“Y se despoje del hombre natural”
Repetidas veces los profetas han advertido de los peligros del egoísmo: el excesivo interés por el propio “yo”. La distancia entre la constante autocomplacencia y el adorarse a uno mismo es mas corta de lo que se cree. El obstinado egoísmo es en verdad rebelión contra Dios, porque como lo amonestó Samuel el profeta:”[como] idolatría [es] la obstinación” (1 Samuel 15:23).
El egoísmo es una falta muy seria porque lleva a cometer los pecados mas graves. Es el detonador de la violación de los Diez Mandamientos.
Si uno se concentra en sí mismo, es naturalmente más fácil levantar falso testimonio si ello sirve los fines personales; es más fácil hacer caso omiso de los padres en lugar de honrárseles; es más fácil robar porque lo que se desea viene a ser más importante; es más fácil codiciar puesto que el egoísta piensa que no debe negarse nada.
Es más fácil cometer pecados sexuales porque el propio placer es el nombre del juego mortal en el que muchas veces se abusa cruelmente de los demás. Es más fácil no guardar el día de reposo, porque este día pronto parece como cualquier otro. Para el egoísta es más fácil mentir porque con la mentira logra conseguir lo que desea.
Así es que el egoísta no busca complacer a Dios sino a sí mismo, y hasta quebrantara un convenio con tal de satisfacer sus apetitos.
El egoísta no tiene tiempo para tener seriamente en cuenta los sufrimientos de los demás; de ahí que el amor de muchos se enfriara (véase Mateo 24:12; D. y C. 45:27).
En los últimos días, abundaran los pecados más abominables tal como “en los días de Noé”. La gente, en los días de Noé, nos dicen las Escrituras, “se corrompió delante de Dios” y estaba “llena de violencia” (véase Génesis 6:11-12; Moisés 8:28). ¿Resulta familiar? Estas dos espantosas condiciones, la corrupción y la violencia, se agravan por el aumento del egoísmo de las personas. Y así, no es extraño que desfallezca el corazón de los hombres por el temor. (Véase Lucas 21:26; D. y C. 45:26.) Aun los fieles desfallecerán un poco.
Algo de egoísmo existe aun en las personas buenas. Elizabeth, uno de los personajes de la obra de Jane Austen, dijo: “He sido egoísta toda mi vida, en la practica, eso es, y no en principio” (Austen, Jane, Pride and Prejudice, 1962, pág. 58). La persona egoísta siente una pasión por el “yo” que le hace ciega a la humildad, mas cuando ese “yo” se pluraliza, el egoísmo se convierte en generosidad.
El egoísta, preocupado de su propio “yo”, también se abstiene de encomiar a los que lo merecen y lo precisan, y entonces en su vida el silencio llega a ocupar el lugar del elogio.
Vemos en nosotros mismos otras facetas del egoísmo: el aceptar o pedir méritos no ganados; el acentuar el mérito logrado; el alegrarse cuando a los demás les va mal; el resentirse por el éxito de los demás; el preferir probar en publico que se tiene la razón en vez de buscar la reconciliación en privado y el “aprovecharse de [alguien] por causa de sus palabras” (2 Nefi 28:8). Consideramos todas las cosas según como nos afectan a nosotros, como en el caso del obstáculo que hay en el camino y que detiene el tráfico; cuando los automovilistas por fin logran pasarlo, no se bajan a quitarlo, porque a ellos ya no les molesta.
El profeta José Smith dijo: “… los hombres son naturalmente egoístas, ambiciosos y procuran sobresalir entre los demás” (The Words of Joseph Smith, compilado por Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, Provo, Utah: Universidad Brigham Young, Centro de estudios religiosos, 1980, pág. 201).
A Saúl, lleno de egoísmo, hubo que recordarle la época en que “eras pequeño en tus propios ojos” (l Samuel 15:17).
El egoísmo muchas veces se expresa en la obstinación. El espíritu que se endurece “en su orgullo” a menudo aflige al más capaz que también podría ser el mejor y el mas útil (véase Daniel 5:20). Casi siempre al más capaz le falta una cosa: ¡mansedumbre! En lugar de tener un “animo voluntario” que procure imitar “la mente de Cristo”, tiene una mente endurecida en su orgullo, que no acepta consejos y que busca el poder sobre los demás. (Véase 1 Crónicas 28:9; 1 Corintios 2: 16; D. y C. 64:34.) ¡Que distinto del humilde Jesús que es “más inteligente que todos ellos”! (Abraham 3:19.)
Jesús lo puso todo en el altar, sin bombo ni platillos y sin regatear. Tanto antes como después de su asombrosa expiación, dijo: “… gloria sea al Padre” (Moisés 4:2; D. y C. 19:19). Jesús, que fue admirablemente talentoso, dejó que su voluntad fuese “absorbida en la voluntad del Padre”. Los que tienen la mente endurecida en el orgullo no pueden hacer eso. (Mosíah 15:7; Juan 6:38.)
El egoísmo obstinado lleva a las personas a pelear por bienes materiales, tierras y desiertos y hasta por la crema de la leche. Todo eso deriva de lo que el Señor dice que es “codiciar lo que no es mas que una gota”, despreciando “las cosas más importantes” (D. y C.117:8). La miopía del egoísmo da mas importancia a un potaje de lentejas y hace ver treinta piezas de plata como un gran tesoro. En nuestro intenso afán por adquirir bienes materiales, nos olvidamos del Señor, que dijo: “… ¿qué son los bienes para mí?” (D. y C. 117:4).
Ese es el alcance del despojarse del opresivo hombre natural que es naturalmente egoísta. (Véase Mosíah 3:19.) Gran parte de nuestra fatiga en realidad proviene del llevar a cuestas esa carga innecesaria, la cual nos impide hacer nuestros ejercicios cristianos; y entonces estamos demasiado hinchados de egoísmo para pasar por el estrecho “ojo de una aguja”.
Anne Morrow Lindbergh escribió de la necesidad de: “despojarse de los afanes mundanos en muchos aspectos … de despojarse del orgullo … y de la hipocresía en las relaciones humanas. ¡Qué descanso seria! Lo que más cansa en la vida, he descubierto, es la falta de sinceridad, el disimulo. Por eso gran parte de la vida social es tan agotadora”.
El egoísmo obstaculiza así obstinadamente el camino para desarrollar todas las cualidades divinas: el amor, la misericordia, la paciencia, la longanimidad, la bondad, la afabilidad, la virtud y la delicadeza. El afilado egoísmo corta de raíz cualquier tierno brote de estas virtudes. A la inversa, hermanos, no hay un solo convenio del evangelio que, al guardarse, no nos quite una gran porción de egoísmo.
¡Qué gran batalla es luchar contra el egoísmo! Todos lo padecemos en diversos grados. La pregunta es: “¿Cómo nos va en esa batalla?” ¿Vamos despojándonos del egoísmo aunque sea gradualmente? ¿O es el hombre natural el que prevalecerá? Dios nos enseña principalmente para que nos desprendamos del egoísmo; “porque ¿qué hijo [o hija] es aquel a quien el padre no disciplina?” (Hebreos 12:7).
Las Escrituras de la Restauración nos dicen mucho mas de cómo podemos ser en verdad perdonados mediante la expiación de Cristo, por medio de la cual, al fin, la misericordia sobrepuja la justicia (véase Alma 34:15). Si podemos tener verdadera y justificada esperanza en el futuro: esperanza suficiente para tener la fe indispensable para despojarnos del hombre natural y esforzarnos por ser mas santos.
Y porque la Expiación, que es lo principal del plan de Dios, ya se verificó, sabemos que todo lo demás de ese plan divino al fin triunfara. ¡De cierto Dios puede efectuar su propia obra! (Véase 2 Nefi 27:20-21.) En sus planes para la familia humana, hace mucho tiempo Dios tomó medidas contra los errores humanos y todos sus propósitos triunfaran sin quitar el albedrío del hombre. “Mas todas las cosas tienen que acontecer en su hora” (D. y C. 64:32).
Sin embargo, sin estas y otras perspectivas espirituales, procederíamos de un modo muy diferente. Quitemos el reconocimiento del proyecto divino y veamos a los egoístas apresurándose a reproyectar los sistemas humanos políticos y económicos para hacer la vida libre de dolor y llena de placer, como muchas almas engañadas intentan vivir aunque no tengan los medios, endeudando así a las generaciones futuras.
Quitemos nuestra consideración por lo que hay de divino en nuestro prójimo, y veamos declinar nuestra atención por su propiedad.
Quitemos las normas morales básicas y observemos cuan pronto la tolerancia se convierte en indulgencia.
Quitemos el sentimiento sagrado de pertenecer a una familia o a una comunidad y observemos cuan pronto los ciudadanos dejan de sentir afecto por las grandes ciudades.
Quitemos la observancia del séptimo mandamiento y veremos que se comenzara a rendir culto al libertinaje sexual, dogma profano que tiene su propia liturgia de lascivia y música incitante. Su ritual principal es “la sensación” aunque, irónicamente, al fin, torna insensibles a sus obsesionados seguidores que “pierden toda sensibilidad” (véase Efesios 4:19; Moroni 9:20).
Así vemos que, en sus diversas expresiones, el egoísmo es en realidad autodestrucción ¡en cámara lenta!
Cada acto de egoísmo va achicando mas nuestro universo y nuestra conciencia de los demás, dejándonos cada vez mas solos. Las sensaciones se buscan entonces con desesperación precisamente para comprobar que se existe, y cuando se logren obtener de la forma en que el egoísta desea, su ultimo recurso es la transgresión.
El creciente egoísmo nos presenta una escena triste del hombre natural que busca satisfacer sus caprichos. Muchos hacen ver sus necesidades, pero, ¿quién se hace responsable de satisfacerlas? muchísimos son los que exigen, pero ¿dónde están los que proveen? Son muchos más los que hablan que los que escuchan. Hay muchos mas padres ancianos abandonados que hijos e hijas atentos … aunque, numéricamente, ¡no debiera ser así!
Así como Jesús advirtió que hay espíritus malos que sólo salen “con oración y ayuno”, tampoco podemos despojarnos del “hombre natural” sin dificultad. (Véase Mateo 17:21.)
De esa batalla personal habló el Señor, instándonos a vivir de modo “que salgas triunfante” (véase D. y C. 10:5). Pero no podemos “salir triunfantes”, ¡excepto qué primero “nos despojemos” del egoísta hombre natural!
El hombre natural es en verdad enemigo de Dios, porque “el hombre natural” impedirá a los hijos de Dios alcanzar la verdadera y sempiterna felicidad. Nuestra plena felicidad supone el que lleguemos a ser hombres y mujeres de Cristo.
Si bien los hombres y las mujeres de Cristo son prestos para elogiar, también han de refrenarse y comprender que en ocasiones “morderse la lengua” es tan importante como “el don de lenguas”.
En tanto la persona egoísta no esta “dispuesta a complacer”, los hombres y las mujeres de Cristo si lo están. Cristo nunca hizo a un lado a los que le necesitaban por tener algo más importante que hacer. Los hombres y las mujeres de Cristo son constantes, son siempre los mismos tanto en privado como en publico. No podemos regirnos por dos normas diferentes; el Cielo reconoce sólo una.
Los hombres y las mujeres de Cristo magnifican su llamamiento sin magnificarse a sí mismos. Mientras que el hombre natural dice “adórame” y “dame tu poder”, 105 hombres y las mujeres de Cristo procuran ejercer el poder “por longanimidad … y por amor sincero” (Moisés 1:12; 4:3; D. y C. 121:41).
En tanto el hombre natural da rienda suelta a su ira, los hombres y las mujeres de Cristo “no se irritan” (1 Corintios 13:5). En tanto el hombre natural esta lleno de avaricia, los hombres y las mujeres de Cristo “no buscan lo suyo” (véase 1 Corintios 13:5). En tanto el hombre natural rara vez se niega placeres mundanos, los hombres y las mujeres de Cristo procuran refrenar todas sus pasiones (véase Alma 38:12).
En tanto el hombre natural codicia las alabanzas y las riquezas, los hombres y las mujeres de Cristo saben que esas cosas no son “más que una gota” (D. y C. 117:8). El suceso inesperado más feliz de la historia del hombre será que los que se nieguen a sí mismos, los que guarden sus convenios, los generosos, al fin recibirán ¡”todo lo que mi Padre tiene”! (D. y C. 84:38).
Una de las ultimas y sutiles defensivas del egoísmo es el sentimiento natural de que somos nuestros propios dueños. Desde luego, tenemos la libertad de escoger y somos personalmente responsables. Si, tenemos nuestra individualidad. Pero los que han escogido “venir a Cristo” no tardan en comprender que no son sus propios dueños, sino que pertenecen a Él. Hemos de llegar a consagrarnos junto con nuestros talentos, nuestros días señalados y todo nuestro ser. De ahí que haya una diferencia total entre el empecinado ser “el dueño de uno mismo” y el pertenecer sumisamente a Dios. ¡El apegarse al antiguo “yo” no es señal de independencia sino de indulgencia!
El profeta José Smith hizo la promesa de que una vez que aniquilemos el egoísmo “comprenderemos todas las cosas pasadas, presentes y futuras” (The Personal Writings of Joseph Smith, compilado por Dean C. Jessee, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1984, pág. 485). Pero aun ahora, a través del evangelio, podemos ver “las cosas como realmente son” (Jacob 4:13).
Si, el evangelio nos hace ver con luz gloriosa lo que podemos llegar a ser al caer las escamas de tinieblas de nuestros ojos si nos despojamos del egoísmo. Entonces, con esa luz, vemos nuestra verdadera identidad:
“En un día. límpido, levántate y
contempla lo que te rodea
y verás quien eres.
En un día límpido,
grande será tu asombro
al ver que el fulgor de tu ser
supera el de las estrellas …
En un día límpido …
verás para siempre jamas.”
(Alan Jay Lemer, “On A Clear Day”. Traducción.)
En el nombre de Jesucristo. Amen.