La fortaleza extraordinaria de la Sociedad de Socorro
“Obtengamos conocimiento por medio del estudio, hagamos de nuestro hogar un cielo y encontremos gozo en el servicio.”
Hermanas, esta noche se encuentran reunidas en una de las asambleas mas numerosas que las hermanas de la Sociedad de Socorro hayan tenido; su conferencia ha sido edificante e inspiradora.
Cabe notar que esta es la primera reunión general que dirige su nueva presidencia: la presidenta Mary Ellen Smoot, y sus consejeras Virginia Jensen y Sheri Dew. Las presidencias anteriores también han servido con distinción; esta noche nos sentimos honrados por su presencia y por su servicio.
Al prepararme para esta ocasión, me vino a la mente un pensamiento que voy a expresarlo de esta forma; Recuerden el pasado; aprendan de el. Contemplen el futuro; prepárense para el. Vivan el presente; sirvan en el. En eso radica la fortaleza poderosa de la Sociedad de Socorro de esta Iglesia.
Desde los tempranos días de la Restauración, los Profetas de Dios han recalcado la importancia de la organización a la que ustedes pertenecen; el presidente Brigham Young aconsejó: “Ahora bien obispos, ustedes tienen por esposas a mujeres inteligentes … dispongan que ellas organicen Sociedades de Socorro de Damas en los diversos barrios. Contamos con muchas mujeres talentosas y deseamos que nos ayuden en esto. Algunos podrían pensar que esto es algo trivial, pero no lo es; y descubrirán que las hermanas serán la parte esencial de esta causa” (1).
El presidente Lorenzo Snow enseñó que la Sociedad de Socorro ejemplifica la religión pura: “El apóstol Santiago dijo: ‘La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo …’ (2). Los miembros de la Sociedad de Socorro ciertamente han ejemplificado en su vida la religión pura y sin mácula, porque ellas han ministrado a los que padecen aflicción, han extendido sus brazos de amor a los huérfanos y a las viudas y se han mantenido sin mancha del mundo. Testifico que no hay mujeres mas puras ni mas temerosas de Dios en el mundo que las que se encuentran en las filas de la Sociedad de Socorro” (3).
Puedo atestiguar de la verdad de la declaración del presidente Snow. La Sociedad de Socorro siempre ha estado compuesta por hermanas que ponen en primer lugar a los demás, y en último a si mismas. Recuerdo que cuando era un jovencito, durante la Gran Depresión, mi madre era secretaria tesorera de la Sociedad de Socorro de nuestro barrio; en ese entonces se pagaba una pequeña contribución para asistir a los necesitados; mi madre no era en realidad una contadora, por lo tanto, mi papa le ayudaba. Los aportes individuales no sobrepasaban un dólar; mas bien eran de veinticinco, de diez, de cinco y de unos pocos centavos.
Aprendí muchas lecciones de mi madre; debo de haber sido un jovencito muy activo porque ella siempre me decía: “¡Sosiégate, Tommy, sosiégate, que te va a dar el mal de San Vito!”. Nunca supe que era el mal de San Vito; todo lo que sabía era que estaba a punto de contraerlo y, por la forma en que ella lo decía, me imaginaba que era una severa enfermedad.
Debido a que vivíamos a una cuadra o dos de las vías del ferrocarril, con frecuencia los hombres sin empleo y sin dinero para comprar alimentos, se bajaban del tren e iban a nuestra casa a pedir algo de comer; eran hombres corteses, quienes ofrecían hacer algún trabajo a cambio de alimento. En mi mente esta grabada la nítida imagen de un hombre delgado y hambriento, de pie, a la puerta de nuestra cocina, con su sombrero en la mano, suplicando por comida. Mama recibía al visitante y le indicaba que fuera a la pila [Pileta] de la cocina para lavarse mientras ella preparaba los alimentos para que el comiera. Ella
nunca escatimo la calidad ni la cantidad: el visitante comía exactamente el mismo almuerzo que mi padre. Mientras devoraba la comida, mi madre aprovechaba la oportunidad para aconsejarle que regresara a su hogar y a su familia. Cuando se retiraba de la mesa, había sido nutrido física y espiritualmente. Estos hombres nunca se olvidaban de decir “gracias”; las lagrimas de sus ojos revelaban, en silencio, la gratitud de su corazón.
Pero, ¿que con respecto a hoy? ¿No hay mas almas para alimentar? ¿No hay mas bienvenidas que ofrecer? ¿No hay mas visitas que realizar? Al contemplar la Sociedad de Socorro de hoy, me siento humilde por el privilegio que tengo de hablarles y recurro a nuestro Padre Celestial en busca de Su divina guía.
Con ese espíritu, he sentido la impresión de proporcionar a todo miembro de la Sociedad de Socorro alrededor del mundo tres metas para cumplir:
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Obtengan conocimiento por medio del estudio.
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Hagan de su hogar un cielo.
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Encuentren gozo en el servicio.
Consideremos cada una de estas metas. Primero: Obtengan conocimiento por medio del estudio. En una revelación esencial que tiene impacto universal, el Señor declara: “Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y Enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (4).
El élder Adam S. Bennion, quien fue miembro del Consejo de los Doce hace varias décadas, y maestro y líder de amplio conocimiento, exhortó “Dios nos ayude a apreciar el valor de la verdadera educación. Si estuviéramos en este edificio y hubiera sólo una ventana, veríamos tan sólo un rincón del universo; el hombre al que no se le ha instruido ve la vida por la pequeña ventana de la experiencia estrecha. El propósito de la educación es llenar el edificio de la vida con ventanas para que podamos ver el universo desde todos los ángulos.
“Al partir de este mundo, entraremos en el cielo, la escuela mas grande; espero que todos pasemos a ese campo mas grande con una inscripción que lleve estas palabras: “En la escuela de la vida, este hombre o esta mujer aprovechó todas las oportunidades que estuvieron a su alcance” (5)
Hace varios años, en el aeropuerto de Monroe, Luisiana, se llevo a cabo un ejemplo en el que una ventana de estrecha Vision fue reemplazada por una de visión ilimitada. Al dirigirme a casa después de una conferencia regional, conocí a una encantadora hermana afro-americana quien se me acerco y dijo con regocijo: “Presidente Monson, antes de unirme a la Iglesia y de ser miembro de la Sociedad de Socorro, no sabia leer ni escribir; nadie de mi familia podía hacerlo; todos éramos aparceros pobres. Presidente, mis hermanas blancas de la Sociedad de Socorro me enseñaron a leer; me enseñaron a escribir. Ahora yo enseño a otras hermanas blancas a leer y a escribir”. Reflexione en la suprema felicidad que habrá sentido cuando abrió la Biblia y leyó por primera vez las palabras del Señor: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (6).
Aquel día en Monroe, Luisiana, recibí una confirmación del Espíritu acerca del objetivo exaltado de ustedes de mejorar la alfabetización entre sus hermanas.
Cada una de ustedes, sola o casada, no importa la edad que tenga, posee la oportunidad de aprender y de progresar. Expandan su conocimiento, tanto intelectual como espiritual, hasta la medida completa de su divino potencial.
El Espíritu Santo será su guía constante cuando tengan que tomar decisiones difíciles: “Porque aquellos que son prudentes … han tomado al Santo Espíritu por guía”. (7).
Sean fieles a sus ideales, porque los “ideales son como las estrellas; no lograras tocarlas con las manos, pero … al seguirlas, alcanzaras tu destino” (8). Hay ayuda espiritual a sólo una oración de distancia.
Como lo declaro la hermana Smoot, durante los próximos dos años, los miembros de la Sociedad de Socorro y los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec estudiaran las enseñanzas del profeta Brigham Young. El manual se ha preparado con gran esfuerzo; esta hermosamente impreso y encuadernado, y presenta temas de gran relevancia para analizar. El material de la lección se enseñará durante el periodo de la Sociedad de Socorro dos domingos por mes; los hermanos del Sacerdocio de Melquisedec tendrán un período similar de enseñanza durante dos domingos. En los domingos restantes, los asuntos convencionales de la obra de la Sociedad de Socorro y del Sacerdocio de Melquisedec seguirán adelante.
Hace varios años vi una fotografía de una clase de la Escuela Dominical del Barrio Seis, de la Estaca Pioneer, de Salt Lake City, el barrio al que mi familia pertenecía. La fotografía había sido tomada en 1905 y en ella aparecía en la fila de adelante una dulce niña con el pelo recogido en dos colitas: su nombre era Belle Smith. Mas tarde, ahora como Belle Smith Spafford, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, escribió: “Nunca ha tenido la mujer una influencia tan grande como en el mundo de hoy; nunca han estado tan abiertas las puertas de la oportunidad para ella. Este es un periodo atractivo, emocionante, desafiante y exigente para la mujer; es un tiempo rico en recompensas si mantenemos un equilibrio, si aprendemos los verdaderos valores de la vida y si determinamos nuestras prioridades con sabiduria” (9).
Mis queridas hermanas, este es su día. este es su tiempo. Las Santas Escrituras adornan nuestros estantes; asegúrense de que proporcionen nutrición a nuestra mente y guía a nuestra vida. Nuestra meta es obtener conocimiento por medio del estudio.
Segundo: Hagan de su hogar un cielo.
Al dar un discurso en una sesión general de la Conferencia en 1945, mas o menos un día después de la Conferencia de la Sociedad de Socorro, el presidente George Albert Smith expreso: “Ayer, esta casa estaba repleta de las hijas de Sión y digo, sin reservas, que no se podría encontrar una escena mas hermosa de la calidad de la mujer en todo el mundo que la que hubo aquí ayer por la tarde en la Conferencia de la Sociedad de Socorro de las mujeres de la Iglesia. Esas fieles esposas, esas devotas hijas, asumen la porción de la responsabilidad que tienen y la llevan a cabo. Ellas hacen de su hogar un cielo” (10).
Mis queridas hermanas, el hogar Cese lugar maravillosoC se dispuso para que fuera un refugio llamado cielo, donde el espíritu del Señor pueda morar.
Con demasiada frecuencia, las mujeres subestiman la influencia que tienen para hacer lo bueno Harían bien en seguir la formula dada por el Señor: “… estableced una casa, si, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (11).
En tal casa se hallara a niños felices y sonrientes a quienes se les haya enseñado la verdad por el precepto y por el ejemplo. En un hogar Santo de los Ultimos Días los niños no simplemente se toleran, sino que son bienvenidos; no se les manda, sino que se les alienta; no se les domina, sino que se les guía; no se les descuida, sino que se les ama.
Los años pasan y los niños se vuelven mas independientes; se van del cuidado protector de la madre, pero para siempre llevan la influencia de sus enseñanzas, de su ejemplo y de su amor. Algunos, debido a sus acciones, parecen haber olvidado la influencia de ella; sin embargo, sin importar cuan lejos del corazón del hogar se halle el peregrino, la palabra madre, tanto mental como emocionalmente, lo lleva de regreso a casa; y ella, como siempre, espera con los brazos abiertos.
El presidente Stephen L Richards declaro: “Las diversas organizaciones de la Iglesia … a pesar de todo lo bueno que logren, no pueden, en ningún sentido, tomar el lugar del hogar; ellas no pueden substituir a los padres …
“Creo que el hogar es el cimiento de la sociedad, la piedra angular de la nación y la institución principal de la Iglesia. No puedo concebir a personas eminentes sin un hogar bueno y maravilloso … Creo que el primer llamamiento de un hombre y de una mujer es el de formar un buen hogar” (12).
Al dirigir la palabra durante la Conferencia de la Sociedad de Socorro de 1953, la hermana Belle Spafford afirmo: “Madre, tu debes sentir tu testimonio antes de que puedas influir en tus hijos o inculcárselo a ellos” (13).
Hay muchas mujeres de la Sociedad de Socorro que no están casadas. La muerte, el divorcio y, en efecto, la carencia de oportunidades para casarse han hecho necesario, en muchas oportunidades, que la mujer permanezca sola. En realidad, ella no tiene por que permanecer sola, puesto que un Padre Celestial amoroso estará a su lado para darle dirección a su vida y para otorgarle paz y seguridad en los momentos de quietud, donde haya soledad y donde se necesite la compasión.
El presidente Joseph Fielding Smith, al dirigirse a las hermanas solteras, que nunca han tenido la oportunidad de casarse, prometió: “Si en vuestro corazón sentís que el Evangelio es verdadero, que podréis recibir estas ordenanzas y bendiciones de sellamiento en el templo del Señor bajos condiciones correctas; y si esa es vuestra fe, esperanza y deseo, aunque esas cosas no os vengan por ahora, el Señor os recompensara por ello, y seréis altamente bendecidas, porque ninguna bendición os será retenida” (14).
Hagamos un cielo de nuestro hogar.
Meta numero tres: Encuentren gozo en el servicio
El profeta José Smith registró que el 24 de marzo de 1842 aceptó una invitación para asistir a la Sociedad de Socorro, “cuyo objeto es el de aliviar al pobre, al destituido, a la viuda y al huérfano, y el de ejercitar todo propósito benevolente … [Las hermanas de la Sociedad de Socorro] aliviaran de inmediato al extranjero … enjugaran las lagrimas de los huérfanos y harán regocijar el corazón de la viuda” (15).
A veces, el llamamiento para servir que se extiende a un miembro de la Sociedad de Socorro es un tanto inusual y, para concluir, me gustaría relatarles acerca de tal asignación.
Cuando era obispo del Barrio Sesenta y Siete de Salt Lake City, en la época en que teníamos la Revista de la Sociedad de Socorro, me di cuenta de que nuestro registro de suscripciones de esa publicación era bajo. Con oración, mis consejeros y yo analizamos a quien podríamos llamar para ser la representante de la revista, y la inspiración nos dictó que se le diera la asignación a Elizabeth Keachiei ella respondió afirmativamente al llamamiento. Ella y su cuñada Helen Ivory, que era también miembro de nuestro barrio, comenzaron a ponerse en contacto con todo el barrio, casa por casa, calle por calle, cuadra por cuadra. El resultado fue fenomenal: tuvimos mas subscripciones para la Revista de la Sociedad de Socorro que las registradas por todas las demás unidades de nuestra estaca combinadas.
Un domingo por la tarde felicite a Elizabeth Keachie y le dije: “Su tarea ha terminado”.
Ella me contestó: “Todavía no, obispo; hay dos cuadras que todavía no hemos cubierto”.
Cuando me dijo cuales eran las cuadras, le dije: “Hermana Keachie, nadie vive en esas cuadras; esa es una zona industrial”.
“No importa”, dijo, “me sentiré mejor si voy y lo verifico por mi misma”.
En un día lluvioso, la hermana Keachie y la hermana Ivory cubrieron esas dos cuadras finales y no vieron ninguna casa. Mientras se preparaban para dar por finalizada su búsqueda, notaron la entrada de un garaje cubierto con charcos de barro debido a una tormenta reciente. Estaba al lado de una fundición. La hermana Keachie miró hacia esa entrada, quizás a una distancia de unos 18 metros, y sólo pudo divisar el garaje que tenia una ventana con cortinas.
Decididas a investigar, las queridas hermanas caminaron entre el barro hacia un lugar desde donde se podía ver todo el garaje. Ahora distinguían una puerta que no se divisaba desde la calle por uno de los costados del garaje, y además, vieron a una chimenea que despedía humo.
Golpearon a la puerta y un hombre de aproximadamente sesenta y cinco años, William Ringwood, las atendió; ellas le hablaron en cuanto a la necesidad de que cada hogar tuviera la Revista de la Sociedad de Socorro. William Ringwood contestó: “Mejor pregúntenle a mi padre”. Entonces Charles Ringwood, de noventa y cinco años, se acercó a la puerta y también escuchó el mensaje; ¡y se suscribió!
Elizabeth Keachie me informó de la presencia de estos dos hombres en nuestro barrio. Cuando solicite sus cédulas de miembro al Departamento de Miembros de la Oficina del Obispado Presidente, se me dijo que durante muchos años, los certificados habían permanecido en el archivo de la Oficina del Obispado Presidente para miembros extraviados.
El domingo por la mañana, Elizabeth Keachie llevó a Charles y a William Ringwood a nuestra reunión del sacerdocio; era la primera vez que ponían un pie en una capilla en mucho tiempo. Charles Ringwood era el diácono de mas edad que había conocido en mi vida y su hijo era el miembro varón de mas edad que no poseía el sacerdocio que yo había conocido.
El hermano Ringwood de edad mas avanzada fue ordenado presbítero y luego élder. Nunca olvidare la entrevista para la recomendación del templo que tuve con el. Me dio un dólar de plata que extrajo de una cartera de cuero vieja y gastada y me dijo: “Esta es mi ofrenda de ayuno”.
Le conteste: “Hermano Ringwood, usted no debe ninguna ofrenda de ayuno; usted es el que la necesita”.
“No quiero guardar el dinero, sino que deseo recibir las bendiciones”, respondió.
Mía fue la oportunidad de llevar a Charles Ringwood al Templo de Salt Lake City y de asistir con el a la sesión de la investidura; esa tarde, Elizabeth Keachie obró de representante para la fallecida hermana Ringwood.
Al finalizar la ceremonia, Charles Ringwood me dijo: “Le dije a mi esposa, antes de que falleciera hace dieciséis años, que no me demoraría en realizar esta obra; me siento feliz de que esto se haya llevado a cabo”.
En dos meses, Charles W. Ringwood falleció. Durante los servicios fúnebres, note que su familia
estaba sentada en el banco de enfrente de la capilla de la funeraria; pero también vi a dos dulces damas sentadas en la parte de atrás de la capilla: Elizabeth Keachie y Helen Ivory. Al contemplar a esas dos buenas mujeres, pense en la sección 76 de Doctrina y Convenios: “Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin. Grande será su galardón y eterna será su gloria” (16). Testifico que podemos encontrar gozo en el servicio.
Hermanas, que obtengamos conocimiento por medio del estudio; que hagamos un cielo de nuestro hogar; que hallemos gozo en el servicio. Al hacerlo, experimentaremos el cumplimiento de la promesa del Señor: “… yo, el Señor, estoy bien complacido” (17). En el nombre de Jesucristo. Amen.