Hagamos que la fe se convierta en realidad
“Las cosas fundamentales del diario vivir -la lectura de los Escrituras, la oración, la noche de hogar, la conversación a la hora de la comida- proporcionan las experiencias que hocen de la fe una realidad.”
Seria difícil imaginar un ejemplo mas puro y perfecto de inocencia que un niño recién nacido. Acabamos de regresar de darle la bienvenida a un nieto nuevo. Mientras tenia al pequeño Benjamín en los brazos, recordé una pregunta que me hizo la directora de una revista nacional. Durante una entrevista, ella me preguntó: “¿Cómo preparan a sus jóvenes para que vivan en el mundo real?”. La conversación que tuvimos me recordó que la percepción que tenemos del mundo real depende hasta cierto punto de nuestra experiencia. La editora y yo estuvimos en seguida de acuerdo en los problemas que hay en el mundo, pero para mi, la preparación para el mundo real tiene un elemento de fe que ella no comprende.
Nuestra charla me hizo considerar con renovada gratitud las experiencias que ayudan a que la fe se convierta en una realidad en la vida de una persona. Para tener fe o saber que tenemos fe, necesitamos tenerla junto con la experiencia. Para el pequeño Benjamin, esa experiencia ha comenzado ya al orar juntos su madre, su padre y su hermano mayor antes de que lo arropen en la cama. Ya desde su tierna infancia, el es testigo de la fe de su familia y va adquiriendo experiencia.
Hace unas pocas semanas, después de la Primaria, nuestro pequeño nieto Michael de cuatro años les dijo a sus padres “Cuando oro, se me ablanda el corazón y parece que se me prende fuego”. El ya reconoce el sentimiento que va asociado con la fe. ¿Que afortunado es al poder darse cuenta de sus sentimientos y estar dispuesto a hablar de ellos con sus padres!
El profeta Alma describió esos sentimientos cuando dijo: “… pues sabéis que la palabra ha henchido vuestras almas … que vuestro entendimiento empieza a iluminarse … Luego, ¿no es esto verdadero? Os digo que si, porque es luz; y lo que es luz, es bueno, porque se puede discernir …” (Alma 32:34-35).
El aprender a discernir las enseñanzas del Espíritu es una parte importante del hacer que la fe se convierta en una realidad. Mi hija Karen habló sobre su experiencia y dijo: “Cuando era muy pequeña, comencé por primera vez a leer el Libro de Mormón. Después de muchos días de leerlo, una noche, llegue a 1 Nefi 3:7: ‘Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque se que el nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado”’. Karen siguió diciendo: “Yo no sabia que era un versículo famoso; sin embargo, al leerlo, me sentí profundamente impresionada. Me impresionó el mensaje de que nuestro Padre Celestial nos ayudara a guardar Sus mandamientos, pero la impresión mas profunda fue como una especie de sentimiento. Había visto a mis padres marcar versículos en las Escrituras con lápiz rojo; por consiguiente, me levante y busque por toda la casa hasta que encontré uno y, con gran solemnidad y sintiéndome importante, marque ese versículo en mi ejemplar del Libro de Mormón”. Karen prosiguió: “A lo largo de los años, al leer las Escrituras, esa experiencia de leer un versículo y sentirme profundamente impresionada se repitió una y otra vez. Con el tiempo, me di cuenta de que ese sentimiento era el Espíritu Santo. De misionera … he visto a otras personas leer versículos y sentirse profundamente impresionadas, hasta el punto de haber estado dispuestas a cambiar su vida y aceptar el Evangelio, y de haber podido hacerlo”.
A medida que aprendemos a discernir la inspiración del Espíritu, hay tanto que nos distrae. Una vez el presidente Ezra Taft Benson nos recordó que “la voz del mundo resuena mas fuerte que los susurros del Espíritu Santo” (“Cuidaos del orgullo”, Liahona, julio de 1989, pág. 6). Cada uno de nosotros tiene que aprender a ser sensible y a escuchar esos susurros.
Años atrás, una amiga se sintió desafiada al ver que el mundo trataba de influir en su familia. Dijo:
“Ojalá pudiéramos encerrar a nuestros hijos en el templo hasta que cumplan 21 años”. Esa solución podría quizás mantenerlos inocentes, pero ese no es el plan. De la misma forma en que Adán y Eva tuvieron que dejar el Jardín de Edén, es necesario adquirir experiencia en este mundo para obtener madurez espiritual. Es esa experiencia la que nos ayuda a diferenciar el bien del mal; es esa experiencia la que nos hace reconocer los susurros del Espíritu.
La experiencia también nos sirve para reconocer la falta de buenos sentimientos. En el folleto La fortaleza de la juventud, leemos lo siguiente: “No se puede hacer el mal y sentirse bien. ¡Es imposible ! “(La fortaleza de la juventud, 34285 002, pág. 4). Una joven dijo: “Durante las ultimas semanas he regresado a la Iglesia. Fui a ver a mi obispo, me arrepentí y he tratado de vivir de acuerdo con el Evangelio”. Luego agregó: “He aprendido algo: cuando hago las cosas bien, me siento bien”.
“Nuestro Padre Celestial sabía que íbamos a cometer errores al aprender a escoger, y El nos proporcionó un Salvador. El élder Bruce C. Hafen dijo que gracias a “la Expiación de Jesucristo [podemos] aprender de nuestras experiencias sin ser condenados por ellas” (“Eve Heard All These Things and Was Glad”, de Women in the Covenant of Grace, ed. Dawn Hall Fletcher and Susette Fletcher Green, 1994, pág. 32; cursiva agregada). Necesitamos saber de que forma la Expiación obra en nuestra vida y cómo se pueden recuperar y retener los buenos sentimientos cuando se han cometido errores.
A medida que obtenemos experiencia en este demandante ‘’mundo real”, en ocasiones no vemos la naturaleza sagrada de la aparente rutina de nuestras tareas diarias. Las cosas fundamentales del diario vivir -la lectura de las Escrituras, la oración, la noche de hogar, la conversación a la hora de la comida- proporcionan las experiencias que hacen de la fe una realidad.
Arthur Henry King, al analizar la importancia que tiene el leer las Escrituras, escribió:
“Algunos pensaran que el lenguaje de las Escrituras es muy difícil para los niños, pero … es preciso recordar que el Señor les ha dado facultades para aprender el lenguaje mucho mas grandes que a los adultos …
“Es bueno que los niños escuchen sus pasajes preferidos de las Escrituras, y también sus relatos favoritos, una y otra vez … No debemos acostumbrar a nuestros niños a sentir interés en las cosas que son demasiado impresionantes y emocionantes … [ellas] son estimulantes del sistema nervioso. El ser conmovidos por el Espíritu es una cosa; pero el estimulo meramente físico o mental es algo muy diferente. Si acostumbramos a nuestros hijos a desear siempre algo nuevo … ellos tendrán la necesidad cada vez mas imperiosa de sentir constantemente ese estimulo hasta que finalmente no se conformen con nada. Pero si en cambio los acostumbramos a la estabilidad, a la repetición, a una vida normal … entonces llevaran una vida decente” (The Abundance of the Heart, 1986, págs. 222-223, cursiva agregada).
El tiempo que pasamos con los niños y con los jóvenes durante sus años de crecimiento les proporciona la experiencia que los preparara para el mundo real.
Un joven que regreso de su misión habla de la experiencia que tuvo relacionada con la fe. El la considera como un milagro en su vida. Dijo: “Fui el mayor de los seis hijos que tuvieron mis padres. Desde pequeño, ellos me enseñaron los principios del Evangelio. La fe se me enseñó por medio del ejemplo que me dieron mi mama y mi papa. Cuando tenia diez años, mi padre, ese gran ejemplo de confianza en el Señor, murió en un accidente. Eta muy jovencito todavía y tuve que enfrentar muchos sentimientos nuevos para mi”. Ese joven se dio cuenta de que tenia dos opciones; “Podía haberme vuelto un amargado en contra del Señor y haber perdido todo lo que tengo ahora, o podía confiar en El. “Debido al ejemplo que me habían dado mis padres, escogí confiar en El. El escoger la fe cambio totalmente el rumbo las cosas”.
El ser testigo de la fe de los jóvenes ha aumentado mi fe. Una joven madre escribió:
“Cuando tenia trece años supe que no tenia sentido seguir viviendo. Vivía en un hogar donde imperaban los abusos y el maltrato, donde parecía no haber nunca felicidad perdurable. Mis dos mejores amigas me dijeron que no querían continuar siéndolo porque yo pensaba que era mejor que ellas, lo cual no tenia sentido, pero que de todos modos me hizo sentirme completamente sola.
“Al seguir en casa las riñas con mas furor, me fui a mi dormitorio. Tema tanto miedo. Me arrodille entonces y llame a la única persona que sabia que tenia. Le rogué a mi Padre Celestial que me llevara. Le dije: ‘Padre, necesito estar contigo. Necesito sentir Tus brazos alrededor de mi’. Mientras me encontraba sentada llorando y esperando sin moverme que en ese momento de desesperación los brazos del Padre Celestial me rodearan, escuche una voz que me decía: ‘Pon los brazos alrededor de tu cuerpo y Yo estaré contigo’. Al hacer caso al susurro que había recibido, sentí que el amor de nuestro Padre Celestial me daba la seguridad de que podía seguir adelante, y seguí adelante y no estuve sola”.
En ese momento difícil de su vida, esa jovencita recurrió a nuestro Padre Celestial. Su experiencia fortaleció su fe y la hizo mas real. La recompensa que tuvo por su fe se refleja en su matrimonio en el templo y en su vida familiar de la actualidad (véase Alma 32:42-43).
Me siento muy agradecida por los lideres que fomentan en nosotros experiencias que nos ayudan a edificar la fe. Las organizaciones auxiliares de la Iglesia son para las familias una fuente que ayuda a fortalecer la fe de sus miembros. El programa “Mi progreso personal” alienta a las jóvenes a hacer cometidos que harán que la fe se convierta en una realidad. Lo que una joven escoja hacer la llevara a hacer un cometido, a llevarlo a cabo y a presentar un informe de ello a otra persona. Es el proceso del progreso. Es muy parecido al proceso por el que pasamos al aceptar llamamientos en la Iglesia: hacemos un cometido, lo llevamos a cabo e informamos de el a otra persona. Uno de los milagros de la restauración del Evangelio y de la organización de la Iglesia en estos últimos días es que el plan nos permite a los miembros progresar y cambiar. Todos tenemos a nuestro alcance la experiencia que nos hará cambiar, que nos hará espiritualmente mas maduros. Por medio de nuestros esfuerzos continuos, nuestra fe se puede convertir en una realidad.
Al finalizar mi servicio [en la organización de las Mujeres Jóvenes], quiero expresar mi amor y mi agradecimiento a todos los que me han aconsejado y apoyado: La Primera Presidencia, los lideres del sacerdocio y los demás lideres de las organizaciones auxiliares. Mis consejeras, las presentes y las anteriores, la Mesa Directiva General de las Mujeres Jóvenes y el personal administrativo de las Mujeres Jóvenes son mujeres extraordinarias: mujeres de fe. Dondequiera que ellas presten servicio, sus nombres se tomaran para bien. Le doy las gracias a mi Padre Celestial por la experiencia que he tenido [en este llamamiento], en el nombre de Su Hijo Jesucristo. Amen.