Enseñemos a los hijos
“El niño aprende por medio de la guía paciente y de la enseñanza persuasiva; busca modelos para imitar, conocimiento que adquirir, cosas que hacer y maestros que complacer.”
En Salt Lake City se perciben en el aire los indicios del otoño; las horas de la luz del día se van acortando y el clima empieza a enfriar, recordándonos a todos que el invierno esta a la vuelta de la esquina. Muy pronto estará aquí la época de la Navidad.
Inevitablemente, el espíritu de la Navidad inspira actos de bondad, conmueve los corazones y remonta nuestros pensamientos a ese humilde establo del distante Belén, a una época en que las profecías de los Profetas, tanto en aquella región como aquí en el continente americano, se convirtieron en realidad. Cristo el Señor había nacido.
Muy poco es lo que se ha escrito en cuanto a la ninez de Jesús. Es de suponer que por haber sido Su nacimiento algo de tan excepcional magnitud, este haya tomado el lugar de los relatos de Su ninez. Nos llenamos de maravilla ante la sabia madurez del niño que, alejándose de José y de María, se le encontró en el templo “sentado en medio de los doctores” (1), enseñándoles el Evangelio. Cuando María y José expresaron la preocupación que les había causado Su ausencia, El les hizo la perspicaz pregunta: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (2).
El Registro sagrado dice en cuanto a El: “… Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (3). Un pequeño pasaje describe Su transición de niño a hombre: El “anduvo haciendo bienes” (4).
El mundo ha cambiado debido a Jesucristo; la Expiación divina se ha llevado a cabo, el precio del pecado se ha pagado y el temible espectáculo de la muerte cede ante la luz de la verdad y la seguridad de la resurrección.
Aunque pasen los años, Su nacimiento, Su ministerio y Su legado continúan guiando el destino de todos aquellos que lo siguen, tal como El tan tiernamente nos exhorto a hacerlo.
Todos los días nacen niños-incluso cada hora-a madres que, tomadas de la mano de Dios, entraron en valle de sombra de la muerte, a fin de dar a luz a un hijo o a una hija para que bendijera una familia, un hogar y, en cierta manera, una porción de la tierra.
Esos inapreciables días de la infancia unen a la madre y al padre al hijo o a la hija; se le advierte cada sonrisa, se le apacigua todo temor y se le satisface el hambre. Paso a paso, el niño crece. El poeta escribió que toda criatura “es una dulce y nueva flor de Humanidad, recién caída de la morada de Dios para florecer en la tierra” (5).
El niño crece en sabiduría y en estatura. El obtener conocimiento y el aprender a hacer las cosas son prioridades que se tienen que atender.
Hay personas que hacen a un lado estas responsabilidades, ya que piensan que estas se pueden posponer hasta que el niño crezca. La evidencia revela que no es así. El momento óptimo para la enseñanza se esfuma; las oportunidades son cada vez mas limitadas. El padre que descuida el desempeño de su responsabilidad como maestro tal vez, en años venideros, logre captar una amarga perspectiva de las palabras de Whittier: “De todas las palabras, habladas o escritas, son estas las mas tristes: Podría yo haber sido” (6).
El Dr. Glenn Doman, notable autor y afamado científico, reveló toda una vida de investigación en estas palabras: “El recién nacido es casi una copia exacta de una computadora vacía, aunque superior a esta en casi todo sentido … Lo que se ponga en el cerebro de un niño, durante los primeros ocho años de su vida, probablemente permanecerá ahí. Si durante este periodo se le pone información incorrecta en el cerebro, será muy difícil borrarla” (7).
Esta evidencia deberá persuadir a todo padre a efectuar una renovación de propósito: “En los negocios de mi Padre me es necesario estar”. El niño aprende por medio de la guía paciente y de la enseñanza persuasiva; busca modelos para imitar, conocimiento que adquirir, cosas que hacer y maestros que complacer.
Los padres y los abuelos desempeñan la función de un maestro, así como también lo hacen los hermanos mayores del pequeño. A este respecto, presento cuatro sugerencias sencillas para su consideración:
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Enseñen la oración,
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Inspiren fe,
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Vivan la verdad, y
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Rindan honor a Dios.
Primeramente, enseñen la oración. “La oración sencilla es de boca infantil, sublime coro en unión de todo el redil” (8).
Aprendemos a orar orando. Podríamos dedicar innumerables horas a analizar las experiencias de los demás, pero no hay nada que penetre el corazón humano como la oración personal y ferviente, y la respuesta que se recibe de los cielos.
Tal como lo fue el ejemplo del joven Samuel, la experiencia del joven Nefi, la trascendental oración del joven José Smith, así también puede ser la bendición del que ora. Enseñen la oración.
En seguida, inspiren fe. Este año, el sesquicentenario del legendario trayecto pionero al Valle del Gran Lago Salado ha inspirado mas música, mas obras dramáticas, mas participación por parte de jóvenes y de adultos como quizás en ninguna otra ocasión de nuestra historia. Todos, como familias, hemos aprendido mas sobre la historia de la Iglesia, la gloria y el sufrimiento, las tribulaciones y las penas-y la victoria posterior al arribar al Valle-que lo que se puede estimar. Hace algunos años, Bryant S. Hinckley, el padre de nuestro Presidente, preparó un libro intitulado The Faith of Our Pioneer Fathers (La fe de nuestros antepasados pioneros); los relatos que aparecen en este tomo están muy bien escritos y e presentados. Durante todo este año se han repetido una y otra vez. Muchos miembros reflexionaron acerca de su propio patrimonio pionero; cientos de jóvenes-incluso miles por todo el mundo-tiraron y empujaron carros de mano y recorrieron su propio sendero pionero.
Creo que no hay ningún miembro de la Iglesia hoy en día que no se haya sentido conmovido por el año que esta por llegar a su fin. Aquellos que tanto contribuyeron para el beneficio de todos ciertamente tenían este objetivo: inspirer fe; ¡y lo lograron espléndidamente!
Tercero, vivan la verdad. A veces la lección mas eficaz acerca de vivir la verdad se encuentra cerca del hogar y de aquellos a quienes amamos.
Durante el servicio fúnebre de una noble Autoridad General, H. Verlan Andersen, uno de sus hijos le rindió un tributo, el cual podemos poner en practica en dondequiera que estemos o en lo que estemos haciendo. Es el ejemplo de la experiencia personal.
El hijo del élder Andersen relató que hacia algunos años, el pensaba salir un sábado por la noche con una chica de su escuela; y por ese motivo, le pidió a su padre que le prestara el auto. Cuando tuvo las llaves en su poder y se disponía a salir, su padre le dijo: “El auto va a necesitar gasolina para mañana; asegúrate de llenarle el tanque antes de regresar a casa”.
El hijo del élder Andersen relató que las actividades de esa noche habían sido maravillosas: los amigos se reunieron, se sirvió un refrigerio y todos se divirtieron mucho. Sin embargo, con todo el alboroto, se le olvidó seguir las instrucciones de su padre de ponerle gasolina al auto antes de volver a casa.
Llegó la mañana del domingo. El élder Andersen descubrió que la aguja del gas marcaba que el tanque estaba vacío. El hijo vio a su padre poner las llaves sobre la mesa. En la casa de la familia Andersen el día de reposo era un día para adorar y dar gracias y no para hacer compras.
A medida que continuaba su mensaje durante el funeral, el hijo del élder Andersen dijo: “Vi a mi padre ponerse el abrigo, decirnos adiós y caminar el largo recorrido hasta la capilla, a fin de asistir a una reunión que tenia esa mañana temprano”. El deber llamaba; la verdad no se sacrifico por la conveniencia.
Al concluir su póstumo mensaje, el hijo del élder Andersen dijo: “Ningún hijo jamas ha recibido una mejor instrucción de su padre que yo en aquella ocasión. Mi padre no sólo conocía la verdad, sino que también la vivía”. Vivan la verdad.
Por ultimo, rindan honor a Dios. Al vivir esa meta, nadie puede superar el ejemplo del Señor Jesucristo. El fervor de Su oración en Getsemaní lo dice todo: “Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (9). Su ejemplo en la cruel cruz del Gólgota dice mucho: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (10).
El Maestro siempre enseñó a todos los que estuvieran dispuestos a escuchar una simple pero a la vez eterna y profunda verdad, según se encuentra registrado en Mateo. Aprendemos que después de que Jesús y Sus discípulos descendieron del Monte de la Transfiguración, se detuvieron en Galilea y luego fueron a Capernaum. Los discípulos le dijeron a Jesús: “¿Quien es el mayor en el reino de los cielos?
“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos.
‘ Así que cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.
“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mi me recibe” (11).
Considero muy significativo cl hecho de que Jesús amara tanto a estos pequeñitos que hacia poco habían salido de la preexistencia para venir a la tierra. Los niños, en aquel entonces, como ahora, bendicen nuestra vida, despiertan nuestro amor e inspiran buenas obras.
Con razón el poeta Wordsworth se expresa así de nuestro nacimiento: “Al salir de Dios, que fue nuestra morada, con destellos celestiales se ha vestido, ¡y en su infancia del cielo esta rodeada!” (12).
Es en el hogar en donde formamos nuestra actitud, nuestras creencias arraigadas en lo profundo; es allí donde se fomenta o se destruye la esperanza. El Dr. Stuart E. Rosenberg escribió en su libro intitulado The Road to Confidence (El camino a la confianza): “A pesar de todas las nuevas invenciones y diseños, la moda y los caprichos modernos, nadie ha inventado, o jamas inventara, un buen substituto para la propia familia” (13).
Nosotros mismos podemos aprender de nuestros hijos y de nuestros nietos: ellos no tienen temor; no tienen ninguna duda concerniente al amor que nuestro Padre Celestial siente por ellos; ellos aman a Jesús y desean ser como El.
Nuestro nieto de seis años, Jeffrey Monson Dibb, acompañado de su amiguita también de seis años, se detuvieron frente a una mesita que hay en su casa en la cual había una fotografía del élder Jeffrey R. Holland. La niña señaló la fotografía y preguntó: “¿Quien es ese señor?”.
Jeff le contestó: “Ah, es el élder Jeffrey Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles. ¡Le pusieron mi nombre ! “
Este tocayo del élder Holland, junto con su amiguita, se fueron un día de paseo; caminaron confiados hasta la entrada de una casa, sin saber quien vivía ahí o la afiliación de esas personas tendrían con la Iglesia. Llamaron a la puerta y contestó una señora. Sin la menor vacilación, Jeff Dibb le dijo: “Somos sus maestros orientadores. ¿Podemos pasar?”. La señora los pasó a la sala y les ofreció asiento. Llenos de fe, los niños se dirigieron a la señora: “¿Tiene alguna golosina para darnos?”. ¿Que podía hacer ella? Fue y les trajo una golosina y luego conversaron amigablemente. Los improvisados maestros se fueron, expresando un sincero “gracias”.
“Vuelvan otro día”, escucharon que la señora decía sonriendo.
“Lo haremos”, fue la respuesta.
Los padres de estos jovencitos se enteraron del incidente. Estoy seguro de que no castigaron a los pequeños, quizás porque recordaron las palabras de las Escrituras: “… y un niño los pastoreará” (14).
El sonido de la risa de los niños que juegan felices juntos podría dar la impresión de que la ninez esta libre de problemas y congojas. Pero no es así. Los niños tienen un corazón tierno; añoran la compañía de otros niños. En un famoso museo de Londres se encuentra una obra de arte en lienzo intitulada simplemente Enfermedad y Salud. Representa a una niña en una silla de ruedas; cuyo pálido rostro refleja una expresión de tristeza. Observa a un organillero tocar su instrumento mientras dos niñas, despreocupadas y felices, juguetean y bailan.
La tristeza y los pesares nos llegan algún día a todos, incluso a los niños; pero estos son resistentes; ellos soportan con entereza la carga que tal vez tengan que llevar sobre si. Quizás el bello Salmo describa esa virtud: “Por la noche durara el lloro, y a la mañana vendrá la alegria” (15).
Quisiera describirles una de esas situaciones: En el alejado Bucarest, Rumania, el doctor Lynn Oborn, que prestaba servicio voluntario en un orfanato, intentaba enseñarle al pequeño Raymundo, que nunca había caminado, cómo usar las piernas. Raymundo había nacido con pies deformes, y estaba totalmente ciego. La
reciente cirugía ortopédica que el Dr. Oborn le había efectuado había corregido el problema de los pies, pero Raymundo todavía no tenia uso de las piernas. El doctor sabia que con un andador especial para niños Raymundo podría ponerse de pie, pero ese tipo de andador no se conseguía en ningún lugar de Rumania. Estoy seguro de que este doctor ofreció fervientes plegarias, después de hacer todo lo que estaba a su alcance, sin contar con el aparato que ayudaría a caminar al niño. La ceguera puede limitar a un niño, pero el no poder caminar, correr o jugar puede dañar su preciado espíritu.
Volvamos ahora a la ciudad de Provo, Utah. La familia de Richard Headlee, al enterarse del sufrimiento y de las difíciles condiciones en Rumania, se unieron a otras personas con el fin de ensamblar un contenedor de 15 metros de largo y llenarlo con 18,000 toneladas de abastecimientos, que incluían alimentos, ropa, medicina, mantas y juguetes. Se llegó la fecha de vencimiento del proyecto y el contenedor debía enviarse ese mismo día. Ninguno de los que estaban participando en la actividad sabia nada en cuanto a la necesidad particular de un andador para niño. Sin embargo, a ultimo momento, llego una familia con un andador para niño y lo metió en el contenedor.
Cuando el contenedor que tan ansiosamente esperaban llegó al orfanato de Bucarest, el doctor Oborn se encontraba presente cuando lo abrieron. Cada uno de los artículos que se habían recibido se utilizarían de inmediato en el orfanato. Cuando la familia Headlee se presento al doctor Oborn, el les dijo: “Espero que me hayan traído un andador para Raymundo”.
Uno de los miembros de la familia Headlee respondió: “Recuerdo vagamente algo que parecía un andador, pero no se de que tamaño era”. Enviaron a otro de los familiares a donde estaba el contenedor para buscar el andador entre todas los montones de ropa y las cajas de comida. Cuando lo encontró, lo levanto en alto y exclamo: “¡Es para niño!”. Estallaron los aplausos, que rápidamente se convirtieron en lagrimas, porque todos sabían que habían tomado parte en un milagro moderno.
Tal vez haya algunos que digan: “Hoy día no tenemos milagros”. Pero el doctor cuyas oraciones fueron contestadas, respondería: “Claro que los tenemos, ¡y Raymundo ya camina!”. La persona que fue inspirada para donar el andador fue un vaso escogido, y por cierto que todos estamos de acuerdo.
¿ Quien fue el ángel misericordioso a quien el Señor inspiro para desempeñar un papel tan importante en este drama humano? Se llama Kristin; ella es hija de Kurt y Melodie Bestor. Kristin nació con espina bífida, así como también su hermanita Erika. Las dos pequeñas han pasado largos días y noches de inquietud en el hospital. La medicina moderna, practicada con amor, así como la ayuda de nuestro Padre Celestial, les han dado cierta movilidad a cada una de ellas. Ninguna de las dos esta desalentada; ambas inspiran a los demás a seguir adelante con fe. El mes pasado, Kristin y Erika estuvieron presentes para la celebración del 75 aniversario dei Centro Medico de Niños de la Primaria. Ellas cantaron con sus padres, y luego las dos niñas cantaron emotivamente a dúo. Todos los presentes tenían los ojos enrojecidos por las lagrimas; por dondequiera se vetan personas usando pañuelos. Estas niñas, esta familia, habían superado la tribulación y habían llevado gozo a la vida de los demás.
El padre de Kristin me dijo esa noche: “Presidente Monson, quiero que conozca a Kristin; ella es la que se sintió inspirada a enviar el andador a Rumania, con la esperanza de que algún niño pudiera usarlo”.
Hable con Kristin mientras estaba sentada en su silla de ruedas. “Gracias por escuchar al Espíritu del Señor. Tu has sido el instrumento en las manos del Señor para dar respuesta a las oraciones de un doctor y al deseo de un niño”.
Mas tarde, al salir de aquella celebración efectuada para beneficiar a los niños, eleve la mirada a los cielos y ofrecí mis propias “gracias” a Dios por los niños, por las familias, por los milagros de nuestros días.
Sigamos con diligencia Su dirección: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (16).
Una conocida canción dice: “Entre nosotros hay ángeles”. Estos ángeles son con frecuencia los preciosos pequeñitos que Dios, nuestro Padre, nos ha confiado para su cuidado en la tierra. Que por ellos enseñemos la oración, inspiremos fe, vivamos la verdad, y rindamos honor a Dios. Es entonces que tendremos hogares celestiales y familias eternas. ¿Que otro don de mas valor podríamos desear? ¿Por que mayor bendición podríamos orar? ¡Ninguna!
En el nombre de Jesucristo. Amén.