“El Amor Puro De Cristo”
“Cuando pidamos ‘al Padre con toda la energía de nuestros corazones’, estaremos ‘llenos de este amor.”
Hermanos, cuando mi esposa y yo servimos en Hawai, nos enteramos de muchos relatos misionales acerca de los élderes George Q. Cannon y Joseph F. Smith y de muchas otras maravillosas experiencias espirituales de otros misioneros. (Véase George Q. Cannon, My First Mission, 2da. edición, Salt Lake City: Juvenile Instructor Office, 1882; y Joseph Fielding Smith, Life of Joseph F. Smith, Salt Lake City: Deseret News Press, 1938.)
Hoy siento que debo contaros las experiencias misionales del élder Joseph F. Smith. Las Autoridades Generales lo mandaron en calidad de misionero cuando tenía quince años de edad. Cuando tenía cinco años, murió su padre y su madre falleció cuando el tenía catorce. Los registros indican que trabajó en la isla hawaiana de Maui y en Kahola, un pueblo de la isla de Hawai. Luego, a los dieciséis años de edad lo trasladaron a la isla de Molokai, donde era el élder que presidía. Todos los días, el y su compañero, el élder Thomas A. Dowell, visitaban las pequeñas ramas de la Iglesia, enseñando el evangelio a la gente, sanando a los enfermos y echando fuera malos espíritus. Leían las Escrituras y las hermosas enseñanzas del Salvador con los miembros de la Iglesia y les contaban el relato de la Restauración. Muchos de los miembros eran indiferentes y muy apáticos debido a los falsos rumores que se oían acerca de la Iglesia y del profeta José Smith.
Los dos misioneros viajaron por la isla Molokai de este a oeste. La comida era escasa y recorrían unos 48 kilómetros al día. bajo el sol ardiente y sin agua que beber. Un día. el compañero del élder Smith casi se muere. Ese día. por fin llegaron a la casa del señor y la señora Myers, que eran alemanes. Ellos los trataron con mucha amabilidad, les dieron de comer y les permitieron quedarse allí varios días. Además, el señor Myers le prestó al élder Smith un buen caballo de montar para que fuese a visitar varias de las ramas de la Iglesia. El Espíritu guiaba a los élderes Smith y Dowell todos los días; ellos trabajaron arduamente y convirtieron a muchos al evangelio y activaron a muchos que estaban inactivos.
Un día. el élder Smith cayó muy enfermo y tenía una fiebre muy alta. Le dieron una bendición del
sacerdocio, pero no se mejoró; se agravó varias veces y casi murió. Un hermano y su esposa, oriundos de la isla, lo cuidaron durante tres meses. La joven pareja hizo todo lo posible por salvar la vida del joven misionero, dándole el mejor cuidado posible; lo atendieron como a un hijo e incluso ayunaron y oraron muchos días. El joven misionero era la clase de persona que siempre tenía presente un acto de bondad y no se olvidaba de un amigo; siempre consideró y veneró a aquella maravillosa mujer, la señora Ma Manuhii, como a su madre hawaiana.
Muchos años después, el volvió a las islas hawaianas, en compañía de uno de los miembros del Obispado Presidente, el obispo Charles W. Nibley, quien mas tarde llegó a ser miembro de la Primera Presidencia. Al llegar al puerto de Honolulu, muchos miembros de la Iglesia, nativos de las islas, fueron a recibirlos con guirnaldas hawaianas y toda clase de hermosas flores autóctonas. A ambos los colmaron de guirnaldas pero aquel joven misionero, que ahora ya era un hombre maduro, recibió mas que nadie. Una orquesta hawaiana había ido a tocar para darles la bienvenida, y hasta interpretó música mormona.
El obispo Nibley escribió en su diario personal algo que le conmovió mucho:
“Fue emocionante ver el gran amor y el cariño que todos le tenían. En medio de toda la gente, observe que guiaban a una pobre anciana ciega, de unos noventa años, que caminaba con dificultad y llevaba en las manos unas hermosas bananas. Clamaba: ‘¡Josepa, Josepa!’ [¡Joseph, Joseph!] En cuanto la vio, el corrió hacia ella; la abrazó y la besó una y otra vez, acariciándole la cabeza y diciendo: ‘¡Mamá, mamá; mi querida mamá!’ Y con lágrimas que le rodaban por las mejillas se volvió a mi y me dijo: ‘Charley, ella me cuidó cuando yo era un jovencito enfermo y no tenía a nadie que me atendiera; ¡ella me llevó a su casa y fue como una madre para mi!’“
Y el obispo Nibley continuó:
“¡Fue algo emocionante, conmovedor! Fue maravilloso ver el alma grande y noble de aquel hombre que tiernamente recordaba el cariño que se le había brindado hacia mas de cincuenta años; y ver a la dulce anciana que había llevado su exquisita ofrenda, todo lo que tenía, unas bananas, y depositarlas en las manos de su querido ‘Josepa’“ (Lik of Joseph F. Smith, págs. 185–186).
Hermanos, ese “Josepa” era nada menos que el presidente Joseph F. Smith, el sexto Presidente de la Iglesia. ¡Qué podemos aprender de esa experiencia? La hermana Ma Manuhii no tenía idea de que aquel jovencito de dieciséis años llegaría un día a ser Presidente de la Iglesia; ella no esperaba nada de el; ella le había ayudado porque amaba al misionero del Señor con el amor puro de Cristo (véase Moroni 7:47). Esa pareja hawaiana honraba, respetaba, amaba y cuidaba de los misioneros como mensajeros del Señor porque ellos, a su vez, también tenían el amor puro de Cristo. Ella conservó ese respeto y esa reverencia hasta el día de su muerte.
Por otro lado, el Señor hizo madurar al élder Smith en el campo misional, pero el amor que aquella hermosa madre hawaiana hizo nacer en el estuvo siempre en su corazón.
“Con lágrimas que le rodaban por las mejillas … dijo: ‘Charley, ella me cuidó cuando yo era un jovencito enfermo y no tenía a nadie que me atendiera; ¡ella me llevó a su casa y fue como una madre para mi!’“
Hermanos, esta clase de amor, de bondad y de consideración debe- DEBE-existir en nuestra obra misional y de reactivación. Este “amor de Dios” (1 Nefi 11:22, 25) es el espíritu de la obra misional y el espíritu de la reactivación; es el espíritu de la conversión y de la educación; “… es mas deseable que todas las cosas” (l Nefi 11:22), “… y el de mayor gozo para el alma” ( 1 Nefi 11:23). Hermanos y hermanas, demostremos un ejemplo noble, al igual que esta bella madre hawaiana, no sólo dándoles de comer a los misioneros, sino demostrando ese amor al llevarlos a las personas que no sean miembros de la Iglesia, a los miembros menos activos y a las familias de la Iglesia en las que no todos sean miembros, dentro de los programas de la orientación familiar y de las maestras visitantes. Este amor conmoverá a dichas personas. Cuando Nefi vio al Salvador, exclamó: “… Si, es el amor de Dios que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres” (1 Nefi 11:22). Con este amor, cuando vosotros y yo trabajemos con los misioneros regulares en un esfuerzo mancomunado, podremos motivar a muchos conversos y miembros reactivados a que vayan al templo. Vuestro ejemplo enseñará a los misioneros, de modo que, cuando regresen a sus barrios y estacas, seguirán vuestro ejemplo.
Misioneros, vosotros debéis ser limpios, puros y diligentes. Obedeced y procurad cumplir “con exactitud” todas las reglas de la misión (Alma 57:21). Al igual que Joseph F. Smith, sed estudiosos de las Escrituras (véase 1 Nefi 11:25.) Ejerced vuestra “extraordinaria fe”, no dudéis (véase Alma 57:26). Poned vuestra “confianza … en Dios” (Alma 57:27). Sobre todo, cultivad la verdadera cualidad misional, “la caridad … el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47).
Os testifico que, tal como Moroni nos ha prometido, cuando pidamos “… al Padre con toda la energía de nuestros corazones”, estaremos “… llenos de este amor que el ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo, Jesucristo “ (Moroni 7:48; cursiva agregada). Si trabajamos unidos -los misioneros, lideres y miembros en general-, el Señor nos bendecirá, tal como bendijo a Nefi y a Lehi, los hijos de Helamán.
Las Escrituras nos explican que “… hubo una prosperidad sumamente grande en la iglesia … miles se unieron … y fueron bautizados para arrepentimiento …
“Y … la obra del Señor prosperó, a tal grado que se bautizaron muchas almas e ingresaron [para mi, se reactivaron] a la iglesia de Dios, sí, hasta decenas de miles.
“Así vemos que el Señor es misericordioso para con todos aquellos que, con la sinceridad de su corazón, quieran invocar su santo nombre …
“… la puerta del cielo [estará] abierta para todos, si, para todos los que quieran creer en el nombre de Jesucristo, que es el Hijo de Dios” (Helamán 3:24, 26–28; cursiva agregada).
Hermanos y hermanas, os testifico humildemente que Dios vive y que Jesús es el Cristo. El nos ama. Si emulamos Su amor, llevaremos de vuelta a Su grey a hermanos maravillosos. Esta es Su Iglesia. El presidente Benson es Su profeta. En el nombre de Jesucristo. Amén.