1990–1999
Nuestra Gran Misión
Abril 1992


Nuestra Gran Misión

“A fin de cuentas … nuestra gran misión es testificar al mundo, tanto por el precepto como por el ejemplo, de que el Hijo de Dios, el Señor Resucitado, nuestro Salvador y Redentor, es una realidad viviente.”

Mis queridos hermanos y hermanas, llegamos a la conclusión de otra grandiosa conferencia en la historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Estos dos días han sido maravillosos. Bien haremos en repasar y meditar todo lo que hemos oído Nos hemos deleitado con la palabra de Dios.

La música ha sido magnifica; las oraciones inspiradas. Los discursos nos han elevado e iluminado, y nuestra vida será mejor por esta experiencia si nos esforzamos por mejorar, de acuerdo con las enseñanzas que hemos recibido aquí.

Lamentamos que el presidente Benson no se haya encontrado en condiciones de hablarnos. El tiene noventa y tres años, pero su presencia ayer y hoy nos ha ayudado; hemos apreciado su sonrisa y su saludo con la mano. Al llegar a la clausura de esta reunión, os dejo con unas palabras de testimonio del presidente Benson, su testimonio personal del Hijo de Dios, cuyo siervo el es. Esto es lo que dijo:

“Hace casi dos mil años anduvo por la tierra un Hombre perfecto: Jesucristo. El es el Hijo de nuestro Padre Celestial y de una madre terrenal. El es el Dios de este mundo, bajo la dirección del Padre. El reunió en esta vida todas las virtudes en un equilibrio perfecto; El enseñó al hombre la verdad, para que el hombre fuera libre; Su ejemplo y Sus preceptos proporcionan a toda la humanidad la gran norma, la única vía segura. Entre los mortales, El fue el primero y el único que tuvo el poder de reunir Su cuerpo y Su espíritu después de la muerte. Por ese poder, todos los que mueran resucitaran. Algún día. todos tendremos que presentarnos ante El para ser juzgados de acuerdo con Sus leyes. El vive, y en un futuro no muy lejano volverá, triunfante, a subyugar a Sus enemigos, a recompensar a las personas de acuerdo con sus obras y a asumir la posición a la que tiene derecho para gobernar y reinar con justicia en toda la tierra” (An Enemy Hath Done This, Salt Lake City, Parliament Publishers, 1969, págs, 52–53).

Ese es el testimonio de nuestro Profeta y líder. A fin de cuentas, os recuerdo que nuestra gran misión es testificar al mundo, tanto por el precepto como por el ejemplo, de que el Hijo de Dios, el Señor Resucitado, nuestro Salvador y Redentor, es una realidad viviente.

Ahora, para terminar, quisiera agradecer a cada uno de los que me escucháis, dondequiera que estéis por todo el mundo, la fe que lleváis en vuestro corazón de la divinidad de esta obra, la devoción de vuestro servicio, vuestros deseos piadosos de criar a vuestros hijos en la luz y la verdad y de nutrirlos con la buena palabra de Dios.

Os sugiero que al salir del Tabernáculo, dentro de unos minutos, miréis hacia las torres del templo, hacia el este. La piedra que corona la torre mas alta del hermoso edificio, fue colocada hará mañana cien años. En la conferencia efectuada hace un siglo, las Autoridades Generales instaron a la gente a sacrificarse ofreciendo las habilidades y el dinero necesarios para que el templo pudiera dedicarse el 6 de abril de 1893. Los miembros cumplieron, y dentro de un año, en esta época, conmemoraremos el centenario de la dedicación de esta magnifica Casa del Señor. Su presencia es testimonio de que no hay dificultad infranqueable para los miembros de esta Iglesia cuando avanzan con fe.

En nombre del presidente Benson y de todos mis hermanos de las Autoridades Generales invoco sobre vosotros, dondequiera que estéis, las bendiciones del cielo. Que el Señor os sonría y os brinde Sus favores, para que haya paz en vuestra vida y paz en vuestro hogar. Que regreséis sanos y salvos junto a los que amáis y que las memorias de esta gran ocasión sean dulces y productivas. Dios este con vosotros hasta que nos volvamos a ver, mis amados hermanos y hermanas, amigos y compañeros en esta gran obra. En el nombre de Jesucristo. Amen.