Panorama de recuerdos
Hace unos días tuve el placer de hablar a un grupo grande de jóvenes adolescentes. Más adelante recibí una carta de una excelente madre que, junto con su esposo, que es obispo, había acompañado a la reunión a su hijo de catorce años y algunos de los amigos del joven. Al final de la carta me decía:
“Le ruego acepte mi sincero agradecimiento … Usted habló seriamente a un grupo de jóvenes que están habituados a que se les diga que son magníficos. Si son magníficos, pero les hacia falta pensar con profundidad y usted lo logró. ¡Gracias!”
Me alegre de que la reunión hubiera servido para hacer pensar con seriedad al menos a algunos de los presentes. Recuerdo que mencioné el hábito que tenemos algunos de cambiar de continuo los canales de la televisión o el punto del dial de la radio, y les dije que, al preparar mi discurso para esa noche, yo había hecho algo muy parecido al escudriñar mi memoria y mis notas. Procuraba seleccionar entre mis muchas observaciones, experiencias y recuerdos, algunos que hicieran reflexionar a los que escucharan con atención. En esta oportunidad, haré lo mismo con vosotros.
Veo en mi mente a un padre que sube a un avión para un viaje de negocios y que lleva a su hijo de cinco años, deseando casi no haberle llevado porque el vuelo se ha vuelto turbulento. El avión se sacude de arriba abajo y de un lado para el otro, debido al fuerte viento, por lo que algunos pasajeros comienzan a sentir nauseas. Preocupado, el padre echa una mirada al hijo, y le ve con una sonrisa de oreja a oreja. “Papa”, le dice, “¿hacen esto para divertir a los chicos?”
No hay duda que los buenos padres, familiares, lideres y amigos trabajan con afán para divertir a los niños, pero la diversión en la que piensan es sana; no hace daño a nadie, eleva el espíritu y es agradable para recordar en el mañana, durante toda la vida y para siempre; nunca hace desmerecer el verdadero regocijo que vinimos a experimentar a este mundo.
La próxima escena ilustra ese principio con nitidez: es el testimonio personal que un noble y cariñoso padre da a sus hijos, poco antes de morir: es Lehi que dice:
“Os he hablado estas pocas palabras a todos vosotros … en los últimos días de mi probación; y he escogido la buena parte, según las palabras del profeta. Y no tengo ninguna otra intención sino el eterno bienestar de vuestras almas.” (2 Nefi 2:30.)
Esa es también la intención de todos los buenos padres, abuelos, maestros, lideres del sacerdocio y amigos.
Al pasar rápidamente de una escena a otra, fijémonos en los principios del amor y del albedrío que se destaquen en ellas, ya que son principios centrales del evangelio y parte importante de “toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40), como lo dijo Jesús hablando de los mandamientos de amar a Dios y al prójimo, y ponen de relieve nuestra responsabilidad individual en lo que hagamos con respecto a todos los demás valores y virtudes. (Véase Mateo 22:36-40.)
La Biblia nos enseña que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16); en Doctrina y Convenios leemos: “Jesucristo tu Redentor … de tal manera amó al mundo que dio su propia vida” (D. y C. 34: 1, 3).
De tal manera amó Dios que ha dado.
De tal manera amó Cristo que dio.
Estamos en la tierra para aprender, por el ejemplo del Padre y del Hijo, a amar lo suficiente para dar: para usar nuestro albedrío con caridad. Estamos aquí para aprender a hacer la voluntad del Padre.
El amor de que hablamos no es tan sólo una palabra, ni un sentimiento. Juan escribió: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).
Por tanto, hablamos de escoger el camino del dar, del ser gentiles y bondadosos, no como partes optativas del evangelio sino porque son en realidad su corazón. La decencia, el honor, la generosidad, los buenos modales y el buen criterio se esperan de nosotros. Lo que en verdad importa después de todo es la clase de personas que seamos y que a diario, cada hora, efectuemos buenas obras. Jesús dijo: “He aquí, yo soy la luz que debéis sostener en alto: aquello que me habéis visto hacer” (3 Nefi 18:24).
Una escena triste aparece ahora ante nosotros: Un padre lleno de dolor y sus dos hijos sentados ante un televisor, en su casa, tras una cena que el mismo preparó. Los niños habían estado con la abuela mientras su madre moría lentamente de una larga enfermedad; ahora, después del funeral, están otra vez en casa con su padre. La pequeña se ha quedado dormida y el padre la lleva a la cama. El niñito lucha por no dormirse hasta que por fin pregunta a su papa si esa noche, sólo por esa noche, puede dormir en la misma cama a su lado. Al yacer allí los dos silenciosos, el pequeño le pregunta: “Papa, ¿me estas mirando?” “Sí, hijo mío”, le responde el padre, “te estoy mirando”.
El niño suspira, cansado, y se duerme. El padre aguarda unos momentos y entonces, sollozando, clama en la obscuridad con angustia: “Dios mío, ¿me estas mirando? Si es así, ayúdame a salir adelante, porque sin tu ayuda, se que no voy a poder”.
Nuestro Padre Celestial nos esta mirando. Él nos ama y desea que escojamos el sendero que nos lleva a la felicidad aquí, en esta vida, y a la vida eterna en la venidera. En su plan, nos autoriza para actuar en su nombre, para ser instrumentos para el bien de sus hijos. Si bien El no obligara a ninguno a decidir hacer lo que conduce a la felicidad, nos ha dado a cada uno la facultad y el deber de escoger por nuestra voluntad lo que hemos de hacer y nos ha hecho responsables de ello. El no sólo afecta nuestras vidas, sino que estas le afectan a Él, pues a veces llora por nosotros.
El mismo profeta Lehi, al que ya he mencionado, enseñó a sus hijos estas verdades:
“… porque son redimidos … han llegado a quedar libres para siempre, distinguiendo el bien del mal, para obrar por si mismos, y no para que obren sobre ellos …
“Así pues … son libres para escoger la libertad y la vida eterna … o escoger la cautividad y la muerte.” (2 Nefi 2:26, 27.)
Pasemos a otra escena: es un sábado por la noche en la cocina de una granja, donde un niño, que acaba de contestar el teléfono, se acerca nerviosamente a su madre y le dice: “Mama, mi amigo Bob esta en el teléfono. El y su papa y Tom y su papa van a ir a las montañas a cazar mañana por la mañana y quieren saber si puedo ir con ellos”. La madre, alarmada, le contesta insegura. (Después, ella contó que estuvo a punto de responder al niño con severidad, recordándole que tenía deberes que cumplir el domingo por la mañana. Que ese día ellos iban siempre juntos a la Iglesia, y que por lo tanto, cuando el padre volviera a casa esa noche ni consideraría el asunto.) Pero en lugar de eso, dijo al niño: “Richard, tienes ya doce años. Posees el sacerdocio. Eres presidente del quórum de diáconos. Se que tu padre querría que tomaras tu mismo la decisión y se la hicieras saber a tu amigo”.
El niño vuelve al teléfono y la madre se va a su habitación a rogar en oración que su hijo escoja lo correcto. No se dice nada mas del asunto y el domingo por la mañana, el chico y sus padres van al pueblo a la Iglesia, estacionan enfrente de la capilla y cruzan la calle, tomados del brazo, cuando pasa una camioneta; dos hombres y dos niños van en ella, preparados para cazar. Los niños saludan con la mano a Richard al pasar; este se detiene un momento y dice: “Ah, ojalá …” La madre retiene un tanto el aliento y Richard termina de decir: “Ah, ojalá hubiera podido convencer a Bob y a Tom para que fueran a la reunión del sacerdocio conmigo”.
La madre, al contar eso, da gracias a Dios por ese muchachito escogido y la decisión que tomó de hacer lo que debía. Entre copiosísimas lágrimas, dice cuan importante fue eso para todos ellos, ya que ese mismo hijo murió en un accidente en la granja esa misma semana.
Cambiamos de escena y las clásicas palabras de un gran hombre se destacan claramente: “¡Ah, alma mía, fíjate por que camino vas! El que agarra un extremo del palo agarra también el otro. El que escoge el principio de un camino escoge el lugar a que éste conduce” (Harry Emerson Fosdick, en el periódico de la Iglesia).
Quisiera contaros a vosotros, los jóvenes, el caso muy triste de un joven que prometía mucho pero que a bordo de un barco, en tiempo de guerra, escogió el principio de un camino que ‘e llevó a un destino que resultó ser uno de los últimos sitios del mundo en el que en realidad deseaba estar. Sus primeros errores son comprensibles; era joven y estaba lejos del hogar y de los amigos y de las normas de su familia, y quería ser independiente. Sus intenciones no eran malas, pero debido a que era un tanto arrogante y orgulloso, desdeñó los buenos consejos y se dejó llevar por individuos que se describieron perfectamente en el Libro de Mormón, hace miles de años, debido a que persuadían a los demás al pecado. De ellos esta escrito: “y lo hacen como señal de valor” (Moroni 9:10).
El imitar a hombres falsos cuya visión “machista” de la vida es tan lastimosamente vacía puede llevar sólo a la tragedia.
Existe el bien y existe el mal, y hay una manera de discernir la diferencia:
“… toda cosa que es buena viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo …
“… mis hermanos, os es concedido juzgar, a fin de que podáis discernir el bien del mal; y la manera de juzgar es tan clara, a fin de que sepáis con perfecto conocimiento, como la luz del día lo es de la obscuridad de la noche.
“Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que pueda distinguir el bien del mal …” (Moroni 7:12, 15, 16.)
Otra escena se nos presenta y capta nuestra atención: Un vigoroso jugador de fútbol responde a las preguntas de reporteros deportivos acerca de como pasó de una decepcionante etapa anterior a una de gran promesa.
¿Qué le hizo cambiar?
“Sabe usted”, dice el joven, “en la preparatoria uno puede hacerse su propio mundo y ser el rey de él. En el mundo real, uno esta con los demás y es tan sólo parte de él”.
Vemos que el joven ahora se vale de su albedrío para seguir un camino mucho mejor. Había estado en un camino que conducía adonde en realidad el no quería estar, y había tenido la madurez de dar marcha atrás y escoger un camino mejor.
Ah, hemos visto sucesos notables al pasar de una escena a otra de los recuerdos. Una de las más conmovedoras es la de una joven conversa a la Iglesia que había hallado en una compañera de estudios, miembro de la Iglesia, y en casa de esta cuando la invitaban allí a la noche de hogar, un espíritu y un tratamiento que ella nunca había conocido en su propia vida; dijo que desde su bautismo, las cosas no habían cambiado visiblemente en su propia casa, ya que todavía había maltrato, riñas, alcohol y palabrotas. “Pero”, dijo, “hay un cuarto en mi casa al que puedo ir, cerrar la puerta y leer las Escrituras; donde puedo escuchar buena música, orar y sentir el Espíritu del Señor. En mi pequeño cuarto, puedo tener esa bendición. Algún día, si el Señor me ayuda, me casare con un hombre con el que pueda formar un hogar en el que el Espíritu del Señor este siempre presente”.
Quisiera que viéramos una ultima escena de mis recuerdos. La seria realidad de la actual crisis del Oriente Medio, en donde mucha de nuestra gente se encuentra en condiciones amenazantes, lo cual hace este recuerdo particularmente a propósito e importante en este momento. Leeré lo que escribí en Nha Trang, Vietnam, en mayo de 1967:
“Tuvimos una reunión memorable esta mañana en la que un capellán [militar mayor] de otra iglesia nos llamó con afecto: ‘Mis hermanos en Cristo’. Eso me conmovió profundamente y toda la reunión fue tan bella como su principio.
“Fue una reunión muy especial en la que el Espíritu se sentía con fuerza.
“Hacia mucho calor en la gran sala de la reunión. Había allí dos acondicionadores de aire, pero no sirvieron de mucho, ya que, cuando abrimos las puertas, descubrimos que estaba más fresco fuera que dentro. Pese a eso, reinó allí un gran espíritu y gozamos de una dulce experiencia.
“Después de la reunión, al recorrer el pasillo junto al cuarto donde habíamos estado, mire hacia dentro por la puerta posterior y vi una especie de barrera humana que separaba a los muchos jóvenes que se habían quedado en la parte delantera del cuarto de unos pocos que estaban atrás. Tres hombres puesto las manos sobre la cabeza de otro que estaba sentado en una silla. Los cuatro llevaban el uniforme de batalla; dos acababan de volver de ataques aéreos justo a tiempo para la reunión y uno partiría en seguida. Los tres miembros de la presidencia de distrito daban una bendición a un oficial de mas alto rango que todos ellos, apartándole como misionero de distrito.”
Sin saber por que, esa bella escena me conmovió mas profundamente que cualquier sermón del sacerdocio que había oído jamas. El sacerdocio para ellos significaba el derecho y el poder para servir, para actuar en el nombre del Señor como Sus agentes, para el bien de sus semejantes. Espero no olvidar esa escena jamas.
Las Escrituras nos enseñan:
“Hijos míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros para que estéis delante de él y le sirváis, y seáis sus ministros.” (2 Crónicas 29: 11.)
Ruego fielmente que así sea, en el nombre de Jesucristo. Amén.