¡He aquí el hombre!
“Nuestra visión de ustedes y de su trabajo va mas allá de los apariencias externas de un joven y vemos, en cambio, a un poseedor del Santo Sacerdocio revestido con sus poderes, sus deberes y sus bendiciones concomitantes.”
Esta vasta asamblea de hermanos nos. recuerda que el propósito y el destino de la Iglesia recaen en gran medida sobre los hombros de quienes poseen el Sacerdocio de Aarón y el de Melquisedec. A pesar de que el Sacerdocio Aarónico es el menor y un apéndice del mayor, o de Melquisedec, cada uno es sempiterno y esencial en la obra del Señor. El presidente John Taylor dijo: “Cuando estos dos Sacerdocios se unen y se llevan a cabo sus responsabilidades en su pureza, la gloria del Señor se manifestara sobre el monte de Sión, en la casa del Señor, ambos operando de acuerdo con sus llamamientos, su cargo y su autoridad” (1).
Con este objetivo en mente, se despliega ante nosotros el deber de retener a quienes acaban de convertirse y bautizarse, de reavivar la fe de los que se han apartado y de proteger el desarrollo de la fe de nuestra juventud.
Los nuevos conversos que se bautizan realizan un abrupto abandono de sus hábitos y cursos pasados; con frecuencia se hallan solos en la Iglesia, sin el apoyo de la familia ni de rostros familiares. Se encuentran en el verdadero, estrecho y angosto camino, que es también nuevo y puede ser un tanto desconcertante.
Están aquellos que una vez estuvieron en ese mismo camino y que se han apartado; su fe se ha debilitado. Para ellos, la posibilidad de un hermanamiento completo parece algo remoto y tal vez no lo deseen; se “esconden” de la Iglesia y se sienten escondidos de Dios.
Amamos y admiramos a cada uno de ustedes, hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico; la vitalidad de ustedes es contagiosa; sus habilidades, asombrosas; su asociación, vigorizante. Pero sabemos que otras fuerzas están interesadas en ustedes: son obscuras y amenazantes; hombres y mujeres inicuos desfilan ante ustedes con feroces tentaciones y decepciones. Su intención es destruirlos y pueden exigirles un alto costo espiritual.
Para escapar de estos peligros, nuestro Padre Celestial nos proveyó un Salvador. (2). El sacrificio expiatorio de nuestro Señor es el acontecimiento mas importante en la historia de todo lo creado; esto, entonces, es el Evangelio: que Dios vive y que es
nuestro Padre, que Cristo es el amado Hijo de Dios y que Su expiación es real, que Su reino terrenal se ha establecido y que una herencia celestial espera a los que abracen y se ajusten a los principios eternos sobre los que el Evangelio se basa. (3).
El Evangelio se imparte y se recibe de dos maneras: una viene antes que la otra. La primera contiene una porción menor, que prepara; le sigue luego la porción mayor, que trae la plenitud. La sustancia de cada una se encuentra en las ordenanzas y en las obras del Santo Sacerdocio, comenzando con el Sacerdocio Aarónico y culminando con el de Melquisedec. Aquellos que sean “fieles hasta obtener estos dos sacerdocios … y magnifican su llamamiento … llegan a ser … la iglesia y reino, y los elegidos de Dios” (4).
La porción menor del Evangelio comprende verdades vitales y salvadoras, y se basa en la piedra angular de la obediencia y el sacrificio. Estas verdades enseñan a los hombres, a las mujeres, a los jóvenes y a las señoritas los fundamentos de la rectitud, los que consisten en el arrepentimiento, el bautismo y la observancia de la ley de los mandamientos carnales para la remisión de los pecados. Los mandamientos carnales son los que nos permiten sobreponernos a la lujuria, a las pasiones y a los deseos de nuestro cuerpo y mente naturales o mortales; entre estos, los mas importantes son los Diez Mandamientos (5). Esta porción menor del Evangelio dará sustento a los que son nuevos en la Iglesia, guiara de regreso a los que se hayan apartado, ayudara a los jóvenes a reconocer y a sobreponerse a las tentaciones y decepciones del mundo. Sin esta preparación, la plenitud de las bendiciones del Evangelio no se pueden realizar ni gozar.
La responsabilidad de administrar esta porción preparatoria del Evangelio se le confía al Sacerdocio Aarónico.
“y … el sacerdocio menor [o Aarónico]… tiene la llave del … evangelio preparatorio,
“el cual es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados, y la ley de los mandamientos carnales” (6).
Bienaventurado es el hombre así llamado y ordenado, pues su servicio fiel en el Sacerdocio Aarónico no sólo salvara a otras personas, sino también a el mismo. (7). No importa si el hombre es nuevo en la Iglesia, si regresa después de una larga ausencia o si es joven, al administrar estos principios, ordenanzas y mandamientos, el mismo es instruido. El prestar servicio en el Sacerdocio Aarónico prepara al hombre para la plenitud del Evangelio sempiterno, para el juramento y el convenio y para las bendiciones espirituales “que corresponden a este sacerdocio [de Melquisedec]” (8). En todo sentido, el Sacerdocio Aarónico es, ciertamente, preparatorio; y para ustedes, hombres jóvenes, hay oportunidades adicionales.
El mundo utiliza la edad como medio para definir cuando uno esta preparado para ser hombre; por ejemplo, la edad se usa para determinar cuando una persona es bastante madura y responsable para conducir un automóvil. Para la juventud, el ansiado momento llega; y para los padres, esa hora es de terror absoluto.
El mundo también hace uso de la edad para establecer cuando un hombre es suficientemente sabio y responsable como para votar, para realizar contratos, para ser totalmente responsable de sus actos bajo la ley. A esta la llamamos la edad de la madurez, el tiempo en que uno cesa de ser un menor.
Debido a que la juventud y la edad son tan evidentes en el Sacerdocio Aarónico, podemos pensar erróneamente que eso determina de algún modo los poderes y la eficacia de este sacerdocio. Recuerden, por favor, recuerden: En la Iglesia, la dignidad y el poder de Dios califican a los hombres para la obra. Lo que se espera de uno, las oportunidades que se le presenten y el servicio que preste contribuyen mas al crecimiento individual que lo que lo hacen los cumpleaños. En el Reino de Dios, la edad de la madurez. comienza con la ordenación.
Piensen en las poderosas obras de Samuel, de Juan el Bautista, de Mormón y de José Smith. Cada uno de ellos fue llamado en su juventud; cada uno fue calificado por Dios para las grandes tareas que debían realizarse; cada uno realizó sus deberes para la bendición sempiterna de todos nosotros.
Hoy, tales obras pueden constituir el sello distintivo del Sacerdocio Aarónico; es, en alguna medida, cuestión de cómo vemos las cosas. Al contemplar a un joven poseedor del Sacerdocio Aarónico, ¿vemos a un joven o a un hombre “llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos” (9)? La forma en que lo vemos afecta la forma en que el se ve a sí mismo. Permítanme ilustrarlo:
Supongan por un momento que mi mano representa la autoridad del Sacerdocio Aarónico. Estos cuatro dedos representan sus cuatro oficios: diácono, maestro, presbítero y obispo. Seleccionemos uno de estos oficios; por ejemplo, el de diácono. Al lado de los otros, se ve un poco mas corto, un tanto menos robusto; pero así como la mano se perjudica seriamente ante la perdida del dedo meñique, así se perjudica el sacerdocio si vemos a un diácono meramente como un joven.
En los ojos de Dios, existe mas poder y autoridad en la mano de un poseedor del Sacerdocio Aarónico que entre todas las personas ricas, famosas e influyentes del mundo. Las obras de esta gente se terminaran; pero las de el no. Ellos no pueden hacer nada en el nombre del Señor; el puede hacer cualquier cosa que el Señor requiera de el, pues el esta embarcado en la obra del Señor. El puede fortalecer al nuevo converso, hacer que se produzca un cambio de corazón en los que parecen perdidos y fortalecer a otra gente joven en su fe.
Al actuar en su oficio del Sacerdocio Aarónico, el:
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Extiende la mano de la hermandad y de la amistad.
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Enseña, declara y da testimonio de la verdad.
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Ve que los miembros se reúnan con frecuencia y que nadie sea pasado por alto.
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Recoge las ofrendas de ayuno para cuidar de los pobres.
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Administra la sagrada Santa Cena.
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Visita a los miembros en sus hogares y los envuelve en la seguridad de la Iglesia.
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Busca los datos de sus antepasados, envía los nombres de ellos al archivo familiar y se presenta en el templo para ser bautizado y confirmado por aquellos que no recibieron esas ordenanzas durante su estadía en la tierra.
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Como presbítero lleva a cabo bautismos y ordena por la imposición de manos a otros presbíteros, maestros y diáconos.
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Es un ejemplo de virtud, de valentía moral y de completa hombría en su familia, entre sus amigos, y en la comunidad y la nación en donde vive. (10).
En mi mente puedo sentirlos a ustedes, los del Sacerdocio Aarónico, decir, con el fervor y la convicción características de hombres tales como Mormón y José Smith:
“Somos hijos de nuestro Padre Celestial y discípulos de Jesucristo.
Actuamos con ‘fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios´ (11). Como poseedor del Sacerdocio Aarónico:
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Viviré el Evangelio de Jesucristo (12).
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Magnificaré mis llamamientos del sacerdocio (13).
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Prestare servicio significativo (14).
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Me preparare para recibir el Sacerdocio de Melquisedec. (15).
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Me comprometeré, me preparare y serviré en una misión regular honorable (16).
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Viviré dignamente para recibir los convenios del templo y prepararme para llegar a ser un padre y esposo digno. (17).
Nuestra visión de ustedes y de su trabajo va mas allá de las apariencias externas de un joven y vemos, en cambio, a un poseedor del Santo Sacerdocio revestido con sus poderes, sus deberes y sus bendiciones concomitantes.
A los hombres de antaño a tiempo llegó
el sacerdocio llamado de Aarón.
Por los levitas, sacerdotes y Profetas también,
a los hijos de Dios para bendecir sirvió.
Luego el Salvador del mundo arribo
y a uno llamado Juan buscó,
para que con ese mismo poder se bautizara
y las puertas de la salvación marcara.
En los últimos días, ese mismo poder
otra vez a la tierra se restauró,
para que las primeras y ultimas verdades del Evangelio
en el alma otra vez nacieran.
¡ Sacerdocio Aarónico, verdad sublime,
ven en preparación
para que ocurra la redención
a través del amado Hijo de Dios!
Y aquel que ministra esos poderes
un niño ya no es.
Con el manto del sacerdocio sobre el
decimos: “¡He aquí el hombre!” (18).
Dios les bendiga, hombres nobles del Sacerdocio Aarónico, en el nombre de Jesucristo. Amén.