Regocijaos “en todo el bien”
“No tenemos que recibir una asignación del obispo para ser bondadosas. No tenemos que anotarnos en una lista para ser considerados.”
Mis queridas hermanas: no pueden imaginar la alegría que siento al estar aquí, al ver sus rostros y oír su canto, consciente de los sistemas electrónicos y de satélite que nos unen a otras congregaciones de hermanas de todo el mundo. Pero esas son las conexiones visibles; invisibles, pero no menos reales, son las conexiones del espíritu y de la hermandad que nos unirán durante el año que viene, en el cual celebraremos el sesquicentenario de la Sociedad de Socorro.
Dondequiera que estén, cualquiera que sea la ropa que lleven puesta o cualquiera que sea el idioma en que nos oigan, ustedes son parte de una fuerza poderosa de alegría, paz y bondad. Estamos aquí para regocijarnos juntas “en todo el bien” (Deuteronomio 26:11).
La fortaleza y la alegría del vivir cristiano y centrado en Cristo nos da “razón para regocijarnos” (Alma 26:35). Quisiera nombrar tres bendiciones de nuestra fe en Cristo por las que nos regocijamos: Primero, regocijémonos por nuestra hermandad; segundo, regocijémonos por nuestra diversidad, y tercero, regocijémonos por las oportunidades que tenemos de prestar servicio caritativo a nuestros semejantes.
Primero, entonces, regocijémonos en nuestra hermandad. Miren alrededor de ustedes donde se encuentren. ¿Cuantas son? Tal vez sean miles, como las que nos encontramos en este tabernáculo. Si usted es una de muchas, de gracias a nuestro Padre Celestial; si es una de pocas, alabe a Dios. Hubo solo dieciocho en Nauvoo en 1842. Sean como la generación de Nauvoo en su barrio o rama. Recuerden que no están solas y que pertenecen a una hermandad de tres millones de mujeres. Una erudita en historia dijo:
“La hermandad es el vinculo que une a las mujeres a niveles profesionales y públicos, desde sencillas amistades a grandes organizaciones. En ese sentido, las mujeres mormonas tienen un patrimonio de hermandad excepcional.
“Dentro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, las mujeres han desempeñado una función primordial en la vida de unas y otras: espiritual, emocional, intelectual y socialmente …” (Jill Mulvay Derr, “Strength in Our Union: The Making of Mormon Sisterhood”, en Sisters in Spirit: Mormon women in Historical and Cultural Perspective, Urbana: University of Illinois Press, 1987, págs. 154-155).
Regocijémonos por nuestra hermandad unificada.
Segundo, regocijémonos por nuestra diversidad. Yo me crié en la religión budista; mis padres eran japoneses y trabajaban en una plantación en Mahukona, un pueblecito que ya no existe, en la isla grande de Hawai. Lo primero que vi del cristianismo fue durante una representación anual organizada por un señor al que conocíamos como el capitán Beck, que era el encargado de la plantación. Todos los años hacían una pequeña representación de la Natividad, cantaban canciones navideñas y un misterioso hombre grueso vestido de rojo y con barba blanca repartía espléndidos regalos.
Cuando yo tenia casi siete años de edad, el capitán Beck me pidió que hiciera el papel de ángel en la representación del Nacimiento. Aun cuando no sabia lo que era un ángel, me sentí muy contenta de que me hubieran escogido y me esforcé mucho por aprender mi parte, lo cual fue muy difícil. Mi lengua materna era una combinación de japonés y de ingles elemental, y tenia que memorizar palabras en extraño inglés bíblico del siglo diecisiete. Yo no era mas que una delgada pequeña de siete años vestida con un traje de gasa blanca, con torcidas alas cubiertas de lentejuelas y una temblorosa aureola sobre la cabeza. Pero cuando llego la noche de la función, yo estaba preparada.
“No temáis”, dije, “porque he aquí os doy nuevas de gran gozo … que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”. Yo no sabia quien era David ni quien era Cristo. Sólo conocía a Buda. Ignoraba lo que eran “panales” y la razón por la que el Niño estaba en un pesebre. No sabia lo que eran pastores ni por que sentían temor, ni sabía lo que eran nuevas de gran gozo. Fue mas adelante, cuando conocí la Iglesia a los once años de edad y me uní a ella a los quince que comprendí que aquel Niño era el Hijo de Dios y que las buenas nuevas eran las del evangelio. Entonces comprendí que tenia “razón para regocijarme” en Cristo el Señor.
Miren otra vez en torno a ustedes. ¿Ven hermanas de diferentes edades, de distintas razas y diversa experiencia en la Iglesia? ¿O de diferente preparación académica, de distinto estado civil, de diferente experiencia profesional y laboral? ¿Ven mujeres con hijos y otras sin hijos? ¿Mujeres saludables y otras limitadas por enfermedades crónicas e impedimentos? Regocijémonos por las diferencias que existen en nuestra hermandad. Es la diversidad de los colores del espectro solar lo que hace el arco iris. Es la diversidad de nuestras circunstancias lo que nos vuelve caritativo el corazón. Es la diversidad de nuestros dones espirituales lo que beneficia a la Iglesia.
Cuando estaba en la Mesa Directiva General de la Primaria, la hermana Patricia Kelsey Graham, amiga mía y ex miembro de esa mesa, compuso una canción para el nuevo himnario de los niños, la cual simplemente me encanta y que se titula “Somos diferentes”. Escuchen el mensaje que tiene acerca de conocerse, ayudarse y quererse al cantarla las hermanas Kerstin Larson y Maryanne Featherstone:
Me conoces; te conozco yo.
Somos distintos como el mar y el sol.
Te conozco; me conoces a mí.
Y los amigos deben ser así.
Me ayudas; te ayudo yo.
Juntos los dos ganamos más comprensión.
Te ayudo; me ayudas a mi,
Y los amigos deben ser así.
Tu me quieres y te quiero yo.
Luchamos juntos para ser lo mejor.
Yo te quiero; tu me quieres a mi,
Y los amigos deben ser así.
(Children’s Songbook, pág. 263. Traducción.)
¿Han captado el mensaje? Aunque seamos diferentes, nos conocemos, nos ayudamos y nos queremos: ¡las amigas deben ser así!
Las hermanas miembros de la Presidencia General de la Sociedad le Socorro somos diferentes. Elaine, Aileen, Carol y yo somos unas casadas y otras solteras amas de casa y profesionales, unas viajamos mucho y otras no, unas somos conversas a la Iglesia y otras miembros de ella de cinco generaciones, unas graduadas de la escuela secundaria y otras graduadas de la universidad. Hemos prestado servicio a nuestra comunidad y en la Iglesia; pero nos conocemos, nos ayudamos y nos queremos. Las amigas deben ser así. Nos regocijamos por nuestra diversidad y disfrutamos de nuestra hermandad unificada. Hagan lo mismo en sus propios barrios y estacas.
Tercero, regocijémonos por el gran don de la caridad que se nos ha dado. ¡A mí me produce un regocijo inmenso! Nuestros llamamientos nos brindan muchas oportunidades de servir al prójimo. El sesquicentenario, el año que viene, lo celebraremos prestando mucho servicio caritativo y trabajando en proyectos de servicio. ¡Hagan de ellos una empresa personal! ¡Participen! No dejen todas las decisiones en manos de las hermanas lideres de barrio y de estaca. Deseo que recuerden que la Sociedad de Socorro comenzó porque una mujer de apellido Cook-ni siquiera sabemos su nombre completo-, conversando con su patrona Sarah M. Kimball idearon la manera de hacer camisas para los hombres que trabajaban en la construcción del Templo de Nauvoo. Sean como la señorita Cook. Hablen a sus hermanas de la Sociedad de Socorro. Combinen sus fuerzas. Busquen formas de servir juntas y que les agraden individualmente. El servicio debe ser tan variado como las necesidades de su comunidad y los talentos de sus hermanas.
Recordemos que el verdadero llamamiento de ser cristianas caritativas lo recibimos al salir de las aguas del bautismo. El don del Espíritu Santo es nuestro en virtud de la confirmación que recibimos como miembros de la Iglesia. No tenemos que sacarlo de la biblioteca del centro de reuniones. No tenemos que recibir una asignación del obispo para ser bondadosas. No tenemos que anotarnos en una lista para ser consideradas. No necesitamos el voto de sostenimiento de nuestro barrio para sentir compasión. Alegrémonos por el poder que tenemos en nuestra alma, y que proviene de Cristo, para ser un núcleo de amor, de perdón y de compasión.
No piensen que su don es insignificante. La madre Teresa dice: “Soy un lápiz pequeño en las manos de Dios. El es el que piensa y el que escribe. El lo hace todo-y es muy difícil-porque a veces el lápiz se quiebra y El tiene que sacarle punta un poco mas. Pero seamos un pequeño instrumento en Sus manos para que El se sirva de nosotros en cualquier momento y en cualquier parte … Sólo tenemos que decirle: Sí, Señor” (Madre Teresa, “Love: A Fruit Always in Season”, Daily Meditations, San Francisco: Ignatius Press, 1987).
Hermanas, la unión hace la fuerza. Nos consolamos unas a otras y nos fortalecemos mutuamente. Hay potencia en nuestra dedicación a la rectitud Pido sobre todas nosotras la bendición del apóstol Pablo a los efesios, porque contiene los deseos que nosotras, como Presidencia General, tenemos para ustedes, las hermanas de la Iglesia:
“para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19).
Vengamos a Cristo. Regocijémonos en El, que es el Dador de todo lo bueno, y alegrémonos por las cosas buenas que nos ha dado: la diversidad y la unidad de nuestra hermandad, y alegrémonos, asimismo, por la oportunidad de ser instrumentos en Sus manos al realizar Su obra caritativa sobre la faz de la tierra, ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.