos de lo malo que escojamos hacer.

No es ningún secreto que Satanás hace la guerra a la verdad y a todos los que viven con rectitud; él engaña con ingenio y eficacia aun a sus propios seguidores, y anhela que nos demos por vencidos y que nos rebelemos cada vez que nos sobrevengan reveses. En ocasiones, al seguir con determinación las debidas normas, nos salen al paso grandes dificultades y momentos angustiosos. Muchas veces, los verdaderos triunfadores en la vida son los que han sufrido pero pese a ello se han levantado y han salido adelante. Muy a menudo, Dios nos da dificultades para que seamos mejores personas. Es muy cierto que somos arquitectos de nuestro propio destino.

La gran consigna olímpica dice: “La gloria de los juegos olímpicos no es la victoria, sino el participar en ellos como un hombre”. Grantland Rice escribió una vez: “Cuando Dios marca el resultado junto a nuestro nombre, no marca si hemos ganado o perdido sino cómo hemos jugado el partido”. (En The Home Book of Quotations, octava edición, Dodd, Mead, and Co., 1956, pág. 754.)

Satanás tiene su modo de envolver el pecado en bellos paquetes con cintas y adornos, dentro de los cuales hay inmoralidad, autodestrucción y tentaciones vulgares; su norma es la de engañar a toda costa. Sus insinuaciones de “diviértete”, “goza del presente”, “sigue tus impulsos” y “cede a las instancias de tus amigos” son los medios de que se valdrá para atrapar a los que desee. Con astucia se sirve del dañino engaño del modo más vil. Satanás desea hacernos olvidar que lo esencial en la vida no es triunfar, sino seguir con resolución las normas de la rectitud.

Satanás es el autor de todos los programas que disfrazan lo maligno y bajo para excitar nuestros apetitos. El ceder a las tentaciones que fomentan el proceder inmoral nunca llevara a la felicidad. Cuando luchemos por liberarnos de sus garras, él continuará insinuándonos actos que nos harán destruir el respeto por nosotros mismos.

¿Por que permite un Dios amoroso que sus hijos, a los que en verdad ama, sean tentados por Satanás? Nos da la respuesta un gran profeta y maestro:

“Por lo tanto, Dios el Señor le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro.” (2 Nefi 2:16.)

Evitemos pisar el territorio de Satanás, que nunca nos llevara a la felicidad. Aunque parezca lo contrario, no hay pecadores felices. Todos tendremos que comparecer un día ante Dios y ser juzgados según nuestras obras en la carne. La carga del pecador nunca será más liviana que la del santo. No os dejéis engañar por los señuelos de Satanás. Dios guía esta tierra y siente dolor cuando sus hijos se desvían del sendero de la rectitud que conduce a la felicidad duradera; Él desea que nos aferremos a la barra de hierro con total dedicación y firmeza.

Una de las trampas más seductoras de Satanás entre los muchos hijos de Dios de la actualidad es la tendencia a postergar el tomar responsabilidades personales maduras, como el evitar el matrimonio por el temor de la posibilidad del divorcio y el enviciarse con las drogas porque la vida es tan problemática. Hay gente que hace desfiles, que protesta y exige remedios para los males en lugar de seguir las normas que ha dado Dios de prevención y autodisciplina. El seguir las normas de Dios nos lleva a reconocer nuestras debilidades, a encararlas, a superarlas y a elevarnos a las alturas del modelo de Cristo.

Si deseamos la felicidad, tenemos que seguir el sendero estrecho que se nos ha indicado. “Os daré una norma en todas las cosas” es una de las promesas más grandes del Señor. Hoy en día esa promesa procede de Él y de sus profetas. El mantener nuestra mente ocupada con lo que es constructivo y útil constantemente impide el paso a Satanás. La buena música, el arte, la literatura, la recreación y otros pasatiempos dignos sirven para establecer en la mente y en los actos las debidas normas. La felicidad es la consecuencia que se desprende del recto vivir dentro del marco de normas elevadas. Los actos del momento podrán ser una diversión, pero la verdadera felicidad depende de lo que se sienta después de ellos.

Además de las normas para la oración, tenemos normas para meditar, para actuar, para la paciencia y para la integridad. Hay normas y modelos para todas las cosas dignas: sólo tenemos que buscarlos. “Y he aquí, debe hacerse según el modelo que os he dado” (D. y C. 94:2). No hay otra manera.

“Y además, el que es vencido y no da buenos frutos, conforme a esta norma, no es de mí.

“Por tanto, mediante esta norma discerniréis a los espíritus en todos los casos bajo los cielos.” (D. y C. 52: 18-19.)

En todas las fases de la vida, nos conviene seguir normas o modelos correctos.

Uno de mis ejemplos favoritos del mundo de los deportes es el de Roger Bannister, que hace muchos años participó en los juegos olímpicos como campeón de la carrera de una milla. Se esperaba que ganara, pero llego en cuarto lugar. Después de las Olimpiadas, quedó desalentado, desilusionado y abochornado.

Pensó que dejaría de correr; estudiaba medicina en aquella época y sus estudios le exigían mucho. Decidió que seria preferible dedicar todo su tiempo a prepararse para la medicina y abandonar sus esperanzas de establecer el récord de correr la milla en cuatro minutos. Dijo entonces a su entrenador; “Me doy por vencido. Voy a dedicar todo mi tiempo a los estudios”. El entrenador le dijo: “Roger, pienso que usted es el hombre que puede romper el récord de la milla en cuatro minutos. ¿Por qué no prueba una vez mas antes de abandonar la carrera?”

Roger no le respondió de inmediato y se fue a su casa sin saber que decir ni que hacer. Pero antes de que terminara la noche, se había convencido de que tendría una voluntad de hierro y tomaría una determinación antes de dejar de correr: iba a batir el récord de correr la milla en cuatro minutos.

Sabia lo que ello significaba. Tendría que fijarse una norma y seguirla. Comprendió que tendría que estudiar siete, ocho y hasta nueve horas al día para terminar la universidad, y que debería entrenar por lo menos cuatro horas al día.

También tendría que correr constantemente para llegar a una condición física de máxima perfección. Entendía que debía consumir los mejores alimentos, que tendría que acostarse temprano todos los días y dormir de nueve a diez horas para descansar y prepararse de continuo para el gran día. Resolvió que iba a seguir la rígida norma que el y el entrenador sabían era indispensable para lograr la victoria.

El 6 de mayo de 1954, batió el récord de correr la milla en cuatro minutos-Roger Bannister, el alto ingles de huesudo y anguloso rostro, y de tez rubicunda-un hombre que siguió la norma que le llevaría a ganar y a recibir reconocimiento mundial.

Un día frío, húmedo y de viento, fue a la pista de la Universidad de Oxford a poner su teoría y su destreza a la prueba final. Sus padres y unos cuantos cientos de personas estaban presentes. El resto es historia. Siguiendo estrictamente el modelo trazado, corrió la milla en 3 minutos y 59,4 segundos. Y así llegó a ser el primer hombre en la historia en recorrer esa distancia en menos de cuatro minutos. Había probado que el hombre puede correr más rápido de lo que se creía posible. Pagó el precio y recibió el premio del haber seguido la norma debida. Hoy, en Inglaterra, es medico. Cuando alcanzó la victoria al batir el récord de los cuatro minutos, llegó a ser héroe internacional. El récord de los cuatro minutos se rompe constantemente en la actualidad, pero Roger Bannister fijó la norma hace ya muchos años y la siguió con total dedicación, autodisciplina y una voluntad de hierro.

Y el Señor nos da normas para que las sigamos, razonemos y continuemos firmes en la rectitud hasta el fin. En la Iglesia hay una norma establecida para recibir revelación e instrucciones. No olvidemos que hay que recelar de cualquier persona que afirme recibir guía o revelación para los demás; sobre todo si afirma haber recibido revelación para las áreas, las regiones, las estacas o los barrios de la Iglesia en los cuales esa persona no tenga ninguna responsabilidad particular. Dios ha revelado y seguirá revelando su voluntad mediante sus profetas.

Nuestro Salvador Jesucristo ha establecido una norma de conducta para todo el género humano al decirnos: “Si me amas, apacienta mis ovejas”. (Véase Juan 21:17.) El amor es más grande que el quién, el dónde, el cómo y el cuándo, y debe ser incondicional y constante.

Para ganar la exaltación y vivir felices cada día, tenemos que seguir la norma de la rectitud. Nuestra propia estimación y nuestro éxito se medirán mejor por la forma en que sigamos las normas de la vida que evitan el engaño, la altivez, el orgullo y el pesimismo.

En el futuro se verificara un progreso real y permanente si se evita el engaño, por muy ventajoso que parezca el ceder o rebajar los principios básicos de la conducta humana.

No os dejéis engañar. Dios no será burlado. Él sabe lo que es mejor para sus hijos y para los que le aman y desean adquirir las características que ejemplificó su Hijo Unigénito, Jesucristo.

“Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo negligente y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.” (D. y C. 58:26.)

En lugar de que se nos mande en todas las cosas, se nos ha dado una norma para todas las cosas. El escoger seguir ese sendero depende de nosotros. Que Dios nos ayude a seguir sus normas y a recibir los galardones que Él tiene reservados para los obedientes, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.