1990–1999
Las Puertas De La Muerte
Abril 1992


Las Puertas De La Muerte

“El regreso a nuestro hogar celestial nos exige pasar a través-no alrededor- de las puertas de la muerte. Nacimos para morir, y morimos para vivir.”

Esta mañana, el élder Boyd K. Packer habló de las “Fuentes de vida”; ahora, yo deseo hablar de las “puertas de la muerte”. Ambos son elementos cruciales de la vida.

Hace poco, en el funeral de un amigo, estuve con dos hermanos, ambos distinguidos colegas míos en cirugía, cuyas compañeras habían muerto. Los dos dijeron que estaban pasando por el período mas difícil de su vida, tratando de adaptarse a la perdida de su cónyuge. Estos buenos hombres me dijeron que una vez por semana se preparan el desayuno el uno al otro -y alternan la tarea con su hermana- para disminuir un poco la soledad que les han impuesto las puertas de la muerte.

La muerte separa “el espíritu y el cuerpo” que “son el alma del hombre” (D. y C. 88:15). Esa separación causa dolor y shock a los que quedan. El dolor es real; sólo su intensidad varia; algunas puertas son mas pesadas que otras; el sentido de tragedia debe de estar relacionado con la edad, puesto que cuanto mas joven sea la víctima, mayor será el dolor. Y aun así, cuando un anciano o un enfermo recibe el misericordioso alivio, pocas veces sus seres queridos están preparados. La única vida que satisface los anhelos del corazón humano es la vida sempiterna.

EL SUFRIMIENTO

Sea cual sea la edad, lloramos por los seres amados que se van. Ese llanto es una de las mas profundas expresiones de amor puro; es una reacción natural de completo acuerdo con el mandamiento divino:

“Viviréis juntos en amor, al grado de que lloraréis por los que mueran …” (D. y C. 42:45).

Mas aun, no podríamos apreciar plenamente el gozo de reunirnos después, sin estas tristes separaciones de ahora. La única manera de evitar el dolor de la muerte es evitar amar en la vida.

LA PERSPECTIVA ETERNA

La perspectiva eterna da una paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Al hablar en el funeral de un ser querido, el profeta José Smith dijo:

“Cuando perdemos un amigo íntimo y querido en quien hemos puesto nuestro cariño, sea esto por amonestación a nosotros … Nuestro afecto debe entregarse a Dios y su obra, mas intensamente que a nuestros semejantes” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 262).

La vida no empieza con el nacimiento ni termina con la muerte. Antes de nacer, moramos con nuestro Padre Celestial como Sus hijos espirituales; allí, esperamos ansiosamente la posibilidad de venir a la tierra y obtener un cuerpo físico. A sabiendas aceptamos los riesgos de la vida terrenal, que nos permitiría el ejercicio del albedrío y la responsabilidad. “Esta vida [iba] a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para presentarse ante Dios” (Alma 12:24). Pero, como ahora, veíamos el regreso al hogar como la mejor parte de esa jornada. Antes de embarcarnos en un viaje, nos gusta asegurarnos de tener un boleto de ida y vuelta. El regreso a nuestro hogar celestial nos exige pasar a través -no alrededor- de las puertas de la muerte. Nacimos para morir, y morimos para vivir (véase 2 Corintios 6:9). Como simiente de Dios, apenas abrimos los capullos en la tierra; pero florecemos plenamente en los cielos.

LA MUERTE FÍSICA

El autor de Eclesiastés dijo: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir …” (Eclesiastés 3:1–2; véase también Alma 12:27).

Consideremos la alternativa: Si los sesenta y nueve mil millones de personas que han vivido en la tierra vivieran todavía, (que embotellamiento de trafico habría! No tendríamos ninguna posesión y difícilmente tomaríamos decisiones responsables.

EL PLAN DE FELICIDAD

Las Escrituras enseñan que la muerte es esencial para la felicidad:

“Y he aquí, no era prudente que el hombre fuese rescatado de esta muerte temporal, porque esto destruiría el gran plan de felicidad” (Alma 42:8; cursiva agregada; véase también 2 Nefi 9:6).

Nuestra perspectiva limitada se extendería si pudiéramos ver la reunión del otro lado del velo cuando las puertas de la muerte se abren para los que regresan al hogar. Esa visión tuvo el salmista al escribir: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Salmos 116:15).

LA MUERTE ESPIRITUAL

Pero hay otra separación conocida en las Escrituras como la muerte espiritual (véase 2 Nefi 9:12; Alma 12:16; 42:9; Helamán 14:16, 18). Se define como un estado de separación espiritual de Dios (véase Doctrina de Salvación, tomo 2, pág. 205). De ese modo, se puede estar muy vivo físicamente, pero muerto espiritualmente.

La muerte espiritual es mas probable cuando no hay equilibrio entre las metas espirituales y las físicas. Pablo lo explicó así a los romanos:

“… si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8: 13).

Si la muerte física llega antes de que los errores morales se corrijan, la oportunidad del arrepentimiento se habrá perdido. Por eso, el verdadero “aguijón de la muerte es el pecado” (1 Corintios 15:56).

Ni siquiera el Salvador puede salvarnos en el pecado; El nos redime del pecado, pero sólo con la condición de que nos arrepintamos. Somos responsables de nuestra propia vida o muerte espiritual (véase Romanos 8:13–14; Helamán 14:18; D. y C. 29:41–45).

COMO AFRONTAR LAS PRUEBAS

Las pruebas físicas y espirituales presentan continuas dificultades. Cada uno de vosotros podría ilustrar este punto personalmente. Por ejemplo, muchos estáis llegando al final de la vida y soportáis días muy duros. Vosotros conocéis bien el significado de la expresión divina “perseverar hasta el fin” (véase Mateo 24:13; Marcos 13:13; 1 Nefi 13;37, 22:31; 2 Nefi 31:16, 33 4; Omni 1:26; 3 Nefi 15:9; D. y C. 14:7, 18:22; 24:8).

El Salvador del mundo pidió muchas veces que siguiéramos el modelo de Su vida (véase Juan 13:15, 14:6; 1 Pedro 2:21; 2 Nefi 31:9, 16; 3 Nefi 18:16; 27:27). Por eso, debemos soportar las pruebas así como El lo hizo.

“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8).

Aun cuando la tribulación echa su pesada carga sobre nosotros, podemos cosechar algo bueno. Shakespeare escribió:

Dulces son los frutos de la adversidad; semejantes al sapo, que, feo y venenoso, lleva, no obstante, una joya preciosa en la cabeza* (“A vuestro gusto”, Obras completas de William Shakespeare, Editorial Aguilar, Madrid, 1967, Acto segundo, Escena primera, pág. 1204).

La expresión del Señor es aun mas clara: “Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones” (D. y C. 58:4).

LA VIDA VENIDERA

La vida terrenal, que es temporal, llega a su fin a las puertas de la muerte. Los que quedan se hacen

Según se explica en la obra, la gente de esa época creía que en la cabeza de los sapos se hallaba una piedra o perla a la que se atribuían determinadas virtudes. entonces ciertas preguntas: “¿Dónde esta mi ser querido?” “¿Que pasa después de la muerte?” Aunque algunas preguntas no se pueden contestar por completo con lo que sabemos, se sabe bastante.

EL PARAÍSO

La primera etapa de la vida posmortal se llama “paraíso”. Alma escribió.

“… respecto al estado del alma entre la muerte y la resurrección, he aquí, un ángel me ha hecho saber que los espíritus de todos los hombres, en cuanto se separan de este cuerpo mortal … son llevados de regreso a ese Dios que les dio la vida.

“… los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz …” (Alma 40:11–12).

LA RESURRECCIÓN Y LA INMORTALIDAD

Se dice en broma: “Nada es tan permanente como la muerte”. Pero no es así. La garra de la muerte es sólo temporal; comenzó con la caída de Adán y terminó con la expiación de Jesucristo. El.período de espera en el paraíso también es temporal y llega a su fin con la resurrección. En el Libro de Mormón aprendemos que “el paraíso de Dios ha de entregar los espíritus de los justos, y la tumba los cuerpos de los justos; y el espíritu y el cuerpo son restaurados de nuevo el uno al otro, y todos los hombres se tornan incorruptibles e inmortales; y son almas vivientes …” (2 Nefi 9: 13).

Hace unos años, el presidente de nuestra estaca y su esposa perdieron a un buen hijo, en la flor de la juventud, en un accidente automovilístico. Nos consuela el saber que las leyes que no dejaron que su cuerpo quebrantado sobreviviera acá son las mismas leyes eternas que empleara el Señor en el momento de la resurrección para que ese cuerpo sea “restablecido a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23; véase también 11:42–45).

El Señor que nos creó en primer lugar ciertamente tiene poder para volver a hacerlo. Los mismos elementos que forman nuestro cuerpo estarán disponibles, a su mandato; el mismo código genético que se halla en cada una de nuestras células existirá todavía para formar otras nuevas. El milagro de la resurrección, asombroso como será, tiene su maravilloso paralelo en el milagro de nuestra creación.

EL JUICIO

Nuestra resurrección no será un fin sino un principio, y nos preparara para ser juzgados por el Señor, que dijo:

“… para que así como he sido levantado por los hombres, así también los hombres sean levantados por el Padre, para comparecer ante mi, para ser juzgados por sus obras …” (3 Nefi 27:14).

Aun antes de que nos acerquemos a ese umbral del tribunal eterno de justicia, sabemos quien lo presidirá:

“… el guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí el no emplea ningún sirviente, y no hay otra entrada sino por la puerta; porque el no puede ser engañado, pues su nombre es el Señor Dios.

“Y al que llamaré, el abrirá …” (2 Nefi 9:41–42).

LOS LAZOS FAMILIARES

Las relaciones de amor continuaran mas allá de las puertas de la muerte y del juicio. Los lazos familiares permanecen gracias a los sellamientos que efectuamos en el templo. Nunca será demasiado recalcar su importancia.

Recuerdo vívidamente una experiencia mientras volaba en un avión pequeño, de dos motores. De pronto, uno de los motores explotó y se incendió y la hélice se detuvo por completo. Al caer en espiral hacia la tierra, estaba seguro de que moriría. Algunos de los pasajeros gritaban aterrorizados. Milagrosamente, la vertiginosa caída extinguió las llamas, y entonces, haciendo funcionar el otro motor, el piloto pudo estabilizar el aparato y llevarnos a tierra sanos y salvos.

En todo ese contratiempo, a pesar de “saber” que se avecinaba la muerte, mi idea principal era que no temía morir. Recuerdo la sensación de que volvería al hogar, a conocer a los antepasados por los que había hecho la obra del templo; recuerdo la profunda gratitud que sentí al pensar que mi bien amada y yo nos sellamos eternamente el uno al otro y a nuestros hijos, que nacieron y se criaron en el convenio; me di cuenta de que mi matrimonio en el templo era mi logro mas importante. Los honores de los hombres no podían acercarse siquiera a la paz interior que me brindaban los sellamientos efectuados en la Casa del Señor.

Aquella perturbadora experiencia duró sólo unos minutos, pero toda mi vida me pasó por la mente. Habiendo tenido esa vertiginosa memoria al enfrentar la muerte, no dudo en nada la promesa de las Escrituras de “un recuerdo perfecto” al enfrentarnos al juicio (véase Alma 5:18; también 11:43).

LA VIDA ETERNA

Después del juicio tendremos la posibilidad de la vida eterna, la misma que vive nuestro Padre Celestial. Su reino celestial se ha comparado con la gloria del sol (véase 1 Corintios 15:41; D. y C. 76:96), y esta al alcance de todos los que se preparen para entrar en el; los requisitos se han revelado claramente:

“… debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20; véase también Juan 17:3).

EL TIEMPO DE PREPARARNOS

Entretanto, a los que estamos acá nos quedan unos momentos valiosos para prepararnos “para comparecer ante Dios” (Alma 34:32). La labor incompleta es la peor labor; la dejadez continua debe dar lugar a una preparación perceptiva. Tenemos un poco mas de tiempo para bendecir a otros: para ser mas bondadosos, mas compasivos, prestos para agradecer y lentos para regañar, mas generosos en dar, mas amables en nuestro interés.

Y cuando llegue el momento de pasar por las puertas de la muerte, podremos decir, como Pablo: “… el tiempo de mi partida esta cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:6–7).

No tenemos por que ver a la muerte como a un enemigo. Con comprensión y preparación completas, la fe substituye al temor; la esperanza desplaza al desaliento. El Señor dijo: “… no temáis ni aun a la muerte; porque en este mundo vuestro gozo no es completo, pero en mi vuestro gozo es cumplido” (D. y C. 101:36). El nos otorgó este don:

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14;27).

Como testigo especial de Jesucristo, testifico que El vive. Testifico también que el velo de la muerte es muy delgado. Se por experiencias demasiado sagradas para contar que los que ya lo han atravesado no son extraños para los lideres de esta Iglesia. Nuestros seres queridos están tan cerca como si estuvieran en el cuarto contiguo, separados sólo por las puertas de la muerte.

Con esa seguridad, mis hermanos, ¡debemos amar la vida! Debemos atesorar todo momento como una bendición de Dios (véase Mosíah 2:21); vivirla para alcanzar lo mas alto de nuestro potencial. Y así, la espera de la muerte no nos tendrá prisioneros. Con la ayuda del Señor, nuestros hechos y deseos nos harán merecedores de recibir gozo sempiterno, gloria, inmortalidad y vida eterna. Que sea así, lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.