“These Things Are Manifested unto Us Plainly”
Mis queridas hermanas, ha sido una alegría para mi recibir tantos buenos deseos de ustedes durante los pasados seis meses y sentir que me aceptan. Muchas de ustedes me han dicho que oran por nuestra presidencia, y nosotras sentimos esa fortaleza espiritual y la reconocemos agradecidas a ustedes y a nuestro Padre Celestial.
He esperado con interés esta oportunidad de hablarles como su Presidenta de la Sociedad de Socorro y darles a conocer lo que muchas de ustedes me han comunicado tanto en persona como por carta. Esas opiniones hacen eco a un tema común: las hermanas se comparan con las demás.
Durante treinta años he deseado conocer a la mujer con la que un mayor numero de mujeres Santos de los Ultimos Días se comparan mas que con cualquiera otra en la Iglesia. A ella se le considera una “Supermujer”. Algunas le llaman la típica hermana de la Sociedad de Socorro, la mujer que hace un pan exquisito, que toca el órgano como una profesional y que viste de un modo impecable a sus hijos con la ropa que ella misma les hace.
¿Dónde esta esa mujer? ¿Quién es? ¿Qué hace ella que la hace parecer mejor de lo que cualquier mujer podría ser jamas? Tras hacer un detenido estudio, he hallado a esa mujer. Esta noche les presentare a nuestra hermana para que la veamos como es.
El profeta Jacob enseñó: “… el Espíritu habla la verdad, y no miente. Por tanto, habla de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán; así que estas cosas nos son manifestadas claramente para la salvación de nuestras almas” (Jacob 4:13).
Queridas hermanas, deseo hablar de “las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán” (Jacob 4:13). Para muchas de nosotras, el compararnos con la prácticamente perfecta mujer Santo de los Ultimos Días es algo que hacemos en forma automática. En tanto algunas nos sentimos motivadas por ese modelo imaginado o real, otras nos sentimos desalentadas por esa misma mujer ideal, ya sea ella una mezcla de varias mujeres o alguna de la que hayamos leído, o aun alguna persona que conozcamos personalmente.
Al hacer las hermanas esa comparación, les he oído decir:
“Cuando se habla en la Sociedad de Socorro de ser una buena madre, me siento terriblemente culpable ya que algunas veces grito a mis hijos.”
“No me siento cómoda en la Iglesia porque mi marido no es activo en ella
“Ojalá no tuviera que trabajar, pero necesito el sueldo para mantener a mi familia.”
También he oído que dicen lo siguiente:
“No soy madre. No soy casada y me siento mas dolorosamente consciente de ello en la Sociedad de Socorro y en la reunión sacramental que en ninguna otra parte. Muchas veces me voy a casa pensando que no saben que hacer conmigo en la Iglesia.”
Esas opiniones y otras por el estilo provienen, creo yo, de la comparación irreal que hacemos con algún ideal. Porque conozco a muchas de ustedes, conozco sus virtudes y los dones individuales que les ha dado el Señor. Veo que esas comparaciones les impiden sentir gozo en lo que embellecería mas su vida y la de otras personas. A veces, el origen de esa incorrecta comparación proviene de las otras hermanas de la Sociedad de Socorro, de la organización de la Sociedad de Socorro o de los papeles que se espera que la mujer desempeñe en la vida. Sea cual fuere el origen, la comparación en si es lo malo a menos que de razón de las cosas como realmente son ahora y para siempre.
El profeta Jacob dijo que “las cosas como realmente son, y … como realmente serán” nos son manifestadas “claramente para la salvación de nuestras almas”.
Hermanas, ¿cómo se nos manifiestan estas cosas? Sencillamente, mediante la plenitud del Evangelio de Jesucristo, por medio del ejemplo de la vida de nuestro Salvador. Sólo si vivimos Su evangelio hallaremos lo que es real. No es posible medir con exactitud nuestra vida basándonos en factores sociales, económicos, étnicos, de la edad, ni en el estado civil, ni en la condición física. Pregúntense si las comparaciones que hacen de ustedes mismas con las demás se basan en el modelo de la vida de nuestro Salvador o si provienen del tratar de amoldar su vida al modo de vida de otras personas.
A veces nos comparamos con las demás sin damos cuenta de ello. En la Sociedad de Socorro nos vemos rodeadas de vecinas y amigas, todas las cuales parecen criar mejor a sus hijos, enseñar las lecciones mas profundas y poseer una mayor espiritualidad. Eso puede resultar muy desalentador.
Algunas dirán: “Yo soy común. No hay nada especial ni en mi ni en mi vida”. Y. sin embargo, lo que a mi se me manifiesta claramente es que ustedes son extraordinarias; si, ustedes, que viven todos los días de su vida de acuerdo con las leyes de nuestro Padre Celestial.
No hay más grande heroína en el mundo de hoy que la mujer que calladamente hace su parte. En general, sin ser elogiadas, ustedes viven en todas partes: en Nebraska o en Puerto Rico, en Ghana, en Canadá o en Checoslovaquia. Ustedes muestran su amor por el Señor a diario al apoyar a su marido, al criar y guiar a sus hijos, al cuidar a sus padres, al ayudar a sus vecinos, al prestar servicio en las escuelas, al participar en las reuniones de la comunidad y al realizar gran parte de la obra de este mundo, tanto en el hogar como fuera de él. No hay nadie que se les iguale; la grandiosidad de ustedes es sin lugar a dudas indiscutible.
Les he prometido presentarles a la típica hermana de la Sociedad de Socorro.
La buena noticia es que ella en realidad existe.
Y una mejor noticia todavía es que ella es magnifica.
Lo mejor de todo es que ella es ¡CADA UNA DE USTEDES! Eso es lo que cada una de ustedes es en realidad.
Dos millones setecientos ochenta mil de ustedes viven en ciento veintiocho países y territorios de todo el mundo desde Invercargill, Nueva Zelanda, hasta Edmonton, Canadá; de Chicago, Estados Unidos, a Singapur.
Ocho mil de ustedes son solteras y misioneras regulares; mil setecientas están en la misión con su marido.
Ustedes están criando un millón doscientos mil niños, medio millón de mujeres jóvenes y medio millón de varones jóvenes, en la edad de la adolescencia.
Ustedes hicieron aproximadamente un millón de visitas las unas a las otras como maestras visitantes tan sólo en los primeros cinco meses de 1990.
Mis mas caros anhelos son que ustedes se sientan valiosas por lo que son. El punto de partida es saber que cada una es hija de Dios. Las mujeres jóvenes recitan al unísono todas las semanas: “Somos hijas de un Padre Celestial que nos ama y nosotras lo amamos a Él. Seremos testigos de Dios en todo momento, en todas las cosas y en todo lugar”. (Véase Mosíah 18:9.)
Los niños de la Primaria cantan: “Yo soy de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Yo sé quien soy; Sé el plan de Dios. Le seguiré con fe”. Cuando mis nietos cantan con sus padres esa canción con gran entusiasmo, lloro de alegría. Yo sé quien soy, conozco el plan de Dios, y ese conocimiento da sentido y orientación a mi vida.
Las hermanas de la Sociedad de Socorro tenemos nuestro lema: “La caridad nunca deja de ser”, lo cual es muy especial para mí, pues significa que amamos a nuestro Padre Celestial y que la mejor manera de expresar ese amor es por medio de lo que hacemos por los demás.
El regocijarnos por ser cada cual hija de Dios, conocer el plan de Dios y seguir el ejemplo de servicio al prójimo de nuestro Salvador es lo que vale en realidad.
Nuestro Salvador enseñó a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob:
“… mas cl que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamas; sino que el agua que yo le daré será en el una fuente de agua que salte para vida eterna.
“La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla …” (Juan 4: 14-15.)
Una hermana de la Sociedad de Socorro, de Ghana, Africa, visita a otra que tiene sed de la verdad pero que no sabe leer. Para darle la oportunidad de beber en abundancia de las verdades del evangelio, esa maestra visitante procura estar con ella lo mas a menudo posible y lee las Escrituras, explicándole el significado de los pasajes en su lengua nativa.
Hemos sabido de otra notable, animosa y santa mujer de sesenta años que vive entre un puñado de santos que permanecieron activos durante los cuarenta años en que a Checoslovaquia se le negó el pleno ejercicio de la religión. Esa hermana comparte el agua viva del evangelio al sacar a caminar todos los días al presidente de la rama de ochenta y tres años, y al hacerle las compras. El se vale de dos bastones para caminar, e ir de compras en Checoslovaquia no es tarea fácil.
Mediante sus diarios actos de servicio, esas hermanas beben y dan de beber a los demás el agua que brota para la vida eterna.
Otra hermana escribió: “Me encanta ser madre. Me encanta enseñar a mis hijos el evangelio. Reemplacé a una maestra en la Sociedad de Socorro una semana y tuve que dar la lección sobre el estudio en familia de las Escrituras, que es algo sumamente especial para mí y sin el cual no concibo la vida familiar. Después de la lección, se acercó a mi una hermana y me dijo: ‘Es increíble todo lo que usted hace; yo no tengo paciencia’. Pero ella canta y estudia música. A veces he envidiado a las personas que cantan bien o que tocan u n instrumento, porque me encanta la música.
“Después de haber conversado con ella, pense que aunque yo no poseía un gran talento musical, el Padre Celestial me había bendecido con el amor de la maternidad y que ello es en verdad un don y un talento por el cual estoy agradecida.”
¿No nos muestran esos tres ejemplos que cada una de esas hermanas sirve como puede según las necesidades que la rodean? ¿No es esa la realidad de la vida de ustedes?
Contemplen todo lo que hacen. Hacen acolchados para los huérfanos y visitan a las mujeres que están en la cárcel; cambian innumerables pañales y dan cariño a sus hijos; juntan ropa para las víctimas de los terremotos; ayudan a los niños que tienen dificultad para aprender. En la Iglesia, ustedes presiden, enseñan, aconsejan, visitan y realizan incontables actos de servicio. Tal vez sean la presidenta de la Sociedad de Socorro o la bibliotecaria, o maestra de la Primaria o la maestra de Doctrina del Evangelio. Todo lo que hacen es una bendición para los niños, los jóvenes, los hombres y las mujeres de todas las unidades de la Iglesia.
Nuestro tema central en la Sociedad de Socorro para esta nueva década refleja nuestra búsqueda de las cosas que son reales y de la salvación de nuestras almas. Ese tema refleja nuestro amor y nuestra admiración por ustedes, nuestras hermanas Deseamos que lleven una vida de madurez y realización espiritual, sin comparaciones irreales. En la Sociedad de Socorro nos concentramos en cinco puntos: Primero: desarrollar un testimonio personal. Esto significa tener fe y esperanza, y con determinación y oración ser discípulas de nuestro Salvador.
Segundo: Bendecir a la mujer en forma individual. Creo en ustedes y me deleito con la variedad de las hermanas de la Sociedad de Socorro y con el regocijo que hallamos en el recto vivir. El profeta Nefi nos dice: “He aquí, el Señor estima a toda carne igual; el que es justo es favorecido de Dios” (1 Nefi 17:35).
Tercero: Desarrollar y ejercer la caridad. Nuestro lema de la Sociedad de Socorro, “La caridad nunca deja de ser”, merece vivirse. La tarea que nos aguarda es la de ser mas activas en la labor de atender a las necesidades reales del mundo que nos rodea: la soledad, el abandono, el analfabetismo, el desamparo.
Cuarto: Fortalecer a la familia. En los muchos tipos de unidades familiares, nos queremos y nos ayudamos mutuamente al unir nuestros esfuerzos por ser mejores discípulas de nuestro Salvador. Y en seguida:
Quinto: Disfrutar de una hermandad unificada al compartir nuestra fe, nuestras experiencias y nuestras ideas en amorosa amistad.
Edificar, bendecir, desarrollar y ejercer, fortalecer y disfrutar son palabras impulsoras que nos motivan y nos invitan a hacer lo mejor que este a nuestro alcance.
Nuestra meta es que cada una de ustedes disfrute del proceso de la vida, que desarrolle su propio testimonio personal y se regocije junto conmigo de ser una típica mujer de la Sociedad de Socorro. Estos son principios reales: el testimonio, la individualidad, la caridad, la familia, la hermandad. Estas cosas son reales, y ustedes también lo son. Ustedes están en todas partes y a todas les tributo honores.
Ruego que las bendiciones de nuestro Padre Celestial, que nos ama, estén constantemente con ustedes, en todas partes del mundo, en el nombre de Jesucristo. Amen.